EL MIRADOR DE VELINTONIA O LA MIRADA NOSTÁLGICA DE UN POETA
POR
PEDRO GARCÍA CUETO
La
Fundación José Manuel Lara ha publicado Mirador
de Velintonia, con el subtítulo De un
exilio a otros (1970-1982), un
estupendo libro que hace un repaso por muchas figuras que su autor, el
periodista, poeta y novelista canario Fernando Delgado ha llevado a cabo, como
si fuera un entomólogo, mirando el paisaje de estos seres, sus formas de ser,
su presencia en su vida, late en el libro un deseo de evocar a muchos de los grandes
de nuestras letras. Por el libro desfilan Paco Brines, Carlos Bousoño, Pablo
García Baena, Claudio Rodríguez, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, etc.
La gran
virtud del libro es el respeto que el autor tiene con todos, son espejos donde
Fernando Delgado se ha mirado, desde muy joven y comenzando con el encuentro
con Neruda, al lado de su amigo Juan Cruz, el autor va trazando con mirada de
amanuense, como aquellos que iban componiendo las palabras lentamente,
otorgando belleza a su labor de copistas, los encuentros con cada uno de ellos,
fueron muchos los amigos que Fernando fue cultivando, en el libro va contando
sus impresiones, como si de un bello paisaje se tratase.
Excelente
es el retrato de Max Aub que paseaba con Delgado por el Retiro, ya mayor, la
descripción del autor merece la pena:
“Sus ojos bien despiertos, nuevos
de curiosidad tras sus gruesas lentes de miope, revelaban ansiedad ante el
tiempo distinto que atisbaba y si entraba por descuido en la batalla del abuelo
eludía con ironía lo que acaso tomara por desliz” (p. 104).
Sin duda
alguna, Delgado sabe ver a sus personajes, entenderlos en su interior, los
retrata, pero no los juzga, hay una libertad presente, son seres que hacen
historia al nombrarlos, todos con sus creaciones, sus exilios, sus penas y sus
alegrías. Para Delgado, Aub “fue una rareza, un español por propia voluntad”.
El de Juan
Gil-Albert también es un retrato muy bello, el escritor de Alcoy que fue
gestando una obra silenciosa, como un amanuense que escribe solo en su sala,
sin nadie a quien dirigir su obra, en un exilio interior que duró décadas,
hasta que unos cuantos escritores le dieron el prestigio que siempre se
mereció, Dice Delgado sobre Juan:
“Sus inteligentes reflexiones, la
coherencia de sus gustos, el deslumbramiento nunca disimulado ante la belleza,
nos mostraban a un personaje profundamente enamorado de la vida que en la
avanzada edad –había nacido en 1906 y mi
primer encuentro con él se produjo a principios de los años setenta- tenía a la
vida por recién estrenada y aún parecía ser sorprendido por ella” (p. 117).
Pero el
personaje principal es siempre Aleixandre, su generosidad, su casa de
Velintonia, donde centenares de escritores fueron a visitarlo, era el lugar de
confesión, el proscenio donde los poetas iban desfilando, ante la generosidad
del vate, del maestro, del hombre que hacía de su armonía todo un mundo.
Sin duda,
para Delgado, no hubo enemigos para Aleixandre, siempre modesto, generoso y
acogedor, un hombre inolvidable ciertamente y gran poeta, como muy pocos lo han
sido.
La
preferencia de Aleixandre por dos amigos entrañable, Lorca y Miguel Hernández,
como le contó a Delgado, el pesar por no haber podido salvarles la vida, esa
huella que queda en el gran hombre que ha confraternizado con ellos, donde
encontraron, allá en Velintonia, el lugar de la poesía, más allá de la propia
vida.
Fernando Delgado |
Para los
lectores, el libro es emotivo, vemos a Brines, a Bousoño, en la presentación en
Madird, en la librería Alberti, Delgado dijo que no había conocido a alguien
más inteligente que Gil de Biedma, a pesar de su carácter y su difícil trato.
Al hablar
de todos ellos, el respeto, la admiración, el deseo de reencontrarse con ellos,
vive, respira, haciendo de este un bello libro de lectura muy recomendable,
todo un tratado de humanidad que debemos saborear poco a poco, como los buenos
vinos.
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