jueves, 15 de diciembre de 2016

50 años de la revista Aleph

n. 1 Revista Aleph, 1966

Ciencia y Humanismo



50 años Revista Aleph (1966 - 2016)

Compilador-autor y Editor: Carlos-Enrique Ruiz

Manizales, Caldas, Colombia, noviembre de 2016, 

610 páginas, 1ª edic. 


ISBN: 978-958-8730-75-2


Preparación editorial:

Alianza Universidad de Caldas y 
Universidad Autónoma de Manizales 

lunes, 12 de diciembre de 2016

Homenaje a Juan Carlos Rodríguez


Homenaje poético de Álvaro Salvador a Juan Carlos Rodríguez

Juan Carlos Rodríguez











LOS MOLINOS DE TU ESPÍRITU




A Juan Carlos Rodríguez

And the world is like an apple
Whirling silently in space
Like the circles that you find
In the windmills of your mind

(“The windmills of your mind” de Noel Harrison)

Esta mañana giran en mi cabeza,
revueltos con las lágrimas,
giran en un torbellino, sin cesar,
como ruedas que dan vueltas sobre ellas mismas
o como un tiovivo lleno de recuerdos,
giran y giran sin cesar
los molinos de tu espíritu.

Entre miedo y migraña se abre paso
la extraña voz de José Feliciano,
más cercana que Harrison,
más cerca del Steve McQueen que creímos ser,
más allá de tu Margarita y la mía,
la que nos traicionó en la mansión
de Beacon Hill en Boston.

Nunca te lo conté, pero años más tarde
estuve en la puerta de aquella misma casa,
cumpliendo un sueño modesto, acompañado
de otras margaritas,
y los molinos de nuestro espíritu
se apoderaron esa tarde de mí
como ahora se apoderan,
como las manecillas de un reloj que dejan atrás el tiempo,
como una bola de nieve que rodara por Charlestown
hasta caer al mar.

Nunca llegué a decirte cuánto fueron míos
los molinos de tu espíritu,
cómo te comprendí las tardes silenciosas
en la calle Silencio
y las tristezas del alcohol,
las impotencias del saber,
las angustias profundas del deseo.
¡Cómo las compartí!

La voz de Feliciano se repite en mi cerebro
y gira y gira sin cesar, esta mañana,
revuelta con las lágrimas
y los molinos de tu espíritu y el mío
que giran y giran sin cesar
como ruedas que dan vueltas sobre ellas mismas,
como un tiovivo lleno de recuerdos.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Juan Gil-Albert y el exilio español en México

Presentación


Juan Gil-Albert y el exilio español en México de Pedro García Cueto

Valencia: Generalitat Valenciana, 1ª edic., 2016


Juan Gil-Albert y el exilio español en México
Juan Gil-Albert y el exilio español en México
Juan Gil-Albert, poeta alicantino, bebedor de la savia de la tierra mediterránea, aquel que inició su periplo hacia tierras valencianas a los nueve años, el mismo que decidió dejarse llevar por la estética de una primera prosa decadentista, el que luego llegaría a la poesía antes de la Guerra Civil española. Su compromiso ideológico con la Segunda República le hizo aislarse de ese mundo de refinamiento, unirse al pueblo.
Se marchará en junio de 1939 hasta julio de 1947. Se trata del exilio ante la victoria de Franco, de la necesidad de desaparecer de una España que ha perdido los ideales progresistas y que se ve envuelta en el espíritu de la “Cruzada nacional”, de las hordas falangistas y de la derecha más radical.
Por todo ello, por su compromiso con la Segunda República, por su poesía donde denuncia la barbarie de la guerra, por su amistad con todos aquellos que fundaron revistas combativas en contra de los golpistas, entre ellos, él, el cual fue secretario de la revista Hora de España, tuvo que exiliarse de nuestro país.
En este libro, pretendo recorrer algunos momentos de ese exilio, sin olvidar la labor dedicada a las revistas con anterioridad al exilio (la labor en Hora de España) y en el mismo (Taller, entre otras), sin dejar a un lado su mirada, la de un hombre que, pese a que vivió unos años en algunos países de Hispanoamérica (sobre todo, en México) no abandonó nunca su raíz española y su amor por la tierra levantina que tanto quiere.
José Carlos Rovira, gran estudioso de la obra de Juan Gil-Albert, comenta en su libro Juan Gil-Albert, editado por la Caja de Ahorros Provincial de Alicante en 1991, acerca de su exilio americano y la nueva actitud que cobran sus escritos lo siguiente: “El escritor vive en esos años un reencuentro con la literatura en un marco diferente a la creación que la historia determinó en los tres años anteriores: de “mi voz comprometida”, la escritura se desplaza en el exilio a una construcción de intimidad –nunca evitada en cualquier caso en la poesía bélica-que tiene dos símbolos constructores: Las Ilusiones (el título del libro aparecido en 1945 en Argentina) y El convaleciente (una parte de ese libro) en la que el sujeto lírico recupera literalmente las posibilidades de vivir” (p. 48).
Muy cierto, porque su exilio americano representa una ruptura con la poesía de tema bélico, motivada por la Guerra Civil española y un abandono de su primera prosa decadentista hacia una prosa hecha de mayor contenido ético y estético, como reflejará su novela Tobeyo o del amor, escrita en México en este período. También Las Ilusiones representa un libro de poemas más maduro que los anteriores, de gran calado emocional y con grandes resonancias líricas y estéticas.
Por todo ello, afirmo que su exilio americano fue lo suficientemente fructífero como para impulsar una obra mayor que irá creciendo, con ímpetu y vigor, a la vuelta del mismo, en 1947.
Las preguntas que el escritor Juan Malpartida se hace en la revista Letras Libres en el artículo que dedicó al escritor de Alcoy titulado “Juan Gil-Albert en América”, son realmente importantes: “¿Por dónde anduvo Gil-Albert? ¿A quién trató? ¿Qué buscó en esa ciudad ya en pleno crecimiento, y dónde podía contactar aún con un grupo de escritores que, tanto por su calidad como por sus intereses, tenía que ver con la generación suya del 27? ¿Qué pensó de Villaurrutia, de Reyes, de Pellicer?” (p. 2).
Todas esas preguntas demuestran un escaso conocimiento de ese período, como si Gil-Albert sólo hubiese dejado retazos en sus obras de algunos hechos, pero hubiese guardado en el baúl de los secretos momentos importantes de ese pasado. No trataré de descubrir lo que no se ha mantenido en documento alguno, pero sí de desentrañar cuál fue la pasión mejicana de Gil-Albert, qué importancia tuvieron sus colaboraciones en revistas, qué impresiones tuvo de la ciudad de México (nada mejor que el Tobeyo o del amor para descubrir páginas deslumbrantes de la ciudad), su amistad con Octavio Paz, etc.
Nadie mejor que César Simón, tan admirador de la obra de su primo, tan entusiasta de su mundo poético que se baña reiteradamente en sus aguas para comprender su mundo, realizar su tesis doctoral, escribir artículos y libros sobre el escritor de Alcoy, cuando nos habla del ocio creador que desarrolló en México. Lo dice en su libro Juan Gil-Albert: De su vida y obra, publicado en Alicante, en el Instituto de Estudios alicantinos, en 1983. María Paz Moreno, gran especialista del autor nos lo recuerda: “tiempo que el escritor llenaba escribiendo, leyendo, asistiendo a espectáculos, visitando a sus amigos o simplemente paseando” (p. 41). Estas líneas pertenecen a la edición de su Poesía Completa publicada por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert y la editorial Pre-Textos en el año 2004. La investigadora murciana lo llama ocio creador y estoy de acuerdo, ya que nunca el poeta alicantino dejó de ver el mundo desde el ocio, pero sin olvidar que éste era el germen, la raíz para producir una obra fecunda, nacida de su pasión por el lenguaje y por el mundo.
La vuelta a España, en 1947, sería el momento de otro tipo de exilio, el interior, motivado por las dificultades de publicar en el cerrado espacio del franquismo. Pero el poeta alcoyano fue gestando una obra sólida que triunfará en los años setenta cuando reconocidos poetas de la citada generación (Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Pedro J. de la Peña, Jaime Siles, Ricardo Bellveser, Francisco Brines (algo más mayor y perteneciente a una generación anterior), etc) supieron reconocer el esfuerzo de Juan Gil-Albert por tejer una obra clásica por sus dimensiones literarias, estéticas y humanas.
Como nos señala Ángel Luis Prieto de Paula en la introducción a la Poesía Completa ya citada, Las Ilusiones es un libro que podría haber posibilitado una revolución al mundo monocorde de los años cuarenta con los dos ejes vertebrados por la poesía garcilasista y los poetas desarraigados, pero al publicarse en Buenos Aires, en el exilio, el libro no tendrá la repercusión que hubiese merecido, sino muchos años después: “El hecho de que este libro fuera editado en Buenos Aires, y de que su autor estuviese viviendo su exilio mexicano, es determinante para explicar su ya aludida falta de rendimiento respecto a la poesía más joven” (p. 15),
Pedro García Cueto
Pedro García Cueto
El hecho de no estar al alcance de los lectores españoles en los años sesenta, fue, para Guillermo Carnero, la razón que justificó su falta de éxito. Todo ello corrobora lo que ya decía antes, tras el exilio mejicano, vino el exilio interior, la falta de repercusión de una obra muy importante para nuestras letras contemporáneas.
Mi intención es reivindicar, de nuevo, a Gil-Albert, como ya lo hice en los dos libros anteriores (La obra en prosa y El universo poético de Juan Gil-Albert) porque su obra merece nuevas lecturas y su contribución en las revistas de la época, su ocio creador durante el exilio americano, merecen, de nuevo, este homenaje que le brindo en las páginas que siguen.

PEDRO GARCÍA CUETO

sábado, 10 de diciembre de 2016

En homenaje a Adolfo Cueto

EN HOMENAJE A ADOLFO CUETO, LUZ QUE SE EXTINGUIÓ COMO UNA LLAMA

POR PEDRO GARCÍA CUETO

Adolfo Cueto
   Parece difícil escribir cuando está caliente su mirada, sus ojos atónitos ante el desconcierto del  mundo, parece complejo expresar el dolor si es tan hondo y oscuro, como un túnel donde tropezamos a ciegas, ebrios de vida pero, sin quererlo, asustados, temerosos, recordando a Darío, ante “la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”.
    Adolfo Cueto, de origen asturiano, pero nacido en Madrid, vino al mundo un 31 de enero de 1969, comenzó a escribir pronto y en Diario Mundo (2000) recopiló medio centenar de poemas galardonados en distintos premios.
   Fue Premio Emilio Alarcos entre otros, Cueto logró en Dragados y construcciones hacer del poema un sedimento, una semilla donde se cultiva el opio de la vida, esa sed incesante del decir que lleva el poeta, pleno de angustias y soledades, que, a duras penas, entrevé lo luminoso del día, como el sol que filtra las vidrieras de nuestro pensamiento.
    Cueto fue un hombre de sonrisa franca, de pensamiento sobrio, de gran calado existencial. Juntos, como dos náufragos, hablamos del apellido coincidente, él proveniente de Asturias, yo, quizá de un antepasado norteño que no adivino a reconocer. Juntos leímos un día de lluvia en el mes de junio del 2015, en plena Feria del Libro, en una carpa donde oíamos el estruendo de las gotas, como si llorara el cielo, poemas de Aleixandre y Jorge Guillén, junto a amigos tan queridos como Fernando Delgado o Javier Lostalé. Cueto era preciso como un pensamiento, decía el verso con el eco de los que ya han perdido la niñez y enfrentan la vida adulta como una estoica aventura hacia ninguna parte, pero latía vida, entusiasmo, sin dejar el rigor que siempre le caracterizaba.
   Parece que le escucho, mientras las gotas de lluvia acariciaban la lona de aquella carpa, mientras Lostalé cerraba los ojos, como acostumbra, para que las palabras fueran más hondas, para que el lenguaje poético de los grandes del 27 llegase como un viento fuerte que empuja y acaricia a la vez a sus espectadores, había en Cueto una ternura de niño mayor, que ya sabe que el tiempo lo destroza todo.
   Me gustaría recordarlo en dos poemas, pertenecientes a Palabras subterráneas, porque las palabras de Adolfo lo eran, penetraban más allá del eco, envolviendo su dicción en una fuga del mundo, se hacían armonía, cuando él las conjugaba con su voz grave, de hombre que buscaba la niñez en cada paso.
    En el poema “Huérfanos a medianoche”, dice:
“Juguetes rotos por / la resaca de la vida, colillas / azotadas, por el viento / cuando la soledad se apodera del mundo y un dolor / en mí-más grande, madre / que mis días- sobre un /tráfico mudo”
   En el poema vemos al hombre solo, que lleva la “resaca violenta de la vida”, también al hombre que fuma para vencer al dolor, haciendo volutas de humo, como pensamientos heridos por la vida: “colillas / azotadas por el viento”, vive en el poeta la infancia, el deseo de invocar a la madre, siendo ya huérfano, abandonado a la vida, despegado para siempre de la felicidad de la niñez.
   Cueto sabe que toda vida es ruptura, quiebra, cesura, que tras la niñez se abre un camino insondable, donde lo hosco y lo violento lo asolan todo.
   El ruido, ese “tráfico mudo”, porque el exterior no es nada, desprendido de la niñez, hombre en su guarida, protegido por los versos del mundo.
   El poeta busca a la madre, hambriento de besos en un mundo desolador: “dejando esa fractura del adiós / en que te busco”.
    Esa “fractura del adiós” es el despojamiento de la niñez, el ser huérfano para siempre, porque es un hombre que ya no tiene padres, son solo querencias del ayer, cuando realmente vivió la vida, hay un eco de César Simón, del hombre ensimismado que el poeta valenciano nos dejó en “Extravío”, pero también del Brines de “Las brasas”, ese hombre que se ve a sí mismo viejo, hecho ya ceniza cuando fue luz. Vive también ese mundo de Javier Lostalé, ese resplandor del beso, cuando hay un hueco entre dos seres, los que se aman y se pierden en la hondura de la noche.
  En el poema “Marina habla con los árboles”, la protagonista habla con los árboles, ya que la Naturaleza es eterna y nos reconcilian con el mundo, con el niño que fuimos, sabe Cueto que hay una niñez añorada y dice:
“Marina habla con los árboles, entiende / su alta edad, su estremecimiento / del verano en sus hojas. Por su espina dorsal / como a esa rama tierna, recién / brotada, asciende / este coro danzante, sonajero del viento / que le canta al oído”.
   Dice el poeta que el viento lleva un sonido, como aquellos pastores que cantaban a la amada en los antiguos poemas pastoriles, también recorre el físico del árbol, eterno, frente al ser humano, siempre complejo por su mortalidad. El árbol habla, musita, es “coro danzante”, porque se cimbrea en su esplendor de hojas que lo hacen “sonajero del viento”.
   Sin duda, Cueto hace un guiño a la niñez, ese sonajero que acuna al niño pequeño, hay, sin duda, un lenguaje en el árbol, porque para el poeta todo es lenguaje, todo es eco de una voz niña, la de la Naturaleza en su esplendor.
   Dice el poeta: 
“Pecho alado y en paz, / criatura tan adentro / como un cielo de agosto / hacia arriba, en lo alto, / donde canta la vida, donde la vida es / bella aún”.
   Esplende el mundo y el poeta nos invita a sentir el canto de las cosas, todavía hay eco del verano, la infancia perdida aún late en esa estación de sortilegios.
    Valga este homenaje a Adolfo Cueto, quizá ahora encuentre al niño que fue, lejos del dolor adulto, quizá vuelva su tono grave a la Naturaleza, se haga espacio en ese mundo que amó, el de las flores, los árboles, las montañas de esa Asturias añorada, viva en su interior, como un desterrado en un Madrid de coches y de sombras.

   Parece que lo veo aquel día, recitando, mientras  el día iba dejando su torrente de agua, en aquellas lágrimas del cielo que se hacían armonía con los poemas de Aleixandre y Guillén, había un presagio, el del tiempo que cumple su condena, hoy más triste rindo este homenaje a un gran poeta y, mejor aún, un buen amigo.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Curso de Novela Moderna

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