ANA MARÍA MATUTE: EL
SUEÑO DE LA FICCIÓN
POR PEDRO GARCÍA CUETO
BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA
Ana María Matute Ausejo (26 de julio de 1925, Barcelona - 25 de junio de
2014, Barcelona). Novelista y académica de la lengua desde 1996, ocupa un lugar
preferente en la literatura infantil y juvenil española. Premio de Literatura
Miguel de Cervantes 2010.
Formó parte de la generación de los “jóvenes asombrados”, nombre que ella
misma acuñaría a los autores que reflejan la situación de la Guerra Civil en su
infancia.
Escribió cuentos desde que era una niña. Tras cursar bachillerato, estudio
Música y Pintura, decantándose finalmente por la Literatura. En 1943 escribió
su primera novela Pequeño teatro, que sería publicada 11 años más tarde
y con la que lograría el Premio Planeta en 1954. Con Los Abel sería
finalista del Premio Nadal en 1947.
Muchas de sus novelas consiguieron los galardones más importantes de la
literatura española. En 1952 gana el Premio Gijón, por Fiesta al Noroeste.
En 1958 publica la novela Los hijos muertos, con la que gana el premio
de la Crítica y el Nacional de Literatura. Durante la siguiente década publica
su trilogía Los Mercaderes, con Primera memoria sería Premio
Nadal de 1959, Los soldados lloran de noche (1964), Premio Fastenrath en
1969, y La trampa (1969).
Durante la segunda mitad de la década de los 60 trabaja como lectora en
varias universidades de EE.UU. y Europa, como Bloomington (Indiana) y Norman
(Oklahoma).
Participó en 1988 en la exposición bibliográfica "Libros de España: 10
años de creación y de pensamiento", celebrada en París.
Fue miembro de varias asociaciones de hispanistas como la Hispanic Society
of America, Sigma Delta Pi y Honorary Fellow de la American Association
Teachers of Spanish and Portuguese. En 1996 es elegida miembro de la Real
Academia Española, ocupando el sillón K de Carmen Conde por lo que fue la
tercera mujer en ingresar en 300 años. El 18 enero de 1998 ingresó en la RAE
con el discurso “En el bosque”.
En 2005, la 64ª Feria del Libro de Madrid, homenajea a la escritora con
motivo de su octogésimo cumpleaños. La Universidad de Boston tiene en su
biblioteca un fondo llamado Ana María Matute Collection guardado en Howard
Gotlieb Archival Research Center Archives con manuscritos y documentos
originales de la autora. Además desde hace más de 20 años, Ediciones Torremozas
convoca el concurso literario "Ana María Matute" de Narrativa de
Mujeres.
Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, lituano, polaco,
francés, japonés, noruego, etc.
Ana María Matute muere el 25 de junio de 2014 en Barcelona.
LA NARRATIVA REALISTA Y LA FANTASÍA: DOS
MUNDOS CONTRAPUESTOS EN UNA SOLA MIRADA
Los hijos muertos, novela de 1958,
ya trata el tema de la posguerra, de los hijos que van cayendo, seres que
mueren, otros van al exilio, una realidad terrible que ya había expuesto en Los Abel, en 1948, donde daba cuenta de
la lucha cainita en un país que se desangró en una tremenda Guerra Civil. La
narradora, mujer de enorme sensibilidad, vivió el dolor de la guerra, el
enfrentamiento entre familiares, lo que trasladó a sus novelas, donde las
descripciones cobran ecos míticos, la muerte como un espacio de sueños y de
sombras, visto siempre por una mujer niña, la gran novelista española.
Para la autora, Primera memoria (1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969), representan la
necesidad de cantar la nostalgia de los seres que no han perdido la inocencia,
seres abiertos al umbral de la noche, donde un mundo de sueños nace, tan ajeno
a la realidad. Fuera vemos el dolor, la incomprensión, la intolerancia, la
misma que había calado en nuestros ojos lectores en Fiesta al noroeste (1953), donde hermanastros se enfrentan, como si
el silencio de Dios fuera total.
En los ojos heridos de Ana María
Matute, los seres desvelan su inhumanidad, se enfrentan a la codicia y al
poder, pero también asombran por sus rasgos humanos, la compasión que nace
entre hombres y mujeres arañados por el dolor de la Guerra.
Pero la narradora no solo fue una
testigo especial del horror de nuestra España, sino también una entomóloga de
sus más íntimas contradicciones, dando forma a una narrativa poderosa, que ha
dejado huellas a novelistas tan prestigiosas como Juana Salabert o Almudena
Grandes, quien actualmente ha vuelto al tema de la Guerra, la posguerra y la
miseria de unos años cuarenta inolvidables para todos los que los vivieron.
Llegó luego la narradora del mundo
fantástico, la novelista que dio luz a Olvidado
rey Gudú, una entrada en la imaginación, en los sueños de una mujer que
siempre se sintió niña, herida por la vida, entre otras cosas, por una larga
depresión, tras un matrimonio con un hombre que la utilizó y que no la valoró
en lo más mínimo, un vividor que dejó una gran herida en la gran sensibilidad
de la novelista catalana.
No hay que olvidar, Paraíso inhabitado, magnífica novela,
donde los ojos de una niña, Adriana, perteneciente a una familia acomodada en
la Segunda República española, se libera del horror y de la violencia creciente
por la utilización de la fantasía, un mensaje que cala en el lector, solo la
imaginación podrá librarnos de la burda realidad.
Su labor de narradora de cuentos
llega con El río (1963), un relato donde podemos sentir la
devastadora dureza de la urbanización, ya que nos cuenta cómo una mujer vuelve
a Mansilla de la Sierra, para ver el proceso destructor del mundo moderno, que
ha cercenado tantos lugares hermosos de nuestro país, clara metáfora de la
crueldad del ser humano, que desperdicia sus oportunidades, que no valora al
otro, en donde prima el egoísmo y las ideologías, esa frontera tan peligrosa
que nos llevó a la Guerra Civil y que queda en la retina de esta mujer herida
por la vida.
Como conclusión, decir que
llevaba en el alma una ternura, una forma de ver el mundo, en los ojos de una
niña, una persona que, conociendo la crueldad de la vida, se aferraba a la
infancia, para no despertar de su mundo de sueños, donde nada podía romper la
armonía del mundo.
Se encontrará ahora en un lugar idílico, donde
pueda conversar con las hadas y las brujas de sus cuentos, donde la vida sea
como un bosque, un lugar para permanecer y sorprenderse siempre de las cosas
bellas que este tiene.
Nos deja un gran legado, novelista
que combinó, como muy pocas, las dos miradas, la realista, en las novelas
citadas y las de la fantasía, donde lo importante era saber mirar la vida. Un
legado que fue también el que nos dejaron Carmen Martín Gaite, Ignacio Aldecoa
o Sánchez Ferlosio, una generación, la de los cincuenta, que hizo muy buena
literatura, una generación que sufrió y vivió en una España cainita, que
debemos, para siempre, superar. La gran novelista ya está en el lugar del rey
Gudú, un espacio donde puede soñar hasta la eternidad.
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