viernes, 25 de enero de 2019

Peregrina de Antonio Enrique Muñoz Monge


Peregrina de Antonio Enrique Muñoz Monge
Elegía y monumento a Flor Pucarina

Por Sylvia Miranda
Escritora y ensayista

Peregrina de Antonio Enrique Muñoz Monge
Portada de Peregrina
La portada de Peregrina trae el hermoso retrato –realizado por Bruno Portuguez- de una mujer andina, ataviada con su vestimenta tradicional, cuya mirada lejana está llena de serenidad, de orgullosa dignidad y de una actitud paradójicamente densa y pasajera, como para recordarnos que la belleza es algo que huye a la mirada y sin embargo perdura.

Aunque este retrato mítico es ya de por sí evocador, no advertimos todavía lo que nos depara este extraordinario libro del reconocido periodista Antonio Enrique Muñoz Monge; una novela que puede leerse al mismo tiempo como una biografía, intensa y apasionada, de la que fue en vida Leonor Chávez Rojas, más conocida por su nombre artístico, Flor Pucarina, llamada también la Faraona de la canción huanca, máximo exponente de la música andina. Este personaje mítico que vivió entre 1935 y 1987, nació en Pucará, un pequeño pueblo del Valle del Mantaro, en el seno de una familia modestísima y sin padre. Padeció todos los infortunios de nacer pobre, andina, bilingüe quechuahablante, mujer. Emigró a la capital donde encontró la marginación y el desprecio como tantos millones de andinos en su propio país. Pero su voz y su fraternidad, su destino de artista, la hizo recorrer todos los escenarios de sur a norte del territorio nacional llevando sus huaynos, mulisas, huaylarsh… para que cerca del final de su vida, se le abrieran también las puertas del gran Teatro Municipal de Lima, en diciembre de 1980.

Y mis huaynos, eso sí, no lo puedo dejar jamás, jamás, claro se sufre, te cholean, te basurean, cantas casi a escondidas, en las radios sólo se escuchan los huaynos a las tres, cuatro de la madrugada, pero es la vida de uno, no hay otra salida, qué haría sin cantar, cantar me da fuerza, da sentido a mí vida, me siento con ganas de vivir, además tengo mi público, mis amigos, mis conocidos, mis compadres, mis comadres, mis paisanos, son sinceros, yo sé que me quieren, yo también los quiero, los he llegado a querer, es mi mundo, mi vida, ay suerte, suerte, qué será de mi vida Dios mío.

Las letras de sus huaynos expresaban los sufrimientos del hombre y la mujer del ande frente al rechazo y marginalidad a la que los condenaba la ciudad letrada, Lima, tradicional y prejuiciosa. También hablaban sus canciones de una profunda tristeza personal que la acompañó toda la vida, de los pesares del amor, de la soledad de su camino. Sus compositores recreaban en sus letras las trágicas vivencias de esta mujer que tuvo que huir del maltrato y que si bien encontró un nuevo amor, nunca pudo plasmarse en una relación definitiva. Se refugió en el alcohol para aquietar sus penas y su anhelo imposible de ser madre. Sus letras dejaban percibir también un mundo rural, un entorno natural singular en el que como en la obra de Arguedas, las aves, los animales, las quebradas, los puquiales, las pircas forman el propio lugar mítico del origen.

Estoy muy triste en la vida / ¡malaya mi destino ayrampito! / cómo quisiera tomar chichita de tus flores / así podría beber el néctar del olvido, / desde muy joven en la vida, / amaba con el alma ayrampito / Tantas mentiras, tantos engaños / me han perdido / ya no quisiera amar a nadie en la vida…

En 1915, en Lima, el joven Juan Croniqueur, José Carlos Mariátegui, escribía un artículo sobre la sublevación del general Rumimaqui en el sur del país “El general Rumimaqui, que entre nosotros era sólo el mayor Teodomiro Gutiérrez, entre los indios es el inca, el restaurador, y otras cosas tremendas y trascendentales.”, intuyendo otro mundo, un mundo fastuoso a su manera, con sus principios y sus códigos, inconcebible para la impermeable Lima de su época. Del mismo modo, el libro de Antonio Muñoz nos deja esa sensación maravillosa de descubrir “otro mundo”, uno que corría paralelo al de la Lima formal, tradicional, un mundo andino presente y mayoritario en esos barrios peligrosos de la ciudad a los que no se iba, a La Parada, Yerbateros, Cerro San Cosme, El Agustino, Mercado central, La Victoria, Comas, “Chicago chico” en Surquillo…donde no sólo campeaba el robo, la insalubridad, el trabajo informal, sino que existía una vida fragorosa, de bares, asociaciones culturales, salas, el Coliseo Nacional, festivales, donde se cantaba, bailaba, celebraba el nuevo resurgir de la música andina en la capital, y al que asistían todos los que habían emigrado y añoraban su tierra. Junto a Flor Pucarina surgió una pléyade de grandes artistas como Pastorita Huaracina, Jilguero del Huascarán, Amanda Portales, Zorzal negro, Picaflor de los Andes, compositores y músicos de la talla de Zenobio Dagha o Emilio Alanya Carhuamaca y orquestas tradicionales como la Compañía Musical Catalina Huanca, la Compañía Ollanta, la Orquesta típica del maestro Luis Carhuay, etc.

porque todos los que hablan de ella, que suspiran y sienten por su voz y su presencia, tienen que ver con su existencia en esta tierra, con sus infinitas y desgarradoras canciones, con sus presentaciones en los coliseos, en los campos deportivos, en las carreteras, en los campamentos mineros, en los teatros, en los sindicatos,..

En una prosa que fluye paralela al fluir de la emoción narrativa, el autor, amigo y promotor artístico de Flor Pucarina, se une a ella y comparte con millones de andinos ese sentimiento reivindicativo de no aceptar ser menos en el propio país, un sentimiento de ilusión por el nuevo proceso que se está formando de autoreconocimiento en el que los artistas andinos se convierten en punto dinámico y aglutinante de un proceso que se siente como un despertar, como un júbilo, en la nueva babel en que se va convirtiendo Lima.

Flor Pucarina
Flor Pucarina
La Puca, como la llamaban cariñosamente sus cercanos, es un símbolo radiante de ese período porque sincretiza el dolor y la dignidad andinos junto a la alegría y belleza de su arte. Ella se preguntaba por esa enorme tristeza que le inundaba la vida, algo que le venía de más lejos ¿de dónde? Y ¿hasta cuándo? De mucho antes que su propia vida, un sentimiento que su sensibilidad de artista capta, siente, reproduce, comunica en el laberinto de nuestra historia.

Si hay algo que apasiona del libro es la postura que asume la voz del narrador, es una voz afirmativa, que narra con ilusión y pasión esta experiencia de vida junto a Flor Pucarina y a tantos grandes artistas y amigos con los que lograron sacar la revista Coliseo, testimonio de su época que se inserta físicamente en la ciudad letrada. Antonio Muñoz es parte de esos hombres y mujeres que tendieron los puentes que conformarán al artista peruano contemporáneo - haciendo referencia al imprescindible estudio de Luis Rebaza Soraluz - y que por ese mismo hecho, puede ahora narrarnos esta historia, con gran lujo de detalles, de anécdotas, interlocutores, de fechas y lugares, insuflando nueva vida a sus recuerdos.

La novela nos lleva junto a Flor Pucarina, junto a su carácter fraternal y orgullosamente femenino, por la geografía peruana, sobre todo andina, por las múltiples peregrinaciones religiosas donde oraba y cantaba, caminatas que demandan un esfuerzo físico y moral frente a un territorio que nos reta y nos seduce con su prístina naturaleza.

Caballeríaaa, caballeríaaa, al cerroo, al cerrooo, viene caballeríaaa, caballeríaaa.” Son las voces repetidas y broncas de los arrieros, dueños de los animales, que bajan corriendo a pie, llevando del cabestro a las mulas madrinas, que encabezan las recuas, durante todo el día y la noche, durante una semana, diez días que dura la Peregrinación al Señor de Cachuy. Detrás, adolorido y nervioso, cabalgando otra mula, abrazado del cogote, retorno ansioso, el camino es difícil, pedregoso, rodeado de abismos.

Este libro es, desde el punto de vista emocional, una elegía a Flor Pucarina, escrito desde el recuerdo, desde la nostalgia, desde el dolor de la pérdida. Por otro lado, como ya vaticinara Víctor Hugo, “la gran obra de la humanidad ya no se construirá, se imprimirá.” Así, Peregrina, es un verdadero monumento, como también apunta el reconocido periodista Raúl Vargas Vega en la excelente presentación que acompaña este libro sobre esta artista peruana que en su vida y arte siempre tomó partido por la esperanza de un mundo pluricultural peruano. Cuenta Antonio Muñoz que Flor Pucarina siempre solía decirse cuando soñaba o anhelaba, “¿Por qué no?” Efectivamente, lo mejor es posible.
Madrid, enero 2019

Peregrina
Antonio Muñoz Monge
Lima: Editorial Lancom, 2018



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