domingo, 10 de enero de 2021

Estanterías vacías de Ricardo Bellveser

 LA VIDA ES UNA PÁGINA DE UN LIBRO

POR PEDRO GARCÍA CUETO


Llega gracias a la editorial Olé Libros. que está haciendo una gran labor de difusión de grandes poetas, el último libro de poemas de Ricardo Bellveser, uno de los grandes poetas valencianos contemporáneos que ha cultivado no solo la poesía sino también la novela y el ensayo, además de haber sido periodista muchos años. Fue también director de la Institución Alfonso el Magnánimo donde se creó un espacio cultural muy brillante en la capital del Turia. Bellveser escribe ahora Estanterías vacías, un libro que surge de la donación de muchos de sus libros, de una gran parte de su biblioteca, como si algo esencial en su vida fuera despojado para siempre.

El prólogo de José Antonio Olmedo es certero, lúcido, ahonda en la idea del tiempo que vertebra la poesía de Bellveser. Como dice en una de las páginas del prólogo: “Ser leído es volver a vivir en otro cuerpo”. Cierto, porque la lectura es un acto litúrgico, de acercamiento al ser que escribe, de un contacto tácito con las manos que han hecho posible el poema. La gran corriente afectiva pero también intelectual entre Olmedo y Bellveser se palpa en el prólogo, podemos sentir cómo dos mentes lúcidas aproximan sus oídos a un diálogo de enorme lucidez. No en vano, Olmedo es el artífice de un ensayo sobre la obra del poeta valenciano que está a punto de editar Olé libros de la mano de otro amanuense, Toni Alcolea.

Con estos mimbres, el tejido del libro solo puede deparar sorpresas, certidumbres, claridades. Al entrar en el mismo nos encontramos con el primer poema que nos deslumbra titulado “Las estanterías vacías”:

“Mi biblioteca viva. / tenía su voz y sus truenos, ahora / el silencio se ha ido adueñando / de los estantes, y apenas percibo / su jadeo, como el de quien retrepa / el empinado barranco de la melancolía”.

Esa biblioteca que se vuelve corpórea, como un ser vivo, donde los tomos son como seres que han ido acariciando la mano del poeta, que han iluminado sus ojos, ahora se convierte en un vacío, tan cruel como la muerte de un ser querido, donde oímos su voz como un eco que ya es solo eso sin una presencia que la adorne de luz. La decisión de la donación se torna en dolorosa, porque viene también en un momento difícil de la vida del poeta donde se plantea la existencia, cuál es el lugar que ocupamos en el mundo.

Como el que ama sin saber que lo que le pertenece es efímero, Bellveser se siente dolido porque ahora sí comprende que los libros que a veces estaban allí indiferentes lo eran todo para él:

“¡Ay literatura!, ay libros / perdóname porque no te haya / dignificado lo que te mereces”.

La vida se convierte entonces en un espacio vacío sin libros, solo queda recordarlos, memorizarlos, como mostraba Bradbury en su famosa novela que llevó al cine Truffaut, libros que siguen con nosotros, que nos acarician como fantasmas. Para el poeta valenciano, literatura y vida son un solo paso, una convergencia que culmina en el poema “Vivir en los libros leídos y no”:

Estanterías vacías

“Vivir y leer, una misma cosa, leer es vivir / por medio de otros, de prestado tal vez, / vivir en lo ajeno, cuando esas líneas / entran en nosotros y en nosotros se quedan.”


La literatura se convierte en vida y vivimos más lo que leemos que lo que nos rodea, se nos aparece la Maga de Cortázar o el Quijote de Cervantes, la realidad se torna un espejismo y la lectura todo.

El poeta enviuda de su propia vida, como dice en el excelente poema titulado “La vida según Borges”, pero luego llega en otra parte del libro el sentido del tiempo, la sensación de haber vivido y no saber si ha sido el camino correcto, si ha servido para algo en realidad. En el poema “Libros y virus”, dice el poeta:

“Ahora lo voy entendiendo: / he vivido, si no mucho, sí lo bastante, / pero apenas he aprendido nada”.

   Ante la inminencia de la vejez y de la enfermedad, Bellveser se confiesa confuso, envuelto en las briznas de un tiempo que se borra, que apenas se vislumbra, el pasado se pierde en la neblina. Por ello, en los poemas “La enfermedad” y “En los quirófanos” late el hombre cuya conciencia sigue intacta, su lucidez a flor de piel, pero el cuerpo se convierte ya en un extraño, porque traiciona el deseo de seguir, impone el dolor como aventura vital. Dice “En los quirófanos”:

“Al regresar del sueño / he comprobado que mi carne / tiene prisa por reunirse con la muerte”.

   Bellveser sabe que todo es derrota al final y en el momento en que nos vemos desnudos ante la adversidad nos vemos consolados por el recuerdo, por los afectos y por esos libros que ya no ocupan espacio en su estantería, pero que le persiguen ya sin rencor alguno.

   Impresiona también por la gran honestidad de este libro que nace de un momento vital duro el poema “La soledad total” donde la certeza de Darío en “Lo fatal” cumple su rito, estamos abandonados a esa soledad definitiva del nicho donde la vida solo sea un espacio concluido, finalizado, del que ya apenas quedará nada:

“La soledad total es la soledad del nicho, / preludiada por el sonido de la caja / al entrar en la última atmósfera sin aire, / es la soledad de un libro no leído…”

  Sin duda, el ser se va definitivamente y deja en los otros un eco que con el tiempo se hace más distante, pero que al igual que un libro no leído pasa a formar parte del olvido. En la senda de Cernuda y de su magnífico “Donde habite el olvido”, Bellveser se pregunta qué es la vida, qué sentido tiene todo lo que ha pasado y lo que queda por pasar. 

   El libro lleva un aliento pesimista pero lúcido, hondo, que deja un hueco para el optimismo y ese es el recuerdo como deja caer en el poema “…Y llegará la lluvia”:

“Nunca hemos sido tan libres / como cuando nuestros cuerpos / estaban nuevos, sin amenazas / ni espejos que recitaran sus verdades”.

   Ese tiempo ido, quizá el de la niñez o el de una juventud libre y sin miedos le llega, ahora es eco cuando pasea y ve a una pareja que se mira a los ojos. Quedan briznas entonces de un esplendor que él también vivió.

   Y concluyo, pese a que hay muchos poemas que merecen ser comentados (el que dedica al reloj es también estremecedor), con un homenaje a la poesía, porque es ella la que queda, la que permanece junto al poeta en esa soledad del tiempo y del dolor. Así concluye esta declaración de amor que hace de este libro el más verdadero de todos, porque  la hondura de los poemas viene transida de emoción y de verdad:

“Todo se lo debo a ella. / de la vida a la toma / de altas torres de arrogancia. / el haberme permitido / que le hiciera el amor. / como a una muchacha / a la que le vibraran los pechos / al caminar de la carne”.

   Es la poesía entonces el último refugio, el que nunca abandona, el espacio donde uno puede abrazarse hasta el final, cuando ya no seamos más que una memoria sepultada entre ortigas, como diría el maestro Cernuda. 

   El libro es un paisaje emocional que nos rompe por dentro porque expresa la certidumbre de un hombre que ya conoce su destino y que se aferra a la vida, a esos libros que no están pero que permanecerán para siempre, incluso los no leídos, esperando la caricia del poeta, como si fueran una luz en la oscuridad que al final lo resume todo. Ricardo Bellveser hace de Estanterías vacías el mejor canto a la vida, a su efímero pasar y a ese mundo que le ha dado todo, pese a que las páginas no leídas sean también las que no se han recorrido. Un gran libro de un gran poeta.


TÍTULO:  ESTANTERÍAS VACÍAS

AUTOR: RICARDO BELLVESER

EDITORIAL:  OLÉ LIBROS

AÑO: 2020.

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