viernes, 2 de octubre de 2015

Vivir sin ser visto. César Antonio Molina


VIVIR SIN SER VISTO
CUANDO EL TIEMPO ES UN SUEÑO EN LA OBRA DE CÉSAR ANTONIO MOLINA

POR PEDRO GARCÍA CUETO


   Transitar por la obra de César Antonio Molina es navegar en un barco bien armado, entre paisajes que iluminan como si fuesen vidrieras en nuestro interior. Ha escrito poesía, ensayo, artículos, todo en él es deslumbramiento, su mirada atenta es un ventanal donde podemos mirar el acontecer del mundo, su paso lento o su paso raudo, pero hay un afán por volver a escuchar, por volver a mirar sin ser visto, por volver a ser sin haber existido en sus memorias de ficción, donde sus viajes van hilvanando un tejido sutil, que busca la admiración en tiempos de mezquindad y miseria ante la cultura, porque el gran monumento del saber ha sido sustituido por montículos de arena que nada son, telebasura, libros ilegibles, tecnología absorbente, todo ello, para ir construyendo unos seres anodinos y mediocres que nos rodean fatalmente.
   Vivir sin ser visto (Península, 2000), es un libro que abre al lector el conocimiento del profundo viajero que ha sido el escritor gallego, un afán por ir puliendo el lenguaje, a través de recuerdos, de piedras que van brillando, son vestigios de la Antigüedad, donde la cultura vive y va iluminando al lector, va dejando destellos que nos hablan de tiempos remotos para gozar la vida a través de su mejor baluarte, la cultura.
   Esta reivindicación de la cultura late en todos sus libros, va germinando, abriéndose como una flor al paisaje, nos va desvelando las grandes amistades de César Antonio, sus amigos, conocidos, sus escritores, sus ciudades, todo es un mosaico en este libro que abre el espejo a otros que vendrán después (Donde la eternidad envejece, Regresar a donde no estuvimos, Lugares donde se calma el dolor). Los títulos de estos libros son invitaciones a mirar el tiempo, a dejarse llevar por una prosa rica, elaborada, para ir descubriendo, como cuando abrimos un tesoro, sus brillos, desde la opinión del escritor gallego sobre el libro de papel como un talismán que nunca morirá ante la creciente tecnología que todo lo arrasa, a sus gustos por novelas como El cuarteto de Alejandría, donde viven, como una pulsión de vida y muerte, seres como Justine, Balthazar o Clea, la enigmática pintora que va desvelando todo un mundo interior.
  Pero es también el escritor gallego un cinéfilo que establece con el cine un gran amor, en sus obras late el amor por Fellini, Antonioni, por el cine francés, por el cine americano, todo en sus libros desvela un hombre que ama el arte, en cada página la cultura es una caja china que abre otras, donde siempre asistimos expectantes a la nueva caja, en cada una de ellas, el tiempo, su pasar, su visibilidad o su invisibilidad está presente, la vida es espejo que va latiendo, desvelamos en sus textos al ser humano que se borra en el paisaje, que se eterniza en la mirada, que busca en los antiguos monumentos su pasado, el nexo que le conduce a un tiempo eterno, donde podemos ser hombres de nuevo y empezar otra vez, como si no hubiésemos nacido y cada vida de los otros fuese una forma de nacer, para completar ese boceto (parafraseando a Kundera) que es nuestra vida.

   Vivir sin ser visto es el título que he elegido, por que las obras de ficción de César Antonio Molina nacen continuamente en cada lectura, se borran y se vuelven a dibujar, escuchamos sus latidos, los de la página, como si nos invitase a la ceremonia del tiempo, al paseo por un lenguaje que está siempre renaciendo de sus cenizas. El afán de César Antonio es el del amanuense que copia el texto para que parezca nuevo, cada letra es un origen, cada trazo una mirada, cada paso un sentimiento.
    En la página 85 de Vivir sin ser visto, el escritor gallego nos habla de Steiner, uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, que en Lección de los maestros, nos habló del influjo inmenso del profesor que, al enseñar, señala el horizonte y como el Tadzio de Muerte en Venecia nos indica el infinito del mar, quizá el único lugar que nos queda antes de morir.
    Dice el escritor:
“La civilización de la amnesia planificada. Y de esto también somos culpables como élite cultural zarandeada hacia la vulgarización y el vacío ruidoso que contribuye a la retirada de la literatura (de la lectura) hacia las vitrinas de los museos (no de las bibliotecas). Muchos escritores hoy son cómplices y traidores, y en vez de dedicarse a lo que propuso Mallarmé, ‘limpiamos las palabras de la tribu’, se dedican a embadurnarlas, venderlas. ¿En qué espejo mirarnos? La lectura comporta dos aspectos fundamentales para la libertad: la interpretación y la valoración. Una sociedad con estas carencias cada vez será más presa de cadenas”.
    En ese mundo donde nos hallamos, donde vemos cómo se menosprecia la lectura, como un profesor ya no es el hacedor de las palabras como guía para que el alumno transite por ellas y otorgarlas así su último sentido, en un mundo donde la banalidad nos rodea y nos acosa, donde todo son triunfos efímeros, como una victoria de un equipo en un estadio donde el grito lo inunda todo, el pensador que quiere iluminar, el hombre que ha conservado en secreto, a través de los libros, de los monumentos, de las calles, de los cementerios, de los museos, de las casas de grandes escritores que ha podido visitar, es un hombre invisible, solo presente para unos pocos, que, al leer, los ha iluminado con su savia.
    Se convierten así estos ensayos en un tesoro, donde conviven todos los grandes pensadores, todas las ciudades amadas, esa música interior que ha ido confortando el alma en ese tímido joven que estudió en la Universidad de la Coruña y que llegó a ser ministro, en un gobierno que prefería las poses a las verdades, los focos a las hogueras iluminadoras del tiempo.
    César Antonio Molina pinta un paisaje de palabras que nos va llegando, vemos con él Roma, París, el México de Paz, la casa de Lezama Lima, el mundo de Lampedusa, los escenarios de las grandes películas, el silencio de Antonioni y tantos espacios que iluminan sus libros.
    Cuando nuestros alumnos nos miran en su sopor, si la cultura fluye como un monumento de luz, algo se quiebra, algo se rasga en nuestro interior, si uno solo copia nuestros apuntes, nos asalta con una pregunta lúcida algo se ilumina, vuelve la cultura, renacen los grandes, salen de sus aposentos de piedra, algo que amamos no muere y buscamos entonces el fulgor que queda en la ventana, como si volviese Darío o Machado a nuestro lado y la vida fuese otra.
     En esta melancolía del ser, me he sumergido en los ensayos de César Antonio Molina, ya no soy el mismo, veo en los espejos a los pensadores desde Sócrates hasta Unamuno, pasando por tantos otros y nos miran entonces con condescendencia, somos sus herederos y no podemos darnos por vencidos, tenemos que seguir mientras la banalidad del mundo sigue creciendo. Vivir sin ser visto, quizá sea lo que nos ocurre, pero alguien nos ve de veras, en las sombras de la noche, cuando no podemos dormir, es la ilusión que concita el saber, la música que lleva la cultura, la armonía de comprender a través de ella el palpitar del mundo. Entonces, sin saberlo, ya somos mejores y eternos, nada menos.
  


No hay comentarios: