EL
COMPROMISO CON LA LIBERTAD EN LA OBRA POÉTICA DE EUGENIO DE NORA
POR PEDRO GARCÍA CUETO
La obra poética de Eugenio de Nora todavía
brilla en algún lugar del tiempo, porque nació del deseo de denuncia, de
reivindicar lo bello de la vida, lo hermoso de la Naturaleza, lejos de los que
cercenan, con su impudicia y deslealtad, los rincones del mundo.
Nació en 1923, en Zacos, en la comarca de
Cepeda, en la provincia de León. Los primeros años de su vida transcurren en el
ambiente campesino, su padre era el propietario de un pequeño taller de
carpintería y serrería. Ya ve el misterio de la Naturaleza, la belleza del
mundo, las montañas y los valles, donde el hombre puede encontrar la paz y su
dimensión humana.
En 1932, la familia se trasladó a León, donde
el poeta comenzó sus estudios de Bachillerato en el Instituto. Vio, de primera
mano, como, al llegar la Guerra Civil, los nacionalistas asesinaban a vecinos
suyos o encarcelaban a profesores del instituto. Todo lo que tuviese que ver
con la cultura era necesario que despareciese, porque la iniquidad de los
golpistas y sus secuaces no tenía parangón, lo que tuvo también la
contrapartida de la actitud hostil y sangrienta de los defensores de la
República. En realidad, nadie escapó del exceso, de la brutalidad, en el
conflicto más grande y más grave que ha sufrido España en su historia.
En 1942, el futuro poeta se traslada a
Madrid y a la Universidad Central, donde comenzó su amistad con poetas afines a
la izquierda, también empezó a colaborar en diferentes revistas poéticas:
Cisneros, Escorial, Corcel o Entregas de poesía.
Para de Nora era necesario el compromiso con
el mundo progresista, se afilió al F.U.E, a la vez que terminó los estudios en
1947. Se marchó a Berna, en 1949, como lector de español. Allí se establece, en
la bella ciudad suiza va progresando en su labor docente e investigadora, sin
abandonar nunca la poesía.
La idea del desarraigo es importante en la
obra de Nora, porque pertenece a la llamada poesía desarraigada, la que cultivaron
también Blas de Otero, Celaya, Cremer, Hierro, Hidalgo y algunos otros. Hay un
deseo de manifestar su dolor existencial, la continua zozobra interior y el
deseo de esclarecer un futuro sombrío por la dictadura reinante en España.
Frente a ello, los Panero, Rosales, Vivanco, García Nieto, hicieron una
poesía (estimable, desde luego y en
algunos casos como el de Rosales o García Nieto de gran calidad), pero envuelta
en las ideas religiosas, en una belleza de la tierra que les alejaba de la
problemática social tan necesaria para entender los años cuarenta y cincuenta
de nuestro país. Panero logró dotar al verso rimado de una gran belleza y
García Nieto hizo del soneto una estrofa muy cuidada y de gran resonancia, pero
nos da la sensación que la falta de implicación en la “problemática” española
los aleja de una poesía que sí era pertinente, sí era necesaria, aunque no era
la única que debía escribirse, pero, en el contexto del momento vivido, era de
gran calado emocional.
Por ello, de Nora ahonda en el hecho
comunicativo, en la necesidad de cantar para el pueblo, en la línea de Celaya,
porque este necesita “alimentarse” de poesía, para salvar su soledad y su
impotencia ante tiempos exentos de democracia y libertad.
No hay que olvidar la valentía de los
poetas que sí cantan a la libertad en aquellos tiempos, porque exponen su obra
a la censura, son caldo del cultivo del desprecio de los que quieren silenciar
todo compromiso con la vida y con la democracia.
PUEBLO CAUTIVO: LA DENUNCIA DE EUGENIO DE NORA A UNA ESPAÑA ENCADENADA
De Nora va escribiendo una obra sólida,
hermosa, con títulos tan inolvidables como Amor
prometido (1939-1945) o Cantos al
destino (1941-1946), libros de gran calado emocional, como aquellos poemas
revestidos de clasicismo de Amor prometido que resuenan aún en generaciones que
suspiran por la libertad, cuando dice, por ejemplo en “Si ahora”:
“Si ahora
pudiera ver tus ojos, / ver en tus ojos un paisaje claro / como la nieve azul
que cae!” / Pero el recuerdo del amor, aquí, / arde como el sol de los páramos.
/ Oh, tierra de aridez, oh, aire / sin mariposas vegetales!”.
Vemos el amor por la tierra, por un
paisaje mancillado por el dolor de la guerra, cuando dice “aire sin mariposas
vegetales”, ya ha llegado la época de la inquina, del desprecio por el ser
humano, son demasiados muertos para que la tierra descanse sin que se despierte
azorada por el insomnio que le produce la sangre de los inocentes (mujeres,
niños, padres de familia) regando los campos. Dirá incluso en otro verso: “la
libertad de lo azul no flamea”, porque llora el cielo, sufre el monte, arde el
paisaje, ante el dolor de la guerra pasada y sus consecuencias funestas para
tantas generaciones.
En Cantos al destino, podemos leer poemas
que se clavan a nuestros ojos heridos, como “Lamento”, dedicado a Gerardo
Diego, cuando dice, en tono exclamativo, con la garganta sangrante por la
pérdida de tantas cosas:
“¡Seguid,
seguid ese camino, / hermanos; / y a mí dejadme aquí / gritando!”
El poeta necesita la soledad, el grito
sordo ante una multitud que no lo escucha, en un páramo de paisaje que es la
propia España, seca y adusta para muchas generaciones más.
Pero el compromiso con la libertad toma
cauces aún más explícitos en su libro Pueblo
cautivo (1946), poemario lleno de luz y verdad, donde nada esconde el dolor
por una España apresada y encadenada a sus tiranos, los golpistas que han
lastrado el país para generaciones. Cito un texto muy lúcido donde De Nora nos
deja esa fuerza que solo los grandes poetas, ya colmados de verdad, saben
tener, el poema se titula “Los gritos de ritual” y lo comento en su mayor
parte:
“España
una” “y ellos dieron fuego / traición y muerte al pueblo único / que trabajaba
por su misma dicha. / Y rompieron España en dos Españas, / y separaron,
irreductiblemente / hasta un millón de muertos de su banda asesina”.
La España que crearon los asesinos de la
República aún sangra, porque el pueblo “único” vive encadenado a la perfidia de
los golpistas.
Cuando pronuncia luego la otra máxima del
himno traidor al decir “España grande”, De Nora en ese afán desmitificador, de
tanto espíritu de cruzada que Franco, en su visionario mundo, trató de
trasladar a un pueblo dormido y sedado por la ignominia y por la guerra, nos
muestra que esa España grande es solo un país de guiñol, un teatro absurdo en
el cual siempre viven los mismos, los que se creen lo que dicen, porque pueden,
a través del dinero, someter a los demás, los políticos del Régimen y la
Iglesia cómplice con él:
“Y ellos
vendieron todo, / el pan de cada día y el honor de un país vivo / por la vieja
quijada del crimen fratricida. / E hipotecan ahora el hogar usurpado / al
primer usurero, al mercachifle ávido / degradando su misma voluntad de
ladrones”-
España vendida al mejor postor, hipotecada,
por el crimen al hermano, en una Guerra preparada con calma, por los generales
traidores, para que la libertad del país fuera solo un sueño, para que las
madres y los hijos no pudiesen cantar canciones de libertad en el campo ni nuestros
escritores citar o leer a los grandes de todos los tiempos, porque en ellos
estaba el hálito conspirativo.
Por fin, de Nora, en su poema tan libre,
sin tapujos, abierto como una herida, en la línea de Celaya o la fuerza y
hondura del gran Miguel Hernández, habla de la España libre, ironía en un país
donde el tirano se vota a sí mismo, censura con la tijera a los que no son sus
adeptos, obliga al exilio a tanto intelectual que sabe pensar por sí mismo:
“Y a la
libre España, / que seguía su
camino de paz hacia el futuro / asesinaron por la espalda, y a los
supervivientes dieron / la libertad de plomo, de pudrirse en la tierra / o de
acumular odio entre rejas y estacas”.
País que había abierto con la República,
pese a sus defectos, un camino hacia el progresismo, ahora vendida al mejor
postor por unos hombres que hacen a los perdedores construir el infame Valle de
los Caídos, muchos encarcelados, otros “podridos en la tierra”, en un mundo
generador de odio y de dolor.
El poeta ha contemplado el dolor con la
impotencia que da sentirse alejado, ya en el exilio de su Suiza, viendo como
los españoles no gozan de libertad, se les impone la Iglesia, los nodos
propagandísticos del Caudillo, la moral casta y retrógrada que pulula en su
país, tan distante y distinta del avanzado país helvético.
LA POESÍA DE EUGENIO DE NORA SIGUE VIGENTE ENTRE NOSOTROS
Llegan
otros libros de gran calado emocional, como Siempre
(1948-1951) o España, pasión de vida (1945-1950), sin olvidar No he de callar (1949-1992), con la
famosa carta a Dolores Ibárruri, cuando dice, en el apartado IV lo siguiente:
“Tal es el
triste cuerpo de la patria. / Tal es nuestro paisaje día a día. Y sobre esa
miseria enardecida / la casta de parásitos se extiende”.
Es precisamente ese compromiso con el
partido comunista lo que le lleva a decir en el poema: “Y tu vida, la vida del
Partido / arraiga, es fuerza pura / de una invencible primavera; llega / con
igual fuerza donde llega el mar”.
De Nora le dice que no descansará hasta
que llegue el día, el de la libertad, el de la liberación de las cadenas, el de
la muerte del Caudillo, con su madeja de secuaces y de bastardos a su alrededor
siempre, los parásitos de los que hablaba antes.
Por todo ello, la poesía de De Nora sigue
palpitando, porque sus palabras pueden ser las nuestras ahora, cuando la falta
de libertad se impone cada día, ahora adorando el becerro del dinero, en el
capitalismo atroz en que vivimos, cuando nos recortan libertades, nos someten a
ajustes salvajes para salvar a los bancos, hunden la escuela y la sanidad
pública, las palabras de De Nora son nuestras también, su viejo canto resuena
en nosotros como el eco de un grito en el viento o el rumor de las olas en una
noche de tormenta, su voz vuelve, se hace nuestra, nos invita a pensar, algo
que no les interesa a quien nos gobierna, leer la poesía de de Nora se hace así
necesario en tiempos de miseria moral como los que vivimos.
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