martes, 7 de octubre de 2014

Sobre La muerte tiene los días contados de Mario Meléndez

Prólogo de Luis Benítez a la próxima aparición de la edición argentina corregida y ampliada de La muerte tiene los días contados
Se incluyen dos poemas del libro



Sobre La muerte tiene los días contados 
de Mario Meléndez

Por Luis Benítez

Vastamente reconocido por el público lector y la crítica especializada, el poeta chileno Mario Meléndez fue hace tiempo consagrado como una de las mejores voces actuales de la poesía latinoamericana.
Su trayectoria –pese a su todavía presente juventud- abarca un nutrido arsenal de títulos que ratifican por derecho propio lo señalado en el párrafo anterior. Es un nuevo acierto de la editorial BuenosAires Poetry incluir una de sus mejores obras, La muerte tiene los días contados en su catálogo, brindando así la primera edición argentina de uno de sus poemarios, cuando ya han tenido cabida en prestigiosos sellos de Latinoamérica y Europa, en magistrales traducciones a lenguas extranjeras.
No en vano La muerte tiene los días contados ha recibido el elogio de diversos y destacados autores, entre ellos el gran Nicanor Parra, quien a lo largo de su siglo de vida ha leído y escuchado una vasta gama de trabajos poéticos, pero quien ante la obra de Meléndez no dudó en manifestar, en su momento: “¡Caramba! Hace tiempo que no leía un texto que se sostuviera por sí solo”, expresión que habla a las claras del impacto que espera al lector al recorrer la páginas siguientes.
¿Qué sostiene erguido a este poemario de Mario Meléndez, tal como lo declara el máximo poeta chileno viviente, el autor de los famosos Poemas y Antipoemas? ¿Qué hará que siga de pie, según pase el tiempo, según será fácil de advertir ya desde la primera lectura?
Las razones son varias y entre las fundamentales, revista la innegable calidad de los trabajos que aglutina el autor bajo este título: se trata de una obra de impecable unidad estilística, una que ha sabido reunir en una voz inconfundible y ya propia de Meléndez las decantadas influencias de autores latinoamericanos, estadounidenses y europeos, actuando como una original síntesis de esa polifonía. El manejo maestro de los recursos literarios que exhibe el autor le permite trasmitir a la sensibilidad y al intelecto del lector, simultáneamente, el sentimiento y la idea, la emoción y el concepto, con una innegable capacidad por parte de Meléndez para encontrar la expresión justa y ubicarla sabiamente en el contexto, reforzando su intensidad particular al tiempo que potencia lo general del poema. Repetido este logro a todo lo largo de la obra, el conjunto posee una fuerza expresiva que se destaca por sí misma y, curiosamente, aparece como uniformemente distribuida en todo el continuo del poemario. Señalable característica, pues no es habitual que un poemario de cierta extensión, como el que nos ocupa, acuse tan marcado equilibrio escritural. Se trata de una poética sin altibajos –los esperables incluso en autores de todavía más dilatada trayectoria y tiempo en el oficio que Meléndez y notoriamente consagrados- que sorprenderá, también por esta peculiaridad, a quienes se aventuren en sus páginas.
Asimismo, creo que éste es el momento adecuado para hacer una salvedad: como bien sabemos, nadie puede definir cuál es, ni siquiera en donde estriba, el innegable valor de una obra de arte poética. Es algo que se halla difuminado, esparcido por todo el conjunto, siendo inapresable para la palabra crítica. Podemos decir que El cementerio marino, de Paul Valéry, por ejemplo, es una obra maravillosa, pero al momento de pedírsenos que explicitemos en dónde radica su extraordinaria cualidad, nos será prácticamente imposible aislarla y someterla a examen. Invariablemente, la mayor parte de esa “razón de ser” poética de la citada obra se nos escapará y cuanto dejemos sobre el papel respecto de ella parecerá empalidecido, apenas referente, mero esbozo, ante la plena luminosidad de la obra a la que intenta vanamente describir o, siquiera, aludir. De modo semejante, ante lo alcanzado por Mario Meléndez en su sombría, riente, sarcástica, escalofriante, chispeante e “irreverente” (esto último, solamente para algunos y algunas) obra presente, se quiebra el lápiz y se atora el dedo en el teclado a la hora de particularizar sobre sus logros. Debo pedir disculpas por las torpezas de mi sola autoría que siguen a esta necesaria aclaración, al referirme a algunos aspectos de La muerte tiene los días contados.
Pero voy a intentarlo como mejor yo pueda.
En principio, señalemos que toda ironía en el fondo –y aun por delante- conlleva una mirada piadosa dirigida en espejo a aquello sobre lo que se ironiza. Que la ironía que destila –entre otros aspectos- esta obra de Meléndez, tenga por objeto la más impiadosa de las entidades, la mismísima señora de la guadaña, habla a las claras del punto de partida original que ha elegido el poeta para su trabajo, donde el hombre, que es el único animal que sabe que se va a morir, se dirige a la muerte a escala de la historia pasada y la más reciente, despojándola de su aura fúnebre a medias, para “humanizarla” a un grado tal que, por momentos, hasta la misma muerte nos despertará una sospechosa “condolencia” –no hay término más apropiado, dado el objeto- respecto de su suerte. Aquí, sin embargo, se evidencia el sentido del sentimiento despertado en espejo: quizá no nos condolemos de la suerte de la muerte, sino de la nuestra propia, proyectados en su temible figura. La muerte interlocutora de Meléndez, la fijada por Meléndez, no es solamente la alegórica entidad ni el hecho irreversible y biológico que a todos nos acecha seguro de su ineluctabilidad: es otro disfraz del hombre, quien debe aludir y eludir para hablar de aquello que lo toca hondamente.
El volumen se halla dividido en nueve secciones: “La vida privada de la muerte”; “La muerte lloró a los pies de Jesús”; “La muerte tiene los días contados”; “Los heterónimos de la muerte”; “Los personajes de la muerte”; “La muerte lleva una camisa de fuerza”; “Postales del más allá”; “Historias de la vida irreal” y “La muerte, todavía”. La presente edición argentina es una versión corregida y aumentada por el autor, respecto de la inmediatamente anterior, aparecida en Rímini, Italia, bajo el sello de Raffaelli Editore, en 2014, bajo el título “La morte ha i giorni contati” (edición bilingüe, italiano y español), en traducción de Alba Metaponte y prologada por el destacado poeta chileno Francisco Véjar. En efecto: la sección “Historias de la vida irreal” es incorporada recién en esta edición argentina, constando de los poemas titulados: “El cadáver de nadie”; “Historias de la vida irreal 1”; “Historias de la vida irreal 2”; “Tango feroz” y “Por tu propio bien”, cuando este último poema integraba, en la edición italiana, la sección final, “La morte, tuttavia”. Asimismo, en la sección “Los heterónimos de la muerte”, la edición italiana incluye el poema “La morte parlò in privato con Dio”, descartado por el autor en esta edición. En la sección “Postales del más allá” de esta edición de Buenos Aires Poetry falta el poema “Bonsai”, incluido en la de Raffaelli Editore.
La obra de Meléndez, lejos de cristalizarse, se encuentra siempre en una permanente metamorfosis y un proceso de cambio, al estilo de aquel óleo de Pablo Picasso que el célebre pintor encontró en un museo privado, años después de haberse desprendido de él, y que allí mismo retocó a su parecer, mostrando cómo, más allá de las fijaciones establecidas por la cultura, la obra sigue siendo de la sola propiedad de su creador.
Desde luego que lo anterior no agota de modo alguno cuanto puede decirse sobre el presente volumen, habida cuenta de lo antes señalado respecto de lo intangible e irreductible de la obra de arte, pero supongo que puede servir como un mediano antecedente para quien desee adentrarse en una de las obras más interesantes que ha dado la nueva poesía de nuestra América. En definitiva, “La muerte tiene los días contados”, en todas sus versiones, es una pieza ineludible en el anaquel destinado al género y quiero agradecer muy especialmente al autor y a su editor argentino, Juan Arabia, por haberme permitido dibujar estos groseros trazos, estas líneas tan generales antes de que se abra ante el lector el maravilloso mundo que contienen las páginas siguientes.

-Prólogo al libro La muerte tiene los días contados de Mario Meléndez, que aparecerá próximamente en Argentina publicado por BuenosAires Poetry.





Dos poemas de La muerte tiene los días contados


El cadáver de nadie

Usted verá pasar el cadáver de nadie
por una sinagoga en llamas
Estará parado en la esquina
donde el cortejo se divide en dos
Unos irán a pie
llevando el ataúd por un atajo
Otros en línea recta
escoltando la carroza de rodillas
Llegado al cementerio
la madre y la viuda del cadáver
se quitarán el luto
y las piernas ortopédicas
Podrá ingresar al recinto
sólo si es familiar
De lo contrario
deberá contemplar resignado
al igual que esos curiosos
apostados en los techos
o colgados de los plátanos orientales
Terminada la ceremonia de cremación
las cenizas serán arrojadas
sobre la concurrencia
y usted volverá a la misma esquina
a esperar el siguiente funeral




Historias de la vida irreal

Uno

La muerte entra a la capilla donde velan
los restos de Dios
Porta un ramo de cenizas que deja sobre el ataúd
asoma su calavera por la ventanilla
dice algo en arameo y luego se marcha
ante la mirada atenta de algunos familiares

Un poodle vestido de luto orina las flores
las sillas y todo lo que ve a su alrededor
los niños le dan de beber agua bendita
le arrojan hostias desde el altar
Los padres amenazan castigarlos
y los niños se evaporan en el acto

La muchacha que fumaba en el jardín
ha perdido de vista a su mascota
la busca desesperada entre la multitud
pero el viejo poodle ha desaparecido

Ahora sigue a la muerte por una calle vacía
donde los árboles le ladran para que no se acerque


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