lunes, 2 de julio de 2018

Cuento de Mario Wong



Una mosca cansada que…

Mario Wong
escritor peruano

«Il poursuivit la mouche d’un regard haineux -si tu chies encore sur la feuille, je t’écrase- pensa-t-il tandis qu’il essayait de se concentrer sur sa lecture»
Rudy Gerdanc

A Ingrid
& también, a Ina María y Myriam

In memoriam R.B.

Las brujas de Auschwitz de Mario Wong
Portada libro

Me encontraba en la biblioteca del Centre Georges Pompidou, en la sección de Actualité Littéraire; detrás de mi asiento se hallaban los nuevos libros y C.D.s sobre la beat generation: What’s up? Femmes poètes de la beat Gen.; W. Burroughs-B. Gysin, OEuvre Croisée; On the road; The Subterraneans, Visions of Cody; Dharma; Colloque de Tanger; Nova Express; Blind Poet, La chute de l’Amérique; Howl; Jack Kerouac- Steve Allen, Poetry for the beat generation; Beat literature. La révolution hallucinée; Beat Hotel…
La mosca se hallaba bajo la tabla circular negra, no más alta que mis rodillas; delante de mí, arrastrándose sobre la alfombra granate -cerca a la base metálica (circular también, aunque más pequeña)-, como si el calor que hacía, ese atardecer (eran casi las 7:30 pm; los rayos del sol penetraban a través de las estructuras en vidrio y metal, en esa parte de la biblioteca; automáticamente descendieron las persianas de filamentos) la hubiese atontado. La vi elevarse unos centímetros al ras del suelo; era una mosca «vieja», gorda, podía ver sus pelillos negruzcos bajo su trompa, sus patas delanteras apenas se movían. La observé durante varios minutos (en un instante hasta pensé aplastarla, con el lomo grueso del libro, en pasta negra y roja, que leía, Bolaño Salvaje (1) .
No era una mosca ágil, que volase en círculos alocados, como en uno de los relatos de Hamsun, de su libro Esclaves de l’amour, que leí ya hace varios años; una mosca joven, que jodiese al narrador, escritor, encerrado en su habitación. Me vino a la memoria el cuento corto de un amigo argentino (también sobre une mouche) que no veía hace tiempo y, en esos instantes, no recordaba su nombre.
Comencé a hojear Les Astres Noirs de Roberto Bolaño (2). Veía ahora la mosca reposándose sobre el filo del respaldar de una silla color naranja; agitaba sus patas delanteras acariciándose la trompa. Alcancé a leer algo, de este último libro que trata sobre le soleil noir (Kristeva), la melancolía, en la obra del escritor chileno: …«impossible de ne pas ranger à la lexie»«la fièvre de la technique», la fiebre de la técnica. Que dire alors du faucon «Ta gueule», qui égorge des estorninos, dont le sang évoque chez le narrateur «el rojo de los crepúsculos que uno ve desde las ventanillas de un avión, o el rojo de los amaneceres, cuando…» (3). Paré de leer y me dije: «Que dire d’une ‘Vieille Mouche’ qui n’emmerde plus (en todo caso, pas comme les jeunes mouches en fleurs!)?»
Seguí observando la mosca, que ahora agitaba, apenas, sus sucias alas, mientras con su trompilla peluda absorbía no sé que místicas substancias u otros restos de menjunjes metafísicos (o de «chaudrons des sorcières», acaso de las brujas de Auschwitz), que se habrían impregnado sobre el filo del respaldar. ¿Qué me evocaba esta «Vieja Mosca», putain de mouche!, esclava de amores perdidos, aferrándose a la vida en estos largos atardeceres parisinos? Conflagraciones crepusculares, apocalípticas, en sus tonos naranjas, rojizos y violáceos, a lo largo del Sena (cerca al Palais de la Découverte): O, como el negro vibrante de alas de mosca!…, del «Soneto de las Vocales», de Rimbaud.
Eran las 9:30 pm y anunciaba, una voz femenina, que la biblioteca iba a cerrar; que sólo quedaban 15 minutos de lectura (o para hacer fotocopias); que c’est strictement interdit de sortir avec des livres ou autres publications… «Ta gueule, salope!». Sigo mirando, como hipnotizado, la vieille grosse mouche moirée; súbitamente me acuerdo de una mujer que se vestía de encaje negro, un pequeño sombrero, o ¿era boina (cubierta por una redecilla color gris-azulado)?, tenía los ojos globulosos color verde, amarillentos (¡mismo vómito bilioso!), los disimulaba con unos espejuelos redondos, metálicos, pañoleta de seda al cuello, rosada, grandes senos, caderas anchas como las de una de las hijas de Leucipo, del famoso cuadro del rapto (o eran como las de «L’Origine du Monde», et/ ou de la même mère Nature !), con cartera y zapatos rojos, caminaba balanceándose por la rue du faubourg de Saint Denis; ya me siento fastidiado, hastiado, de tanta y tanta persistencia en querer continuar à baiser et à baiser, et…, in voluptate mors! Cojo el libro de tapa roja y negra, y aplasto la mosca sobre el filo del respaldar, un poco antes de partir.


(1) Barcelona, Ed. Candaya, 2009
(2) Presses Univ. de Bordeaux, 2007
(3) Raphaël Estève, «Jünger et la Technique dans Nocturno de Chile», in: Les Astres Noirs de Roberto Bolaño, p. 150)



De Las brujas de Auschwitz, Granada: Mirada Malva, 2015, colección mirada narrativa n. 18, pp. 33-36





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