miércoles, 22 de octubre de 2014

Dimitris Angelís: Poemas

Dimitris Angelís (Atenas, Grecia, 1973). Poeta y ensayista, Doctor en Filosofía y Director de la revista literaria Nea Efthini (2010-2013: núm. 1-16) y actualmente de la revista Frear (Pozo). Libros: Sobre la escritura (ensayo, 1998), Filomila (poesía, 1998), Una muerte más (poesía, 2000), Último verano (relatos, 2002), Aguas míticas (poesía, 2003), Estética bizantina (estudio, 2004), Corrientes ideológicas en la Antigüedad Tardía (estudio, 2005), En las fuentes de la filosofía bizantina (estudio, 2007), Aniversario (poesía, 2008), Con el revólver de Mayakovski (conversación sobre la poesía con D. Eleftherakis y S. Polenakis, 2010), Confirmando la noche (poesía, 2011). Su libro Aniversario ha sido premiado por la Academia de Atenas (Premio Porfyras) y fue finalista del Premio Nacional de Poesía.



Poemas de Dimitris Angelís
Traducción al español de Virginia López Recio




SIN TU FUEGO

Pesado el invierno en el corazón por la falta
de tu fuego
y el lobo que pasó de puntillas por la nieve del cuerpo
dejó poco antes de irse a los cedros
huellas tremendas de una incursión y de un amor indestructible
que últimamente solo encuentras en aquellos extraños
lugares:
en las flores muertas del bosque al amanecer y en las capas
vacías
que de vez en cuando pasean sombrías por la niebla de tu pensamiento
llevando en su mano oculta una espada
vengativa por tus continuas traiciones.
Cuando tu figura se refleja en las aguas,
los remordimientos te rodean con bocas ensangrentadas por cuanto
no hiciste
y, como mujeres vestidas de negro, llorando los cadáveres
sin sepelio en la orilla,
arrojan piedras al mar agitando tu frente serena. Y
no intentas en absoluto
dar explicaciones.

Sin el fuego que me prometiste, ahora yago sobre la
arena, cerca
de los despojos de mi caballo, miro las estrellas
aguardando impaciente que tus ojos incendiarios
brillen también esta noche
como faros gemelos adornando
mi siempre despierto duelo.




SEPTIEMBRE EN NUEVA YORK

«Y se hicieron sangre»
Apocal. 16,4.

Nunca más me niegues en septiembre
y apagues la luz antes de cumplir tus promesas.
Nombres de hombres siete mil, el resto asustados
en medio de la polvareda. Vi
a un hombre que caía quemado. «Un ángel de Aquerusia», dije,
tú me mostraste el río.
Y después al primogénito de los muertos, hermano en la paciencia
y en nuestra pena.
Y después a una mujer a un lado, labios pintados de sangre que
apostaban por la luna
que no volvería a dormir y que no olvidaría.
Porque cada piedra blanca que encuentras en el polvo
esconde grabado en una de sus caras un apellido
que nadie realmente sabe cómo lo arrastró el tiempo
a esta orilla y sobre esta concha
que te expulsa exiliado de tu propia ciudad.

Así, antes de irme
acepta también mi oscuridad. Porque ahora
son siempre en septiembre las despedidas más largas,
mas nunca hay perdón
solo velas encendidas, misas de difunto y ceremonias
y en la distancia, entre nuestras sábanas, montones
de nubes invertebradas, todo palabras
palabras conmovedoras y, sin embargo, innecesarias, condenadas
al olvido; palabras incoherentes.
Puesto que todos saben que tras el fuego
jamás hay perdón.

11/09/2002



PERSÉPOLIS
Fuerza y Violencia

«en todas partes pesadumbre y rumores varios»
Jueves, 1 de septiembre de 1922.

Destinado a una oscuridad más profunda, os esperaba para que me condujerais con látigos y vuestras espadas damasquinas al país de mi nueva morada. Murallas ciclópeas. Banderas hechas jirones y enormes huesos de antepasados esparcidos alrededor del lecho en el que por las noches duerme mi Enemigo. Madre Asia, tus ojos abiertos de par en par –
Se abre una puerta de bronce de la época de los sultanes:
Enfrente los dientes negros de las rocas e inmensas olas deshabitadas. El extremo del mundo, ciudad edificada con poder y con piedras, sobre los cimientos de miles de llantos infantiles. A entrar, pues, con honra: Señor y legislador mío, te doy las gracias por despojarme de la esperanza de vivir. ¡Que todo en tus actos sea sangriento, para siempre!
Insolencia de la voz. Gog y Magog, ¡no me despedacéis…! ¡Mi vida, una farsa, un destino inconcebible! Destinado a una oscuridad más ciega os esperaba: Tranquilo me bebí la leche de mi noche, apoyé con cuidado en la silla la corona de espinas y me tumbé con la vela encendida sobre mi pastel funerario, ya preparado. Seguro de lo fatídico, que se presenta en cualquier momento.
Señor y padre mío, nombre impronunciable, te lo ruego: Ahora que he llegado hasta aquí

siégame.




REGRESO

Lugares de mi lengua más verdaderos
en los musgos y en la verde sementera del pecho.
Bendición en mi pecho la gran herida. El
lago. El río.
Con esperanzas navegan las embarcaciones
río adentro
buscando en tus desembocaduras la fuente primera.

Así, devuelvo a la casa tu madera sagrada,
tu donación
pero ahora yo llevo los clavos, digo
tus palabras;
leo en las cartas cuanto me ocultabas durante años
con tinta invisible, jazmín y toneladas de tierra.

¿Acaso no ves cómo sangro? Ahora es tu turno
de llamarme «padre».



[Poemas del libro Aguas míticas, 2003]

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