Portada Un bemol en la guerra |
Paraísos humanos
Un rápido comentario al libro de cuentos,
Un bemol de la guerra, escrito por
Marcos Fabián Herrera
Reconforta leer los cuentos de un escritor que aún no
pertenece al jet-set de los autores consagrados por las grandes empresas editoriales.
Nada lo condena para que escriba bajo los parámetros del mercado. Nadie le
exige una producción anual para conservarlo en las librerías nacionales e
internacionales. Sólo la íntima necesidad de escribir lo transporta, lo estalla
para poner en letras su libre percepción del mundo. Un escritor todavía limpio,
sin las brillantes manchas de la oferta y la demanda, sólo con las del ser
humano, las que lo impulsan a la escritura.
Textura propia de los siete cuentos escritos por
marcos Fabián Herrera bajo el título: Un
bemol de la guerra. Relatos publicados por Navíos Libros, con impecable
cuidado y con agradable resultado físico. Agradan sus ilustraciones como la
disposición física de sus textos. Ambas se confabulan para que el lector viva
una reparadora experiencia lectora. Para que experimente agradecimientos
vitales al leer la última línea del último cuento.
Porque sólo agradecimiento se siente con un autor que
devela un abanico de diversas posibilidades de los paraísos humanos en la
tierra. Distintos espacios para convertir la existencia en el bello ejercicio
de vivir sin el peso de la esperanza. Superar el infierno de cada día, ese
brillante laberinto de la vida civilizada, para saborear el instante diluente
sin bajos ni altos relieves.
Así se compone la semántica de estos cuentos. Como en
la música barroca, un mismo tema entonado por instrumentos diferentes. Una
misma obsesión musical que cobra vida en los diferentes cuentos. Desde el
primero, “Música incidental”; hasta el último,
“Sin itinerario”; pasando por el que da título
al libro, “Un bemol de
guerra”. Durante toda la lectura, el lector se encuentra, una y otra vez, con
esta rara dimensión.
La belleza del lenguaje abre las puertas del libro.
Expresión estética visible a los ojos del lector. Una ejecución musical donde
todos los instrumentos están debidamente afinados. Limpieza expresiva, riqueza
lingüística, sorprendentes construcciones, inesperados giros, surgen en cada
párrafo. Lenguaje sostenido que se conserva a lo largo de los siete cuentos. Lenguaje
que se eleva de lo rutinario, pero sin caer en la confusión ni en la
pedantería. Lenguaje que intenta superar la medianía para insistir en la
calidad de lo esencial.
Rasgo lingüístico que armoniza con la semántica de los
cuentos. Párrafo a párrafo, se develan las tragedias de los personajes, seres
humanos oscuramente adaptados al infierno. Los que ya no soportan la existencia
gris de todos los días y huyen de la catástrofe existencia para encontrar un
paraíso en la tierra. Los que ya no resisten más la corrosión de la rutina y se
sienten cadáveres en vida. Los que aún tienen la osadía de partir para
encontrar un asidero más amable, más humano, más divino, en los predios de la
existencia.
Cipriano, el personaje de “Música incidental”, encuentra
su lugar exacto en la calle. No lo obnubiló el éxito de dirigir exitosamente su
propia orquesta, ni los varios acetatos grabados, ni la hermosa cantante que
los acompañaba, ni el reconocimiento en la radio. El mundo de la farándula
debió hostigarlo con sus falsos brillos. La calle constituía su verdadero
territorio, un lugar sin jefes, sólo con transeúntes desprevenidos y sin los voraces
dogmas de las iglesias. No era un lugar para desechables, sino el espacio donde
era posible la libertad de ser. Ahora dirijo a mi grupo en las calles…
Vida civilizada y adocenada padecen los ciudadanos del
primer mundo. La llevan como un ataúd
en la conciencia. La necesidad
de huir, encontrar parajes más originales, más naturales, impulsan a Jack, en
“Las meditaciones de Jack”, a internarse en un lugar libre de la dura
civilización. La referencia a la Barca de Juan Bustos, ese maravilloso
prostíbulo fluvial, nos lleva a la Neiva antigua. El alcohol, la trasnocha, las drogas, enjambre
de descomposición mental, lo estimulan para testimoniar a través de un poema
que el paraíso existe en la anulación del pensar. Un poema escrito por el gran
Jack Kerouac, personaje ancilar de la generación beat que anduvo literariamente
en el suroccidente colombiano:
Cuando un pensamiento
brote llegando de lejos con su manifiesta
presencia de
imagen, debes engañarlo y fuera con él,
quítatelo de
delante, dríblalo…
Diferentes alternativas de los paraísos naturales del
ser humano surgen en otros cuentos. En un “Bemol de guerra”, El aparente
boticario, que llega a un lugar distante, es un músico y funda una escuela de
música. Huye de la civilización para refugiarse en un lugar apartado y en la
música. Huye como huye el desertor de la guerra con el Perú a pesar de las
diatribas patrióticas del presidente de la República. Tanto el aparente
boticario como el desertor se refugian en la música, en ese paraíso de sonidos
donde tampoco existe el pensamiento. “Con la flauta
puede enseñar la música y curar su destierro”
Así transcurren todos los cuentos de Marcos Fabián
Herrera. Con esa impronta que nos saca, momentáneamente, del barro y nos eleva
a sugerencias literarias que nos hablan de un mundo asequible. Con él, sólo agradecimientos
por la riqueza de paraísos que develan sus siete cuentos. Por los espacios
insólitos e inesperados, tratados con la responsabilidad de un autor
comprometido con la condición humana. Por las pulsiones oníricas –Cipriano- y
fantasmales –La nana-, que nos muestran regiones paralelas y nos iluminan. Por
el conjunto de recursos literarios que enriquecen la literatura, que la
rescatan de los excesos de la oferta y la demanda, que le devuelven su misión
original: develar las tragedias humanas impuestas por la barbarie del poder
brutal. Por hacer una literatura que no apunta al prestigio, sino al ser
humano.
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