Luis David Palacios |
Luis David
Palacios (1983)
es poeta, ensayista, traductor y músico mexicano. Su formación universitaria
abarca tres áreas: la literatura, la música y las ciencias exactas. Estudió
Letras Hispánicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), una
licenciatura en Composición en Música Popular Contemporánea y una Ingeniería en
Electrónica con especialidad en sistemas digitales. Actualmente termina el
programa de maestría de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP)
donde hace una investigación sobre el ritmo en la poesía. Ha sido becario de la
Academia Mexicana de Ciencias (AMC), del Centro de Investigaciones Avanzadas del Instituto Politécnico Nacional (CINVESTAV) y del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (CONACYT). En diciembre de 2015 su libro de poemas, Un árbol donde el sueño, ganó la emisión
XXXIII de los Juegos Florales Nacionales Universitarios auspiciados por la
Universidad Autónoma de Campeche. Recibió, también, la mención honorífica del
XVI Premio Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Poemas y ensayos suyos aparecen en revistas de varios países como Rio Grande Review de la Universidad de
Texas, Brilliant Corners del Lycoming
College en Pensilvania, Letras S5 en
Chile, Poéticas (Revista de estudios
literarios) en España, Electrón Libre
en Marruecos y desde luego en México. Ha sido traducido al inglés, rumano,
portugués e italiano. Recientemente la editorial Akal, en Palabra heredada en el tiempo. Tendencias y estéticas en la poesía
española contemporánea (1980-2015), incluye uno de sus ensayos sobre poesía
contemporánea. Fue director académico de la Universidad Libre de Música (ULM)
con sede en Guadalajara, México. Ha publicado cuatro libros sobre armonía
contemporánea, jazz e improvisación.
Poemas de Luis David Palacios
LUX ÆTERNA LUCEAT EIS
Tú
que bordas la tela de la muerte
no
mires a los míos
por
este canto que los nombra.
Pero
si la noche fragmenta su cubierta
que
tu arboleda sea un resplandor
donde
sus pies se laven con la calma
de
tu mano que ondula,
dales
un árbol donde el sueño
pueda
volar sus pájaros.
Si
mi voz se levanta
es
porque reconoce en ti todos los cauces.
Si
mi mano te sirve,
entona
ya mi nombre para caer de ti,
contigo
en el rescoldo de ese fuego.
I
Tus
piernas dibujan las alas de la mariposa;
un
pistilo plástico alimenta tu sueño.
La
bocina de tu corazón se enciende en una máquina,
es
la llegada del tren que nos reúne en turnos junto a tu vuelo caído
donde
no ha entrado el sol o su ausencia.
Diciembre
es terrible. Tu padre habla y rema
contra
el amor de otra madre y su canto,
contra
la cuna nocturna de los brazos donde te meces,
contra
blancos No vestidos de hombre,
II
El
amor aquí no sirve,
no
te levanta con el amanecer.
Tu
llanto nos haría reír, Diana,
te
sacaría de esta playa de algodón
en
donde tomas poco a poco la noche de su cuerno.
Tu
respiración enflaquece
y
ahorca prematuramente los días
y
ganamos absurdas ecuaciones que no reparan la hondura de tu
abdomen.
Humedecemos
la arena que florece en tus labios.
No
hay otro sonido más que el picotazo pendular del cuervo en tu
corazón sin miedos, apagándose.
No hay
herida donde poner bálsamos.
Tu
dolor es un papel negro y transparente,
viene
callado de la base del sueño
ROSA
Dos
lunas de carbón sostienen el aroma
a sueño
café de sus ojos de madre.
Dos
veces el amor ha dado en ella sus pétalos de sombra;
abrió
de tajo la ventana tibia de su vientre.
Aquí
mis ojos dan de beber en su nombre
y no
tengo ojos para dar de beber a su nombre –Rosa,
suspendida
lágrima en el filo de la osamenta–
y me
duele la caída de sus ojos
ante
la tierra abierta donde sembró mariposas.
En
la cocina llueve sordamente
y su
cuerpo cae en la unidad acostumbrada,
sus
labios guardan esas alegrías de cuna sin abrir.
Ella
mira pasar los estigmas de la lluvia
y no
hay afrentas en la noche de su día.
Viene
y va su llanto descompuesto
por
el tiempo mordido de la sala,
por
la lluvia herrada de la ducha.
En
las manos del amor hay alacranes
pero
ensaya su sonrisa anaranjada,
su
andar a ciegas por el día
que
se oye ladrar bajo la puerta.
La
orfandad y sus índices
le
enseñaron el escudo del silencio desde niña
pero
su maternidad se derrama sobre el hueso de la cera que arde
y el
calostro se oxida dentro de sus dos sueños redondos
y esa
pregunta de cinco años que está sobre sus piernas la hiere
porque
no hay forma de explicar un puerto que se abandona
o la
lluvia encallada en la cocina.
CÍRCULOS
Nos
convocaba la geometría del verano.
La
forma de la guerra se elegía
por
el hallazgo íntimo
de
las armas de otras temporadas.
Crecí
en la calle Octubre
–quizá
por eso
el
otoño es una canción que no repito.
En
ese campo de batallas fui Tiberio,
con
la misma costumbre
luché
contra el ejército del Norte,
forjado
a una manzana de distancia.
En
ese campo de batallas conocí la ambición
y el
respeto que se ganaba con los crujidos estelares,
urdidos
por un ojo y una mano en contrapunto
sobre
las tiernas cicatrices de la tierra.
Una
lengua de piedra sepulta nuestra calle
remendada
de gritos.
Tal
vez la forma de la guerra sea la misma
que
llenaba de trompos el jardín de la infancia.
Quizá
otros pierden sus racimos de amor y de misterio
sobre
la misma lengua asfaltada de gritos.
Pero
en nosotros –los que ahora
jugamos
a cambiar en el espejo–
las
calles boquituertas ya no tiene retorno.
LOS MUERTOS
Bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.
Lorca
Escribo
estas palabras porque viven los muertos.
Porque
viven los muertos descubrimos
una
tibia rareza a nuestro lado
sobre
el anochecer donde nos acostamos solos.
Aparece
otro hueco en la almohada desnuda
y el
corazón despierta
mientras
muere el perfume de su sábana.
Porque
los muertos viven
presentimos
ajenas pulsaciones
y un
férvido deseo.
Porque
viven los muertos escuchan esta voz.
EL ESPEJO ES LA MEMORIA
Para Emma Valeria
en su tercer cumpleaños
I
Nos
espera la columna del día
si
la memoria lleva bajo el brazo
el
resumen de un tiempo como este.
Qué
lejos las palabras de la flor
cuando
sólo la sombra de nuestro vuelo queda en la escritura.
Yo
creí que el amor era un pozo, que alguna tarde el agua,
entre
extrañas preguntas, sus pájaros destierra.
Nadie
imagina nunca librar a su memoria en otros ojos.
II
Aún
no oscurece pero la luna brota de tu cara,
deja
el vientre confuso de los árboles.
Yo
escribo en el borde de tu sueño.
III
Cuánto
de alegría quedará cuando el espejo esté en contra tuya
y
alguien llame a la puerta en tus sentidos.
Aletean
los cantos por encima del color de la tarde
y tu
voz se confunde sobre el limpio cristal de la ventana.
Silenciosamente
la casa explica bajo la timidez del olor a café
el
resplandor del cómplice que hay en tu fantasía.
Acaso
ser feliz es eso:
un
recuerdo, un pájaro,
el
morado imposible en tu vestido.
POEMA CON BRÚJULA
No
hablo aquí de una tormenta,
ni
de la boca fina con duraznos
que
después de mi muerte dejará flores,
nenúfares
de sal junto a mi cuerpo flotante.
No
hablo aquí de una fuerza lánguida
cuyo
rostro es de pequeños espejos,
de
noches sobre noches incrustadas,
de
oscurecidas aguas.
No
hablo del fondo marino en sus ojos.
No
hablo aquí de ella,
ni
de sus noches nunca vertidas en mis sábanas,
ni
de sus bosques largos y latentes.
No
la nombro para no invocarla,
no
la nombro
y me
pierdo en ella
para
no invocarla.
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