ENTREVISTA A
ZINGONIA ZINGONE
Por Mario Meléndez
Los naufragios del desierto Vaso Roto Ediciones, 2013 |
En
tu último libro Los naufragios del
desierto (Vaso Roto ediciones) podemos apreciar un desplazamiento hacia
otras regiones, hacia otras claves que cohabitan en tu imaginario. La poesía de
oriente ocupa un lugar preponderante en esta nueva etapa ¿Cómo se produce esta
derivación?
Toda creación poética encierra un
misterio. Es el fruto de lecturas, vivencias, percepciones, pero también y, yo
diría sobre todo, de un misterioso dictado. El desierto es el espacio del
silencio, y en el silencio se abre el oído de nuestros sentidos,
predisponiéndonos a la escucha. Escucha que permite se mezclen nuestros
conocimientos directos con aquellos indirectos, o dictados. Los naufragios del desierto nace más de
mi relación con ese silencio que de estudios sobre la poesía de oriente.
Aunque sí me mueva la sabiduría de
los sufí (recomiendo la lectura de Pensadores
de Oriente de Idries Shah), y sí haya vibrado mucho en los versos de Rumi, Khayyam
y Hāfez, no siento que este libro sea producto de la filosofía oriental. Mi
imaginario del desierto se desarrolla a partir de El extranjero de Albert Camus. Esta novela, que leí por primera vez
en la adolescencia, me marcó de manera muy profunda e instaló en mí la potencia
del desierto humano. En contraposición a esto, en mí yace firme la presencia
bíblica que se refleja en las vidas de mis tres protagonistas: para ellos el
desierto es vacío y plenitud; condición indispensable para transformar las
heridas en luz.
Sería injusto para con el impulso
creativo que originó este libro, que yo elaborara ad-posteriori un fundamento
racional. Releyéndolo me doy cuenta que en él cohabitan numerosas claves, y que
en realidad no tiene importancia ni el cuándo ni el dónde ni el cómo, porque el
tema es la existencia. Y la existencia, por su naturaleza, se impregna de lo
circunstante pero lo trasciende.
¿Cómo
se da esto de escribir preferentemente en español siendo italiana de origen?
¿Por qué crees que se genera esta dinámica inusual?
Yo pasé mi infancia en Costa Rica,
llevé a cabo mis estudios en inglés, y en casa siempre y sólo escuché hablar
italiano. Mis primeras composiciones poéticas (a los 12 años) fueron en inglés.
Supongo que el ritmo de las palabras que retumbaba en mí con mayor fuerza era
el de mis lecturas escolásticas. Con el tiempo, migré hacia el italiano, en
paralelo con los estudios universitarios (Economía) que cursé en Roma, en
italiano. Finalmente, al mudarme de nuevo a Centroamérica, a los 27 años y por
asuntos profesionales, encontré mi resonancia en el idioma castellano. Es en
Nicaragua donde comencé a descubrir matices del idioma que me pertenecían desde
tiempos antiguos, y poco a poco me fui afianzando en él.
En Nicaragua también aconteció el Amor.
El idioma del amor es el idioma del corazón, y el corazón es aquel que origina
todos los latidos. Por ende, aunque a veces pueda cometer errores en español, debidos
a su similitud con el italiano, sé que mi pulsación poética le pertenece. Es un
latido hispanoamericano. Ya el idioma de mis lecturas se ha vuelto indiferente;
a la hora de tomar la pluma entre las manos, los versos surgen en español. Esta
dinámica no aplica ni a la narrativa ni al ensayo, géneros en los que me
expreso libremente en italiano, inglés y español.
Sin embargo, en respuesta concreta a
la pregunta ¿por qué creo que se genera esta dinámica inusual?, tengo que
apelar nuevamente al misterio poético.
A
la luz de tu experiencia ¿qué diferencias claves adviertes entre la poesía
italiana actual y la que se hace en Latinoamérica?
Aclaro que no soy una experta en esta
materia, menos una gran lectora de poesía contemporánea (todavía tengo mucho
por leer del mundo clásico)…
En términos generales, en la poesía actual
italiana percibo más concepto que entrañas. Se siente cierta sumisión a las
grandes voces del siglo pasado, y el refugio en un refinamiento estético,
salida que se convierte en cerco. Parte de la poesía sigue aferrada a las ideologías
difuntas, mientras que otra busca un espacio en el cerrado panorama cultural.
Esto último, pareciera ser más importante que la mera esencia del acto
creativo, que tiende naturalmente hacia la “ruptura de los esquemas”.
Me atrevo a decir que esta situación
responde en parte al estancamiento de la sociedad: los grandes sufrimientos (guerras
y pobreza) son sólo recuerdos, y por ende un concepto, y no un sentimiento
vivo. Así mismo, la esperanza, que no se vislumbra ni en la economía, ni en la
política, ni en la reconquista de los valores fundamentales, constituye una
especie de concepto frustrado.
En Latinoamérica, en cambio, la
pobreza sigue vigente y las heridas son más frescas; también, es más palpable
la esperanza de salir adelante y superar los históricos abusos. Esto se transmite
a la lírica, que todavía logra involucrar al lector, provocando en él un
movimiento desde adentro hacia fuera y no viceversa. En una tierra que funda
sus orígenes en el conflicto entre amerindios y conquistadores, el modus vivendi
es la “ruptura de esquemas”. No hay estática en esta lengua rica de resonancias,
que engendra poesía como expresión propia de su existir. Y en este sentido, me
parece iluminante un trozo del diálogo entre Jung y el
indio de Nuevo México “Lago de montaña” (Carl G. Jung, Recuerdos, sueños pensamientos):
«Los blancos quieren siempre algo, están inquietos
y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que
están locos». Le pregunté por qué creía
que todos los blancos están locos. Me respondió: «Dicen que piensan con la
cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos
aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones.
El
hecho de dominar varios idiomas te ha permitido leer en lengua original textos
fundamentales y traducir también a importantes autores ¿Cómo te sientes en esta
labor de traductora?
Traducir es mi forma natural de
hablar. Me muevo mucho entre Europa, la India y Latinoamérica, e intercambio
con frecuencia mensajes con poetas diseminados por el mundo, por lo que ya se
me hizo costumbre pasar de un idioma a otro. Traducirlos y traducirme.
Ahora bien, la labor de traducir
poesía no implica sólo dominar los idiomas, sino que entender la cultura que un
idioma encierra, para así poder trasponer una cultura en otra, un idioma en
otro, un poema en su equivalente traducido. Por esta razón, me siento más
cómoda trabajando con la poesía procedente de una cultura que conozco bien.
Prefiero siempre traducir al
español. Y aclaro que no es español de España.
Tengo sensibilidad cultural y
lingüística para con Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y la
India. Pero también me atrevo a traducir la poesía árabe desde el inglés y el
francés conjuntamente, y la poesía de los países nórdicos desde el inglés.
Donde se me dificulta la labor, es
en el desencuentro con un texto. Si no logro sintonía con el poema que
traduzco, es difícil que el resultado me satisfaga, por lo tanto, mi política
es traducir sólo lo que me gusta.
Zingonia Zingone |
Tu
relación con Latinoamérica es muy cercana. Viviste algunos años en Costa Rica y
has viajado por varios países de este continente. ¿Por qué se produce esta
empatía? ¿Te sientes parte de una cultura, de un tejido social en permanente
ebullición?
La empatía está fuera de nuestro
control: o se manifiesta o no se manifiesta; no se puede construir a partir de
la racionalidad.
Al pasar mi infancia en Costa Rica,
por simple osmosis ambiental, quedé permeada de latinoamericanidad. Me refiero,
entre otras cosas, a la lengua, a la música, al dulce de leche y a la tortilla,
a la devoción por la Virgen, y a la baraja étnica. Sobre todo, quedé llena de
trópico, de esa relación entrañable con la naturaleza.
Más que sentirme parte de un tejido
social, siento un vínculo más íntimo, una afinidad profunda. Tan es así, que al
mudarme a Nicaragua ya como adulta, sentí que de alguna forma estaba regresando
a casa.
En Costa Rica falleció mi padre. En
Costa Rica nació mi hijo. La familia paterna de mi hijo es nicaragüense y peruana,
por lo que en los últimos diez años, mi vínculo con América Latina se ha ido fortaleciendo
siempre más. El amor es el más poderoso de los motores y del amor por una
persona, puede nacer el amor por un pueblo, por un territorio.
Regresando al tema de la empatía,
creo que vale la pena mencionar que mi memoria sensorial juega un papel
importante. Desde niña, siempre la he tenido muy desarrollada, en
contraposición con la pésima memoria para con números, datos y textos. El hecho
de retener impresiones, las convierte en algo mío, extendiendo mi zona de confort.
Esto no sólo me pasa a través de la experiencia personal, sino que a través de la
lectura. El ejemplo más impactante implica a Neruda. Estando en el colegio, leí
Entierro en el este, un poema que
describe un ritual crematorio en las orillas del río Ganges. Me impactaron
tanto los ruidos (“pasan sonando cadenas y flautas de cobre” y “el creciente
monótono de los tamtam”), los olores punzantes (“azafrán y frutas”, “el humo de
las maderas que arden y huelen”), así como colores y texturas (“envueltos en
muselina escarlata”), que al visitar la India, hace 5 años, sentí que el país me
pertenecía. Esto seguramente se debe también a mi domino del inglés y al
trópico que vive en mí.
En resumidas cuentas, sí me
identifico profundamente con América Latina, pero tengo empatía fácil con otras
regiones del mundo.
Aparte
de las lecturas de rigor ¿crees que los viajes han sido funcionales a tu
proceso creativo?
Definitivamente. Los viajes amplían
los horizontes. Y, como dije anteriormente, mi memoria sensorial engloba
rápidamente las impresiones.
Has
incursionado en otros géneros literarios, especialmente la narrativa.
Publicaste en 2000 una novela que lleva por título Il velo. ¿Crees que el poeta tiene esa capacidad de desdoblamiento
cuando aborda otro escenario? ¿Cómo fue la experiencia en tu caso?
No podría generalizar. Hay poetas
que son también ensayistas, dramaturgos, cuentistas y novelistas brillantes,
como hay otros que sólo tienen vocación de poeta. Es algo muy personal.
A mí, desde que era niña me
fascinaba contar cuentos, inventar historias. Como también tuve siempre amigos
imaginarios que me acompañaban y con los cuales compartía unas historias
elaboradísimas. El paso siguiente hubiera sido ponerlas por escrito.
Creo que para aprender a narrar, se
necesita práctica y disciplina. Existen técnicas, pero lo que más me resultó a
mí, fue la lectura de buenos cuentos y novelas, escritos en la estética
contemporánea. Una vez organizadas las ideas en forma esquemática, sigue lo
metódico: sentarse a diario frente al papel y avanzar hacia el objetivo. Así
fue como escribí Il Velo y mi novela
inédita, La leyenda del mendigo. Para
esta última me nutrí de Stienbeck, Scott Fitzgerald y Hemingway; está escrita
en tercera persona, y cada capítulo corresponde a una escena, como en una
película. Il Velo, en cambio, es una
novela intimista, escrita en primera persona y con un lenguaje más poético,
menos fluido. Peculiarmente, el protagonista es un hombre.
Como reto personal, hace años
incursioné también en el teatro. Era una época en la que estaba obsesionada por
la obra del dramaturgo francés Jean Anouilh, y leía una o dos piezas suyas al
día. Entré en el ritmo del teatro y escribí una obra en tres actos, Desideria. No era más que un ejercicio,
pero no descarto retomarla en algún momento.
Volviendo
a tu proceso creativo, ¿qué cambios adviertes desde tus primeros libros a lo
que vienes haciendo en la actualidad?
Soy poeta por nacimiento, por
instinto, y no llevé a cabo estudios literarios, por lo cual mi poesía se
encontraba inicialmente en su “estado bruto”. El tiempo y las lecturas han ido depurando
mi voz.
Soy de aquellos reticentes a sacar
su primer libro del armario. Sin embargo, como me dijo el dueño de la editorial
costarricense Perro Azul, “si no se le apoya al poeta la edición de su primer
libro, puede que se frustre y deje de escribir. El reto es que cada libro
supere al anterior.” O, yo agregaría, cuando la voz es madura, que no se repita,
que explore nuevos entornos. Siempre que las musas sigan cantando.
En estos 7 años (Máscara del delirio se publicó en el
2006) fui aprendiendo a hacer mi trabajo: leer mucho y leer bien; vivir con
todos los sentidos desplegados, sentarme a escuchar el dictado, y recogerlo
sobre el papel en blanco. Acto seguido: el reposo del texto y la pulida correspondiente.
También ha resultado útil la confrontación con poetas de mayor trayectoria.
Este proceso me ha servido para entender
que tengo que tomar las distancias del poema. Estar en él sin invadirlo. Tratar
de que mi presencia pase desapercibida. Creo que esto último es precisamente lo
que le da fuerza a Los naufragios del
desierto.
Existe
una incapacidad de reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo determinado.
Este sentido de competitividad mal entendido hace que la poesía muchas veces
sea un medio y no un fin. ¿Por qué piensas que se da este fenómeno?
Esta pregunta me hace sonreír porque
me recuerda algo que leí en Pensadores de
Oriente: Los sufí, es
comúnmente reconocido, han producido parte de la grande literatura mundial,
particularmente en lo que se refiere a cuentos, obras ilustradas y poesía. Sin embargo,
a diferencia de los “trabajadores literarios” o escritores profesionales, ellos
ven esto como un medio para trabajar y no como el fin de su trabajo: “Cuando el Hombre Elevado hace algo
admirable, es una evidencia de su maestría, no el objeto de la misma”.
Sonrío
porque pienso parecido a los sufí. Soy reticente a eso de pertenecer a un grupo
y, sobre todo, pienso que la creación está por encima de su creador. Entiendo
bien el problema que planteas, sin embargo, me tiene sin cuidado. Es triste
pensar que en la poesía existan círculos de poder, pero el poder, como todos
sabemos, es un reflejo de cierta parte oscura del hombre. Yo pienso que todo
cae por su propio peso y que la verdad (en este caso me refiero al talento) de
una u otra manera, con tiempos ajenos a nuestros tiempos, sale a flote.
Paul
Celan afirmaba que la poesía es una
especie de regreso a casa. ¿Qué sería para ti?
Parecido a Celan: es la vía del regreso a casa, porque el camino de la poesía, para mí, coincide con el camino
espiritual. Ese trabajo de eliminar lo superfluo para llegar a la esencia, a la
palabra precisa, a la verdad desnuda.
La poesía es búsqueda, pero hay que
preguntarse ¿qué busco? Personalmente,
no creo en los ejercicios estilísticos, en la búsqueda de la forma sin
contenido. Creo más bien en el escarbado profundo. Es allí donde se descubren
horizontes siempre nuevos. Bien lo dice el poeta argentino Hugo Mujica en su Poéticas del vacío: “El hombre, lo supo
también Pascal, es un ser finito habitado por la infinitud.”
Zingonia Zingone |
Zingonia
Zingone. Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y
Costa Rica, y es licenciada en Economía. Escribe en castellano y vive en Roma.
Poemarios: Máscara del delirio (Perro
Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana
Katana (Perro Azul, 2009), Equilibrista del olvido (Raffaelli
Editore, 2011; Editorial Germinal, 2012; Poetrywala, 2011; Aharnishi
Prakashana, 2012), y Los Naufragios del
Desierto (Vaso Roto Ediciones, 2013). Novela en Italiano: Il velo (Elephanta
Press, 2000).
Su obra ha sido incluida en numerosas
revistas literarias y ha sido traducida a varios idiomas como inglés, chino,
hindi, kannada, malayalam, marathi y albanés.
Obras traducidas al español: Alarma de Virus (Ediciones Espiral,
2012) del poeta marathi Hemant Divate y La
Cruz es un camino (Edizioni della Meridiana, 2013) del poeta italiano
Daniele Mencarelli.
Integrante de la junta organizadora del
festival internacional de poesía “Kritya” (India). Desde el 2007 ha participado
en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Europa y
Asia.
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