jueves, 2 de febrero de 2017

Poemas de Roberto Amézquita

Poemas de Roberto Amézquita
Roberto Amézquita

Roberto Amézquita (Ciudad de México, 1985). Poeta, ensayista y traductor. Es editor asociado de Círculo de Poesía | Revista Electrónica de Literatura. Autor del poemario Yámbicos de escarnio y maldecir, publicado en Argentina por el Suri Porfiado y Círculo de Poesía en 2016. Su libro Notas de cata (2010) fue merecedor del «Premio Nacional de Poesía Luis Pavía 2010». Traducciones suyas aparecen en la antología: Sólo una vez aquí en la tierra. 52 poetas del mundo (Valparaíso México, 2014) y en Una soledad de cien años. Poesía china 1916-2016 (Valparaíso México, 2016). Fue becario Interfaz, en el Encuentro de Literatura «Los Signos en Rotación» del Festival Interfaz-Issste, Acapulco 2014. Es Caballero de la Orden de la Estrella Roja de Bremen.





Poemas de Roberto Amézquita

De Yámbicos de escarnio y maldecir 




IMAGINEMOS entonces el minuto
si cuanto dicen, si al final,
fuera verdad que el último minuto
ya sepia ante los ojos aparecen
los vanos episodios de la vida
si es verdad que alegrías y lamentaciones
que amores ya pasados, que enemigos
se extienden rarísima secuencia ante los ojos
imaginemos, digo, que llegado el momento
nos vuelvan los segundos de esas horas
con todo su infortunio de lápida y letargo
y entonces pasara que las tercas manecillas
de ese artefacto indigno se atascaran
y que una y otra vez volviera a nuestros ojos
la ofensiva insistencia del instante,
que partiera su cuerda el reloj de la muerte
interminables siglos, estaciones, eras geológicas
especies, mutación de esas especies,
otras galaxias mundos abismos universos
historias imposibles civilizaciones sueños
todo lo que pudiera, en fin, tener un nombre
y que para mí siempre fuera apenas siempre,
la fracción de segundo
de entonces.


Yámbicos de escarnio y maldecir
Yámbicos de escarnio y maldecir
***


LA MECEDORA de la infancia
fracasa en su vaivén, se corta
su aliento de madera naufragante.

Sólo la niña de la muerte se mece en ella.

Alguna vez, habrá que decirlo,
cantaron sus retablos
le fue dichoso el sol, el aire
ocupó sus columnas en memoria del brote
y todo floración y encumbramiento.

Hoy se quema sin más fuego ya que la intemperie
es incluso su incendio el más reciente
de sus fracasos.
No pudo arder, quemarse,
sus restos retorcidos fueron arrojados
al fuego de la tarde
y cuando la agonía del astro
desgarró la pausada piel del día
todo se envileció en su astilla luminosa
y no pudo quemarse.

Pero sólo carbón es su recuerdo
antracita fulminante, rencor
y para qué
tanta esterilidad meciéndose
junto a una niña.


***


QUÉ CANTO debiera
qué canto cantar
para tu amargo,
tu indigno amargo,
para tu oído?

Vaya aquí el que contenga tu derrota,
el abatimiento, la pérdida, el siempre
abatimiento en esta página y solamente
aquí y en todas las páginas
que siguen.

Que el color verdadero cuando escribo
sea tu miedo más hirsuto escalpelo entre los ojos
que atraviese, y flanco hirviente
someta los vocablos en tu boca
palabra por palabra forme un libro,
vano negativo del terror incierto
ahora negro sobre blanco o sobre hueso.

Y en su canto los huesos sean pulverizados
la espícula menor de tu esqueleto
te salte entrambos ojos
y calcifique en ti el vacío y sea
permanente orilla el mar
que cuando al fin llegues a tierra,
el inicio el comienzo, la primera palabra
de esta página, el vaya aquí,
el qué canto debiera,
sea la costa, el hundimiento, sea el reinicio,
que cuando al fin
llegues a tierra, sea la costa
un mar insuperable.


***


APARECE en los ojos
es raro filamento, algún tipo de branquia,
una fibra distinta en el humor vítreo,
—si es que ahí se aloja,
o es en el epitelio o en otra cavidad aún
desconocida—

Será un extraño pliegue de la córnea
el desvío en la mácula, el simple descreer,
pero el modo en que mira
aquél al que le han arrancado la casa
no se olvida jamás,
resplandece en cambio. No busques su mirada
en sus ojos circundan los horrores del alma
dentro de sus pupilas
la niebla y la derrota.

—Fue de ese modo exacto que dentellé mis ojos
en el rostro apagado del que vino a ultrajarnos
quise ahogarte en furia,
atragantarte
en tu propio corrupto mar de abyectas mentiras.

Bajaste la mirada siempre que te fue posible
hoy recuerdo tu nombre y recuerdo tu rostro
jamás repetiré esas letras juntas
o ensayaré un retrato de tu espanto
aunque claro
no puedo decir esto sin pensarlo
sin darte una morada en mi cabeza
una casa en la mente
para que cada pulso
cada meditación y cada pensamiento
crezcan olas de estaño y te marchiten.

De esta casa he de echarte cada día
volver a imaginar tu horrible aspecto
para morder tus ojos y arrancar tu lengua
y para proscribirte, deshacerme de ti,
expulsarte en cada uno de mis días en la Tierra,
y finalmente,
si algún final posible hubiera en todo esto,
será el final de ti, será mi muerte.
Han de morir conmigo lo prometo,
cada uno de los rasgos precisos
de tu nombre y de tu rostro.

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