domingo, 29 de mayo de 2016

Centenario de GREGORY PECK

GREGORY PECK: LA MIRADA DE UN HOMBRE BUENO, EN SU CENTENARIO

Por Pedro García Cueto

Gregory Peck en 1950
   Hay actores que se quedan grabados en tu mirada pasen los años que pasen, son esos actores que no necesitan grandes gestos, actuaciones exageradas para imprimir su presencia, con su porte, su dignidad y su personalidad, lo tienen todo. A mí me llegó esa sensación de estar delante de uno de los grandes del cine cuando vi por primera vez, luego la he visto muchas más veces, Horizontes de grandeza (1958), es una de mis películas favoritas del Oeste, porque es mucho más que un western, es una historia de valores, de dignidad, de libertad, el papel de Gregory Peck es admirable, ese hombre que quiere defender la justicia por encima de todo.
   Me di cuenta entonces que solo había un actor que representase ese mismo ímpetu, ese espíritu  de enorme dignidad, me refiero a James Stewart, otro de esos americanos ejemplares que en el cine fue siempre el hombre bueno (quien no haya visto El hombre que mató a Liberty Balance no sabe lo que es una obra maestra). Peck y Stewart han sido nuestros ejemplos de justicia, sin olvidar a otros ilustres actores, como Henry Fonda, John Wayne o Gary Cooper.
    El día 5 de abril de este 2016 se hubieran cumplido los cien años del nacimiento de este gran actor, que pudo estudiar Medicina, pero que se decantó por el teatro, allí empezó, para abandonar la escena y dedicarse al cine, con la estupenda Days of Glory (1944). Con esta película, Peck empezó a demostrar que su talla, su alta estatura y su elegancia, no tenían parangón.
   En 1945, el gran Hichtcock le reclutó para su Spellbound (Recuerda), donde compartió elenco con Ingrid Bergman, una mujer bellísima que se convirtió en una de las mejores actrices de la época. La película dejaba claro que Peck era ya un gran actor.

  Pero hay pocas películas donde uno sienta más el peso del deseo, donde uno pueda decir que se sintió francamente poseído de la sensualidad de una mujer que en la admirable Duelo al sol (1947) de King Vidor, una película que avanza portentosa a un desenlace trágico, una historia que podría llevarse a otro escenario y a otra época que no fuese el Oeste, con la  misma fuerza, de hecho es difícil encontrar una visión más depravada de la Iglesia en ese cura que mira a la sensual Jennifer Jones, mientras la considera el demonio, sin parar de sentir un deseo lascivo por ella.
   Gregory no paró ahí, fue creciendo en películas inolvidables como la deliciosa Vacaciones en Roma (1953) con la angelical Audrey Hepburn, una mujer que tenía toda la luz del mundo, bonita y elegante como pocas. La película es de una simpatía poco comparable en una ciudad que en cada plano nos enamora.
   La conquista del Oeste (1962),  y, por encima de todo, Matar un ruiseñor (1962), película que le dio el Oscar, donde Peck demuestra que es el perfecto hombre bueno, que defiende, en su papel de abogado, a un negro que no ha hecho nada y al que todo el mundo le considera culpable, basada en la novela de Harper Lee, esa enigmática escritora, el papel del abogado nos va llenando, nos sentimos parte de él, de sus valores, de su integridad y de su bondad. Sin grandes gestos, con la mirada de un actor sobrio, pero lleno de luz en la mirada, Peck logra el Oscar, entrando ya en la cima de los grandes del cine americano.
No hay que olvidar su Moby Dick (1956), dirigida por John Huston, donde el actor estuvo maravilloso en su papel del capitán Ahab, en cada escena vemos su dolor, su deseo de nadar en el abismo, persiguiendo a la ballena que le dejó sin pierna. Peck dota al personaje de una fuerza especial, de un vigor que traspasa la pantalla, vemos que lleva el bien y el mal en la mirada (lo que me hace recordar al excelente Robert Mitchum de La noche del cazador), ya no es un hombre normal, sino un ser atormentado, que viene del Averno para cumplir su venganza. La dirección de Huston da a la novela (riquísima y complejísima de Melville) una especial intensidad, que logra hacer de esta adaptación al cine una notable película.


   Peck siguió haciendo cine, El oro de Mckenna (1969), La profecía (1976), Los niños del Brasil (1978), todas ellas películas interesantes, donde Peck hizo solventes interpretaciones, una de mis favoritas fue la de ese Mengele de Los niños del Brasil, un papel de excelentes matices, para dar lugar al loco que fue el criminal nazi, con dos actores a su lado de gran peso, Lawrence Olivier y James Mason. 
    De La profecía, puedo decir que como padre del demonio, Damian, estuvo muy bien, demostrando que siempre hizo papeles creíbles, sin haber estudiado en el famoso Actor´s Studio, con su presencia y su personalidad.
    Fue muy amigo de Audrey Hepburn, ese ángel del cine, también fue Presidente de la Sociedad Americana del Cáncer, del Instituto Americano del Cine y de la Academia de las Artes y Ciencias de Hollywood. Ganó importantes premios, el Oscar en 1962 por hacer del abogado Atticus Finch en la ya citada Matar un ruiseñor, ganó el Premio Cecil B. de Mille en 1968, el Premio de Honor del Sindicato de Actores (1970) y el Premio Donosti del Festival de San Sebastián (1986).
    Un día, el 12 de junio del año 2003, mientras dormía, murió de una bronconeumonía, tenía ochenta y siete años, a su lado seguro que estaba, como si fuesen sus grandes amigas y amores de la escena, Audrey, Ingrid o Jennifer Jones.

Recibiendo el Globo de Oro, 1999
Pocos actores han dado una imagen tan serena en el cine, tan elegante y tan digna, pocos actores pueden decir que la bondad está en el rostro, salvo algunos elegidos como James Stewart o ese genio que se llamó Jack Lemmon, Peck, uniendo talla, belleza física y personalidad, fue, sin duda, uno de los grandes, que este año celebra su centenario, ver su cine es volver a sentir que todos podemos ser ese hombre que luche por la justicia, ese hombre digno que nunca perdió su compostura, nada más  y nada menos.

   

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