miércoles, 1 de febrero de 2017

John Hurt y el hombre elefante


JOHN HURT Y EL HOMBRE ELEFANTE: UNA OBRA MAESTRA

POR PEDRO GARCÍA CUETO
 
El hombre elefante (David Lynch)
El hombre elefante (David Lynch)
    Durante la historia del cine ha habido muchos accidentes, desde aquellos que cambian la vida de los protagonistas, como el que sufre el personaje principal de La mosca, en las versiones que el cine nos ha dejado de esta terrible historia o el que lleva al error al doctor Frankenstein a que el monstruo cobre vida, en la versiones magníficas del mito, desde un punto de vista serio, pero también desde la parodia, recordemos la hilarante y magnífica El jovencito Frankenstein (1974), de Mel Brooks, pero el cine también nos ha dejado imágenes muy duras, como la del accidente que deja mermado para siempre a John Savage en la obra maestra de Cimino, El cazador (1978). Pero pocas películas pueden demostrar que un accidente puede cambiar tanto la vida del protagonista, como la inolvidable El hombre elefante de David Lynch, donde el accidente del elefante en la tripa de la madre de John Merrick será el detonante de esta historia hermosa, donde se combina, con majestuosidad el drama y el lirismo más exacerbado, cuando Anne Bancroft entra en escena y se apiada del ser deforme, el protagonista, genialmente interpretado por John Hurt, que acaba de fallecer a los setenta y siete años, John Merrick.

    El hombre elefante (1980), rodada en blanco y negro, es una película que vuelve al tema de la deformidad, la de John Merrick, un hombre que tiene la cara deformada, porque su madre, artista de circo, recibió en la tripa, embarazada, el golpe de un elefante, al hacer un número de circo. Las imágenes de la ciudad londinense, el rostro hermoso de la actriz que interpreta Anne Bancroft, que siente pena por el hombre deforme, los rostros de los seres crueles que se burlan de Merrick, van inundando la pantalla, dejando una imagen de una realidad cruel y monstruosa, con las luces y sombras del blanco y negro.

Joseph Merrick en 1886
Joseph Merrick en 1886
    Merrick nació en 1862 y murió en 1890. Fue un hombre maltratado con extrema crueldad en los circos, para burlarse de él, solo Treves, un doctor (interpretado por el excelente Anthony Hopkins) se preocupa por su caso, desde la humanidad. Vemos las imágenes oníricas de la película (en la más realista de todas sus propuestas) cuando la cámara entra en el agujero del ojo de Merrick a través del saco que tapa su cabeza, vemos el hospital, el momento del parto, donde podemos ver cómo la pesadilla de los sueños se convierte en real. Diagnosticado como síndrome de Proteus, que producía malformaciones de los huesos y diversos tumores musculares y óseos, la vida de Merrick estaba condenada a ser muy corta.

   Pese a la crueldad de la historia, Lynch crea una cinta muy poética, porque siempre pesa la elegancia de la mirada de la actriz (la estupenda Anne Bancroft), la humanidad de Hopkins y la ternura de un casi irreconocible John Hurt en el papel de Merrick, dando cierto aroma a calidez a la película, contrastado con las imágenes de los crueles tipos que explotan y se ríen de Merrick, hacen de esta historia una de las más hermosas de su cine. No recibió ningún Oscar, pese a las nominaciones que tuvo, algo incomprensible, dada la calidad de la película.
   Sin duda alguna, la película está llena de influencias, porque Lynch había cosechado el éxito con Cabeza borradora (1977) en un estilo de gran cine de terror, pero en este caso, la apuesta combinó la mirada melodramática a la historia, aunando el relato gótico, ese Londres que está siempre surcado por la niebla, sin olvidar que late en la mirada de Lynch películas como La parada de los monstruos (1932) de Todd Browning, no hay que olvidar la procesión de seres deformes que se muestran para divertimento de la plebe en el circo, que el público londinense (ávido de morbo y de maldad) puede ver, donde también se exhibe a Merrick, también late en la historia la influencia de Truffaut y su película El pequeño salvaje (1969), ya que la figura del doctor que interpreta muy bien Hopkins es un reflejo de ese hombre de espíritu roussoniano que quiere hace hablar al joven salvaje.

 
John Hurt caracterizado en El hombre elefante
John Hurt
   Es importante recalcar que la imposición, para la película, del blanco y negro, fue idea de Lynch, quien contó con el respaldo del productor, Mel Brooks, quien había rodado en blanco y negro la ya citada El jovencito Frankenstein en 1974. Sin duda alguna, la película toca un tema difícil, la idea de un hombre que ha nacido de un accidente fatal que un elefante dio en la tripa de una mujer embarazada, pero también hay un trasfondo perverso, la idea que tenía un pueblo inculto de una posible violación de un elefante (en el más puro estilo de los mitos) a una mujer. Nada más lejos de la realidad, pero el interés de la gente, ávida de morbo, también se alimenta de ese deseo raro y pervertido.

    Hay una cultura del freak en esta cinta, porque hay una escena en que Merrick logra huir del circo gracias a los seres deformes que le ayudan, hay una solidaridad tangible entre los seres, condenados a la deformidad por la adversidad de la naturaleza, y Merrick, un hombre que, por su extrema deformidad, está supeditado a llevar un saco para ocultar su rostro deforme. Vuelve entonces la influencia de Lynch sobre Browning y su famosa Parada de los monstruos.

   Será necesario que Merrick llegue a quitarse la capucha, para que la imagen que nos proyecta nos obligue a mirarlo de verdad, con la ternura necesaria, con la afabilidad con que le mira la actriz, antes el verdadero protagonista es el doctor, el cual abomina las máquinas, comienza su primera aparición en la película con la secuencia del doctor tratando de remedar el cuerpo de un obrero que ha sido aplastado por una máquina. El primer plano del médico cuando descubre por vez primera a Merrick nos sitúa en la expresión de un hombre de extrema bondad, el médico no se asusta, sí lo hace la enfermera, porque él conoce el dolor, trata con los seres deformes, tiene otro sentido ético de la vida. La mirada de la actriz hacia Merrick es frontal, en ningún momento siente horror, sino una extrema compasión, como si el mundo del teatro en el que ella ha conformado su vida fuese también un espectáculo donde la alegría y la pena se combinan ineludiblemente.


   Lynch huye de lo morboso en esta película, impone la lírica, como si fuese una película atípica en su filmografía y estuviese rodada treinta años antes, ya que impone el mundo de los libros, la música, bálsamos a los que Merrick se acostumbra para soportar el dolor inmenso de vivir. Tanto el doctor como la actriz le empujan al mundo de la cultura, mucho más grande que la vida, de cuyo poder uno puede amarrarse ante la humillación de la vida real. Mientras construye la maqueta de una catedral que él vislumbra por la ventana, en su habitación del hospital, Merrick mira un dibujo de un niño durmiendo en su cama, él sabe que recostarse de esa manera supone la muerte, pero ya ha aceptado el tránsito hacia la otra vida, porque ha conocido lo peor (la humillación, la deformidad, la soledad) y lo mejor de esta (el encuentro con esos dos seres maravillosos que logran amarlo de verdad). Por ello, se recuesta y acaba su periplo por el dolor de la vida.

John Hurt
John Hurt


     Nos queda sin duda, la imagen del accidente, el elefante que pisa a la madre de Merrick, las imágenes oníricas de este imaginando otra vida, la música que nos reconcilia con el mundo y una extrema sensibilidad que los dos seres sienten hacia el hombre maldito, un ser que es más humano que muchos otros, deforme  por fuera, pero hermoso por dentro. Sin duda alguna, una de las más grandes películas de Lynch, una obra maestra indiscutible con un inolvidable John Hurt como El hombre elefante.

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