La mirada desobediente, 2016 |
La Mirada
Desobediente de Adriana Hoyos
Por Carlos Satizábal
La desobediencia femenina es el
corazón en el occidente bíblico de nuestro pensar poético y científico y del
goce amoroso civilizatorio, el hilo de oro que nos salva de la obediencia
adámica; es la fuente del amor y del conocimiento que funda la vida humana y enerva la ira de la bíblica divinidad patriarcal:
Maldita seas por haberme desobedecido.
Sufrirás y parirás con dolor, hacia tu marido irá toda tu apetencia y él te
dominará. Aplastarás la cabeza de la serpiente y nunca más oirás su voz. Así
maldice Jehová a Eva -la desobediente- al expulsarla del Paraíso por Ella probar
los frutos del árbol. Su femenina desobediencia es la fuente mítica en que se
arraiga el árbol primordial de toda curiosidad, de toda ciencia; del diálogo humano
con la naturaleza, de la compresión de las voces y los ritmos de la animalidad,
de los cielos, de los mares, de las aguas, de los vientos, de la tierra. La
acción mítica en la que se arraiga y crece el árbol de todo amor: el amor por
lo sagrado y el amor por el amor y la vida y la familia que nos teje el destino
en la red de los lazos de sangre.
Y del orden sagrado de la vida y de la muerte.
También Antígona, la joven de
blancos brazos cargados de flores para el viaje de su hermano muerto,
desobedece al strategós, como ella lo
llama, al general ahora también rey de la ciudad, al tirano que ha ordenado
dejar insepulto a su hermano. No nací
para compartir el odio, sino el amor. -Le dice-. Hay una ley superior a la tuya: la ley sagrada de enterrar a nuestros
muertos.
Con Eva en la herencia bíblica
y con Antígona en la griega y con las voces de tantas mujeres silenciadas, nuestra
era de diez mil años de patriarcas tiene en la desobediencia femenina una
fuente de la rebelión que anuncia el fin de la era infame del patriarcado.
Siento al leer la escritura
poética de Adriana Hoyos en La mirada
desobediente, -como en sus otros libros- que en su cantar retornan las voces
de las míticas mujeres fundadoras de la desobediencia y de la memoria poética
de la amorosa rebeldía femenina, en su cantar se aviva la mirada de mujer que desde
los ojos míticos de Eva y de Antígona y de tantas otras, viene transmutando la
violencia patriarcal, sus maldiciones, su odio sempiterno y el dolor causado
por la dominación infame, en rebeldía, en desobediencia al poder y en memoria
poética de la rebeldía y la desobediencia, para afirmar la vida, para auscultar
los misterios de la muerte.
Adriana Hoyos |
Adriana Hoyos ha organizado su
libro en cuatro partes que he sentido muy claro y evidente leer desde la visión
poética y mítica de la femenina desobediencia. La primera parte -«Descripción
del pueblo»- nos acerca a instantes donde la vida se afirma en la vida de
la infancia y la poeta canta ese destello, esa iluminación de la vida. Puede
ser ella la niña de este pueblo. Pero también a veces es la mujer que entra al
paraíso momentáneo y eterno de la felicidad vivida en el instante del abrazo
feliz al hijo que llega de la mano del padre. Y ese abrazo condensa la memoria
de la vida vivida y de la que hemos de vivir. Así nos lo revela en Luz de este instante, segundo poema de esta primera parte:
Luz de este instante
De sonidos rutinarios
está hecho este día
Este gesto con que
quito el polvo
Y resplandece ante mis
ojos el objeto
En el hogar ellos
convocan el fuego
Y el bálsamo aliviana
nuestros cuerpos
Padre e hijo cruzan el
umbral
De un brinco hay un
salto al paraíso
Trenes que atraviesan
túneles del tiempo
Barcos que zarpan lejos
muy lejos
Cargados de tesoros
deslumbrantes
Tu infancia
Luz de este instante
Nos
entrega este poema la poética visión de habitar el instante, de vivir nuestra
vida en un tiempo que es todos los tiempos, y ese tiempo es el instante vital y
poético. La felicidad o un beso o el abrazo extasiado de los amantes en el
instante infinito de fundirse en un solo ser en el éxtasis supremo de la
pasión, o también el contrario e igualmente inefable abismo del dolor por la
pérdida de un ser amado nos dicen que el tiempo está construido de instantes
eternos y de momentos que se pierden porque ya no alcanzan el bálsamo musical
del poema. Quizá pasa en la vida como a veces sucede en el tiempo del mito y en
el tiempo de los sueños: que condesan todos los tiempos vividos para
entregarnos la temporalidad de la vida que habitamos en un instante y esa
temporalidad inconmensurable del instante es nuestro modo mortal de ser
eternos. Un instante cualquiera es más
diverso y profundo que el mar, dijo en uno de sus versos memorables el
ciego maestro que casi sintió toda la poesía en la sombra de sus instantes
creativos.
La poeta
de la mirada desobediente canta también el silencioso e invisibilizado o
naturalizado trabajo amoroso de la mujer en su tarea de madre. Es lo que ella llama,
en el primer poema de este pueblo de la infancia La revelación de la pequeño:
La revelación de lo pequeño
La placidez del campo
Los niños en sus juegos
callejeros
La madre en la ardua
tarea cotidiana
Balbuceos infantiles
Una risa a punto de
brotar
Onomatopeyas del aire a
mediodía
Bajo la mimosa amarilla
estalla la vida
Su mirada reposa en mis
ojos
La olla en el fuego y
la promesa del hogar
Aprendo así a esperar
con paciencia y atención
La revelación de lo
pequeño
Es una poesía que se
detiene a recrear los instantes de la vida en que el tiempo y el pensar se
detienen para revelarnos el ser y el sentido del vivir. Es poesía que descifra
la vida en canto y pensamiento. Su música es música pensativa. Sus imágenes nos
llevan al verso final que nos entrega la revelación: la revelación de lo
pequeño.
La
poeta desde los primeros versos de La mirada desobediente se nos revela como
una filósofa de la mirada desobediente femenina, una pensadora de nuestra
contemporaneidad, de la época que nos ha tocado en suerte. Ustedes sabrán leer
mi lectura. Y también la poeta. Y serán indulgentes. Porque al leer es
inevitable ver lo que ya veíamos y lo que deseamos ver. La poesía nos seduce a
leerla desde el goce. Como decía el epígrafe del bello libro sobre el amor de
Sören Kierkegaard: estos libros son como
espejos…
La
desobediencia de la mujer desnaturaliza la sumisión. El mandato patriarcal de
obedecer. El goce de la ética y la estética del cuidado son la promesa del hogar que bulle frente a
la olla en fuego. Pero en ese goce hay una espera, que condensa el atento
tiempo vivo femenino, una espera atenta en que se dará la revelación. Ese
tiempo se ata a la herencia de las mujeres que le preceden, a la madre y a la
abuela y a la madre de la abuela. Y la poeta lo revela en su Liturgia
de las horas, poema dedicado a su abuela: Verte niña oh abuela / abrazada a
tu madre / sobre las piedras del río…
Hay
en el corazón de la poesía, en cada verso, en cada imagen que la música de las
palabras deja en el oído, una Persistencia de la memoria, como lo llama la
poeta, una persistencia plena de delicadas resonancias, de un tiempo o de los
varios tiempos de las generaciones de mujeres que giran mordidas por el sol, un tiempo que no estaba perdido porque
ese tiempo habita la memoria del canto, del poema, el poema río, que desobedece
la orden de olvidar y obedecer. La poesía es el canto de la memoria que florece
en la casa de la infancia. Un pájaro
fugitivo pasa por nuestra ventana de cada amanecer y ese vuelo nos revela la pequeñez de los actos. La poeta nos
deja sentir el sueño del vuelo. En contraste con la quietud de la casa. La casa
de la lectura, la casa del gato que sale de la oscuridad a la luz del poema,
del pájaro que bebe en la fuente, la casa donde nadie espera. Dice la poeta: ya no me aguarda nadie / el árbol florece de
repente.
Cada
metáfora de La mirada desobediente es
una revelación que arroja ojos y oídos lectores a la corriente pensativa de su
música y sus instantes de luz. En el poema Sabadell, la casa se abre al pueblo
y los cuervos abren el cielo. La poeta habita el río de su escritura y acaricia
la corriente de su música a la espera de un signo, pero los signos de la
memoria están rayados por las cruces religiosas. La iglesia deja en los
habitantes una canto de campanas que se espesa de presagios. Quizá la antigua
culpa, el deseo profundo que expresó Ivan Karamazov con una frase inolvidable: ¿Y quién no ha deseado matar a su padre?
La iglesia es el templo donde adoramos al padre muerto, al padre que es el
hijo, la suma de las generaciones patriarcales muertas por las manos de los
adoradores. Templo de los presagios. Templo de la culpa que se levanta en la
era patriarcal como el lazo societario que nos ata con sus lazos de sangre. La
poeta nos muestra que hay que huir a la isla del verano, que en el cielo claro
del verano hay tiempo para amar. No está el tiempo del amor y de los labios a
pleno día en las puertas de la iglesia que entornan cautos los fieles mientras
ella distante les observa. El ultimo poema de esta primera parte canta la Sierra de Guadarrama, dice: Por fin
el tiempo de la escritura / sobre la piedra ahora / los trazos del destino
/ en los labios la palabra y el nombre.
«El
destino a cada paso» es la segunda parte de este libro intenso y revelador de
la hondura y de la necesidad constante del canto y de la poética femenina, de
su mirada desobediente y de su pensar revelador y musical, para nuestra época
en que agoniza la milenaria dominación patriarcal. Aquí retorna el canto del
amor, pero ahora en la gran ciudad imperial. Habla la mujer que ama el amor, la
poeta que dibuja a memorables amantes que buscan o pierden el amor.
En un
poema ella se aleja de la ciudad al mar, y al despertar la poeta siente, de
nuevo, de otro modo, que la memoria son los instantes salvados por el canto y
la invención. Que la memoria es invención: No
hay memoria / solo una delicada invención que nos salva.
Me
trajo este verso a la memoria la expresión rebelde de nuestra Manuelita Sáenz
ante el olvido invencible: qué importa
ya, la memoria también se inventa.
Lo
perdido, y los instantes de vida que nos devuelven su huella el recorrer los
lugares que hemos habitado, esos espaciotiempos vividos que sentíamos perdidos,
la poesía nos concede el don de transmutarlos en memoria poética, bálsamo para
interrogar y auscultar los misterios de la muerte. La poeta lo sugiere o lo
siente en La Sombra del Espíritu:
Necesitada de lugares y
memoria
Vuelvo sobre la misma
esquina
Camino sobre los mismos
pasos
Siento los dibujos de
los muertos…
La
ciudad es una escritura en la poesía de Adriana que le devuelve lo que la
ciudad guarda para que la poeta lo haga canto compartido en su mirada
desobediente: para perder el tiempo, para
perderse a sí mismo, ciudad desierta secretamente mía, canta en el último
verso que abre el camino de la tercera parte de este libro memorable: «La vida a sorbos». Vuelve a insistir que la vida está hecha de instantes
que se fugan. Algo de esa huida perenne detiene lo vivido en el poema y lo conserva
transmutado en canto.
Invoca
la poeta a amados dioses o arquetipos sagrados de las pasiones que han
embriagado el alma creativa de los antepasados: Pan, el dios músico, que, dice
ella: conoce los placeres y los tormentos
del amor. Y a Baco, dios griego de la embriaguez, de la femineidad festiva
y lúbrica y de la errancia aventurera. Otro destructor del poder y de la
violencia patriarcal: Ya no regresarás al
hogar amado Baco / pero tus ojos habrán visto el arco iris del amor.
Insiste
la poeta en esta parte en el hilo de oro del amor que teje constante los cantos
de este libro. Y en el hilo de puntos o instantes sin línea del tiempo, dice:
Soy la puerta
Que me contiene
Me expulsa
Me encierra o se abre
Puedo atravesarla
Dejarla la atrás
Al fin y al cabo
Soy solo tiempo.
Y en
esos instantes llegará el último, el inevitable, el que nos da nuestra condición
temporal de seres para la muerte, aquel instante en el cual recogerá los pasos
y cantará u oirá desde el otro lado cantar la Plegaria de la Ausente. Tampoco faltará en esa hora sin tiempo el
amor:
El día que yo muera
Haya música klezmer
Y una fiesta y un baile
Como si fuese una boda
Hasta alargar la mano
hasta tu mano
Entraré en el alba
feliz después de todo
Lo inevitable me
soborne hasta tu lecho
A más
de los hilos de la desobediencia femenina y de la filosofía del tiempo poético
que le concede el don de la memoria del canto a ciertos instantes vitales -los
otros momentos de la supuesta línea del tiempo serían, como diría Virginia
Wolf, solo momentos muertos- otro hilo de la urdimbre que atesora estos poemas
es el hilo de los territorios habitados por su viaje, los países que los pasos
de la poeta han recorrido en su vida trashumante por los exilios elegidos,
lugares que retornan a dejar en su oído el rumor de las aguas profundas, los
cantos del paisaje, la algarabía de la luz, el cantío de la vida vivida en ellos:
Sabadell, Madrid, Menorca, Guadarrama, Paris, Bogotá y tantos otros que
palpitan en el silencio. Y los Andes, donde el viaje por el territorio puebla
el verso de resonancias del pensamiento mítico indígena, vivo en los nombres de
los seres de la selva y en las palabras que nombran los accidentes y las
atmósferas del paisaje:
Escalé la cima de los
Andes
Sentí el resplandor del
águila
Atendí el sueño de lo
ignoto
Caminé en la oscuridad
Tras las huellas del
puma
Y el dibujo de la
serpiente
Ahora en las aguas
profundas
Encuentro en mi sombra
Los abismos y el frío
del exilio
Sentimientos y visiones
que abren el camino a la última parte del libro: «Entre la palabra y el olvido»,
parte que empieza haciendo una loa a la música. La música: materia de cada hilo
de la urdimbre que atesora el tejido todo del cantío de este libro:
Que la música inocule
su pócima en el alma
Para que te salve o te
aniquile
¿Acaso no es ella la
que puede matar
O hacer cantar al
Ruiseñor?
Sentido mortal de la Música
que me hace pensar en el multifónico canto de la cigarra que a la hora más alta
del sol llega a su armónico más agudo y la caparazón de la cigarra revienta. La
luz de su canto se dispersa: grillos, oropéndolas, árboles, colibrís, inventan
nuevas músicas con los sonidos errantes y la semilla del canto fecunda la
tierra y la cigarra renace a la vida con las lluvias y las lunas que tejen
otros hilos y motivos de su canto.
Nombra la poeta en este
canto final con gratitud y veneración algunos de los poetas -hombres y mujeres-
que son la otredad con la que desea dialogar y dialoga su escritura. Borges, Alejandra
Pizarnik, Gimferrer, Ezra Pound, un poeta nacido en Peshawar. Y sin duda, de
modo tácito y secreto, Ana Ajmatova. El trabajo milenario de la transmutación del
dolor en canto, que desde su nombre mismo -La
mirada desobediente- resuena en las metáforas de este libro tan hondamente
femenino, la poeta lo celebrará en un poema inédito a su maestra Ana Ajmátova:
Oh
Ajmátova que transmutas el dolor…
Este libro -La mirada desobediente- que me ha dado
la vida y la generosidad y el amor de su autora el placer de comentar, termina
haciéndonos una de las cuatro preguntas filosóficas fundamentales en su poema
final ¿De dónde vienes? Poema que
dice en su primera cuarteta:
¿De dónde vienes oh ser extraviado
que cruzas esta vida roto
burlado por el destino
como un nómada del tiempo?
Y termina:
Oh hermano sangre de mi sangre
Aleja de mí este cáliz
Aleja esta sombra que borra el color y la palabra
Aparta esta hora en que el poema ni siquiera es
plegaria.
Bogotá, julio 29 de 2016
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