La « leyenda »
del padre (*) en La distancia que nos
separa (1)
Vine
a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
Juan
Rulfo
Muchas
cosas sabe la zorra, pero el herizo sabe una sola y grande.
Arquíloco
A Carlos Quiroga, « Che Calito »
& también a Hernán Rivera, mi
« cousin »
Por Mario Wong
Escritor peruano
La distancia que nos separa,
novela « no-ficcional » del escritor peruano Renato Cisneros, por su propio carácter de búsqueda, de investigación sobre el « lado oscuro
familiar » (podría decir del árbol genealógico de los Cisneros), en forma
más precisa del Gral. E.P. Cisneros Vizquerra, el « Gaucho », uno de
los militares más controvertidos (quien fuese ministro del Interior, durante la
dictadura del Gral. Morales Bermúdez y de Guerra, en el 2° gobierno del
arquitecto F. Belaunde) de las últimas décadas de la historia política del
Perú, al comenzar a leerla hizo que, inmediatamente, recordase de otras novelas,
para distinguirla, cuya temática es la presencia (o ausencia) del padre ;
por sólo mencionar dos de ellas, que me vinieron a la mente, Pedro Páramo de Rulfo y Los ríos profundos de J.M. Arguedas. Me
pongo a pensar, ahora que escribo, que le encuentro más de una cercanía, (con
todas las distancias que las separan) con esa « novela total », de M.
Vargas Llosa, que es Conversación en la
Catedral, en los sombríos tiempos de la dictadura de Gral. Odría: las
líneas de la historia peruana del militarismo y de persecuciones políticas se
entrecruzan y…
La intranquilidad del
hijo, es parte de la « carga » (aunque hablé, él, de una « vida
libre »; en la presentación de la Ed. de la novela al francés, en la
Maison de l’Am. Lat.)-después de la muerte del padre, en 1995- se respira en la
voz narrativa ; y determina, también, su proyecto escritural de exilio.
Cito : « ¿Cómo sé que lo que mi padre me transfirió no le fue
transferido? ¿Su hosquedad y hermetismo eran propios o le fueron implantados
antes que naciera? ¿Su melancolía era realmente suya o era el rastro de algo
superior y anterior a él? ¿De qué subsuelo ancestral salía su coraje? ¿De dónde
provenía su arrogancia? A menudo culpamos a nuestros padres por defectos que
creemos suyos sin pensar que quizá sean fallas geológicas, fallas de origen:
úlceras que han estado durante siglos y generaciones sin que nadie haya hecho
nada por curarlas, podridas estrellas de mar que llevan centurias… » (2).
Y el « secreto del mal » (R. Bolaño) -como la historia de « yo,
hijo de Eichmann »- podría ser una mise
en abîsme, de nunca acabar (para dar cuenta del caos de la realidad; como si
lo que encontrásemos nos condujese, siempre a otra cosa y otra cosa, y
constatásemos que el infinito es cierto, tan cierto como puede ser el infierno
que…). Pero, no, el narrador se fija límites:
« Si quiero entender a mi padre debo identificar nuestros puntos de intersección, iluminar las zonas oscuras, buscar el contraste, resolver los acertijos que con el tiempo fui abandonando. Si consigo entender quién fue él antes que yo naciera, quizá podré entender quién soy ahora que está muerto. En esas dos titánicas preguntas que se sostiene el enigma que me obsesiona. Quién era él antes de mí. Quién soy yo después de él. Ese es mi objetivo sumario : reunir a esos hombres intermedios » (3)
Entre Escilla
y Caribdis (de la leyenda y la desmitificación del padre), pregunta en medio de
la devastación por su desaparición
Pueden haber pasado
veinte años (veinte años no son nada, como en el tango) desde el entierro de tu
padre, sin que sientas los estragos de su ausencia, de pronto el malestar
irrumpe y te lleva a preguntarte, a buscar información, y captas, poco a poco,
« que eso que te han dicho durante tantos años respecto de la biografía de
tu padre no te convence más. O peor: captas que lo que tu propio padre decía
sobre su biografía ha dejado de parecerte confiable. Las mismas versiones que
siempre sonaron certeras, suficientes, se vuelven confusas, contradictorias, no
encajan, colisionan estrepitosamente con las ideas que la muerte de tu padre ha
ido fraguando en tu interior en el transcurso del tiempo, y que una vez puestas
de manifiesto son como un sólido islote que tiene en ti a su único
naufrago » (4) Así, pues, sólo « la muerte -inflamando tu inquietud,
incrementando tus dudas- te ayuda a corregir las mentiras que escuchaste desde
siempre, a canjearlas, no por verdades, sino por otras mentiras, pero mentiras
más tuyas, más privadas, más portátiles… » (5) Pero, es imposible que
dichas mentiras (« ficciones » para si mismo) quepan, por decirlo, en
una de las « valises portatives » de Duchamp.
En medio de la
devastación que ha producido la desaparición del padre, el narrador recurre a
una fotografía y a las ficciones literarias; ahí aparece La invención de la soledad, novela de Paul Auster; el azar de la
aparición de la foto (de él, niño, y su padre, empinado sobre sus hombros, al
pie de la piscina de su casa en
Piura, en 1981) entre las páginas de dicha novela, mientras la leía el 2006.
Cito in extensius:
« …, reparé en la foto. Estaba allí, dentro de la órbita de mi mirada. En dos pasajes de la novela –volúmenes siete y ocho de la sección Libro de la memoria-, Auster relata las proezas marinas de dos personajes que llevan a cabo una íntima búsqueda del padre: Jonás y Pinocho. Uno bíblico, otro literario. A ambos ya les guardaba una simpatía anterior : aplaudía que se rebelaran contra su naturaleza, que aspiraran a ser más de lo que estaban llamados a ser. Jonás no quería convertirse en un profeta cualquiera. A Pinocho no le bastaba con encarnar a un muñeco solamente. Jonás reniega de la misión que Dios le encomienda -ir ha predicar entre los paganos de Nínive- y huye de su presencia embarcándose en una nave. En medio de la travesía se desata una gran tormenta. Jonás sabe que la tempestad es cosa de Dios y pide a los marineros que lo arrojen al mar para que cese la crispación de las aguas. Así lo hacen. La tormenta se detiene y Jonás se hunde, yendo a parar al vientre de una ballena donde permanece tres días. En medio de los ecos ululantes de esa soledad Jonás reza por su vida. Dios oye sus oraciones, perdona su desobediencia y ordena que el pez lo vomite en una playa. Se salva. Otro tanto ocurre con Pinocho. En la novela de Carlo Collodi, la barca de Gepetto es volcada por una ola enorme. Casi ahogado, el viejo carpintero es arrastrado por la corriente en dirección a un gran tiburón asmático que lo traga « como un fideo ». El valiente Pinocho busca a Gepetto sin desmayo. Una vez que lo encuentra, lo carga sobre sus hombros y espera a que el tiburón abra la boca para escapar nadando en medio de la oscuridad de la noche. Jonás es rescatado de las aguas por su padre. Pinocho rescata a su padre de las aguas. Auster se pregunta o yo me pregunto: ¿Es verdad que uno debe sumergirse en las profundidades y salvar a su padre para convertirse en un hombre real? Desde que leí La invención de la soledad, la foto de Piura ya no es solo la foto de Piura. Es una foto fetiche, de esas que son tomadas en una época, pero cuyo verdadero significado nos llega mucho después. Ahora comprendo mejor el ritual de ese niño de cinco o seis años que se sumergía de aquel modo extraordinario. Cada vez que observo la foto, ese niño me da la misma misión ineludible. Lánzate al agua. Busca a tu padre » (6)
La
distancia que nos separa, o ¿de la « banalidad del mal(7) »? Ver
« lo que más de las veces no se quiere ni mirar » (R.B.)
Hay una historia de la
monstruosidad, de la infamia del horror, que las más de las veces no se quiere
ni mirar. Así ha ocurrido con el nazismo -sobre todo, después de la derrota de
Alemania en la 2a Guerra Mundial- y de los nazis en fuga (a través de las redes
creadas por miembros del Vaticano), principalmente hacia los países del Cono
Sur; y ahí están las sangrientas dictaduras militares en Chile (1973) y en
Argentina (1976), que convirtieron dichos países en verdaderos campos de
concentración. Eso ocurrió, también, con la « guerra sucia » para
enfrentar a las huestes armadas de Sendero Luminoso, en el Perú de los 80s. Las
líneas europeas de la historia del horror se entrecruzan con la de los países
de Latinoamérica (sin que exista un tiempo compartido, en común, y continuidad
en su transcurrir que permita el « ensamblaje » de esas distintas
historias, dispersas y específicas a cada país, pueden encontrarse, en forma
precaria, en una especie de juxtaposición -como si de un puzzle por armar, o de
varios se tratase, y siempre han de faltar piezas- de experiencias, y de cierta
confluencia de los pasados de cada uno de ellos).
El Gral. EP Cisneros
Vizquerra estuvo directamente involucrado -en los cargos oficiales que ocupó-
en la brutal represión de los movimientos políticos-sociales del año 77, en el
secuestro y desaparición del militante Montonero Carlos Alberto Maguid
(perseguido, en su país, por los grupos paramilitares de la « triple
A »), dentro de la aplicación del « Plan Cóndor », esto durante
el régimen de Morales Bermúdez, y años después, ya en el segundo gobierno de
Belaunde, representó la línea dura -que fomentó la denominada guerra sucia-
para enfrentar a la subversión. Nada de esto, que es parte de la historia de la
infamia, se oculta en La distancia que
nos separa; Renato Cisneros, el autor, ha investigado los pormenores de los
actos en que su padre jugó el rol del villano (ahí esta la mención de fotos en
que aparece con Videla, Viola, Bordaberry, Kissinger u otros; algunos de ellos miembros
de su promoción, en la Escuela Militar en Argentina; y también se menciona sus
relaciones con los secuestradores posteriormente a la visita de Videla a Lima;
la captura y desaparición de Maguid que ocurre en ese periodo, casi al mes de
la visita del presidente Argentino).
… Y es también parte del
horror (« Hotel California (666) », The Eagles, 1977,y ahí estaba la
presencia de la guerra del Vietnam -el « Nixoncidio », Apocalipsis Now-, …I hear the mission bell / And I was thinking to…, y aquí tú eres
prisionero / de tu propia invención…, tú
puedes salir cada vez que quieras, / pero nunca puedes irte!…; ocurre, y ha
ocurrido, no sólo en países como el Perú, sino…), que mientras todo eso sucedía
(y ese es el lado oscuro de la historia, de…) la vida de su familia, era el propósito
del Gral. Cisneros, que transcurriese como si ella estuviese
« protegida » (de la violencia del mundo y de sus vanas y locas
pasiones) por una urna de cristal. Y es su muerte, lo que hace que
« ésta » -ocurre (y lo creo)- se requebraje en mil pedazos…;
« tardíamente » (las comillas son porque nunca es tarde, y las cosas
ocurren cuándo y cómo deben de…) ; pero, en relación a esa
« modernidad tardía » peruana, en relación a…, al desastre, a la
desvastación de una generación…, ahí están mayo del 68, el asesinato de
estudiantes en México, plaza de Tlatelolco, también ese año, y la represión en los
mismos países del Cono Sur, en los 70s… y como si fuesen (fuésemos) astillas a
la deriva, después de la tormenta desatada,…
« Hay algo peligroso en descaminar el
tramo ya cubierto para regresar sobre aquellos años de estructura y mansedumbre
familiar. Años en que dábamos por sentado que, al menos dentro del reino
insular que parecía ser la casa de Monterrico, nada cambiaría lo suficiente
como para amedrentarnos. Años en los que uno hasta podía soñar con ser
poeta » (8) –escribe Renato Cisneros, y la literatura, después de todo, de
la desvastación que pueda haber significado la muerte de su padre (9), ha sido más
que un simple recurso -« ad mortem,
inimicus! », lapsus verbal, fatal, mío (contra el espectro del padre,
que no es el de Hamlet)-, pienso, para « reconstruir »
al padre desaparecido. Cito: « Cuánto del predicamento de mi padre se ha
desvanecido desde el 15 de julio de 1995. Cuánto puedo realmente recuperar en
este ejercicio ansioso y quizá improductivo de ir preguntándole a los demás lo
que saben o recuerdan. Ese material jamás alcanzará para reconstruir a mi padre
y, sin embargo, sigo buscando las piezas desperdigadas, como si fuese posible
restituir el modelo original. Aunque más que restituir, la palabra sería engendrar.
Aquí he engendrado al Gaucho, dándole su nombre a una criatura imaginada para
convertirme en su padre literario. La literatura es la biología que me ha
permitido traerlo al mundo, a mi mundo, provocando su nacimiento en la ficción »
(10). Me pregunto, para concluir este « artículo-reseña », si la
« verdad de las mentiras » (M. V.Ll.), la ficción, para dar cuenta de
lo monstruoso (y el Perú de las últimas tres décadas del S. XX lo ha sido; y la
« memoria » de lo qué ocurrió no es el propósito de Renato Cisneros),
y entonces dudo,… Y me digo que la literatura no está para hacer que nos
acordemos de nada, y que ya el escritor ha tenido el coraje de…
París-Montmartre, 27-29
de septiembre del 2017.
(*) He recurrido al
título de la primera novela de mi amigo « Clark-Chimbote », el
escritor Miguel Rodríguez Liñán.
Notas :
(1) Renato Cisneros, La distancia que nos separa, Lima, Ed. Planeta, 2015.
(2) Ob. Cit., p. 36.
(3) Idem.
(4) Ob. Cit., p. 35.
(5) Ob. Cit., p. 36.
(6) Ob. Cit., p. 49; sobre
la foto véase pp. 48-49.
(7) Sobre la
« banalidad del mal » -las « ideas fijas » y prejuicios
ideológicos, en tiempos de crisis (cuando lo que se requiere es una visión y
una respuesta política innovadora), la filósofa política, judía-alemana, Hannah
Arendt sostenía que « Una crisis se vuelve catastrófica cuando nosotros
respondemos con ideas fijas (preformed
judgements), esto es con prejuicios. » (La crise de la culture, París, Éds Gallimard, 1972, p. 225;
traducc. mía); sobre esta frase Annabel Herzog escribe: « Qu’est-ce qu’un
préjugé ? C’est une réponse qui a été pensée indépendamment des conditions
particulières dans lesquelles on se trouve, c’est-a-dire qui a été élaborée
dans d’autre contextes, ou même, dans aucun contexte. Une réponse ancienne, dit
Arendt, peut parfois être adéquate à une crise nouvelle. Un préjugée, en
revanche, est une réponse formulée dans l’absolu -ou dans le vide- sans rapport
avec la réalité, sur la base d’axiomes idéologiques, des superstitions, de
peurs, de normes intuitivament établies en lois, etc. Lorsqu’on se trouve dans
un situation politique, c’est-à-dire une situation dans laquelle il faut
innover, et que l’on réponds au besoin d’innovation par des préjugées, on
détruit la politique. La crise est donc un moment qui peut basculer dans
l’action politique, ou dans la catastrophe. » (Véase, Annabel Herzog
(Coord.), « Arendt et la banalité de la crise »; In : Hannah Arendt.
Totalitarisme et banalité du mal, Pari, Presses Universitaires de France,
Débats philosophiques, 2011, p. 112).
(8) Ob. Cit., inicio del Cap. 10, p. 165.
(9) « …Mi padre se
había encargado que todos orbitemos alrededor de él, y esa dependencia era tan
absoluta y crucial que nadie… el desastre que…Yo asociaba mi futuro con su
presencia física y tenía asumido que seguiría viviendo con mis padres y
hermanos en la casa de Monterrico hasta el fin de los siglos. Su muerte marcó
el fin de los siglos, y cuando sucedió, cuando nos cayo el mazazo sin que
estuviésemos preparados, el dolor fue posterior al desconcierto. Bastó con
mirarnos al regreso del entierro, cuando todos los parientes y amigos ya habían
desaparecido, para descubrir… El mundo desapareció, llevándose todo su
sedimento de certezas… » (Ob. Cit., véase las pp. 194-195).
(10) Párrafo final del Cap. 11; Ob. Cit.,
p. 195-196. Y continúa: « Hoy no eres un recuerdo, sino el fragmento de un
recuerdo que me ataca en suaves ráfagas. Que graniza sobre mí. » (Inicio
del último Cap., p. 96).
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