Primer Encuentro Internacional de Escritores Peruanos en Francia
La literatura a la hora del crimen: Ponencia
«¿Es que me había convertido en
Stefan Zweig y veía
/avanzar/ A mi suicida?»
R.
Bolaño.
Por
Mario Wong
El espacio de la literatura es el espacio
de la alteridad, el espacio que privilegia la presencia del otro; l’autre que es «mon frère, mon
semblable», escribe Baudelaire. Y que puede confrontarnos con el mal, con lo
monstruoso, y con nuestros demonios interiores. Ahí los límites de lo que se
concibe como realidad son sobrepasados y, en consecuencia, las categorías del
bien y del mal, que rigen la moral convencional, no funcionan más y el
escritor, de una u otra forma, participa en la escena del crimen; quizás, como
testigo inoportuno, confundiéndose, acaso, «entre sus hermanos verdugos y sus
hermanos desconocidos» (RobertoBolaño).
La realidad y el arte se confunden a la
hora de la irrupción de lo inmundo y, el escritor ficcionaliza la pesadilla (y
lo real de la pesadilla; que tiene visos y proyecciones delirantes). Nos
hallamos ante la especularidad de la realidad y de la ficción de lo real. Se trata de un
mundo que se ha salido de sus goznes y, ante las diversas manifestaciones del
caos, de la nada, de lo absurdo la racionalidad se ha vuelto un frágil recurso.
Así, creo que sólo la recuperación del espacio poético puede hacer posible el
que le encontremos algún sentido; lo cual supone el cuestionamiento y la
ruptura de lo establecido. El creador se convierte, pues, en una suerte de
criminal; por su práctica misma, que desestabiliza el orden y socava el sentido
común.
1.-
Desplazamientos y reemplazamientos
La literatura es básicamente un oficio
peligroso porque nos acerca a los límites, a lo abismal (y que es a lo que se
llama «el buen sentido», o el sentido común, rehuye siempre). Escribir es y
siempre ha sido -como lo dijo Roberto Bolaño en su «discurso de Caracas» -
«saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío» (1) en esta época
del crimen, del horror y de la dificultad para expresarlo. Hay una carencia
para decir el horror, los tormentos del terror, de la tortura que tienen que
ver con el mal absoluto; para lograrlo, la literatura recurre ha una suerte de
desplazamiento, y/o de reemplazamientos «interartísticos» (pintura, cine,
citación literaria, etc., etc.), lo que apriori
puede sorprender, para contar lo que no se puede contar, lo que hace posible
decir, desplazándolo, el enigma del horror (2).
En «Una propuesta para el próximo milenio»
(1999) Ricardo Piglia, aproximándose críticamente a la obra literaria de Rodolfo
Walsh -quien vivió la experiencia del horror y fue asesinado por los esbirros
de una de las dictaduras más sangrientas del Cono Sur- para contar una
experiencia extrema y transmitir, así, un acontecimiento imposible, escribe:
«La experiencia del horror puro de la
represión clandestina -una experiencia que amenudo parece estar más allá del
lenguaje- quizá define nuestro uso del lenguaje y nuestra relación con la
memoria y, por lo tanto, con el futuro y el sentido. Hay un punto extremo, un
lugar –digamos- al que parece imposible acercarse con el lenguaje. Como si el lenguaje
tuviese un borde, como si el lenguaje fuera un territorio con una frontera,
después del cual está el silencio. ¿Cómo narrar el horror? ¿Cómo transmitir la
experiencia del horror y no sólo informar sobre él? (…). La literatura prueba
que hay acontecimientos que son muy difíciles, casi imposibles, de transmitir:
supone una relación nueva con el lenguaje de los límites.»
Rodolfo Walsh |
Y requiere -agrego yo-, también, una
participación activa del lector, «detective salvaje», atento a los meandros
textuales, a los mínimos detalles para intentar reconstruir, tarea imposible a
mi entender (porque siempre faltarán piezas en el rompecabezas, o en los múltiples
rompecabezas) el sentido perdido. Estamos, pues, en la literatura in progress; frente a una poética de la
fragmentación que se mueve dentro de la hipertextualidad literaria.
2.- Avant-garde y poética de la
fragmentación
Pertenezco a una generación que ha vivido
la etapa de la violencia política, en que entró mi país, el Perú, con el inicio
de la «guerra popular» por las huestes de Abimael Guzmán, militantes del
PCP-«Sendero Luminoso», en mayo de 1980 (fecha en que el país retornaba a la
democracia), quemando las ánforas de votación en Chuschi, un pueblito de los
Andes ayacuchanos; una generación que vive en carne propia el terror político
en que se introdujo el país, como la resultante de la radicalización
ideológico-política. Pero mi generación viene de los años 70s, es decir de los
años en que las ideas de vanguardia articulaban -¿por última vez?, me pregunto-
en un modo de existencia, en una inmanencia vital la pulsión política y la estética
(4). Aquí, la literatura (la poesía, la narrativa) manifiesta … «una visión interior que pugna por exteriorizarse sin claudicar frente a
ordenes que no emanen de ella misma, ofreciendo, en este sentido, una
construcción de la realidad alternativa y rupturista por naturaleza.» (5). El
escritor enfrenta, creativamente, el peligro de su reencuentro con la realidad:
el de «mirar algo que muchas veces no se quiere ni ver.» (6)
La estética (y la estrategia) de la fragmentación en mi
narrativa es la « clef de
voûte » (llave maestra) para dar cuenta de los sucesos traumáticos ligados
al terror, para simplemente poder mirar algo que no se quiere ver; su
aplicación es el lugar propicio en el surgimiento de una « poétique de la
mémoire ». Ella es igualmente el medio de poner en evidencia « la
imposibilidad de totalizar la mémoire de una experiencia traumática ».
Así, Patricia Espinoza escribe (sobre Nocturno
de Chile, novela de Roberto
Bolaño) : … « Llegar al fragmento es llegar al desastre, como territorio
de lo que nunca podrá ser totalizado. » (7)
Mi estética literaria esta muy lejos de
toda tendencia a concebir obras totales o de intenciones totalizadoras; una
suerte de poética de la fragmentación
subyace en lo que he escrito hasta ahora, que se caracteriza por el tratamiento
fragmentario de lo «real», de los sujetos («temas»)/«objetos», personajes,
situaciones, etc., etc. que he abordado. Lo que hace que no pueda ser inscrita
dentro del «realismo literario» como expresión mimética, que supone un
referente, esto es una relación de correspondencia estrecha entre los signos
literarios y una determinada unidad semántica cultural. Pero, al mismo tiempo,
en cuanto a la percepción de lo real, hay una cierta concepción expansiva, de
flujo, en lo que escribo, una concepción de la obra in progress. No sé hasta qué punto -ahora que lo pienso-, es el
intento de hallarle un cierto sentido a algo que carece de ello; y, así, evitar
fracasar con la palabra (porque la lengua es la única patria que tiene el
escritor), añadiendo más vacío al vacío!
La representación de la realidad
fragmentada (y fragmentaria) ha sido llevada al límite en Su majestad el terror; a través de los personajes Mallen H.Roberts
y Roberto. H. Mallén, su doble, que se hallan atrapados en un universo perverso
de las desapariciones y el mal. La materia narrativa describe y evoca,
valiéndose de diversos recursos literarios, distintas situaciones o historias
vividas por personajes que están y no están en el Perú., donde ocurrían una serie
de hechos siniestros que tenían que ver con la violencia política y el terror
desencadenado. Es, en cierto sentido, esta «temática» lo que cohesiona las tres
partes que constituyen la novela. Es la mía una escritura de la fragmentación
para expresar el desastre, el caos (de una sociedad que vivía una crisis
estructural profunda), el abismo, la caída, el desvarío; este desvarío y caos,
esta fragmentación, se halla en funcionamiento en la estructura textual misma
de la novela. Se convierte en una cuestión de respiración, de ritmo, y del
estilo literario en el aire del crimen; aquí la fragmentación al mismo tiempo
que pervierte a la obra como expresión de una totalidad (no hay sino una
totalidad de las partes; una totalidad à
côté, en la concepción deleuziana), se convierte en una aspiración a ella
como una cierta nostalgia en la búsqueda de sentido.
En las páginas de Su majestad el terror nos hallamos, ciertamente, ante una
representación de lo real, pero solamente como real textualizado o hipertextualizado;
no como expresión mimética de la realidad, ni tampoco de la literatura sino
como citación en la que se plantean, también, cuestiones metaliterarias (sobre
el arte de la ficción y el flujo de lo real, sobre la transgresión de los
generos y la escritura misma, sobre los fragmentos y la totalidad, etc.) que
apuntan a redefinir, de alguna forma, la presencia de lo real en la era de los
simulacros y lo virtual, en el que los personajes aparecen y desaparecen; y,
sus historias, pueden pertenecer a mundos paralelos que, se entrecruzan en
ciertos puntos; y/ó, a mundos que ya no existen (o que se hallan en vías de
desaparición), y ese es, quizás, el crimen perfecto que hace aparecer el acoso
de los sujetos (o del sujeto) y la extrema precaridad de sus vidas. Así, se
trata de historias de transterritorialización y flujos del deseo en sus
diversas secuencias e intensidades; en sus expresiones moleculares y sus líneas
de fuga -como dirían G. Deleuze Y F. Guattari (8)-, en el continuo riesgo e
invención, a cada instante, de la vida misma.
3.- Participación activa del lector en la búsqueda de sentido
Se trata de la problemática del sujeto o
de la subjetividad en la etapa del terror, y de la dificultad o imposibilidad de
contar lo que no se puede contar; la memoria se entrampa en conjeturas, en el
intento de darle un sentido al pasado que, aún, se halla presente. Se trata de
las partes perdidas de un puzzle (o
de diversos rompecabezas). Esto es lo que «explica» la exigencia de una
«estética salvaje», del recurso a una poética de la fragmentación a lo largo de
toda la obra. Como no existen centros precisos -aunque existen ciertos ejes (la
etapa del terror misma, el exilio de los personajes, las historias «de dentro»
y «de fuera», si se puede decir) que delinean el universo narrativo-, más allá
del terror y sus proyecciones fantasmáticas, desestructurantes del sujeto o de
los sujetos, la obra recurre a la intertextualidad, a la metatextualidad y hipertextualidad
para relatar. De aquí, que se requiera de la participación activa del lector
para restablecer -entre líneas y entre textos- el sentido de lo que se cuenta, si acaso
existe. Si se puede hablar de realismo se trata, sin ninguna duda, de un
realismo como construcción o remontaje, de un realismo de lo
«real-hipertextual»
Notas:
(1) R.B.;
in: Celina Manzoni (Comp.), R.B. La escritura como tauromaquia,
Documentos, pp. 207-214; ver también, p. 211.
(2) Karim
Bennsiloud y Raphael Estève (Coods), Les
astres noirs de Bolaño, Press Univ. de Bordeux, Burdeos, 2007, pp. 23-25.
(3) Ver
Iván Almeida, «El ensayo o la seducción del concepto»; en: Daniel Mesa
Gancedo (Coor.), Ricardo Piglia y el arte nuevo de la sospecha, Sevilla,
Secretariado de Publicaciones de la Univ. de Sevilla, 2006, p. 270.
(4) «Los
años -para decirlo con Bolaño- en que fue joven «la última generación
latinoamericana que tuvo mitos». Salvo para los conversos, los cínicos, o los
amnésicos, es sin duda una época peligrosa, dificil de leer, sembrada de dobleces
y contigüidades amenazantes: el bien está demasiado cerca del mal, la política
demasiado cerca del delito, el espanto demasiado cerca del éxtasis, el arte
demasiado cerca de la conspiración.» (Ver Allan Pauls, «La Solución Bolaño»;
en: Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau (Eds.), Bolaño Salvaje, Barcelona, Ed. candaya S.L., 2008, p.330).
(5) José
Promis, «Poética de Roberto Bolaño.»; en Territorios
En fuga, p. 51.
(6) Cita
de Amuleto, Ibid.
(7) P. Espinoza (Cop.), Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño, Santiago,
Frasis, 2003 ; « Estudio preliminar », p. 28. Lire aussi l’essai
de Stéphanie Decante-Arraya, « Mémoire et mélancolie dans Nocturno de Chile » ; in : Karim Benmiloud et Raphäel
Estève, Les Astres Noirs de Roberto
Bolaño ; Actes de Colloque des 9 et10 Nov. 2006 à l’Univ. Michel de
Montaigne-Bordeaux 3, Press. Universitaire de Bordeaux, 2007, pp. 24-29).
(8) Gilles
Deleuze y Félix Guattari, Capitalisme et
schizophrénie. Milles plateaux, París, Les Éds. de Minuit, 1980.
(9) Ob.
Cit.
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