VIVIR SIN SER
VISTO:
CUANDO EL TIEMPO ES UN SUEÑO EN LA OBRA DE
CÉSAR ANTONIO MOLINA
POR PEDRO GARCÍA CUETO
Vivir sin ser visto (Península, 2000),
es un libro que abre al lector el conocimiento del profundo viajero que ha sido
el escritor gallego, un afán por ir puliendo el lenguaje, a través de
recuerdos, de piedras que van brillando, son vestigios de la Antigüedad, donde
la cultura vive y va iluminando al lector, va dejando destellos que nos hablan
de tiempos remotos para gozar la vida a través de su mejor baluarte, la
cultura.
Esta
reivindicación de la cultura late en todos sus libros, va germinando,
abriéndose como una flor al paisaje, nos va desvelando las grandes amistades de
César Antonio, sus amigos, conocidos, sus escritores, sus ciudades, todo es un
mosaico en este libro que abre el espejo a otros que vendrán después (Donde la eternidad envejece, Regresar a donde no estuvimos, Lugares donde se calma el dolor). Los
títulos de estos libros son invitaciones a mirar el tiempo, a dejarse llevar
por una prosa rica, elaborada, para ir descubriendo, como cuando abrimos un
tesoro, sus brillos, desde la opinión del escritor gallego sobre el libro de
papel como un talismán que nunca morirá ante la creciente tecnología que todo
lo arrasa, a sus gustos por novelas como El
cuarteto de Alejandría, donde viven, como una pulsión de vida y muerte,
seres como Justine, Balthazar o Clea, la enigmática pintora que va desvelando
todo un mundo interior.
Pero
es también el escritor gallego un cinéfilo que establece con el cine un gran
amor, en sus obras late el amor por Fellini, Antonioni, por el cine francés,
por el cine americano, todo en sus libros desvela un hombre que ama el arte, en
cada página la cultura es una caja china que abre otras, donde siempre
asistimos expectantes a la nueva caja, en cada una de ellas, el tiempo, su
pasar, su visibilidad o su invisibilidad está presente, la vida es espejo que
va latiendo, desvelamos en sus textos al ser humano que se borra en el paisaje,
que se eterniza en la mirada, que busca en los antiguos monumentos su pasado,
el nexo que le conduce a un tiempo eterno, donde podemos ser hombres de nuevo y
empezar otra vez, como si no hubiésemos nacido y cada vida de los otros fuese
una forma de nacer, para completar ese boceto (parafraseando a Kundera) que es
nuestra vida.
En
la página 85 de Vivir sin ser visto,
el escritor gallego nos habla de Steiner, uno de los grandes pensadores de
nuestro tiempo, que en Lección de los maestros, nos habló del influjo inmenso
del profesor que, al enseñar, señala el horizonte y como el Tadzio de Muerte en Venecia nos indica el infinito del mar, quizá el único lugar que
nos queda antes de morir.
Dice el escritor:
“La civilización de la amnesia
planificada. Y de esto también somos culpables como élite cultural zarandeada
hacia la vulgarización y el vacío ruidoso que contribuye a la retirada de la
literatura (de la lectura) hacia las vitrinas de los museos (no de las
bibliotecas). Muchos escritores hoy son cómplices y traidores, y en vez de
dedicarse a lo que propuso Mallarmé, ‘limpiamos las palabras de la tribu’, se
dedican a embadurnarlas, venderlas. ¿En qué espejo mirarnos? La lectura
comporta dos aspectos fundamentales para la libertad: la interpretación y la
valoración. Una sociedad con estas carencias cada vez será más presa de
cadenas”.
En
ese mundo donde nos hallamos, donde vemos cómo se menosprecia la lectura, como
un profesor ya no es el hacedor de las palabras como guía para que el alumno
transite por ellas y otorgarlas así su último sentido, en un mundo donde la
banalidad nos rodea y nos acosa, donde todo son triunfos efímeros, como una
victoria de un equipo en un estadio donde el grito lo inunda todo, el pensador
que quiere iluminar, el hombre que ha conservado en secreto, a través de los
libros, de los monumentos, de las calles, de los cementerios, de los museos, de
las casas de grandes escritores que ha podido visitar, es un hombre invisible,
solo presente para unos pocos, que, al leer, los ha iluminado con su savia.
Se
convierten así estos ensayos en un tesoro, donde conviven todos los grandes
pensadores, todas las ciudades amadas, esa música interior que ha ido
confortando el alma en ese tímido joven que estudió en la Universidad de la
Coruña y que llegó a ser ministro, en un gobierno que prefería las poses a las
verdades, los focos a las hogueras iluminadoras del tiempo.
César Antonio Molina pinta un paisaje de palabras que nos va llegando,
vemos con él Roma, París, el México de Paz, la casa de Lezama Lima, el mundo de
Lampedusa, los escenarios de las grandes películas, el silencio de Antonioni y
tantos espacios que iluminan sus libros.
Cuando nuestros alumnos nos miran en su sopor, si la cultura fluye como
un monumento de luz, algo se quiebra, algo se rasga en nuestro interior, si uno
solo copia nuestros apuntes, nos asalta con una pregunta lúcida algo se
ilumina, vuelve la cultura, renacen los grandes, salen de sus aposentos de
piedra, algo que amamos no muere y buscamos entonces el fulgor que queda en la
ventana, como si volviese Darío o Machado a nuestro lado y la vida fuese otra.
En
esta melancolía del ser, me he sumergido en los ensayos de César Antonio
Molina, ya no soy el mismo, veo en los espejos a los pensadores desde Sócrates
hasta Unamuno, pasando por tantos otros y nos miran entonces con
condescendencia, somos sus herederos y no podemos darnos por vencidos, tenemos
que seguir mientras la banalidad del mundo sigue creciendo. Vivir sin ser
visto, quizá sea lo que nos ocurre, pero alguien nos ve de veras, en las
sombras de la noche, cuando no podemos dormir, es la ilusión que concita el
saber, la música que lleva la cultura, la armonía de comprender a través de
ella el palpitar del mundo. Entonces, sin saberlo, ya somos mejores y eternos,
nada menos.
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