CARONTE EN
EL INFIERNO O
EL UNIVERSO ALUCINADO DE LEOPOLDO MARÍA PANERO
POR PEDRO
GARCÍA CUETO
Leopoldo María Panero vivió una existencia
alucinada, desde esa juventud en la que su padre, el poeta falangista Leopoldo
Panero, infundió una personalidad autoritaria a sus hijos, con una madre,
Felicidad Blanc, que también mantuvo una rigor de mujer burguesa en la
acomodada vida de la familia. Sus hijos, Juan Luis, Michi y Leopoldo, quedaron
tocados por la influencia poderosa de unos padres que les dieron cultura, pero
también el rigor de la biempensante sociedad de la época, donde los pecados son
para adentro y por fuera hay que adoptar la pose de los guapos y felices.
Esta hipocresía pesó mucho en Leopoldo
María, poeta desde niño, hombre que vio la desmesura de la vida desde muy
pronto, en 1968 fue el año de su primer libro, de su primer intento de
suicidio, de su ingreso en el Instituto Frenopático de Barcelona y de su paso
por la Cárcel de Carabanchel después de que lo detuvieran en Madrid, junto a
Eduardo Haro Ibars, por consumo de marihuana y le aplicaran la famosa Ley de
Vagos y Maleantes.
Ese mismo año escribe Así se fundó Carnaby Street, que fue publicado en 1970, donde
Panero ya expresa su desidia de la vida, con versos rotos por los cuatro costados,
llenos de luces y sombras, el poeta es Caronte, el barquero que lleva a los
poetas consagrados al infierno, a través de la laguna Estigia. La comparación
viene porque Panero es el hombre que cabalga entra la razón y la locura, el
hombre que ve más allá que los demás, un visionario del horror de la vida, con
destellos de lucidez y felicidad.
Llegaron Teoría
(1973), Narciso en el acorde último de
las flautas (1979), El último hombre (1983), Heroína y otros poemas (1992), Orfebre
(1994), Guarida de un animal que no existe (1998), Locos de altar (2010). Luego, Visor, con
la mano segura de Chus, el editor, publicó su Poesía, en la edición de uno de los mejores estudiosos de su obra,
el profesor Túa Blesa.
De Panero podemos destacar ese afán de hacer
del poema una escritura automática, como si viniese precedida del surrealismo
que lideró Breton, la poesía es un acto de inconsciencia, surge de dentro, no
debe ser sometido a un proceso de racionalización, sino que llega y se queda en
el poema, para que el lector capte las luces y las sombras que el verso lleva
dentro. Sin duda, Leopoldo conoce el dolor, lo transmite y escribe, perdido
ante el idioma que le enamora, pero que a la vez, le hace sufrir, en una
ascesis que es búsqueda del alma, en un camino oscuro, como fue el de nuestros
místicos, en el proceso anterior a la armonía del hombre y Dios.
Panero escribe, envuelto en el proceso
extraño de la mente, el sueño de la razón que produce monstruos y que, en
Panero, produce poesía rota, con fisuras, pero con destellos, de una
luminosidad cegadora, que hace del poema un mosaico de traducción y
descubrimiento. El poema es, sin duda alguna, un espejo donde mirarse, donde
vemos la deformación del ser, pero, a ratos, la figura tal y como es, con sus
anhelos y sus sueños, pero también, en sus sombras, con sus fracasos.
Panero desbordaba, pedía incesantemente, en
las conferencias, Coca-Cola, con whisky, a veces, también fumaba
compulsivamente, era incoherente en el decir, pero brillante cuando escribía,
desde el infierno en el que habitaba, paseando su góndola, llevando a los otros
poeta, entre ellos su padre, con el odio y el amor en el rostro herido y su
madre, en el complejo de Edipo que arrastraba desde su juventud.
Sus versos son llama que se incendia, por
ello, cito estos que llegan adentro, te hacen pensar, envueltos en la herida de
la vida:
“Y así vivir es mendigar a tus puertas / y esperar a tus pies, y soñar tu mirada en el limbo..”
Panero sabe que escribir es un acto de fe,
con la vida, una postura existencial, que no tiene nada que ver con Dios, sino
una forma de afianzarse a la vida, para eternizarse en el instante del decir,
ya que no lo somos en nuestra existencia, marcada por la muerte futura:
“Yo no sé cómo puede ser tan inmensa mi muerte / ni cuál es el misterio que hace pasar los días…”.
Extractos del poema “Epílogo” de su libro Last River Together, donde Panero ya nos
habla de la vida y la muerte, dos espejos que se complementan, que son uno, en
realidad. Pero también nos habla de la locura, del hombre solo que ya está
marcado por el estigma de lo que no se ve, una luz que solo contempla él, un
espacio donde conviven la cordura y la locura a la vez:
“Quiénes son los hombres que se separan del resto / y andan solos y creen ver en las tinieblas / y se ríen como si supieran, / y andan solos como si supieran…”.
Panero vive su vacío en este poema titulado
“El tesoro de Sierra Madre” de su libro El
que no ve, título cinéfilo, porque nos recuerda a la famosa película de
Huston, su soledad, sus fantasmas, convive con los ruidos interiores, que solo
oye él y que lo hacen un hombre invisible y despreciado, un ser apestado para
el resto, donde vive la convencionalidad, la razón y las buenas maneras, porque
Panero ha pasado el límite, como Novalis, Rimbaud o Robert Walser, seres
heridos por la vida, que se refugian en la locura, para salvar lo que queda de
la infancia perdida, seres incomprendidos en el mundo y desterrados de la vida.
Fue Panero un hombre único, un ser dotado
de la savia que le daba la espontaneidad y el dolor, un hombre que paseó su
mirada alucinada por la vida, que fue incomprendido por la mayoría, pero
entendido por unos pocos, un hombre marcado por unos padres que le enseñaron el
saber estar, que nunca caló en él, porque no era más que hipocresía y mentira,
su rebeldía fue su carta de presentación, su muerte, un silencio final, tras el
fallecimiento de sus hermanos, seres devastados por la vida, por la droga y el
alcohol, pero también por un dolor interior que está por encima de cualquier
alivio artificial.
Como Caronte, Panero navegó en la laguna
Estigia, ahora Huerga y Fierro, con Antonio y Charo, editores clásicos y llenos
de certidumbres, editarán su último libro, dentro de poco, La rosa enferma, título que ya nos dice todo, la belleza de la vida
está enferma, porque siempre el dolor está detrás, Panero lo sabía y con su muerte se llevó el secreto de las
sombras, ahora navega en el Infierno, con otros poetas, quizá riéndose de todos
nosotros, por sacralizar la vida, cuando vale tan poco en realidad.
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