NICANOR PARRA, SERMONES Y PRÉDICAS
Por H. Ortega-Parada
Crítico y escritor chileno
Dibujo de H. Ortega para la Revista Huelén nº 6, tratando de reflejar la inmanencia del personaje (1982) |
Los artefactos nacieron de la
explosión de los antipoemas.
Nicanor Parra
Nicanor Parra Sandoval es
historia. Imprescindible. Nació en San Fabián de Alico, una región
precordillerana de la Provincia de Ñuble (Región Bío Bío), distante unos 400
kilómetros al sur de Santiago (Chile). Es un paraje hermosísimo, cercano al río
Ñuble. Clima cálido a templado en verano, lluvias en invierno, regala mucha
fruta, bosques nativos de gran variedad. La naturaleza pareció privilegiar a
esa familia de los Parra: Nicanor el mayor (1914-2018), Violeta (1917-1967) la
gran compositora y guardadora del folclore nativo, y otros hermanos apasionados
y también cultores de la música recibida
como un don desde muchas generaciones anteriores. Sus padres fueron un profesor
primario y una tejedora campesina
Nicanor recibió educación
secundaria en Chillán y Santiago. Para financiar estudios superiores, ingresó
al Instituto Pedagógico, donde se graduó de profesor de matemáticas. No
obstante su vocación en desarrolló, se interesó por la poesía modernista en
boga por la capital y ya lo encontramos escribiendo sus primeros poemas.
Dominantes en el arte del verso, son Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Es la
época en que una ola de buena poesía inunda la capital. Cancionero sin nombre, de 1937, es su primer título. En 1943 viaja
a los EE.UU. para estudiar mecánica avanzada durante tres años. Dos años
después es nombrado Director Interino de la Facultad de Ingeniería de la
Universidad de Chile; pero en 1949 viaja a Inglaterra con una beca del Consejo
Británico; estudia Cosmología. Regresa a su país en 1951, en tanto sus
conocimientos científicos llaman la atención en el extranjero. La beca Guggenheim
lo lleva de nuevo a los EE.UU. en 1972. Sin embargo, al regresar a su país, éste se encuentra bajo las garras
de la dictadura de Pinochet. Ejerce, en consecuencia, su docencia a través de
las altas matemáticas y la física.
Portada Poemas y antipoemas (1954) |
Poemas y antipoemas, de 1954; La cueca larga
(1958), Versos de salón (1962) y Manifiesto (1963) anuncian que un nuevo
lenguaje poético se apodera de Chile y del ámbito latinoamericano. Esto no es
gratis ni espontáneo: un profundo cambio hace entender que la poesía beat debe
entenderse con la sensibilidad de quien ha viajado, de quien domina otras
lenguas y otros modos de pensar.
Acercarse
por los años 80 a Nicanor Parra, no era difícil. Sin embargo, había que ir
“despacito por las piedras”. Todo autor
que ha desarrollado una vasta obra, o más poderosa que vasta, o armadas de
ambas razones, adquiere per se una
disposición de diálogo distinta. Tal vez con sus iguales cambien. Fenómeno
conocido en Neruda, Gabriela Mistral,
Huidobro, De Rokha y para qué seguir. Pero ese aire superior no es vano, hay
que reconocerlo; pues tienen un bagaje y una sabiduría en el oficio que sólo se
adquiere tras cruzar el desierto.
Tal
vez, cuando conocí a Nicanor y establecimos un vínculo de maestro a discípulo,
vagamente dorado por una ideología social de naturaleza identificable cuando
todo el territorio es sospechoso para una autoridad celosa y vengativa, lo
delicioso -para el discípulo literario- era escucharlo, entregarse a ese juego
de palabras musicales porque tenía ya el poeta, en los huesos, el ritmo de los
endecasílabos. Y su análisis de lo que ocurría en el entorno era la visión de
alguien que creció en el campo, que amó la libertad del universo
inconmensurable, que había rodado mundo e idiomas, que tenía, pues, puntos
comparativos tan sólidos como la vastedad del océano para los monumentos de
piedra de Isla de Pascua.
Parra
era generoso con su lenguaje vivo y con los artefactos que caían sembrados
desde sus labios en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia. Todo papel
que entregaba no era una servilleta: era un tesoro de su arte de ver, escribir
y sintetizar. Y ese arte tenía -tiene- un sabor a greda, a tierra nuestra, a
sentimientos nuestros que hasta en otras lenguas apetecen. Y si nosotros, con
una débil pero libre publicación, sin más capital que nuestras pestañas y
nuestros pies, le solicitábamos algo él no lo dudaba ni un instante en acceder.
El
poeta estaba -y lo estuvo siempre- orgullosísimo de su hermana Violeta. En La
Reina, nos mostraba la galería donde preservada dibujos y tapices de esa mujer
que conquistó El Louvre. Un pistoletazo dejó a Nicanor más solo que nadie en el
mundo.
En
su modo de expresión, máxime con nosotros, era paternal, era “sermoneador”,
era, sin ninguna duda, el propio Cristo de Elqui. Conocer la biografía y la
obra predicante de Domingo Zárate, y el “vía crucis” de Parra, es reconocer el
mismo sayo.
Por todo aquello la
reencarnación asumida por Nicanor Parra no es casual. Parra sabe “que algo anda
mal…”, y lo dice en el lenguaje del pueblo, su lenguaje. No tiene empachos: él
es pueblo puro. El Cristo de Elqui es pueblo puro. Ambas voces –aun
literariamente- son coincidentes. En La
Promesa y la Vida (Ed. Cultura, Stgo., 1948, Zárate dice: Como me considero un admirador de los
intelectuales, de la literatura y del libro, deseo contribuir con mi granito de
arena acerca de lo que he podido observar. ¿No se parece la voz del santón
a la voz del poeta? Y, en estricto sentido, ¿no son poetas ambos? Los “Sermones
y Prédicas del Cristo de Elqui” se publican casi treinta años después, cuando
Parra tiene una certeza: su lengua tomó ya las proporciones de una solución. Él lo explica al pie de
nuestra montaña santiaguina. Sin embargo, hay algo que entender primero: su
discurso no es de líder, no ambiciona ser líder, ni ambiciona transformar la
sociedad con su palabra. Él se sabe en evolución. Más bien espera que la
sociedad, la tribu, cambie. Yo soy más
yerbatero que mago parece ser su mejor autodefinición. Pero, hemos querido
verlo diferente a esa apostura que nos tiene acostumbrados… ¿Por qué se le ve
lejano, con una mirada que ya parece tener siglos y que parece que resistirá
todos los vientos y todas las lluvias? Misterio. Él no aspira a parecerse a un
moai. El espectador enmudece ante un monumento así. Él no quiere eso: quiere
que el espectador sonría y tome parte de su juego. Diríamos que Parra puede ser
un moai con sonrisa de huaso socarrón. Pero la tribu lo respeta justamente como
a un moai.
Escuchemos
su primer sermón recogido en La Reina:
-Hay
un problema grave, es el problema del nuevo
lenguaje. Si no se puede hablar como antes. Cambió la caja de resonancias y
hay que aprender a hablar de nuevo. ¡Andando patitas…! El lenguaje antiguo está
obsoleto, eso hay que entenderlo. Entonces, hay que ver cómo hablarlo ahora. Yo
creo que los jóvenes van a resolver ese problema; los viejos ya no porque
tienen que aprender a hablar un idioma nuevo. Principalmente, es el tono. Por
eso mi trabajo, ahora, consiste en la búsqueda de ese nuevo lenguaje. Lenguaje
que sea escuchado, que se imponga. Acaba de salir en la revista “Cosas”
(23.04.81) un reportaje mío. Y la sensación es que ese lenguaje ya lo tengo.
Le
preguntamos si considera que no pueden coexistir el narrador y el poeta en un
mismo escritor. Pregunta natural que hace el aprendiz y a la cual,
tajantemente, responden los maestros que
NO. Y ahora lanzamos esta consulta con la secreta esperanza de obtener
reiteraciones valoradas de antemano como necesarias. Sin embargo, Nicanor
Parra, con brío y pasión, dice:
-De
ninguna manera se topan. Especialmente yo creo que esa pregunta se responde
sola si echamos un vistazo a esa entrevista de “Cosas”. Claro, porque el
lenguaje antipoético en el cual yo estaba trabajando desde hace mucho tiempo
parece que resuelve simultáneamente los problemas de la prosa y de la poesía.
No es mi intención “pasar un avisito”… Pero, parece que resuelve eso simultáneamente. Porque es un lenguaje que sirve para hablar de la vida
real; no se trata de seguir por espacios literarios cerrados. La poesía,
tradicionalmente, sobre todo los exotismos del siglo veinte, es una poesía de
invernadero, una poesía de escritorio. Los temas que abordan los poetas, en
general, no son temas que interesan a la mayoría de los mortales, punto uno. Y, en seguida, no tan sólo
los temas son exóticos y elitistas, sino que el lenguaje con que se expresan
los poetas es un lenguaje distorsionado
–digo yo- del lenguaje de la tribu. Es un lenguaje personal. Me parece que la
poesía debe hacerse en el lenguaje de la tribu para que sepa todo el mundo de
qué se está hablando. De lo contrario se está haciendo poesía para unos pocos.
Ese es un punto de vista burgués para empezar: elitista, de perfumería en
último término. Y de esta crítica son muy pocos los que se libran. El primero
en librarse es José Hernández, el de Martín
Fierro. Yo creo que él ha entendido a fondo cuál es el problema de la
poesía, porque es un gran poema, un
poema extraordinario digno de ser comparado con los más grandes poemas
de la literatura universal. Con el Poema
del Mío Cid, con el Romancero,
con La Divina Comedia… ¡y con Homero! Ninguno de los vicios mencionados
anteriormente aparece allí. No se trata de temas selectos y no se trata de una
lengua cultivada. Los temas son comunes y la jerga, el lenguaje, es un lenguaje
auténtico. Yo creo que estamos nosotros muy ofuscados. Nosotros los poetas
andamos perdidos, sumamente extraviados.
-Esta
idea, ¿la viene afinando usted con su propio quehacer?
-Mucho
tiempo. Angustiado. Tratando de encontrar un lenguaje que realmente interese,
que responda a una necesidad. A una
necesidad social, evidentemente. Porque el paso de lo personal a lo social lo
había dado yo hace algún tiempo. Pero estaba trabado todavía por las cadenas
del surrealismo, del dadaísmo, de las corrientes europeas. Ahí hay una cosa que
decir: ordinariamente se dice que el siglo 19 chileno es europeizante, y que en
el presente nos independizamos. ¡Mentira! Nunca hemos sido más esclavos de
Europa y de Norteamérica. Y estos conflictos no se tocan, no hay conciencia de
ellos.
-Parece
que los jóvenes poetas, los que han estado o están bajo la influencia literaria
suya no entienden esa razón profunda sino que más bien se dejan llevar por lo
exterior: sueltan sus lenguajes para abusar de descripciones superficiales.
-
Es que el trayecto antipoético es muy largo y yo mismo no he llegado a la meta.
Pero sí creo que estoy próximo a la meta.
En sentido de que todo este trabajo me permite ahora abordar el estudio
de los problemas sociales y tengo entendido de que de una manera plausible; me
refiero a la plausibilidad del lenguaje. Es lo primero que tiene que
percibirse. Y esa plausibilidad, repito, tiene que ver con la correspondencia
del lenguaje poético, supuestamente poético, del lenguaje de la tribu, del
lenguaje hablado.
-¿Usted
cree de verdad que puede haber un acercamiento entre las dos disciplinas: narrativa
y poesía?
-Sin
ninguna duda. El problema que yo acabo de enunciar para la poesía es idéntico
para la narrativa. La diferencia que hay para mí entre prosa y poesía es la
siguiente: la prosa es una poesía floja y la poesía en sí es una prosa condensada,
es una prosa densa. Es la única diferencia, no hay otra. Y no estoy solo en
este planteamiento: Cardenal sustenta esta misma posición. Yo sustento la misma
posición que él.
-Hay
narradores que dicen que no quieren saber nada con la poesía, que no la
entienden y que no les interesa.
-Es,
justamente, problema de lenguaje. Es el problema de la prosa. Por otra parte,
hay un lenguaje que tradicionalmente se llama “literario”. Los jóvenes suelen
decir: el lenguaje de los viejos está periclitado, y, entonces, a cambio
ofrecen otra jerga personal, otro lenguaje “literario, otra retórica que
también está vieja, y nunca dan en el blanco. Quien entendía muy bien esto era la Violeta. Ahora,
cuando yo hablo de lenguaje, de lengua de la tribu, me refiero al lenguaje
hablado, el de la calle, el de todas partes. Le doy un ejemplo: “Está bien que
me pase por imbécil”. Antes esta frase no tenía nada que hacer en la poesía.
Pero así habla el chileno. Se trata de demostrar cómo habla la tribu. No se
trata de ninguna otra cosa. Lo que dijo ese señor de sombrero alón y de corbata
de rosa… ¡esas son chivas del modernismo, de la belle époque! Pero
estamos tan lejos de sospechar siquiera el planteamiento del problema.
-¿Y
qué pasa con Rimbaud?
-Ese
tiene un lenguaje de la tribu: He
terminado por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu. Así se habla.
Pero los poetas creen que hay que escribir de otra manera. Aquí, a veces, yo
veo libros como si la Mistral ,
Huidobro y Neruda no hubieran existido nunca. Y, en vez de ir más allá de la Mistral , más allá de
Huidobro, más allá de Neruda, en vez de
asimilar todo eso críticamente… ¡No, señor! ¡Atrás! Y, además, un atrás fantasmagórico… (Cambiando de
tema, sin pausa). El problema fundamental del mundo, del mundo en estos
momentos, es el problema ecológico, subsistencia del hombre como especie. Los
problemas poético-literarios, y hasta políticos, vienen después. Primero: la
supervivencia en el planeta. Hay que estudiar un poco esto, meterse en la
filosofía ambiental. Desde ahí se puede avanzar. ¿Desde qué otra parte se puede
instalar un puente? ¿Desde un concepto literario difuso?
-Hay
poetas chilenos que vienen marcados por la “tensión de la palabra”, por la
magia, por el sueño y otras cosas, por un lado, y, por otro, por filosofías
trascendentales o sometidas a creencias orientalistas, ¿qué opina sobre esto?
-Yo
voy a ser muy duro, por razones didácticas. Yo creo que esos dos planteamientos
anteriores son anacrónicos. Son líneas cerradas. Así, a priori, yo creo que están
condenados. La historia va a barrer con ellos. La historia es muy cruel.
-¿La
antipoesía es la solución?
-Con
el lenguaje antipoético se pueden contestar preguntas concretas. Eso es lo
importante. La antipoesía no es una manera de escribir sino que de hablar, o sea, de vivir. Yo desafío a
los profesores de literatura, a los retóricos, a que estudien mis poemas con
lupa. El punto de la métrica yo lo tengo resuelto. Porque si no estuviera
resuelto, lo mío no funcionaría. Cuente por ahí: once sílabas por verso. Hay
endecasílabos elásticos, que bajan a diez o suben a doce para evitar la
monotonía de la lectura. Si no hago esto la respuesta resulta con un sonsonete.
Y, debido a ese sonsonete, no se le podría tomar en serio. Entonces, uso
endecasílabos hablados, hieráticos muchas veces. Y ya tengo el oído formado. A
veces necesito versos cortos y a veces otros más largos para que se vaya
equilibrando la cosa. Ritmo, movimiento, color, respiración. Si alguien oye
esto dice: “Este tipo está hablando en prosa”, pero estoy hablando en verso.
Esta es, entonces, la solución que afecta simultáneamente a la poesía como a la
prosa.
Yo soy más yerbatero que mago
No
resuelvo problemas insolubles
Yo
mejoro yo calmo los nervios
Hago
salir el demonio del cuerpo
Donde
pongo la mano pongo el codo
Pero
no resucito cadáveres putrefactos
El
arte excelso de la resurrección
Es
exclusividad del divino maestro
De Sermones
y Prédicas del Cristo de Elqui.
Elinor
Comandari preguntó cierta vez: Hay
quienes afirmaron que usted era un cadáver literario. ¿Qué le detonó
internamente? ¿Qué ha hecho para desmentir esos rumores? Parra contestó: Eres feliz cadáver eres feliz / en tu
sepulcro no te falta nada / ríete de los peces de colores.
Parra en La Reina, lee la revista Huelén n. 10. Foto de H. Ortega (1983) |
COSAS LITERARIAS
Ramón Camaño Cubillos (1945-1997), fue una
figura imprescindible de la Revista
Literaria Huelén,
de cuya plana editora él fue director de Ensayo. Así como Paz Molina, de Poesía
y Jorge Calvo, de Narrativa. A mí me cupo la dirección y administración
general. También jugar el pellejo bajo dictadura. Nuestro guía en el taller
homónimo fue Martín Cerda, ensayista clásico de esa calidad intelectual como no
se ha vuelto a repetir en Chile.
Ramón,
el mejor lector de narrativa, teatro y
literatura en general de nuestro grupo: siempre estaba adelantado a las
ediciones extranjeras de nuestro tiempo que podían y “no podían” circular en
nuestro país. A la vez investigador literario y escritor versátil (ensayo,
cuento –un libro publicado- y teatro con obra premiada; dejó obras inéditas
como Mi anfitrión: Chile, extenso y
prolijo registro comentado de autores extranjeros de visita en nuestro país,
siglo XX). Era la época de la dictadura y nuestra publicación estaba
rigurosamente vigilada (censurada) sin que esto fuera óbice para que Montero
Abt publicara en Huelén sus
“diabluras”, o diéramos a conocer poesía de Aristóteles España, o números
dedicados con estudios especiales a Nicanor Parra (Nº 6, de marzo 1982),
Francisco Coloane (Nº 9, septiembre
1982), Raúl Zurita (Nº 10, agosto 1983), Luis Sánchez Latorre (Nº 13, marzo
1984). Pero la huella de Huelén es
otro capítulo.
Nicanor
Parra fue un colaborador constante. Lo visitamos repetidas veces en La Reina, en
Isla Negra (su oasis algunos años) y finalmente en El Quisco. En el original de
la portada del Nº 6, firmaron Martín Cerda, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas,
Ximena Adriasola, Teresa Hamel, entre otros, como adhesión a la figura señera
del autor de artefactos con formas a veces incomprensibles para el miliciano.
Puedo repetir sin que parezca un abuso: Nicanor Parra, cuando dominó los
artefactos, y dio curso a la antipoesía, asumió la voz de Domingo Zárate y se
posesionó del auditorio delante de un inédito pizarrón negro, tiza en mano.
Para hablarle principalmente a los jóvenes:
Página 27 de Huelén (agosto 1983), cuyo contenido, a nuestro parecer, vidente, permanece fresco y acusatorio. La D, de democracia, trizada. Es su lenguaje cifrado. |
Todas nuestras iniciativas eran señales
luminosas del sueño libertario. A pesar de que tuvimos un “oreja secreto”
inserto en el grupo de más de veinte poetas y narradores (aceptado también, con
mayor secreto aún de nuestra parte, como escudo).
El año 2012 se articuló en el mundo, bajo la
sabia orientación del escritor peruano Julio Ortega, una seria campaña para
acercar el nombre de NICANOR PARRA al Nobel de Literatura. Una vez más. Pero no
pasó. Tal vez no fue necesario. Su obra es gigante. Su influencia provocó
cambios. Es posible que no hubiera existido un Roberto Bolaño sin la voz de
este maestro.
Yo quiero recordar que no he visto en los
muchos estudios literarios sobre la obra de Parra la cosa sustancial y precisa
que vio, y escribió, nuestro amigo Camaño. Camaño, poseedor de una memoria prodigiosa. Por esta razón revivo
parcialmente un gran texto revelador, con
inclusión de voz teatral, a veces juguetón e irónico en correspondencia
con el carácter del personaje evocado.
PARRA,
DIVAGACIONES COMPULSIVAS
Mi amigo y colaborador de la Revista Huelén,
Ramón Camaño, solía relatar que entre los textos de una nutrida biblioteca
desempolvó una vez Cancionero sin nombre, rara edición en tirada de diez ejemplares y
que contenía una dedicatoria afectuosa con letra adolescente del vate. Su
padre, don Fulvio Camaño, a quien también yo había conocido en Puerto Aysén por
los años 50, había sido condiscípulo con el poeta allá en el Liceo de Hombres
de Chillán, aunque en distintos cursos. Nicanor
finalizó su enseñanza y viajó a Santiago para regresar a Chillán convertido en
maestro de sus propios amigos. Se efectuaron almuerzos de camaradería en la
propiedad de mi padre: tal vez el embrujo de algunas copas provocó la malversación de uno de aquellos diez
ejemplares históricos.
Fallecidos Ramón y don Fulvio, no sabemos el
destino de esa biblioteca selecta e inteligente.
Por el setenta y seis o el setenta y siete,
Ramón -ingeniero de ejecución en mensura- acudió a la Escuela de Ingeniería de
la U, por unos documentos. Imperaba en la
Universidad el sistema crediticio y era comienzo de temporada, de modo que el
hall central se mostraba pletórico de informaciones al respecto. Uno de los
créditos ofrecidos era “Literatura I”,
con Nicanor Parra.
Con gruesos
rasgos, Parra fue estructurando el semestre, fundamentado en un método que él
denominó de “divagaciones compulsivas”, y que en el
fondo no era más que una asociación espontánea de temas porque, a su modo de
ver, el curso había de orientarse para abrir el apetito de alumnos que al cabo
consideraban la expresión literaria como una materia menor, un escollo en el
campo de su formación matemática. Así vadeamos el arroyo, saltando de la
lectura a la crítica, del modernismo al realismo mágico; disecamos un día a
Paul Valéry, y, en la clase siguiente, el “Urinario”
de Duchamp; además de la obra de cierto artista inglés que agrupó los números
telefónicos de todos los John Smith, de Londres, en un poema. Todo ello nos fue
presentado como conjunción de arte y
concepto. Mediante reseñas bibliográficas, Parra fijaba rumbos a la
literatura del siglo destacando, por esclarecedores, El Castillo, Ulises y La Montaña Mágica.
Ya
en dicho curso de literatura, Nicanor Parra ofreció una introducción al ideario
de Henri Lefebvre (fr.1901-1991), filósofo marxista humanista, expulsado del
Partido Comunista francés en 1958. Profesor en La Sorbonne y en
Estrasburgo, de Filosofía y de Sociología. Intelectual que ejerció enorme
influencia a través de su pensamiento,
con una vasta obra escrita acerca de la ciudad, del espacio social, de la vida
cotidiana y la modernidad.
-Don Nicanor, lo que usted busca nace con
Sócrates. ¡Es la ironía socrática!
La misma ironía que se reencarna en Montaigne, Musset, Heine y, generalizando,
en el vidente de los períodos agitados, turbulentos, inseguros, cuando la gente
se torna a él, se consagra a negocios importantes, cuando el porvenir depende
de grandes decisiones, cuando hay en juego intereses inmensos y cuando los
hombres de acción se entregan a la lucha sin reservas. En estos períodos siempre aparece un hombre vuelto
hacia el público, preguntando a los actores para conocer si saben bien por qué
arriesgan su vida, su felicidad o su ausencia de felicidad, sin contar con la
felicidad o la desgracia de los demás. ¿Saben bien que están jugando y cuál es
el juego? A ese hombre, ironista, las tareas del momento, aquellas mismas cuya urgencia reconoce, no le
satisfacen. Escruta el horizonte y trata de apreciar el presente. Se da cuenta
de los límites y de los intereses comprometidos y de las posibilidades de las
tácticas momentáneas. Mientras que aquellos que las escriben se sienten
obligados a creer en ellas sin reservas y a cubrir las apariencias ante sus
partidarios.
¡Está claro! Es cierto que se
ríen de usted. No importa. La ironía supone la conciencia aguda de un conflicto.
¡Es un caudaloso carente de
fuerza resolutiva! No importa. Se trata de agravar la conciencia y el conflicto
mismo más que resolverlo. El acento se coloca en distinto lugar pero hay una
situación común en los dos casos: el conflicto que parece insoluble o cuya
solución parece tan imprevisible que se puede esperar lo peor. ¿O no es eso lo
que deseamos indicar cuando hablamos de Cristo y sus maderos infamantes, y nos
extendemos en consideraciones acerca del tamaño de la cruz o de los clavos y de
la huella que dejó sobre el suelo o de la distancia exacta que recorrió con el
pesado armatoste?
Se le acusa de comediante a
usted. Puede ser verdad puesto que el ironista representa una comedia: la del
no-saber y la del falso conocimiento. Tiene un papel. Lleva una máscara. Y esta
es su manera de desenmascarar los
roles. Dice lo falso, ¡y sabe qué es lo falso!, para llegar a lo verdadero.
Toma el papel de alienación para desalinearse y desalinear a los demás. Se
encarga de este mal papel, ¡excúseme si lo estoy retratando!, y finge mala fe
por necesidad, superándola por medio del fingimiento y superando, al mismo
tiempo, la gran sencillez –fingida o real- de la buena conciencia.
En cuanto a su procacidad,
caballito de guerra para sus detractores, digamos que usted se pretende inmoral
–en la medida que se pretende ser “procaz”- es para salvar la moral o, tal vez,
para descubrir una moral nueva. En el ironista cada posición o proposición encubre una contraria. Ya hemos dicho
que usted finge. Con ello hace vacilar las certezas adquiridas porque las cosas
que parecen tan bien lo que son y tan sólidas y tan “cosas”, haciendo tan bien
su oficio de cosas, revelan su
fragilidad.
Por último, don Nicanor, en lo que se refiere a su
ignorancia… El ironista no sabe adónde va su ciudad ni el pensamiento de su
época. Únicamente concibe los posibles,
todos los posibles, más allá del
horizonte de los posibles. Aquel que
tal vez se abalanzará sobre la
Tierra desde lo alto de su cielo como un ave de mal presagio.
Quizás usted tiene sus preferencias entre los posibles pero no sabe cuál
surgirá. Lleva al lenguaje –al “logos”- la vida de la ciudad, la
praxis social y política. Revela sus contradicciones; luego, sus
incertidumbres. Se contenta con
preguntar. Se pone en duda a sí mismo. Querría saber adónde va el mundo,
ese que usted observa en torno a sí mismo. Como teme lo peor, quiere el
silencio. Quiere la muerte… ¿No es así, don Nicanor?
Camaño, por supuesto, también era irónico y
mordaz. Por aquellas razones establece el origen de las concepciones
antipoéticas de Nicanor Parra. Algo trascendental y no especificado por otros
analistas ni por el propio poeta. Los poetas suelen esconder el agua de su
manantial. Y agrega suspicazmente nuestro querido amigo:
Los mundos de la palabra y de la acción han
fracasado y aunque el mundo moderno avanza con majestad -o sin ella-, suntuoso
–o desaliñado-, opulento –o cubierto de harapos-, cada vez más brutal, más
rápido y más ruidoso, no lo hace por las rutas previstas en la mente de los
grandes cerebros del pasado siglo (XIX). Por consecuencia: el arte ha fracasado
si entendemos por arte lo definido pretéritamente. El arte ha muerto ya por
agotamiento de formas y contenido. Entramos en la esfera de las reiteraciones.
Nos esforzamos por mejorar metáforas inmejorables y ello tiene bastante menos
sentido que la búsqueda, el buceo en temáticas que no poseen la belleza original, que ya no son casi
muestras de arte: el recuerdo, el tiempo pasado, el inventario, el balance, el
informe de vida transcurrida, la autobiografía, el signo en la exterioridad, la
pura mirada, el espectáculo puro, proceso sin salida y sin fin… El rasgo fundamental del espectáculo
moderno es la puesta en escena de su propia ruina.
Camaño también poseía una estructura mental
matemática y por eso tenía una cabeza lúcida y lógica.
El primer parágrafo, atribuido o inspirado
por Lefebre, posee resonancias vivas en el lector de nuestro tiempo. Pero,
subrayemos repitiendo aquella sentencia en el texto de Ramón Camaño: El rasgo fundamental del espectáculo moderno
es la puesta en escena de su propia ruina. Sentencia profunda válida para
la creación auténtica de Nicanor Parra; sentencia que mana de esa obra tomada
en 1982 por Ramón, bajo dictadura. Es una videncia escalofriante de hace
treinta años atrás para esta otra dictadura global del siglo XXI.
En sintonía, el arte, en cualquiera de sus
manifestaciones, no se ha renovado con el vigor suficiente en esta nueva era.
Hecho, este último, que fija la importancia de la obra de Nicanor Parra, al
renovar el lenguaje y enriquecer las imágenes sociales auténticas. Su
influencia literaria en Chile y en escritores de habla hispánica es enorme.
Podríamos agregar que el valor moral de su
rescate de la cosa social está prefijado en el testamento de Alfred Nobel.
Pero debo confesar que secretamente tuvimos
con Parra un “juego de pulso”, como esos que son corrientes en los campos o en
bares de mala muerte. Sucede que el poeta fue extraordinariamente generoso con
nuestra revista literaria e iluminó con su prestigio sus páginas. Fuimos
respetuosos con el manejo de sus textos y monos originales. Pero también el “pillín” pretendió utilizar
nuestro espacio para enviar un “combo” a su archienemigo, el ensayista, poeta y
narrador Volodia Teitelboim. Así es como en el número 11, de 1983, en páginas
34 y 35 publicamos “Cristo de Elqui se defiende como gato de espaldas”. Un
largo poemas que empieza:
Yo partidario de la Dictadura?
no me haga reír
amigo Volodia
me desayuno con
ese pastel
Ud. está tratando
de tirarme la lengua
hágase su
voluntad
hombre a hombre
lo desafío
x intermedio de
este poema (...)
En este “artefacto”, Nicanor Parra escribe el
nombre Volodia con “b”, en el original. Así, “Bolodia” adquiría fonéticamente
una resonancia distinta, agresiva, baja.
Y la revista optó por “no meterse entre las patas de los caballos”, que, como
es de suponer, iban embistiéndose “desalados”.
Pero en el número siguiente (noviembre 1983), se publicó una aclaración
en la página 39:
En honor a la verdad, más arriba había una
referencia aun más ofensiva. Esto nos dejó sabor áspero: vivíamos en plena
censura política y tuvimos que controlar expresiones de un amigo, un maestro.
Con Teitelboim nosotros no teníamos nada en contra. Sin embargo, el equipo
siguió tan amigo y admirador de Nicanor Parra como hasta nuestros días. Corrijo:
como hasta la fecha presente en que el poeta ha susurrado: “Que el Cristo nos
pille ahora confesados. R.S.V.P.”.
enero 23.01_2018
2 comentarios:
Excelente artículo crítico, querido amigo y sagaz literato.
Espero tu expresa autorización para difundir el texto más allá de nuestras fronteras, concretamente, en Galicia y otros lugares de España.
Muy interesante
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