viernes, 5 de diciembre de 2014

Gimferrer: El poeta que nunca muere


GIMFERRER: EL POETA QUE NUNCA MUERE

POR PEDRO GARCÍA CUETO

     

Dos libros de Pere Gimferrer son siempre una ocasión de orgullo para el lector, ya que el poeta catalán ha dejado obras de gran calidad, a lo largo de los años, desde que nos quedáramos todos asombrados por la belleza de Arde el mar.
     Ahora, el poeta, cinéfilo, ensayista y tantas cosas más, nos deja dos libros que desvelan el gusto por el poema bien hecho, como demuestra Per riguardo, aparecido en la Fundación José Manuel Lara, donde Gimferrer utiliza la lengua italiana con maestría, tal es su don de lenguas, sus múltiples lecturas, la sabiduría que impregna a su mirar en el mundo.
    
Per riguardo tiene la referencia ineludible de Wallace Stevens y su poema “Sea surface full of clouds”, el gusto de Stevens por el color, por lo descriptivo, está presente en este libro, donde el poeta catalán recrea versos de otros poetas, como el de Alberti: “Nunca vi Granada”, por “No he visto nunca a Rafael en Roma”, el libro es un continuo rehacer, una búsqueda de la cultura para cincelar el nuevo verso, ese que deje al lector, envuelto en luz para siempre.
   Per rigurardo se ilustra con la estupendo traducción de Justo Navarro, escritor que traduce los doce poemas en italiano del autor, su título castellano “Con cuidado”, ya nos dice mucho de este ejercicio meticuloso de hacer del verso un espacio donde el destello ilumine al lector, ávido de la savia de este poeta siempre intelectual que ha ido germinando una obra sólida y poderosa.
   En este libro está el gozo por la vida, el ir muriendo manriqueño, la idea de nombrar aquello que es inefable, en la mejor tradición de la mística española, un esfuerzo que se va colmando en estos doce poemas, dibujos y tapices que se hilvanan para constituir el lienzo que Gimferrer tiene pensado en su interior y que, luminoso, traspasa al lector, con la certidumbre de la vida que se va y que debe dejar su huella en las palabras para siempre.
     El otro libro, El castillo de la pureza, se deriva del final del Igitur de Mallarmé. El libro ha sido editado por Tusquets y nos habla de esa frontera que es el lenguaje, donde todo está y no hay nada en realidad, es un castillo el vivir, un ir construyendo un mundo que nos salve de la muerte, la palabra es esa fortaleza, donde nos vamos resguardando, pero la muerte siempre nos hace sombra, está allí, detrás o enfrente nuestro.
    
Es el libro donde el poeta vuelve al catalán, lengua materna que dice lo que no sabe decir otra, aquella que fue desvelamiento en libros tan singulares como L´espai desert o L´agent provocador, libros que abren el paisaje a un espacio único, son quimeras que estallan en las manos del lector, fronteras de luz donde el lenguaje deja su impronta y permanece para siempre entre nosotros.
    Hay detrás de Gimferrer un mundo que se ve pero que no está escrito, el universo del silencio que late en cada poema, diáfano y transparente, como la línea en blanco, pero que debemos completar, como en estos poemas en catalán e italiano, tan llenos de lucidez y amor por la poesía. Gran Gimferrer que fue novísimo y ahora es ya un clásico de nuestro tiempo.
     Como nos deja en estos versos del poema “Fin de trayecto”, el poema es siempre un puzle que se hace y se deshace, donde la idea del tiempo pesa, donde vemos el culturalismo latente en Gimferrer, pero también su deseo de decir lo que no llegamos a ver, ese silencio de la página, capaz de hacer del lector un segundo poeta, en la idea que siempre ha sido el leit motiv del gran Paco Brines:
“Esta noche que llega horrorizada, / codiciada de tanto basilisco, / el crepitar del agua en el andén de plata, / en la estación del aire desconchado, / la ferrovía de la juventud, / guardabarreras de la sonata de los espectros…”

     El poeta catalán sabe que el agua se humaniza ante el andén, porque todo se materializa, somos seres a la deriva, que vemos cómo las cosas nos completan, nos dejan la huella de su presencia, tal es el aire desconchado, el del tiempo, el del inevitable paseo por la vida, donde nos vamos disolviendo, seres que desaparecemos tras nuestros actos y tras nuestras palabras, nos vamos borrando ante la vida que pasa, que se va, que se escapa para siempre, dejando solo el legado de los poemas, sus ecos, ya inmortales.

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