lunes, 26 de octubre de 2015

La literatura a la hora del crimen. Mario Wong

Primer Encuentro Internacional de Escritores Peruanos en Francia



La literatura a la hora del crimen: Ponencia 

«¿Es que me había convertido en Stefan Zweig y veía
/avanzar/ A mi suicida?»
R. Bolaño.


  
     El espacio de la literatura es el espacio de la alteridad, el espacio que privilegia la presencia del otro; l’autre que es «mon frère, mon semblable», escribe Baudelaire. Y que puede confrontarnos con el mal, con lo monstruoso, y con nuestros demonios interiores. Ahí los límites de lo que se concibe como realidad son sobrepasados y, en consecuencia, las categorías del bien y del mal, que rigen la moral convencional, no funcionan más y el escritor, de una u otra forma, participa en la escena del crimen; quizás, como testigo inoportuno, confundiéndose, acaso, «entre sus hermanos verdugos y sus hermanos desconocidos» (RobertoBolaño).
     La realidad y el arte se confunden a la hora de la irrupción de lo inmundo y, el escritor ficcionaliza la pesadilla (y lo real de la pesadilla; que tiene visos y proyecciones delirantes). Nos hallamos ante la especularidad de la realidad  y de la ficción de lo real. Se trata de un mundo que se ha salido de sus goznes y, ante las diversas manifestaciones del caos, de la nada, de lo absurdo la racionalidad se ha vuelto un frágil recurso. Así, creo que sólo la recuperación del espacio poético puede hacer posible el que le encontremos algún sentido; lo cual supone el cuestionamiento y la ruptura de lo establecido. El creador se convierte, pues, en una suerte de criminal; por su práctica misma, que desestabiliza el orden y socava el sentido común.

1.- Desplazamientos y reemplazamientos

     La literatura es básicamente un oficio peligroso porque nos acerca a los límites, a lo abismal (y que es a lo que se llama «el buen sentido», o el sentido común, rehuye siempre). Escribir es y siempre ha sido -como lo dijo Roberto Bolaño en su «discurso de Caracas» - «saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío» (1) en esta época del crimen, del horror y de la dificultad para expresarlo. Hay una carencia para decir el horror, los tormentos del terror, de la tortura que tienen que ver con el mal absoluto; para lograrlo, la literatura recurre ha una suerte de desplazamiento, y/o de reemplazamientos «interartísticos» (pintura, cine, citación literaria, etc., etc.), lo que apriori puede sorprender, para contar lo que no se puede contar, lo que hace posible decir, desplazándolo, el enigma del horror (2).
     En «Una propuesta para el próximo milenio» (1999) Ricardo Piglia, aproximándose críticamente a la obra literaria de Rodolfo Walsh -quien vivió la experiencia del horror y fue asesinado por los esbirros de una de las dictaduras más sangrientas del Cono Sur- para contar una experiencia extrema y transmitir, así, un acontecimiento imposible, escribe:
     «La experiencia del horror puro de la represión clandestina -una experiencia que amenudo parece estar más allá del lenguaje- quizá define nuestro uso del lenguaje y nuestra relación con la memoria y, por lo tanto, con el futuro y el sentido. Hay un punto extremo, un lugar –digamos- al que parece imposible acercarse con el lenguaje. Como si el lenguaje tuviese un borde, como si el lenguaje fuera un territorio con una frontera, después del cual está el silencio. ¿Cómo narrar el horror? ¿Cómo transmitir la experiencia del horror y no sólo informar sobre él? (…). La literatura prueba que hay acontecimientos que son muy difíciles, casi imposibles, de transmitir: supone una relación nueva con el lenguaje de los límites.»
Rodolfo Walsh
     Uno de los modos de dar cuenta del horror que encuentra Roberto Walsh se basa en el desplazamiento y la distancia; lo cual es -según Piglia- «una lección de estilo». Cito: «El estilo es ese movimiento hacia otra enunciación, es una toma de distancia respecto a la palabra propia. Hay otro que dice eso que, quizá, de otro modo no se puede decir. Un lugar de condensación, una escena única que permite condensar el sentido de una imagen. Walsh hace ver de que manera podemos mostrar lo que parece casi imposible de decir. Podemos decir si encontramos otra voz, otra enunciación que ayude a narrar. Son sujetos anónimos que están ahí para señalar y hacer ver. La verdad tiene la forma de una ficción donde el otro habla. Hacer que el otro pueda hablar. La literatura sería el lugar en que siempre es otro el que viene a decir.» (3).

     Y requiere -agrego yo-, también, una participación activa del lector, «detective salvaje», atento a los meandros textuales, a los mínimos detalles para intentar reconstruir, tarea imposible a mi entender (porque siempre faltarán piezas en el rompecabezas, o en los múltiples rompecabezas) el sentido perdido. Estamos, pues, en la literatura in progress; frente a una poética de la fragmentación que se mueve dentro de la hipertextualidad literaria.

2.- Avant-garde y poética de la fragmentación

     Pertenezco a una generación que ha vivido la etapa de la violencia política, en que entró mi país, el Perú, con el inicio de la «guerra popular» por las huestes de Abimael Guzmán, militantes del PCP-«Sendero Luminoso», en mayo de 1980 (fecha en que el país retornaba a la democracia), quemando las ánforas de votación en Chuschi, un pueblito de los Andes ayacuchanos; una generación que vive en carne propia el terror político en que se introdujo el país, como la resultante de la radicalización ideológico-política. Pero mi generación viene de los años 70s, es decir de los años en que las ideas de vanguardia articulaban -¿por última vez?, me pregunto- en un modo de existencia, en una inmanencia vital la pulsión política y la estética (4). Aquí, la literatura (la poesía, la narrativa) manifiesta … «una visión interior que pugna por exteriorizarse sin claudicar frente a ordenes que no emanen de ella misma, ofreciendo, en este sentido, una construcción de la realidad alternativa y rupturista por naturaleza.» (5). El escritor enfrenta, creativamente, el peligro de su reencuentro con la realidad: el de «mirar algo que muchas veces no se quiere ni ver.» (6)

    La estética (y la estrategia) de la fragmentación en mi narrativa es la « clef de voûte » (llave maestra) para dar cuenta de los sucesos traumáticos ligados al terror, para simplemente poder mirar algo que no se quiere ver; su aplicación es el lugar propicio en el surgimiento de una « poétique de la mémoire ». Ella es igualmente el medio de poner en evidencia « la imposibilidad de totalizar la mémoire de una experiencia traumática ». Así, Patricia Espinoza escribe (sobre Nocturno de  Chile, novela de Roberto Bolaño) : … « Llegar al fragmento es llegar al desastre, como territorio de lo que nunca podrá ser totalizado. » (7)

     Mi estética literaria esta muy lejos de toda tendencia a concebir obras totales o de intenciones totalizadoras; una suerte de poética de la fragmentación subyace en lo que he escrito hasta ahora, que se caracteriza por el tratamiento fragmentario de lo «real», de los sujetos («temas»)/«objetos», personajes, situaciones, etc., etc. que he abordado. Lo que hace que no pueda ser inscrita dentro del «realismo literario» como expresión mimética, que supone un referente, esto es una relación de correspondencia estrecha entre los signos literarios y una determinada unidad semántica cultural. Pero, al mismo tiempo, en cuanto a la percepción de lo real, hay una cierta concepción expansiva, de flujo, en lo que escribo, una concepción de la obra in progress. No sé hasta qué punto -ahora que lo pienso-, es el intento de hallarle un cierto sentido a algo que carece de ello; y, así, evitar fracasar con la palabra (porque la lengua es la única patria que tiene el escritor), añadiendo más vacío al vacío!

     La representación de la realidad fragmentada (y fragmentaria) ha sido llevada al límite en Su majestad el terror; a través de los personajes Mallen H.Roberts y Roberto. H. Mallén, su doble, que se hallan atrapados en un universo perverso de las desapariciones y el mal. La materia narrativa describe y evoca, valiéndose de diversos recursos literarios, distintas situaciones o historias vividas por personajes que están y no están en el Perú., donde ocurrían una serie de hechos siniestros que tenían que ver con la violencia política y el terror desencadenado. Es, en cierto sentido, esta «temática» lo que cohesiona las tres partes que constituyen la novela. Es la mía una escritura de la fragmentación para expresar el desastre, el caos (de una sociedad que vivía una crisis estructural profunda), el abismo, la caída, el desvarío; este desvarío y caos, esta fragmentación, se halla en funcionamiento en la estructura textual misma de la novela. Se convierte en una cuestión de respiración, de ritmo, y del estilo literario en el aire del crimen; aquí la fragmentación al mismo tiempo que pervierte a la obra como expresión de una totalidad (no hay sino una totalidad de las partes; una totalidad à côté, en la concepción deleuziana), se convierte en una aspiración a ella como una cierta nostalgia en la búsqueda de sentido.
     En las páginas de Su majestad el terror nos hallamos, ciertamente, ante una representación de lo real, pero solamente como real textualizado o hipertextualizado; no como expresión mimética de la realidad, ni tampoco de la literatura sino como citación en la que se plantean, también, cuestiones metaliterarias (sobre el arte de la ficción y el flujo de lo real, sobre la transgresión de los generos y la escritura misma, sobre los fragmentos y la totalidad, etc.) que apuntan a redefinir, de alguna forma, la presencia de lo real en la era de los simulacros y lo virtual, en el que los personajes aparecen y desaparecen; y, sus historias, pueden pertenecer a mundos paralelos que, se entrecruzan en ciertos puntos; y/ó, a mundos que ya no existen (o que se hallan en vías de desaparición), y ese es, quizás, el crimen perfecto que hace aparecer el acoso de los sujetos (o del sujeto) y la extrema precaridad de sus vidas. Así, se trata de historias de transterritorialización y flujos del deseo en sus diversas secuencias e intensidades; en sus expresiones moleculares y sus líneas de fuga -como dirían G. Deleuze Y F. Guattari (8)-, en el continuo riesgo e invención, a cada instante, de la vida misma.

3.- Participación activa del lector en la búsqueda de sentido

     El terror produce desterritorilizaciones, abandono, pérdidas territoriales que, sin embargo, en la literatura pueden manifestase como líneas de fuga; las cuales no significan escaparse, huir del mundo sino el ir hacia otros territorios, el involucrarse, intensamente, en otros procesos de territorialización, produciendo nuevos «agenciamientos rizomáticos» (9). Otros ritmos que devienen expresiones, nuevas formas literarias que transgreden los canones impuestos, en cuanto conllevan rupturas de códigos; el distanciamiento crítico que permite hacer otras lecturas de la «tradición literaria», más acorde con los flujos del deseo, con el devenir de la vida misma en sus diversas manifestaciones, en su multiplicidad de líneas de vida y de muerte, esto es, en sus expresiones moleculares intensas, cualitativas, heterogéneas, que sobrepasan las diversas estratificaciones sistémicas, molares, que impone el orden. Así, Su majestad el terror no presenta, estructuralmente, una resolución argumentativa tradicional, y en ella hay más de una situación narrativa abierta, en la que la causalidad lógica deja el paso a la irrupción de la absurdidad de lo real; situaciones en la que interviene, frecuentemente, el azar. Y, es al lector a quien corresponde desentrañar el sentido más profundo de lo que se cuenta.
     Se trata de la problemática del sujeto o de la subjetividad en la etapa del terror, y de la dificultad o imposibilidad de contar lo que no se puede contar; la memoria se entrampa en conjeturas, en el intento de darle un sentido al pasado que, aún, se halla presente. Se trata de las partes perdidas de un puzzle (o de diversos rompecabezas). Esto es lo que «explica» la exigencia de una «estética salvaje», del recurso a una poética de la fragmentación a lo largo de toda la obra. Como no existen centros precisos -aunque existen ciertos ejes (la etapa del terror misma, el exilio de los personajes, las historias «de dentro» y «de fuera», si se puede decir) que delinean el universo narrativo-, más allá del terror y sus proyecciones fantasmáticas, desestructurantes del sujeto o de los sujetos, la obra recurre a la intertextualidad, a la metatextualidad y hipertextualidad para relatar. De aquí, que se requiera de la participación activa del lector para restablecer -entre líneas y entre textos-  el sentido de lo que se cuenta, si acaso existe. Si se puede hablar de realismo se trata, sin ninguna duda, de un realismo como construcción o remontaje, de un realismo de lo «real-hipertextual»


Notas:
(1) R.B.; in: Celina Manzoni (Comp.), R.B. La escritura como tauromaquia, Documentos, pp. 207-214; ver también, p. 211.
(2) Karim Bennsiloud y Raphael Estève (Coods), Les astres noirs de Bolaño, Press Univ. de Bordeux, Burdeos, 2007, pp. 23-25.
(3) Ver Iván Almeida, «El ensayo o la seducción del concepto»; en: Daniel Mesa Gancedo   (Coor.), Ricardo Piglia y el arte nuevo de la sospecha, Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Univ. de Sevilla, 2006, p. 270.
(4) «Los años -para decirlo con Bolaño- en que fue joven «la última generación latinoamericana que tuvo mitos». Salvo para los conversos, los cínicos, o los amnésicos, es sin duda una época peligrosa, dificil de leer, sembrada de dobleces y contigüidades amenazantes: el bien está demasiado cerca del mal, la política demasiado cerca del delito, el espanto demasiado cerca del éxtasis, el arte demasiado cerca de la conspiración.» (Ver Allan Pauls, «La Solución Bolaño»; en: Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau (Eds.), Bolaño Salvaje, Barcelona, Ed. candaya S.L., 2008, p.330).
(5) José Promis, «Poética de Roberto Bolaño.»; en Territorios En fuga, p. 51.
(6) Cita de Amuleto, Ibid.
(7)  P. Espinoza (Cop.), Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño, Santiago, Frasis, 2003 ; « Estudio preliminar », p. 28. Lire aussi l’essai de Stéphanie Decante-Arraya, « Mémoire et mélancolie dans Nocturno de Chile » ; in : Karim Benmiloud et Raphäel Estève, Les Astres Noirs de Roberto Bolaño ; Actes de Colloque des 9 et10 Nov. 2006 à l’Univ. Michel de Montaigne-Bordeaux 3, Press. Universitaire de Bordeaux, 2007, pp. 24-29).
(8) Gilles Deleuze y Félix Guattari, Capitalisme et schizophrénie. Milles plateaux, París, Les Éds. de Minuit, 1980.
(9) Ob. Cit.



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