martes, 25 de febrero de 2014

La sombra del apostador de Javier Vásconez. Edición cubana

Divagaciones acerca de una línea imaginaria

Por Javier Vásconez

Texto leído por el autor en la 23ª Feria Internacional del Libro de 
La Habana, Cuba. 
País invitado: República del Ecuador


A veces he llegado a pensar que Ecuador no es un país, sino una línea imaginaria cuyo nombre abstracto se lo debemos a los geodésicos españoles y franceses del siglo XVIII. Más aún, es a partir de la misión geodésica que el conjunto del territorio donde se realizaban las investigaciones será conocido bajo la denominación de «tierras del ecuador».

Este sentimiento contradictorio y equívoco, con el que los ecuatorianos nos hemos habituado a vivir, curiosamente, posee su lado enigmático y luminoso, especialmente en el terreno de la literatura. ¿Cómo escribir sobre una línea imaginaria? Los geodésicos trazaron las coordenadas celestes, pero se olvidaron de los habitantes de las tierras del ecuador.

Como narrador creo en el poder absoluto de la ficción. Y no intento volver la espalda a ninguna realidad, al contrario, creo en el afán legítimo de todo escritor de inventar y soñar vidas como la de ese viajero osado, el doctor Kronz (protagonista de El viajero de Praga), quien un buen día llegó a una ciudad y acabó atrapado en un hospital aquejado por la peste. Debo decir que mi tarea ha sido fascinante por haber inventado un país tan ambiguo y personal a partir de la literatura, un país donde cualquier cosa es posible.     
     
Que haya o no un país llamado Ecuador no tiene ninguna importancia. De modo que voy a continuar suponiendo que Ecuador es una línea imaginaria, cuya literatura aún sigue siendo secreta, casi desconocida. Aunque no puedo menos que preguntarme si no estoy en mi perfecto derecho de dotarle a este país de un rostro. Por más de veinte años he escrito acerca de la misma ciudad, Quito, una ciudad azotada por la lluvia y a menudo vinculada en mis libros con Praga, Barcelona, Madrid, París y Nueva York.

A mi juicio las ciudades y los países sólo adquieren sentido y realidad cuando entran en el terreno de la ficción y un escritor hace un mapa de ellas. De aquí podemos deducir que ninguna ciudad existe fuera de la ficción.

De esta línea imaginaria han salido una serie de poetas y escritores, muchos de ellos desterrados en su propio país, los cuales trabajaron para reinventar y proseguir con su talento la ruta señalada por los geodésicos. Ahí están las figuras de Carrera Andrade, Escudero, Dávila Andrade y Carvajal. El ingeniero de minas y poeta Alfredo Gangotena tuvo el acierto de invitar a Henri Michaux a Ecuador, el cual sigue siendo uno de los viajes más enigmáticos realizado por dos poetas. Pero no nos engañemos. Nadie viaja a Ecuador en busca de un mito o de un país. Nadie va a Ecuador por el país mismo, sino siguiendo un delirio individual. Es el caso de William Borroughs, y del poeta Allen Ginsberg, los cuales estuvieron en Guayaquil y Esmeraldas en la década de los setenta, cuando viajaban tras la misteriosa “ayahuasca”, la droga del conocimiento. Así pues, podemos concluir provisoriamente con la idea de que esa línea tan equinoccial y sospechosa, aparece no sólo en la obra de Michaux, sino de forma notable, a puntapiés, en la obra de Pablo Palacio. Hay otros escritores (Jorge Icaza, José de la Cuadra, Pareja, Rojas, etc.) sobre los cuales debería hacer un registro de su paso por la línea imaginaria, pero no soy un historiador de la literatura. En este breve recorrido, quizás incompleto y arbitrario, me he limitado a nombrar a los que tienen conmigo algún aire de familia. Uno habla de los escritores a quienes uno venera o admira, no a los que leemos como parte de una manual oficial de literatura.

¿Dónde encajo pues en esta línea que señala los límites y las fronteras que hoy día es tan necesario abolir?

Si El viajero de Praga fue un abrazo desesperado, acaso un acto de amor y de exorcismo, también fue un puente tendido a la literatura universal— como debe ser, ya que la literatura siempre es un puente, un proceso, una reflexión íntima e individual— cuya composición me permitió moverme sin vacilar por varias ciudades y culturas a fin de atenuar la asfixia literaria que hemos padecido en Ecuador. Escribir El viajero fue una manera de entablar un diálogo, legítimo y sin complejos, con autores como Cervantes, Kafka, Camus y Onetti a quienes he rendido velada o abiertamente un homenaje de admiración. No voy a hacer una confesión, pero nunca he pretendido ocultar las fuentes originales de dónde procede tanto el doctor Kronz como ciertos episodios de la novela. En más de una ocasión, me valí de un espejo a fin de reproducir y distorsionar con mi escritura algunas novelas que siempre he admirado, pues está claro que no escribo para reflejar la realidad, sino para abrir nuevas dimensiones de la misma. Antes había utilizado este recurso en algunos cuentos con el propósito de acercarme impunemente a los originales —no olvidemos: todo escritor es un espía. Detrás de esas apariencias, de esos reflejos, sospecho que empieza el laberinto de mi propia escritura. De ahí que en El viajero de Praga haya tantas alusiones a la novela europea, a la novela de espionaje, como también a ciertos aspectos poco iluminados, sin duda secretos, de la novela negra, la cual, sigo creyendo, es una cantera inagotable para cualquier escritor de la actualidad.

Con La sombra del apostador, en cambio, el estímulo creador fue otro. La novela nació con la imagen de una niña encerrada en una casa llena de perfumes. O quizá fue creciendo con el desenfrenado galope de un caballo en un hipódromo. Aparte de esto sólo conservaba unas cuantas huellas, unos rostros dispersos, y el latido del lenguaje anunciándome el camino a seguir. Arrebatado por el instinto, dejé correr libremente a las palabras, y bajo este impulso creador escribí los tres primeros capítulos. Podía adivinar y sentir aquellas voces torrenciales, desarticuladas, las cuales habrían de configurar ciertas situaciones como los paseos de Lena por los miradores de la ciudad, o las visiones nocturnas del jockey Aníbal Ibarra.


De esta forma volví a inventar la ciudad, imaginé un hipódromo y un hospital. Ajeno a todo referente exterior el mundo había dejado de existir. Mantenía con firmeza las riendas de la única dirección posible, renunciar las convenciones del realismo. Para eso fue decisivo el reencuentro con J. Vásconez, quien ya había debutado como narrador en el cuento Café Concert, y luego ha vuelto a aparecer, más seguro de sí mismo, incluso más cuidadoso de su estrategia en Un extraño en el puerto.

Es evidente que en esta novela aposté por la incertidumbre. No deseaba que estuviera sujeta a ningún modelo establecido, auque toda novela es en sí misma una realidad, una catedral edificada con palabras. En su definición más amplia —decía Henry James— no es sino una impresión personal y directa de la vida. Con absoluta modestia, sin pretender distorsionar las palabras del maestro, yo me atrevería a añadir que es sobre todo un ejercicio de libertad. Algunos piensan —y es un lugar común— que el arte de novelar consiste en contar bien una historia. Una novela es mucho más que una historia, una intriga o un argumento. Creo que es sobre todo una visión del mundo, un instrumento de indagación y conocimiento, y en un nivel más amplio, es un género esencialmente abierto.

Alguien dijo que no se de debe juzgar un texto por lo que enuncia, sino por lo que tiene de inexplicable. En La sombra del apostador espero haber alcanzado, de algún modo, esa región donde convive con el mismo derecho lo más insondable y prosaico de una novela, donde a veces, sólo a veces, accedemos a la áspera y «fiel literatura».

Quito, febrero 2014

jueves, 20 de febrero de 2014

Nueva cátedra Elena Poniatowska

Crean Cátedra Elena Poniatowska en la BUAP

La Cátedra buscará el debate literario y humanista, así como la promoción de la literatura actual



Elena Poniatowska. Foto cortesía © Michel Amado
La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) dio a conocer la creación de la Cátedra Elena Poniatowska, mediante el convenio de colaboración firmado entre esta institución y la Fundación Elena Poniatowska.
Con este hecho se pretende difundir el legado de la Premio Cervantes autora de Leonora y El universo o nada, así como crear un foro de discusión, análisis e investigación en torno a la literatura actual, las humanidades y la obra de Poniatowska.
Para lograrlo, se convocará a escritores y pensadores afines a la obra de Elena Poniatowska, quienes discutirán temas de actualidad en un. La Cátedra se impartirá a través de la Vicerrectoría de Extensión y Difusión de Cultura de la BUAP.



Elena Poniatowska inició su carrera de periodismo en 1953, disciplina que nunca ha abandonado. En 1978 recibió el Premio Nacional de Periodismo en México. Doctora Honoris Causa por ocho universidades y galardonada con el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 2002. En 2013 fue galardonada con el Premio Cervantes. Entre sus novelas destacan: Hasta no verte Jesús mío (1969, Premio Mazatlán), La noche de Tlatelolco (1971, Premio Xavier Villaurrutia, rechazado), Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La Flor de Lis (1988), Tinísima (1992, Premio Mazatlán), Paseo de la Reforma (1996), La piel del cielo (2001, Premio Alfaguara), El tren pasa primero (2007, Premio Rómulo Gallegos) y Leonora (2011, Premio Seix Barral). También ha escrito cuentos, reunidos en De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003).
Su obra ha sido traducida a más de quince idiomas. 

lunes, 17 de febrero de 2014

Antonio Machado: 75 aniversario de su muerte

HETERODOXOS Y DISIDENTES
ANTONIO MACHADO: EL HOMBRE QUE QUISO HABLAR CON DIOS

POR PEDRO GARCÍA CUETO

Antonio Machado
La voz de Antonio Machado sigue presente en los lugares de Soria donde cantó a Leonor, su joven esposa fallecida prematuramente. Hasta las piedras por las que pasa el viajero van diciendo, en susurros, la letanía de aquel amor, que ha impactado para siempre al paisaje soriano.
  Antonio Machado escribe acerca de sus padres, los recuerda con el amor filial en la mirada y dice que sus padres “se habían conocido en una tarde de sol, que yo he creído o he soñado recordar alguna vez”. Muy importante esta idea de Machado, porque toda su obra es como un sueño, aparecen en ella unos paisajes donde se siente soñar la vida y a su gran amor, Leonor: “Yo soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda / en medio del campo verde / hacia el azul de las sierras / una mañana serena”.
  Poema de Campos de Castilla (1912), obra que nos habla del amor por la tierra, de la pasión por Soria, en cada uno de sus rincones, como si la tierra adusta hablase, soñando con el mar. Tierra de interior, con el Moncayo coronando la sierra, con los destellos de luz que el poeta sevillano irá descubriendo, como si fuesen oro en las manos.
 
Manuel Machado
Manuel Machado, hermano de Antonio, nació en 1874, en la casa de San Pedro Mártir, número 20. Un año después, nace Antonio. Son hijos de Antonio Machado Álvarez, hombre vinculado a las letras, andaluz que vive la copla y la poesía. Es un hombre despistado, que sale a la calle sin abrigo en pleno invierno, lo que casi le cuesta una pulmonía grave. En 1869, se licenció en Derecho Civil y Canónico y fundó con otros compañeros la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias, donde publicó trabajos de literatura popular, con el sobrenombre de Demófilo.
  En 1872, el padre del poeta publicó Cuentos, leyendas y costumbres populares. Pero sus hijos ya se hallan en la senda de la literatura, por influjo del padre, su madre, Ana Ruiz, se dedica a criar a los seis hijos de la familia.
  Se instalan en Madrid desde Sevilla en 1883, en la calle de Claudio Coello, número 13, esquina a la calle Villanueva, en el barrio de Salamanca. Machado Álvarez, el padre de los dos famosos poetas, no dudó en matricular a sus hijos en la Institución Libre de Enseñanza, que dirigí Francisco Giner de los Ríos, donde el afecto y la comprensión hacia los alumnos rompía la educación autoritaria de la época.
  El padre de los Machado vive míseramente en Madrid, porque a nadie le interesa su monumental estudio sobre el folklore, porque apenas le pagan los artículos que publica en varias revistas. Mientras, sus hijos estudian y Antonio Machado aprobó el examen de ingreso en el Instituto de San Isidro (donde la Institución Libre estaba colegiada). Suspendió allí Latín y Castellano y aprobó Geografía.
  El padre se marcha a Cádiz, buscando algo de fortuna, pero pronto cae gravemente enfermo y muere el 4 de febrero de 1893, a la edad de cuarenta y siete años, la causa fue una esclerosis medular.

LA LLEGADA DE RUBÉN DARÍO A ESPAÑA Y SU INFLUENCIA EN LOS HERMANOS MACHADO
   Llega el año 1899, Darío ha vuelto a España, pero esta vez va trazando sus contactos con todo el mundo modernista, trata, entre otros, a Valle-Inclán, a Villaespesa y a los otros modernistas. Pero los hermanos Machado ya viven ese ambiente, que tanto les interesa, la literatura, la poesía, su fulgor indescriptible.
  Marchan a París y a partir de junio de 1899, Manuel empieza a enviar unas impresiones parisienses a El País (periódico progresista que ha pervivido hasta la actualidad). En “Una balada de Oscar Wilde”, podemos descubrir que el nunca olvidado encuentro con el gran autor irlandés tuvo lugar en París, donde Antonio y Manuel lo conocieron, en estado lamentable, sin dinero, dos años después de su célebre paso por la prisión de Reading. Fue Enrique Gómez Carrillo el encargado de presentar a los hermanos Machado al autor de tantas obras de gran prestigio como La importancia de llamarse Ernesto o novelas tan magistrales como El retrato de Dorian Gray.
   El encuentro de los hermanos Machado con Pío Baroja en París se produjo en 1899. Para los hermanos Machado el descubrimiento de la poesía de Verlaine marca un estilo de hacer literatura que va a calar cada vez más en la pluma de los dos hermanos, si Manuel se deja llevar por el Modernismo (su libro Alma o Ars Moriendi) Antonio queda para siempre influido por la poesía más arraigada al espíritu noventayochista, al que pertenece, dada su amistad con Baroja, Maeztu y Azorín, entre otros.

LOS PRIMEROS POEMAS DE ANTONIO MACHADO EN LA REVISTA IBÉRICA
  Una vez que regresa a España desde París en 1902, Antonio Machado empieza a deslumbrar ya desde el principio, porque publica en la Revista Ibérica poemas cuyo tema gira en torno a la búsqueda del amor siempre esquivo:
“Ante el balcón florido / está la cita de un amor amargo. / Brilla la tarde en el resol bermejo… / La hiedra efunde de los muros blancos… / A la revuelta de una calle en sombra / un fantasma irrisorio besa un nardo”.
  Todavía no ha encontrado Machado su voz, pero sí deslumbra cierto amor por la palabra y el eco sonoro que deja su música poética. Pero la Revista Ibérica se extingue el 15 de septiembre de 1902, en su cuarto número. Machado, sin embargo, ya escribe su libro Soledades, en homenaje a las de Góngora, pero con distinto tono, sin el barroquismo del andaluz. Lo llama al libro Soledades. Galerías. Otros poemas (1907). Aparecen en Soledades diecisiete poemas aparecidos en la Revista Ibérica, se centra en ellos en los sueños, son caminos donde vaga el fantasma o el alma del poeta, siempre en soledad, podemos contemplar la mejoría de su nivel poético en cualquiera de ellos, con respecto al citado antes:
“¿Mi amor?... ¿Recuerdas, dime, / aquellos juncos tiernos, / lánguidos y amarillos / que hay en el cauce seco?...”
   Ya dialoga con la noche, con el campo, con las estrellas, Machado ya es un conversador con la Naturaleza, en esa búsqueda de Dios en las cosas del mundo. Son temas de este libro el anhelo del amor, el paso inexorable del tiempo, la vida como eterno caminar.

LA CONSAGRACIÓN DE ANTONIO MACHADO CON CAMPOS DE CASTILLA: SOÑAR EL TIEMPO.
  Con Campos de Castilla, Antonio Machado se enfrenta al paso del tiempo, pero también a la idea de soñar la vida, reflejada en la Naturaleza, en la belleza de las cosas, como si todo el campo hablase con el poeta en un diálogo intimista que va a producir el mejor libro del poeta sevillano.
  Machado había estado en Soria años antes, pero será en 1907 cuando se prepara para el curso que empezará a impartir ese año. Su estancia en aquel lugar, es el inicio de un libro de poemas que dejará huella en el mundo literario hasta la actualidad, Campos de Castilla, un libro que nos ofrece la mejor poesía del sevillano, donde se hace una crítica a una sociedad ignorante, a un pueblo casi medieval todavía, en la senda de su espíritu del noventa y ocho:
“Castilla miserable, ayer dominadora / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora / ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada / recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espalda? / Todo se mueve, fluye, discurre, corre, o gira / cambian la mar y el monte y el ojo que los mira…”
   En estos versos ya vemos su mirada hacia una tierra que está bendecida por la Iglesia, un paisaje que lleva el poso de la Edad Media, pero que ha sufrido una decadencia irreversible, un proceso de marcha atrás que no tiene parangón.
  Y sobre todo el retrato donde se confiesa, donde nos regala su voz de hombre llano que conoce el dolor y la soledad, también su profundo amor por la literatura:
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero; / mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; / mi historia, algunos casos que relatar no quiero”.
   La idea de Dios del hombre en soledad merodea en su corazón, todavía no tocado por Leonor Izquierdo, la casi niña que conocerá en Soria y con la que se casa poco después. La muerte temprana de Leonor le lleva a una tristeza profunda que canta en sus poemas:
  “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda / en medio del campo verde / hacia el azul de las sierras / una mañana serena”.
  
Antonio Machado y Leonor
La boda con la niña de quince años que colmó su corazón, se casaron el 30 de julio de 1909, él un hombre de treinta y cuatro años, ella, una niña de quince. Muchos se rieron de ellos, los miraban con asombro, como si contemplasen una boda obscena entre un hombre maduro y una muchacha todavía.
  Machado ya era catedrático de Instituto y a la boda asisten el claustro de profesores del centro donde trabaja, oficia el capellán Isidro Martínez González. La gente maliciosa que entró en la Iglesia para burlarse de ellos se arremolinó a las afueras para reírse del enlace.
   Leonor, enfermiza, va quebrando su salud, hasta morir poco tiempo después, en 1911. Campos de Castilla, su libro clarividente, donde canta a su amada y al dolor de Soria en la mirada, sale a la luz en 1912.
  Machado canta a la tierra amada, al recuerdo de su querida mujer, que no puede olvidar en ningún momento:
“¡Adiós, tierra de Soria, adiós el alto llano / cercado de colinas y crestas militares, / alcores y roquedas del yermo castellano, / fantasmas de robledos y sombras de encinares”.
   Y dirá, sombrío, como si el aire hubiese desgajado su vida: “Mi corazón está donde ha nacido, / no a la vida, al amor, cerca del Duero…/ ¡El muro blanco y el ciprés erguido!”.
  Se marcha a Baeza para seguir dando clases, mientras la luz de Soria se imprime en su corazón, con sus azules soñados y sus campanarios, con la mano de Leonor que le llevaba a la vereda, mientras contemplaban el Moncayo y el río Duero, como si fuesen ángeles en el camino trazado por dos seres que se amaron tanto.
  Los años de Baeza imprimen ese aire de nostalgia que ya anida en el poeta, preso del recuerdo y del malogrado amor, las palabras hieren al pronunciarse, porque viven solo para concitar el recuerdo de su amada Leonor.
   Pero no será en Baeza, donde logre vivir la plenitud de nuevo, sino en Segovia, donde vuelve a recuperar el pulso vital , conoce a una mujer, Guiomar (Pilar Valderrama, una mujer casada que conoció allí) en su poesía, que le devuelve el aire fresco de la vida. De hecho, será Pilar Valderrama la mujer que haga olvidar, en parte siempre, a Leonor, donde el poeta llegó a confesar que se había enamorado de nuevo.
   También es en Segovia donde se hace íntimo amigo de Blas Zambrano, un año más joven que él, hombre parecido al poeta, por su desaliño indumentario, lo que fue siempre una característica de Antonio Machado, su poco cuidado en el vestir, pero también había en Zambrano un espíritu despistado y romántico, como el del poeta andaluz.
  Era Zambrano profesor también, extremeño, había sido previamente profesor en Vélez Málaga y en León. Mientras Machado va escribiendo más versos y en 1923, estando en Segovia, saca a la luz sus Proverbios y Cantares, en ellos sigue viviendo el dolor, como una honda tristeza que le parte en dos:
“Salió a la calle un día / de primavera, y paseó en silencio / su doble luto, el corazón cerrado…/ De una ventana en el sombrío hueco / vio unos ojos brillar. Bajó los suyos, / y siguió su camino…¡Como ésos!”.
   La mirada de Leonor sigue dentro de él, lo mira en sus paseos diarios, en sus horas de clase, en sus momentos de reflexión e incluso le encuentra en sus instantes con Guiomar, Leonor nunca desaparece de su corazón.
Nuevas canciones, 1ª edición
   Si en 1923 el general Miguel Primo de Rivera da el golpe de estado con la imposición de la dictadura, el poeta andaluz sigue su senda de poeta, logrando que el 22 de abril de 1924 se termine de imprimir Nuevas canciones, donde vuelve el recuerdo de su amada: “Contigo en Valonsadero / fiesta de San Juan, / mañana en la Pampa, / del otro lado del mar. / Guárdame la fe, / Que yo volveré”.
   Son pequeños poemas que surgen como destellos, como luces que abren los ojos a la claridad del día: “Para dialogar, / preguntad primero; / después…escuchad”.
   Rafael Cansinos Assens, el célebre novelista y crítico, dice lo que sigue en su periódico Los Lunes de El Imparcial: “el poeta de Nuevas Canciones es el mismo de Soledades. Galerías. Otros poemas, salvo que mucho más cansado y grave, si es posible, y más cargado de experiencia al final del camino”.
   Y mientras  los hermanos Machado se inician en el mundo del teatro, escriben obras tan famosas como La Lola se va a los puertos o La niña de plata, representada en el teatro Lara de Madrid el 19 de enero de 1926 con la famosa actriz Lola Membrives.
   Y uno de los mayores aciertos de Antonio Machado fueron sus reflexiones dejadas en el llamado Cancionero apócrifo donde dio vida a dos alter ego, Juan de Mairena y Abel Martín, dos seres que disertan sobre la vida, ambos docentes, envueltos en el mundo de la enseñanza y de la filosofía.

LOS AÑOS TREINTA. LA ÚLTIMA ÉTAPA DE ANTONIO MACHADO. UN RECORRIDO POR LOS DUROS AÑOS DE LA II REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL.
Fue el 19 de febrero de 1931 cuando se levantó la censura gubernamental, por primera vez desde el inicio de la dictadura (1923) y los periódicos progresistas empezaron la denuncia a la dictadura de Primo de Rivera y a la de los sucesores en el poder. La Segunda República está a punto de comenzar.
  El 14 de febrero de ese año, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala acuden a Segovia para dar el primer mitin de su campaña republicana en el teatro Juan Bravo, junto a Antonio Machado, que preside el acto y presenta a los oradores.
  El domingo 12 de abril comienza el advenimiento de la  Segunda República. El 13 de abril resulta evidente que el triunfo republicano en las urnas municipales significa el fin de la monarquía. El martes 14 de abril la Segunda República ha triunfado.
Pilar Valderrama (Guiomar)
  El 15 de abril cuenta Machado todo lo que ha ocurrido a su amada Pilar Valderrama, su Guiomar, en ella expone el principio de la Segunda República, pero también su cautela ante el éxito de la causa y, además, que no se transformase en un movimiento de exaltados, como ocurrió después.
   No solo Antonio se declara republicano, sino también Manuel, quien ha puesto letra a la música que acaba de componer el alicantino Óscar Esplá para el posible himno nacional del nuevo régimen. Hay que recordar que al empezar la guerra, Manuel Machado simpatiza, sin embargo, con el bando de Franco, frente a la decisión de Antonio de mantenerse fiel con la República.
  El proyecto de Esplá y Manuel Machado no prospera, pero queda como demostración del republicanismo, entonces, del mayor de los hermanos Machado.
  En mayo de 1931, el Gobierno Provisional lanza una de las grandes iniciativas de la República: las Misiones Pedagógicas, cuyo cometido es llevar la cultura a los pueblos y las aldeas más aisladas de la geografía española.
  Pilar Valderrama se marcha ante los acontecimientos que están ocurriendo, ya que, de tinte más conservador, está preocupada por la deriva de los hechos, se marcha a Hendaya, aconsejada por el insigne doctor Gregorio Marañón.
  En el otoño de 1933, en España se respira un ambiente preocupante, las izquierdas se disgregan en infinidad de grupos, las derechas, aprobando la nueva ley electoral, han formado la coalición de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), cuyo líder es José María Gil Robles.
  En marzo de 1934, los hermanos Machado consiguen que su obra de teatro, La Lola se va a los puertos, se transforme en zarzuela. El compositor y guitarrista Ángel Barrios, buen amigo de García Lorca y de Manuel de Falla, trabajó en la partitura desde 1932.
   Machado ya está en Madrid, en el Instituto Calderón de la Barca, ha dejado Segovia, porque su amada Guiomar ya no vive en España.
  En 1936, hay nuevas elecciones, será en febrero  de 1936 cuando triunfe el gobierno del Frente Popular. Una de las primeras actuaciones del Gobierno es amnistiar a los 30.000 presos políticos del llamado “bienio negro”. Los hechos dramáticos se suceden en un ambiente prebélico: el 11 de marzo un grupo de pistoleros falangistas casi logran asesinar al célebre penalista Luis Jiménez de Asúa.
  El 14 de marzo El Sol publica el segundo manifiesto de la Unión Universal de la Paz, firmado otra vez por Machado. El 15 hay un fallido atentado contra el líder sindicalista Francisco Largo Caballero. El 18 de ese mes se declara ilegal, por asociación ilícita a Falange Española.
  Mientras continúa la vida académica de Machado, el 1 de abril de ese año toma posesión de la cátedra de Lengua y Literatura Francesas del Instituto Nacional Cervantes de Segunda Enseñanza.
  El 18 de julio de 1936 empieza la Guerra Civil. Poco después, Machado y toda España reciben la noticia del fusilamiento de Federico García Lorca a cargo de los fascistas. Machado escribe “El crimen fue en Granada”, publicado en la revista Ayuda. Semanario de la Solidaridad. Dice así:
“Se les vio caminar…/ Labrad, amigos, / de piedra y sueño, en el Alhambra, / un túmulo al poeta, / sobre una fuente donde llore el agua, / y eternamente diga: / el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”
   Sería muy extenso entrar en todos los detalles de ese período, por ello, me centro en los últimos momentos de la vida de Antonio Machado. Tras acabar la Guerra y habiendo perdido la República, aconsejados por Corpus Barga, los Machado acceden a parar por el momento (en su salida de España al exilio) en el cercano y pintoresco pueblo pesquero de Colliure, muy frecuentado en verano por artistas y bohemios desde que Henri Matisse y André Derain lo descubrieran a principios de siglo y pintaran allí sus cuadros, llenos de color y fantasía.
Lápida del mar
  La madre de Antonio, Ana Ruiz, está delicada de salud, pero el poeta también ha quebrado su mermada salud y se va acercando al final de su vida. Fue alrededor del 20 de febrero de 1939 cuando Machado, haciendo un último esfuerzo, dictó una carta para su amigo Luis Álvarez Santullano, ahora secretario de la Embajada de España en París. Le asegura a éste que está mejor, pero no es cierto, ya que el 22 de febrero de ese año Machado muere, a las tres y media de la tarde.
   Lo más impactante es que unos días antes de su muerte, encontró  un amigo, en un bolsillo del viejo gabán, “un pequeño y arrugado trozo de papel”, allí, escritos a lápiz, había tres apuntes: el primero, las palabras iniciales del monólogo de Hamlet, el famoso “Ser o no ser”, el segundo, un verso alejandrino, que empezaba por “Estos días azules y este sol de la infancia” y, el tercero, cuatro versos de “Otras canciones a Guiomar”, donde decía:
“Y te daré mi canción / Se canta lo que se pierde / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón”.
   Machado canta a Guiomar, pero dentro de él, sigue Leonor, dejando el corazón herido que no pudo sanar nunca, ya que el dolor sigue en pié, en una España que le obligó a exiliarse, que mermó su salud, hasta dejarlo en un estado delicado y quebrado, que precipitó su muerte.
   El legado de Machado sigue allí, en la emoción de su poesía, en la hondura de sus reflexiones, donde podemos ver la fuerza de un hombre único que un día creyó hablar con Dios (célebre aforismo fue aquel que dice: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”) y que soñó con una España mejor, más humanizada y no envuelta en la barbarie que precipitó la Guerra y que condenó a tantos inocentes. Hoy, más que nunca, las palabras de Machado deben servirnos como luz en el túnel en que vivimos. 








domingo, 16 de febrero de 2014

No hay reloj para el olvido. Nuevo libro de Mirada Malva

Os informamos del nuevo título que La Mirada Malva, en su colección Mirada Narrativa, acaba de lanzar. Próximamente anunciaremos la salida del título en formato epub. Será presentado en Madrid el próximo día 12 de marzo en la sede de la Fundación Progreso y Cultura

LA NOVELA
No hay reloj para el olvido
Una inesperada llamada de teléfono provoca que Lucía se marche en coche a su pueblo. Poco antes de llegar, sufre un accidente que cambia el rumbo de su vida. Junto a ella, hay un borrador de lo que podría llegar a ser una novela. "Las turbulencias del Esla" muestra acontecimientos que marcan la infancia, adolescencia y la edad adulta de nuestra protagonista. Pero no solo le afectan a ella. A su madre le arrancan las ganas de cantar y casi de seguir adelante y así una rica sucesión de tramas secundarias sobre el amor, la traición y la amistad, que atraparán la atención del lector.
No hay reloj para el olvido nos narra con fluidez los distintos modos de vivir y pensar de un hombre que establece que lo que tiene alrededor es mala hierba y aquellas situaciones que hacen imposible el olvido, porque para ello es inevitable realizar todo un recorrido vital. Pero la obra nos enseña que siempre puede surgir un extraño que lleve la situación al límite y permita que nazcan nuevas oportunidades.
Esta novela, con un lenguaje claro, explora en los sentimientos y emociones de los personajes que, con esperanza, van resolviendo sus interrogantes.

Martina Robles 
LA AUTORA
Martina Robles Rodríguez (Arcos de la Polvorosa, Zamora, 1967). Licenciada en Derecho. Ha desarrollado su actividad profesional en empresas privadas y en diferentes ONGs. Ha sido profesora de estudiantes de Secundaria y ha dirigido y coordinado distintos programas sociales y culturales. Es profesora en talleres de animación a la lectura y de escritura creativa. La Asociación Colegial de Escritores de España ha publicado dos de sus relatos: “Cama caliente“ y “La palabra en el fuego”. Por su parte, el Centro de Estudios de la Mujer, de Las Rozas, Madrid, en el 10º concurso de relatos cortos de María Moliner ha publicado su relato “El sol de abril”.

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miércoles, 12 de febrero de 2014

Menos cuento que Calleja. Nuevo libro de Mirada Malva


Menos cuento que Calleja (Narrativa)

Encarnita Vital Sacramento

Os informamos del nuevo título que La Mirada Malva, en su colección Mirada Narrativa, acaba de lanzar. Próximamente anunciaremos su presentación y la salida del título en formato epub.

"En este libro que tiene entre las manos, osado lector, y que acaso haya robado usted de la librería de su pueblo, tenga la desventura de haberlo recibido como regalo (o castigo) y obviamente no puede usar para calzar mesas, Encarnita Vital Sacramento presenta dos de sus armas literarias más valiosas:

      En el tomo I, los cuentos cortos, en la tradición secular del señor Calleja, donde la escritora exprime el vocabulario para dejar unos cuentos diminutos pero completos e intensísimos. Encarnita se disfraza de “álteres egos” y hace confluir todas sus épocas y todas sus voces en lo que parece una sola y sinfónica. Se dirían escritos por un pulpo de diez manos.

      En el tomo II, de producción más reciente, la señora Vital se deja acompañar por formas literarias muy novedosas, casi revolucionarias y vanguardistas, y se pone en la cresta de la ola: practica Haikus y Greguerías con cuidada y sana alegría haciendo de las últimas tendencias narrativas, el lugar donde innovar, crear y, por qué no decirlo, desbarrar"

Grupi Glío (Milano)

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martes, 11 de febrero de 2014

Presentación de libro: Amores infieles

Queridos amigos:
El próximo viernes 14 de febrero de 2014, a las 20.00 horas, tendrá lugar la presentación del libro Amores Infieles. En el salón de las voces vírgenes, coordinado por Antonino Nieto, en la Sala Estafeta del Ateneo de Madrid (C/. Prado, 21. 28014 Madrid. Tlf.: 91 429 74 42).

Intervendrán en el acto:
Miguel Losada, secretario de la Sección de Literatura del Ateneo y poeta,
Basilio Rodríguez Cañada, presidente del Grupo editorial Sial-Pigmalión,
y Antonino Nieto Rodríguez, poeta, autor y coordinador del libro.
Y los autores: Héctor Acebo, Patxi Andión, Idoia Arbillaga, Mila Aumente, Francisco Balbuena, Eloy Boán, Justo Bolekia Boleká, Malgorzata Budzinska, Luis Alfonso Díez, Luis Farnox, Verónica García, Héctor Huertas, Ramón Jiménez Pérez, Manuel Juliá, Alberto Lauro, José Luis López Amigo, César López Llera, Aníbal Malvar, José Menéndez, María Antonia Ortega, Manuela Paso, Gonzalo Pernas, Ángel Petisme, Cecilia Quílez, Emilio Ruiz Barrachina, Carlos Salem, Antonio J. Sánchez, Julio Santiago, Ángela Sayago Martínez, Luis Suárez, Anissa Tejada, José María Triper, Consuelo Triviño, Isabel Valverde, Xabier Vila-Coia, Alfredo Villaverde Gil, Pedro Víllora.
Alberto de Casso con Paula Llorens, Alberto Úbeda, África Hurtado y Julio Alonso.
Antonio Culebras y Eva Lyberten.
Guillermina Royo-Villanova y María Maier.
Juana Vázquez con Rafa Mora y Moncho Otero.
César López Llera con Lidio Sánchez Caro, Nüll García, Joaquín Oliván, Paula G. Quintana y Marta Malone.
¡¡Os esperamos!!

Pigmalión Edypro
C/. Bravo Murillo, 123, 3.º Izda., 28020 Madrid
Teléfono: 91 535 41 13 - Fax: 91 535 70 53
Correo electrónico: info@pigmalionedypro.es

Revista Ómnibus n. 45. Especial poesía centroamericana

Revista ómnibus n. 45. Especial poesía centroamericana
Queridos amigos,
Ya está disponible el nº 45 de la revista ómnibus, donde os ofrecemos el especial sobre poesía centroamericana, selección y coordinación de Zingonia Zingone y Otoniel Guevara, edición de M. Ángeles Vázquez.
Nuestro agradecimiento a Mario Meléndez por su cooperación en este número.

Acceso al número completo de la revista: 
Un tapiz en el Centro: Un coro de poesía contemporánea de América Central.

La poesía de esta región se parece a su historia y a su naturaleza. Ligada amorosamente a la tierra, pasó de la ceremonia de la muerte a la de la destrucción. Colmada de adioses, se aferra a los hijos y al maíz. Lo que hace su mano atlántica nunca lo sabe su mano pacífica. La desigualdad y la diferencia son lo que hacen de Centroamérica una identidad irracional [...] La presente muestra nos permite dialogar con diversos textos desde otra perspectiva [...] Sus secciones dan cuenta de poemas que aparecen unidos por un mismo tópico, un mismo temple, generando en el lector esa empatía necesaria que lo aproxima al hallazgo y al asombro.
En este número, dada su trascendencia, se ha obviado la siempre iluminada poesía del Caribe, con toda su carga vital y emotiva, que será, sin duda, objeto de estudio en un próximo número de la revista.


Equipo de dirección
Revista ómnibus 

sábado, 8 de febrero de 2014

Momentos marroquíes. Poemas de Astrid Cabral

Astrid Cabral


Os invitamos a leer los poemas de la escritora brasileña Astrid Cabral, traducidos al castellano por Sylvia Miranda, narradora y poeta peruana radicada en España y con una hermosísima composición visual realizada por Miri Félix, con fotografías de Raúl Félix de Sousa.

Podéis acceder en el siguiente enlace:

MOMENTOS MARROQUÍES. ASTRID CABRAL


miércoles, 5 de febrero de 2014

Las apuestas de Javier Vásconez. Sobre La sombra del apostador

Las apuestas de Javier Vásconez

Por Sylvia Miranda
               
El año en que Roldán salió de la cárcel hubo un accidente en el hipódromo y el arupo del doctor Kronz no floreció, pero yo seguía soportando la misma lluvia dispersa, monótona, el mismo paisaje de todos los días. Así comienzan las primeras líneas de La sombra del apostador de Javier Vásconez, publicada por primera vez en 1999 y cuyo embrujo sigue capturando al lector que se sumerge en sus páginas. En las líneas citadas, sin que lo sepamos todavía, está ya toda la trama servida: un ex-presidiario, un evento trágico, un elemento de la naturaleza que trastoca su ritmo vital, la monotonía de una ciudad donde no para de llover y un escritor, “un cronista sin convicción” que, casi a desgano, nos va a contar cómo todo esto se va convirtiendo en una novela, señalándonos las cartas, pero ocultándonos el juego, tejiendo delante de nuestros ojos y con nuestra complicidad esa verosimilitud de la ficción, poblada de símbolos de una realidad latinoamericana compartida. Si la narrativa de Vásconez nos captura desde el primer instante es porque nos revela un tono, una atmósfera, un espacio que están en nosotros como latinoamericanos, pero también como individuos, angustiados por nuestros sueños, por la necesidad de avizorar alguna luz frente a la barbarie cotidiana.
                Por ello, la primera apuesta de nuestro apostador literario es la de conducirnos por una ciudad inventada, que se va esbozando poco a poco en la novela como una ciudad andina, con una historia de aislamiento, un espacio que parece situarse a caballo entre dos épocas indefinidas, una que pertenece al pasado que obsesiona y otra nueva que no termina de llegar, como la propia geografía figurada borrosamente entre una zona antigua y unas afueras modernas y destartaladas que no terminan nunca. Como la vieja fotografía de la que parte la historia, la ciudad es sobre todo una intimidad, un lugar donde la lluvia entristece pero cobija, se interpone en la vida pero relanza el sueño; es el reino de Sofía, la mujer deseada, que camina por sus calles dejando el duro perfume de su belleza. Es el espacio que el periodista, alter ego del autor, muestra como un universo por el que asoman unas calles, un hotel, un anticuario, bares y pequeños restaurantes familiares, higueras y eucaliptos bañados por la nostalgia; allí conviven el jockey Aníbal Ibarra y su mujer con el dolor del hijo muerto, allí la rubia y joven inmigrante rusa Lena se pasea en bicicleta y adorna con flores las tumbas del cementerio. “La ciudad es la memoria del lugar donde uno habita o un álbum abierto donde se conservan los recuerdos de una felicidad pasada y mentirosa. También es una forma de convivir con los fantasmas del amor.” La ciudad de la novela de Vásconez es un punto en la geografía sentimental del autor, un lenguaje haciéndose lugar, una forma de ser, una invención, una ciudad posible o “una réplica afortunada”.
La estructura de la novela es otra de las grandes apuesta en la que Vásconez brilla con la experiencia de los maestros, esto quiere decir, dándolo todo por el todo, presentándonos bajo un sencillo esquema policial que vertebra el relato, otras múltiples formas de la ficción que son las que le otorgan a la novela su densidad, su complejidad discursiva, su gran contenido lírico y simbólico, mezclando la invención con las formas reales del recuerdo, preferencias literarias, hechos biográficos, perspectivas, angustias personales, donde sus personajes van adquiriendo unos colores muy particulares y unas señas de identidad que los individualizan por encima de lo esperable. Por eso, aunque el crimen que estructura la trama de la obra se cumple escrupulosa e inexorablemente, ése, no es el final de la novela, el final no se nos cuenta por adelantado, nos vamos acercando a él paulatinamente, a medida que la novela nos sorprende con nuevos detalles, que los ritmos del lenguaje se precipitan, que las vidas de los personajes se nos revelan más íntimamente y un instinto de justicia nos indica que las cosas no pueden ser así de trágicas e implacables, que debe haber algo más. En ese instante, una angustia tensa el relato y la imaginación, rica en metáforas y estrategias, responde con otro desenlace, porque como decía Gaston Bachelard, la imaginación es “una facultad de sobrehumanidad”.
Javier Vásconez
Vásconez juega con nosotros, nos asegura con ciertas pistas y luego nos desconcierta, es el narrador omnisciente que domina el relato, pero es también quien se encarga de extraviarnos y volvernos a la ruta del mismo, es quien nos examina indirectamente, para ver si sabemos dónde estamos, cuando dice intentando ordenar los entretelones de la trama: “Más allá de los rumores, lo que yo no podía saber es que habían intervenido tres hombres y un caballo para que todo se cumpliera a la perfección (…) Tres hombres eran culpables, uno estaba muerto y el único inocente era el caballo.” Su narración está surcada por un fino toque de humor, cierta ironía que le permite reírse de sí mismo cuando Roldán, uno de los personajes principales, en esa vieja y modesta habitación del Hotel Manhattan, escucha por la radio una entrevista hecha a un escritor, un tal J. Vásconez,  al que le preguntan entre otras cosas: “¿Qué pasa en la cabeza de un asesino o en la mente de un poeta cuando va a iniciar su obra de arte? Ahí radica el reto para un escritor. Porque todo asesino es un perfeccionista, es decir, un artista…”, a lo que Roldán, verdadero asesino, reacciona diciendo en voz alta y tirando la radio: “¡Qué sabe este tipo de esas cosas!”. Vásconez consigue que sus lectores estemos todo el tiempo activos, atentos, para no perdernos bajo la falsa tranquilidad de una historia consabida. Otra de sus estrategias es la de permitirnos interferir en su relato a través de sus personajes. Un ejemplo maravilloso se produce cuando Roldán y la bella Lena se encuentran, uno quisiera advertirle a Lena que ese tipo es un asesino, que ese tipo no le conviene, que con él sólo correrá peligro, entonces Vásconez nos complace y pone en boca de uno de los vendedores de la librería donde trabaja Lena la frase que todos anhelamos: “Este tipo mató a una mujer en un bar.” Frase lapidaria. Vásconez nos complace, no así Lena. Roldán y Lena son cada cual, a su manera, dos niños tratados injustamente por la vida y están hechos, por suerte, para acompañarse, como la bella y la bestia del cuento infantil.
La otra apuesta es la de vislumbrar una salida a ese destino fijado por los gobernadores de un mundo podrido históricamente por el poder y la codicia sin límites de una clase dirigente que, en la novela, forman el rico Coronel Castañeda, “vicioso y corrupto”, el ambicioso y servil Alcalde Douglas Castillo y, su ejecutante, Roldán, asesino y víctima a su modo. Todo estaba ordenado para que el jockey que montaba al favorito Solimán, se dejara ganar la carrera sin lugar a dudas, pagando con su vida la multiplicación fabulosa de las ganancias del viejo y codicioso Coronel. Nos gustaría que alguien salvara al pobre Aníbal Ibarra de este horrendo concierto, pero esto no sucederá. Sin embargo, el codicioso tampoco vencerá, Solimán llega victorioso a la meta arrastrando el cuerpo de Ibarra, destruyendo con la fuerza de su naturaleza la criminal conspiración. La presencia de Solimán suple la imposibilidad humana de verdadera justicia, porque en la novela nadie se salva, ni el periodista crítico y angustiado, dejándonos en una sobrecogedora situación de vulnerabilidad instituida, con la sensación de estar presos de un destino injusto al que no podemos escapar ni como individuos ni como sociedad. Por eso, la justicia viene de la vida auténtica, pura e irracional simbolizada en Solimán, aquella que subyace personificada en todos los niños que aparecen en la novela, aquellos que, en el velorio de Ibarra, “sin inmutarse, se defendían de los rezos juntando tapas de cerveza y haciendo círculos de rosas en el piso.” Solimán será el que termine con el Coronel, que ebrio de rabia, de lujuria y de alcohol decide juntar en su habitación los trofeos de su abyecta existencia: Sofía, su hija extramatrimonial y víctima de incesto desde la infancia y el caballo vencedor al que castiga salvajemente y que logra lo imposible verosímil, dejar agonizante al Coronel. Pero la novela va más allá de la extraña justicia de este mundo y finaliza con otra imagen, la de la fuga de Lena y Roldán de la ciudad que, como los personajes que cierran La vida breve de Onetti, van hacia una suerte de eternidad, inaugurando un espacio único e inolvidable.
Poder pasear por una ciudad inventada que deje algo entrañable adherido a nuestra alma, recorrer el eje de una trama y descubrir que sólo era el pretexto para adentrarnos y abrumarnos con el bosque, como le pasó a Ulises al llegar a Ítaca, sentir la felicidad que le es propia al arte muy por encima de los contextos que describa y de la propia realidad que la nutre, porque la magia está siempre en cómo se cuenta la historia, son sólo algunas de las ganancias de nuestra apuesta lectora.

Sylvia Miranda es escritora y Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid, sus investigaciones versan sobre el imaginario urbano y la poesía de vanguardia peruana. Entre sus últimas publicaciones están el ensayo Caminantes por una tierra baldía. T.S. Eliot y E. A. Westphalen. Una lectura transtextual de Las ínsulas extrañas, Madrid, Del Centro Editores y su libro de relatos Las mañanas sagradas, Madrid, Catriel, ambos de 2011. Asimismo, ha aparecido recientemente su edición de 5 metros de poemas y otros textos de Carlos Oquendo de Amat, Ica, Biblioteca Abraham Valdelomar, 2012 y su poemario La foudre demain, (con pinturas de Sylvie Lobato), La Rochelle, Les Arêtes Editions, 2013.