jueves, 14 de marzo de 2013

Piedad Bonnett: El cielo era de otros

Piedad Bonnett



PIEDAD BONNETT: EL CIELO ERA DE OTROS

Por Marco Antonio Campos
Poeta, crítico literario y traductor, México

Nacida en Amalfi, pequeño pueblo del departamento de Antioquia, en Colombia, en el año de 1951, Piedad Bonnett es una de las actuales voces más reconocidas en nuestra lengua. Del linaje de Rosario Castellanos, Blanca Varela y Alejandra Pizarnik, en la lírica de Piedad Bonnett se tiene la impresión de que el paraíso se perdió hace mucho, pero pudo recobrarse, o se cree que se recobró, al menos por pequeñas temporadas. La complejidad en su obra poética no está en su lenguaje sencillo y directo, ajeno a toda decoración barroca, sino al indagar en sus contenidos, se descubren honduras de quien ha sabido de la soledad y la pena, y en quien hay algo roto, algo triste, algo que toca el miedo, pero del que oímos asimismo un grito de rebeldía y encontramos ternuras como sorpresivas violetas leves y una sombra de piedad que se parece a su nombre. Desde sus inicios Piedad Bonnett intuyó o supo que el objetivo esencial del artista en sus creaciones, en este caso el poeta, es explorar los sentidos y sentimientos propios y de los otros para emocionar a los lectores. Una poesía de solitarios que busca –anhela- la comunión.
    Aislada en la academia, escribiendo casi secretamente, Piedad publicó tardíamente su primer libro (Círculo de ceniza) en 1989, a la edad de 38 años. Desde ese libro inicial hasta Explicaciones no pedidas (2011), da la impresión de haber escrito, a base de poemas breves, con múltiples variaciones, un solo y extenso poema. Aun las piezas líricas más largas están articuladas como serie de fragmentos, o si se quiere, son una sucesión de poemas breves. En general Piedad Bonnett se inclinó por el verso libre y tal vez, para no tener ataduras que constriñeran los sentimientos, no se ciñó al metro, ni buscó, como diría en una carta el muy joven Cesare Pavese, encerrarse en “la jaula de la rima”. Por lo común en sus poemas, Piedad parte de una idea o una imagen o un hecho y los desarrolla con habilidad y cálculo hasta la línea final. Si los dos motivos que sostienen su poesía son los recuerdos y regresos a la tierra natal y los poemas de encuentros y desencuentros amorosos, hay, no una diversidad de poéticas, como decía José Watanabe en su prólogo a la antología personal (Privilegios del olvido), sino más bien una diversidad temática.
    Algunos títulos de libros de Piedad -De círculo y ceniza (1979), Nadie en casa (1994), Ese animal triste (1996), Tretas del débil (2004), Las herencias (2008)- nos hablan de alguien frágil y solitaria, pero quien también tiene dientes y garras para defenderse o atacar. De sus libros me son especialmente próximos El hilo de los días y el antepenúltimo y el último, Tretas del débil y Explicaciones no pedidas, lo cual muestra que su poesía, en lugar de decaer o apagarse con los años, se volvió más concentrada y aceradamente intensa. En su obra ensombrecen los fracasos, cala el miedo, la pérdida causa angustia, el dolor es una llaga que, incluso cuando se cierra, las cicatrices lo recuerdan, la rabia la lleva a soltar invectivas que son como pedradas de fuego… Contra lo que escribió o por lo que escribió, en ocasiones tenemos la imagen de que Piedad vivió en un cerco de agujas. Podrán reprochársele otras cosas, nunca el haber pecado de insinceridad o de no haber puesto en sus versos el corazón desangrado. Si para Pessoa el poeta es un fingidor, Piedad no cabría en esa categoría.
   Muchos de los momentos más grabables o inolvidables de Piedad los encontramos cuando habla sobre su pueblo natal. Ya en la infancia lejana Piedad intuía que en alguna parte, al oír las mareas verbales, llamaba la palabra mágica. En esos poemas de una infancia y una adolescencia lejanas hallamos el callado lenguaje de los ascendientes inmediatos que quieren perdurar en un gesto, la abuela que desciende y arriba “de su muerte de siglos”, las tías ultraconservadoras sólo fijas en el instante gastado de los retratos, “el tío remoto de ademanes adustos y sueños militares”, el padre solo e inseguro, la madre pragmática que alguna vez fue bella, los hermanos y, por supuesto, los habitantes de Amalfi mencionados aquí y allá con nombre propio y en ocasiones con el agregado del oficio o del trabajo que ejercen: figuras íntimas que tarde o temprano se volverán nubes grises en un cielo deslucido. Uno siente en la poesía de Piedad Bonnett que quiso irse –huir- de su pueblo, pero no hubo un solo día que estuviera lejos de él.
   En varios poemas la autora deja ver que sigue siendo la niña asustada a quien le da miedo el mundo. Ese temor o miedo se muestra, por ejemplo, en recuerdos del terruño o no: pueblan espectralmente, por ejemplo, tres jinetes que sorprendió la muerte, el niño que murió de culebrilla, cuartos habitados por fantasmas, el toro desbocado que entraba en la casa durante el sueño y no acababa de irse, los inquilinos que aún  habitan la casa de la cual ya se mudaron hace tiempo… Son especialmente emotivos, entran y se quedan en la casa antigua de Amalfi y en la casa del corazón, poemas o versos aislados donde es figura el padre, un hombre difícilmente tierno, tesonero para las pequeñas cosas, que se cuida al máximo de los imprevistos, a quien le enseñaron severamente “a rezar, a ahorrar, a trabajar”, pero de quien siente la autora que le dio como especial herencia el regalo del miedo. Transcribamos estos versos que nos dejan en el alma una sensación de ahogo y un sentimiento de desamparo:
De mi padre,
que de niño tuvo los ojos tristes y de viejo
unas manos tan graves y tan limpias
como el silencio de las madrugadas.
Y siempre, siempre un aire de hombre solo.
De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre
todo lo que su corazón desorientado
sabía dar”.
   Hay en sus poemas de amor y deseo o el goce quemante o el rencoroso desamor. En el lecho de los amantes la autora ha oscilado entre las aguas del mar borrascoso y las aguas del lago sereno. A menudo admirables, no siempre sus piezas líricas amorosas son afortunadas, como, por caso, muy específicamente las de su libro Todos los amantes son guerreros, donde parece no haber quitado la suficiente hierba seca ni alcanzado a redondear del todo los poemas. Por demás, suenan menos elocuentes que molestas las exaltaciones al amado como un guerrero, un minotauro, un dios, un ser divino… Viceversa, poemas de despedida y desamor, como los que se hallan en las Tretas del débil y en Explicaciones no pedidas, están escritos con dolor penetrante y rabia ácida, donde se corta la piel del otro y se la corta a sí misma. El  cuerpo desollado arde –duele- por todas partes y la boca no puede callar el grito.
   Igualmente hay poemas muy logrados donde se alude a la guerra infinita en su querible Colombia contradictoria, esa guerra fratricida, absurda y espantosa, en la que cada facción (gobiernos, las FARC, los paramilitares, el ejército, el narco) ha dado por décadas su aporte para destruir al país, y donde hace mucho, como en el México del crimen organizado, todo acaba siendo “cuestión de estadísticas”. Asimismo se encuentran textos, donde en una suerte de fábula, objetos o animales viven experiencias que pudimos o podemos vivir cualquiera. Ninguno me impresiona tanto como “Lección de supervivencia”, en el que describe la manera como el pepino o carajo de mar se defiende del enemigo expulsando las vísceras hasta quedar vacío, o “El oscuro, el cual toca dos momentos extremos del escorpión: cuando de noche utiliza “el aguijón traicionero”, pero enloquece con un “pequeño círculo de fuego” súbito y se aniquila a sí mismo. “El oscuro” tiene un vínculo magnético con otro epigrama feroz titulado “El envidioso” (Las herencias).
   Hay poemas en su último libro (Explicaciones no pedidas) que contienen aspectos característicos que resuelve de modo notable: son más sugerentes, el yo se convierte de forma más natural en nosotros, trabaja con mayor precisión el verso objetivo y los juegos de contradicciones personales encuentran muy bien su síntesis como cuando las estalactitas y las estalagmitas se unen en una sola columna. Pongamos dos emotivos ejemplos sobre esto último. Uno:
Lo oscuro pare la luz, y eso consuela
Y el último verso del libro:
El desamor del que amas te hace libre
   Al final de su obra, si nos atenemos a sus versos, parece que se ha llegado a un sitio donde Dios ya no está y emblemáticamente nadie puede salvarse “en caso de emergencia” en el avión que el destino dispuso.
   Cuando desde la casa del corazón un poeta o una poeta habla hermosamente, cuando sus versos de dolor, de tristeza o de rabia, le pertenecen a quienquiera que ha sufrido, se ha entristecido o conocido la ira, el poeta cumplió su función y la poesía su misión. La poesía de Piedad Bonnett tiene esa inagotable virtud.






Marco Antonio Campos (México, D.F., 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005. La editorial El Tucán de Virginia volvió a reunir en 2007 su poesía en un solo tomo: El forastero en la tierra (1970-2004). Es autor de un libro de aforismos (Árboles). Ha traducido libros de poesía de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de Andrade, y en colaboración  con Stefaan van den Bremt, Miriam van Hee, Roland Jooris, Luuk Gruwez, André Doms y Marc Dugardin. Libros de poesía suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano y neerlandés. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005). Y en España, el Premio Casa de América (2005) por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004, se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile. En París es miembro de la Asociación Mallarmé. En el 2009 obtuvo el premio de poesía Ciudad de Melilla, España.








lunes, 11 de marzo de 2013

Reseña a La vida breve de Isaac Goldemberg

La vida Breve. Antología personal. Isaac Goldemberg 



 
Isaac Goldemberg Bay, La vida breve (Antología personal, 2001-2012). Cajamarca: Fondo Editorial de la Universidad Privada Antonio Guillermo Urrelo, 2012

Por Manuel J. Santayana
Academia Norteamericana de la Lengua Española

En año tan reciente como el 2009, el profesor y ensayista Rodrigo Cánovas, de la Universidad Católica de Chile, lamentaba en un estudio la escasez de investigaciones académicas sobre las letras judaicas in Iberoamérica. El aserto es parcialmente justo; sobre todo si se piensa en la atención  que aún aguarda de la crítica especializada la obra de poetas judeo argentinos como Israel Zaitlin (que publicó su obra con el seudónimo «César Tiempo»)  y Carlos Grunberg, o la de un prosador de la talla de Alberto Gerchunoff, autor de Los gauchos judíos y Argentina, país de advenimiento.

            En el último cuarto del siglo XX, sin embargo, nombres como los del chileno Ariel Dorfman  y el argentino Isidoro Blaisten conquistaron un amplio círculo de lectores. Ana María Shua, autora de novelas, de cuentos infantiles en la tradición judaica y de formidables microrrelatos, ha sido desde entonces objeto de la crítica más elogiosa. No he querido extenderme en las citas antes de detenerme en la figura del autor cuya antología poética es el objeto  de esta reseña: Isaac Goldemberg Bay (Perú 1945), cuya obra de polígrafo incluye la poesía, la novela y el teatro.  A partir de su primera novela, La vida a plazos de don Jacobo Lerner (a la que seguirían otras cuatro), escritores eminentes de la generación anterior en diversas latitudes del continente (Vargas Llosa, Pacheco, Sarduy) reconocieron la aparición de un nuevo y alto valor de la narrativa hispanoamericana. Su peculiaridad, dejando aparte su excelencia literaria, consiste en que se trata del primer escritor judeoperuano de relieve continental y el que dio a conocer en escala internacional aspectos, por muchos ignorados, de las luchas cotidianas, de los tropiezos y logros de los judíos del Perú, y de su difícil inserción en la urdimbre social de aquel país sudamericano. Sin llegar a una carnavalización de la escritura, Goldemberg, cercano aún a las audacias del «Boom» y haciendo inteligente uso de aquel ejemplo, se sirvió de las diversas voces de sus personajes, de crónicas periodísticas y de otros textos alusivos a la realidad peruana del tercer decenio del siglo pasado para dar una imagen, matizada de humor sombrío, de imaginación creadora y de distancia crítica, de la presencia judía en el Perú.  Hoy, 33 años después, Jacobo Lerner es una obra paradigmática, ejemplar de nuestra literatura, representativa de su universalidad y de su riqueza permanente.

            No podía yo eludir la mención de obra tan importante al escribir sobre Goldemberg Bay. Pero el presente texto debe circunscribirse al poeta que, diez años antes de publicar su novela consagratoria, había despuntado en las letras hispanoamericanas con un delgado volumen de poemas: Tiempo de silencio (1969), impreso en España y precedido de un prólogo comprensivo y entusiasta del poeta Hugo Emilio Pedemonte. Es un libro que se articula en un discurso anhelante y cuyo módulo expresivo es el verso ancho, de ritmo premioso, que se extiende en oleadas sobre la página.  Este libro es un temprano anuncio de la antología que me ocupa. En sus páginas encuentra angustiada expresión  la búsqueda de la propia identidad, de la raíz humana  que haga cicatrizar la herida abierta de su etnia doble, judía –con su carga de destierro y dolor– y peruana; marcada esta por la presencia del pasado indígena y  por la educación católica,  plagada de nociones populares sobre lo judaico, hechas de fabulación absurda y de rechazo. Sólo que en Tiempo de silencio antecede a la búsqueda a través de la historia y del arte que signará la obra futura, el sentimiento de una espera angustiosa  a la que ni siquiera el amor da descanso. El punto de partida es el rechazo de «un mundo de leyenda»: todo expresado por modo indirecto. En el primer poema, afirma:

                                   Me hice hombre al fin
                                   y contuve la pena entre los dientes hasta morderme la conciencia.

            En un poema seleccionado de Peruvian Blues, el primer poemario representado en La vida breve, escribe, enfrentándose a la tradición milenaria que lleva en la sangre :

                                   No necesitábamos exámenes de espermatozoides
                                    sino exámenes de conciencia.

La conciencia de la escisión, de la pugna de dos sangres, nacida de la historia y del discurso religioso, cae como una luz implacable sobre las palabras del poeta; una luz que baña con igual intensidad el enfrentamiento a lo fáctico y limitado y la proyección imaginativa y especulativa de sus monodiálogos (para usar el sustantivo que acuñó un angustiado de diversa índole: Miguel de Unamuno). Este conflicto que esclaviza la conciencia, encarna por la palabra en la imagen, hecha de sueño, de sus padres: son imágenes que hablan y a las cuales el poeta interroga, mientras viaja por la historia, se interna en los ritos y misterios ancestrales en busca de la respuesta que elude su inquietud, móvil de su destino de poeta y narrador.

En Los cementerios reales, del 2004, en cuyas páginas el poeta explora el dolor de vivir en una nueva modalidad expresiva, la gravedad desnuda se hombrea con ciertos momentos vallejianos : Rechina el diente en la punta del tenedor /Hoy probó la boca el hambre de Nadie.  (No es el único momento en que recuerda el verbo de aquel maestro contemporáneo: en otro poema de extrañeza vital metafísicamente asumida, Goldemberg Bay escribe: He aquí que saludo la pena de los muebles,/ el único olor de la cocina). Hay en estas páginas del poeta un sabor expresionista que manchará con brochazos de pesadilla otros textos posteriores: los del Libro de las Transformaciones (2007), poemario continuador de aquel agónico discurso con nuevos matices de ironía y donde se traslada al ámbito del Cosmos, la desarmonía de la Historia.  Aquí comienza Goldemberg a dialogar con el arte pictórico (Pisarro, Arshile Gorky); acaso otra manera de buscar su rostro entre las máscaras y los rostros que lo rodean y de abrazar un destino colectivo.

            El «Arte poética» de Goldemberg está dedicada a Paul Celan, cuya obra poética nace de la entraña del dolor y del silencio, y a Gonzalo Rojas, otro nombre clave de la poesía moderna de nuestro idioma. Allí se lee: quien escribe es la red de los sueños/ jalados por la corriente.

            Cuerpo del amor, del año 2012, tiene por eje central el encuentro pasional de la pareja: el gozo del hallazgo mutuo, la desconfianza, la plenitud. Este libro es, pese a que no simplifica sino resume la complejidad de la experiencia amorosa, un oasis dentro de la antología. Tras el violento, amargo episodio del «ángel de los celos», sorprenden al lector las reflexivas, intensas y exactas «Décimas de fino amor». Aquí el poeta muestra su hábil manejo de las formas tradicionales de la poesía española sin por ello insistir en una perfección, por demás elusiva, de aquellos moldes. Siguen a las décimas tres sonetos amorosos que exhiben parejas virtudes. En estos suele haber un ajuste formal mejor logrado en los tercetos que en los cuartetos. Pero insisto en que una adopción mimética de las formas clásicas no es el fin de esta lírica, heredera de las más fértiles conquistas de la Modernidad literaria; inmune, por fortuna para él y para sus lectores, a esa escritura de laboratorio verbal, payasa e intrascendente, que ejemplifican los escritos de un Oliverio Girondo, por ejemplo, a quien Enrique Anderson Imbert llamara “el Peter Pan de la poesía contemporánea”.  En Cuerpo del amor, no obstante, el tono de  celebración aligera la central gravedad del discurso.  La presencia del baile, de los diversos ritmos populares de la América española, se diría que acompaña y define la vivencia erótica como danza: fiesta y compás, pausa de armonía en la ardua tarea de vivir.

Las Variaciones Goldemberg (con su alusión a la música de Johann Sebastian Bach: contrapunto del dolor y la esperanza) son inéditas y cierran La vida breve. En estos poemas finales de la antología, se hace palmaria la identificación del poeta con sus raíces judaicas; pero no desde la religión, sino desde la Historia. Goldemberg asume y exalta el valor de un pueblo fortalecido en la diáspora, aleccionado en el dolor, capaz de prodigar un tesoro de pensamiento y de creación frente a la hostilidad, y capaz de superar el horror del genocidio nazi y de dar testimonio de coraje y de resistencia. No ha encontrado el padre perdido; o, más exactamente, lo ha encontrado en el destino de una comunidad humana forjada a lo largo de muchos viajes, de muchos exilios y quebrantos. De ahí  que el lector sienta sentir mejor que comprender su discurso, que avanza, oblicuo, hacia una visión trascendente este poemario último como obra de reconciliación, de avance hacia la paz consigo mismo y con los otros. El yo étnico, antes inseparable del yo poético, se convierte en voz de una vivencia universal. 

         La lectura de este volumen en su integridad  tan rico y denso de humanidad y de invención poética que es imposible resumirlo aun regresando muchas veces a sus páginaspermite constatar una observación afortunada del narrador y profesor Eduardo González Viaña,  prologuista del libro: la amplia tesitura poética de esta selección antológica, donde se integran por modo orgánico –momentos de una búsqueda esencialel sarcasmo, la anécdota autobiográfica, la alegoría histórica, la concisión epigramática y la efusión lírica, sin apartarse jamás de su realidad de búsqueda impostergable y tenaz. Con los poemas de La vida breve, Isaac Goldemberg reafirma su lugar eminente en las letras de nuestro idioma. Como reza el título de una de sus novelas: tiempo al tiempo.


   
Manuel J. Santayana (Cuba, 1953), Doctor en Filosofía y Letras, es profesor en el Miami Dade College (Miami, Florida). Ha publicado dos volúmenes de poesía: De la luz sitiada (La Florida, 1980)  y Las palabras y las sombras (México, 1992), así como ensayos, reseñas, poemas y traducciones en revistas (Linden Lane, Can mayor, México en la Cultura, Cuadernos Hispanoamericanos). En el año 2012 la editorial Pre-textos de España publicó su traducción e introducción  de las Rimas selectas de Michelangelo Buonarroti. Es miembro colaborador de la ANLE (Academia Norteamericana de la Lengua Española).