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martes, 23 de abril de 2019

Historia de la poesía argentina de Luis Benítez

Historia de la poesía argentina. Luis Benítez
Portada Historia de la poesía argentina. Luis Benítez
Acerca del ensayo Historia de la Poesía Argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX

Por el Prof. Lic. Pablo Dema 
Universidad  Nacional de Río Cuarto 
Córdoba, Argentina

Historia de la poesía argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX, de Luis Benítez. 

Córdoba, Argentina. Editorial Buena Vista, Colección Agalma (Dir. Alejandro Schmidt), 227 páginas.

Una brújula para encontrar un mapa o las coordenadas para llegar a la casa de un guía muy particular, algo así podría ser esta reseña. La causa es que la Historia de la poesía argentina que propone Luis Benítez  se anuncia como una “guía” (en la Introducción del libro) y como un “esbozo muy general y aproximado al fenómeno” de la poesía argentina (en la Coda) pero es un instrumento de observación al que haríamos bien en historizar a su vez ya que su lente, lejos de ser transparente, está confeccionada con el misma material que describe. Un acápite inicial echa por tierra la posibilidad de un descriptivismo neutral. La cita en cuestión recupera un comentario de Javier Magistris que denuncia la existencia de una historia “hegemónica” de la poesía argentina, la cual silencia y excluye voces no oficializadas. Ya estamos preparados, por lo tanto, para leer un trabajo crítico destinado a brindar una visión alternativa que habilite voces poéticas marginadas. Hay que tener en cuenta, además, que ese propósito no es formulado por un académico sino por un poeta que pronto define con claridad su perspectiva, fuertemente marcada por su pertenencia generacional (la de los poetas emergentes alrededor de 1980). Hechas estas salvedades preliminares y antes de ver en qué términos funciona la tensión entre historia hegemónica y alternativa de la poesía argentina, cumplamos con el rito de seguir los capítulos de esta historia propuesta, la cual tiene, por supuesto, un origen preciso pero bastante remoto.
Justamente, la primera elección que hace Benítez a la hora de historizar la poesía nacional es  separarla de la fundación jurídica del Estado y unirla al devenir de la historia cultural e idiomática de la Nación, privilegiando la cuestión territorial. Así, en el siglo XVI tendríamos ya a algunos “precursores” de la poesía argentina en autores como Luis Miranda de Villafañe y Martín del Barco Centenera (nacidos fuera del territorio de la futura República Argentina) y en el siglo XVII al fundador de una poesía “protonacional” argentina en la figura de Luis de Tejeda, nacido en Córdoba en 1604. Hay un consenso en considerar al autor de El peregrino en Babilonia como nuestro primer poeta y también lo hay en relación con el hecho de que nuestras letras estuvieron regidas inicialmente por los modelos españoles: el influjo de las figuras dominantes del Siglo de Oro durante la época virreinal primero y, seguidamente, las formas neoclásicas que rigieron las producciones del siglo XVIII y principios del XIX atadas temáticamente a las vicisitudes políticas, de las que nuestro Himno nacional es ejemplo privilegiado.
Seguidamente, en los concisos y ordenados capítulos que se suceden, Benítez repasa, apoyándose en estudios y antologías que ya son clásicas, los períodos de la historia cultural y poética argentina: la generación del ‘37 y la incorporación del Romanticismo en el Río de la Plata, la gauchesca (con su raíz popular y el antecedente de los cielitos patrióticos) y el Modernismo. Para referirse a la figura de Leopoldo Lugones como representante principal de esa corriente en Argentina, Benítez tiene que reponer la trayectoria del nicaragüense Rubén Darío y describir el complejo influjo de los parnasianos y los simbolistas franceses sobre su obra para mostrar cómo es que por primera vez un movimiento poético americano influyó sobre la poesía española. Esta operación deja en evidencia uno de los supuestos no enunciados del libro: la condición de posibilidad de la historización de un género en las fronteras de un país requiere su puesta en relación con lo que una autora llamó la “República mundial de la  letras”, cuestión que vuelve a quedar de manifiesto en los sucesivos capítulos en lo que Benítez describe el asentamiento de las vanguardias en el Río de la Plata. La palabra asentamiento busca reflejar la idea de que se trató de un fenómeno progresivo, primero preparado por una temprana visita de Vicente Huidobro en 1916 (el chileno presentó su manifiesto Creacionista en el Ateneo Hispano-Argentino) y después con el regreso a Argentina de Borges en 1923, luego de su periplo europeo y, particularmente, de la adopción de los lineamientos del Ultraísmo [...]

Fragmento de la reseña a Historia de la poesía argentina de Luis Benítez. El texto completo se publicará en el número nº 60 de la revista ómnibus, de próxima aparición.


jueves, 24 de mayo de 2018

Julio Le Parc


Quimeras, poesía (1) y arte cinético – Julio Le Parc


Por Mario Wong
Escritor peruano


(…)/ éclat hors du temps, temoin/ d’une volonté froide qui ne passera pas.
Eugenio Montale, Satura. La mort de Dieu

(…)Si vous/ Voulez que j’aime encore, rendez-moi/ Au temps de l’amour. Est-ce possible?
/…
Luis Cernuda, Désolation de la Chimère (1956-1962)

Ella…/ ella volvió una noche/ más bien el fin de un día de verano/ en prolongación: la noche/ el sol detrás de la colina de edificios/ hacia el oeste/ un otro sol viniendo del norte llega/ ¿dónde?/ en el canastito de Caperucita roja/ (…)
J. Le Parc


A Ingrid B., siempre; y Malena (« …Cantaba tangos »)
&, también, a Alfonso Diaz Uribe y Milthon

Julio Le Parc
Julio Le Parc

El gran artista cinético que es Julio Le Parc, 89 años, presentó ayer -en la Maison de L’Amérique. Latine- su livre des poèmes (bilingüe) intitulado Petite bifurcation de celui qui n’est pas, ilustrado con reproducciones de litografías suyas (de la serie « Alchimie »); se proyectaron, antes de la lectura, dos films que dan cuenta de exposiciones últimas: Bifurcation, realizado por Nikolai Saoulski e Ito, por Ainoko; hubo una sala, bajo la responsabilidad de Juan Le Parc, hijo mayor del artista, para la exposición de las experiencias artísticas, de su padre, en el terreno de lo virtual (movimiento, luz & color…,la forme…; trabajo sobre las litografías incluidas en el libro). 

Quienes leyeron sus textos fueron: Olivier Salon & Gabriel Saad. Excelente lectura, en español y francés; al final de ella, los asistentes eran numerosos, hubo, también, una belle performance interpretativa del último de sus poemas del recueil, «(…) / ¿Esperaba qué?/ fulgores de soles en una penumbra querida/ y una música casi sin palabras y sin música se prolongaba/ y hacía girar el sol a toda velocidad/ ¿cuántos asomos de sol?/ ¿cuántas puestas de sol?/ el tiempo recuperado/ buen día la noche », por Alma e Imán, dos de sus nietas; vino, luego, una estación de piano, de la artista japonesa Yumiko Seki, con dos temas de Astor Piazzola. Y, para cerrar el acto, la madre de Alma e Imán, Laura Beau Visage cantó, acompañada por el guitarrista Hugo Diaz Cárdenas, dos tangos -« Los Mareados », de Juan Carlos Cobian y « Los pájaros perdidos », de Piazzola-, que le gustan mucho al artista argentino (2). Un acto donde el blues tango (Paolo Conte), de la melancolía porteña, de Buenos Aires (« … los aires, ya no son los Buenos Aires »; el artista nació en Mendoza), terminó invadiéndome; esta mañana, mientras escribo esta breve nota, escucho « Piazzolla’s Oblivion –Best 15 versions vocal and… »; y no puedo evitar pensar, no sé por qué, en la tragedia argentina de décadas pasadas que…, y me vienen a la memoria, súbitamente, unas líneas del poeta italiano Dino Campana: (…) Hay cosas que no me acuerdo y, sin embargo, ese es el recuerdo más grande (3).

París-Montmartre, 23 de mayo del 2018



Notas:

(1) Julio Le Parc, Petite bifurcation de celui qui n’est pas, Ed. Sylvain Courbois, 2018; Traducc. Eduardo Berti y Olivier Salon (Presentado en la Maison de L’Am. Lat., el 22/05/2018).
(2) El presentador,…, al inicio del acto dijo un verso de Eugenio Montale (epígrafe), en referencia al parcours vital de Julio Le Parc ; cito aquí otros versos del mismo poeta (uno de mis preferidos de la lengua italiana): « (…)//Osservare tra frondi il palpitare/ lontano di scaglie di mare/ mentre si levano tremuli scricchi/ di cicali dai calvi picchi.// E andando nel sol che abbaglia/ sentire con triste meraviglia/ com’e toute la vita e il suo… » (« Meriggiare pallido e assorto » ; In : Os de Seiche, Poésie 1, Ed. bilingue, Gall., 1966, p. 69, E. Montale, Poezibao); y, también nos trajo a la memoria que el artista tuvo que abandonar Francia, debido a su engagement en « Mai 68 ».
(3) « Ce souvenir qui ne se souvient de rien est le souvenir le plus fort. » (D.C.). Dino Campana es, quizás -según el filósofo italiano Giorgio Agamben, quien lo cita de uno de sus cuadernos sobre Nietzsche y el eterno retorno-, el más grande poeta italiano del siglo XX (Ver G. Agamben, su ensayo «L’image immémoriale »; in: Image et mémoire. Écrits sur l’image, la danse et le cinéma, Desclée de Brouwner Éds., Paris, 2004, p. 110).




martes, 31 de enero de 2017

Poemas de Eleonora Finkelstein

Poemas, Eleonora Finkelstein
Eleonora Finkelstein



Eleonora Finkelstein es poeta y editora. Nació en Mar del Plata, Argentina, en 1960. Publicó Hamlet y otros poemas (1997), parcialmente traducido al inglés (Hamlet and other poems, Fairfield University, Estados Unidos, 1999), Las naves (2000) y Delitos menores (2004 y 2016), además de artículos y traducciones. Desde 1991 reside en Santiago de Chile, donde se desempeña como directora de RIL editores. Es co-fundadora y directora de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía, y de sus colecciones de poesía y traducción.








Poemas de Eleonora Finkelstein



Vidas paralelas

Él había vivido en una iglesia, pero ya no.
Ella trabajaba en un bar y nada qué hacer.
Llegaron al hotel y alquilaron la misma habitación
para pasar los meses fríos.
Pero fue en inviernos diferentes
(a cual peor).

Él buscaba una mujer
(ahora que su madre había muerto
casarse ya no le parecía tan mal).

Ella juraba conocer a los hombres:
todos diferentes, ninguno bueno.
Mejor sacárselos de la cabeza.

Él ya no estaba seguro
de que Dios se ocupara de sus cosas
como cuando era un niño. Pensaba:
la providencia es un asunto inestable.

Ella vivía dispuesta a creer
en cualquier cosa menos en Dios.
Adoraba las pirámides, los cuarzos y leía el Tarot.
La suerte está echada, le gustaba decir.

Cuando llegó cada respectivo verano
(a cual peor)
los dos siguieron su camino
con la promesa de volver en el otoño,
pero nunca más los volvimos a ver.

Si hubieran aparecido alguna vez al mismo tiempo
(con esa esperanza increíble que sostiene a los derrotados)
si hubieran pasado juntos el invierno
de un mismo año, en esa misma habitación,         
se habrían dado cuenta de que estaban
equivocados en todo.
En todo, excepto en aquello
de que ni Dios ni la suerte
intervienen en los asuntos sencillos.
Las cosas solo pasan:
a veces sí, a veces no.




Platónico suicida (o melodramático de la cosa misma)

He estado trabajando mucho.
Trabajando mucho
para conseguir que esto
coincida con algo que entiendo bien.
Pero los bordes no calzan
O se ven demasiado las juntas.
Por un lado, la forma
Por el otro, su espectro.
Un ectoplasma que desborda
por los cuatro costados.
Y no gano nada con intentar cubrirlo
o contrastarlo. Ni siquiera
con aceptarle que se quede.
“Soy otra cosa, otra cosa”
declara con su sola presencia.

Dado este problema,
a veces pienso que el límite es
la única medida humana.
La belleza, en cambio, sigue ahí
con su belleza.
La verdad con su verdad, etcétera.

Ahora bien, permítanme dudar de la justicia.

Pero insisto y soy tan torpe,
está a la vista:
se escuchan soplidos cuando
trato de acomodar la boca.
Casi se puede ver la transpiración
y el cansancio de los músculos.
Estas palabras quieren decir algo, brillar
Pero siempre llegan sobrecargadas
o huecas.

Porque el asunto ese del ritmo es un veneno.
Y apenas lo pienso vuelve
a escucharse la respiración entrecortada,
el esfuerzo de artista callejero.
Pero el asunto ese del sentido
es un veneno peor.
Es que, como dice el poeta:
¿Por qué digo calabaza
cuando quiero decir adiós?
Siempre la luz y la materia
Siempre esa idea de la luna.

Miro por la ventana:
El cielo, arriba,
con su simulacro de cielo
El suelo, un sólido perfecto,
siete pisos más abajo:

Es una suerte que siempre
tengamos a mano la salida.
Una alegría que podamos
(en última instancia)
hacer aún calzar perfectamente
el cuerpo con su sombra
(o con lo poco que nos queda de cierto)
y sacarnos este peso de encima.




Los viejos, buenos tiempos
(Berkeley,  1968 -1998)

Vuelvo a ese lugar y sin embargo
no es el mismo lugar en absoluto.
Sobre el suelo: la memoria es
una niebla dura y ácida
que nos llega hasta las rodillas.
Tan dura y tan ácida
que terminamos por arrastrar los pies.
Muy cambiado y tan igual, digo a mi anfitrión
que señala a las ardillas de su jardín
de un modo tan conmovedor:
-Here! There! Here! There!
¿Qué habrá sido de las mejores
mentes de tu generación?

II
El viejo poeta declara:
cuando los versos se escribían solos
mis amigos los firmaban, nada más.
Pero esta misma nube
que ahora nos hace arrastrar los pies
por entonces se subía a la cabeza.
Con solo chasquear los dedos, directo a la cabeza.
To the top –grita señalándose la sien.

III
Lo que dijo un personaje italiano
en el libro de un autor alemán
fue lo que hace mucho tiempo
transcribí en un poema
(no en este, que es casi en inglés):
"Cultiva un pequeño jardín
-según el consejo de Virgilio-
y todo lo que digas
que sea bello y bueno".
“Bello y bueno”, subrayé.
Es que entonces era una niña
y ahora también, ya ves,
aunque haya envejecido tanto.




Los monstruos de la resistencia pacífica
(un poema feminista, a su manera)

a mi bisabuela Graciana, tal como la imagino

Así como me ven
soy una mujer modesta.
Consciente de la soledad,
de la vejez y de la muerte.
Y no es que ande por la vida
martirizándome,
creyéndome más buena
o recordándole sus propias
miserias a mis semejantes. No.
También me ocupo del trabajo,
del almuerzo, de los niños.
Miro mi reloj y ajusto la hora
con la torre de la iglesia.
Y no es que la fe me interese demasiado.
Ni siquiera los templos, el amor
el mal o los cielos abiertos.
Porque sé bien que todos seremos humillados,
así que, ¿para qué tanta grandeza?
Soy una mujer modesta y eso es todo.
Lo que hago, prefiero que sea pequeño,
aunque se note poco
pequeño y regular:
el ejercicio que agujerea las piedras.
Mi convicción: la piedad del día a día.
Por eso, nada se resiste, por eso
sigo adelante. Por eso:
por favor, no me cierres el paso.
Ni siquiera te cruces en mi camino.
Nunca termina bien.




La hermana

¿Alguien quiere que le cuente de mí,
que le diga mi secreto de sangre y hematomas?
Quiero mostrarles cómo me buscaba el hueso.
Cómo no podía flexionar los codos sin gritar.
Y los colores eran tan reales:
rojo señal, azul y verde silvestre
como un monte de naranjas siciliano.

Era como Electra:
llevaba mi saco de basura con dignidad.
Un cortejo de moscas me seguía.
Benditas sean.
No iba a buscar el fuego como los perros.
Iba a arrojar cenizas a la cara del dios.

Al fin, es cierto, lo que somos
se lo debemos a la muerte.
No es menos verdadero que la deuda
se paga con creces, pero aprendí
a no cultivar tanto mi propia tragedia.

Hermano mío, ahora estoy tan fresca,
tengo los brazos suaves y ondulados, incluso verdes,
artificiales, como un campo de golf.




Colla

Más de una vez estuve sentada
sobre estas cajas de cartón
con los libros de siempre.
Ahora, sin embargo, tengo
otras cosas también aquí dentro.
Más o menos útiles. Quién sabe.

Estoy en el medio
(creo que en el centro mismo)
de una ciudad cordillerana.
Seguro me equivoco.

Quiero un lugar donde dormir,
un lugar donde bañarme y comer.
Voy a salir con las manos en los bolsillos
para conseguirme algún alivio.

Pero se está bien sobre estas cajas.
Se está bien
(un lugar donde dormir,
donde bañarse y comer).

Mejor voy a esperar un poco.
Voy a bajar la cabeza y voy
a mirarme los pies.
Menos que nunca parecen mis pies,
tan sucios bajo este sol fanático.

Voy a esperar otro poco.
Ahora que soy de piedra y
tengo polvo entre los dientes,
estoy segura de que me veo bien
(demasiado vieja o demasiado joven)
sentada aquí,
sobre las cajas de siempre.

No quiero escapar ni quiero quedarme,
Si al menos pudiera mostrar / que se me viera
el estómago vacío / el cansancio
el estómago vacío / el sudor
el estómago vacío / la tierra ardiendo.
Esa es la vida, creo.
Si se prolonga
en cualquier momento me crecerá una pollera
y me pondré a vender estos limones.




El barco que recuerdo

El barco que recuerdo
es el primer objeto en mi memoria.
Luego no hay nada o casi nada
por un buen trecho largo y plano
como el tiempo es.

Transatlántico era, por entonces,
una palabra portentosa.
Ni siquiera hoy me deja indiferente.

En esa nave, a fin de cuentas,
nadie partía en verdad.
Casi todos regresaban y regresar
no es un viaje, pensándolo bien
y en el completo sentido de la palabra.

Como una fotografía
(los abuelos jóvenes aún),
todo un poco vago y desenfocado.
Habían sido unos viajeros. Insisto.
Ahora era la vuelta: el viaje de los arrepentidos
(nadie querría envejecer así).
Algunos pensaban que al final de la excursión
serían bellos otra vez. Que los dientes serían
firmes y de nuevo fuertes
y las caras transparentes y felices y todo lo demás.
Y que nosotros de algún modo
desapareceríamos.
Ellos iban a vivir la misma vida
una vez más.

Alguien, que quizá era mi padre,
me sostenía sobre sus hombros.
Si miraba para abajo veía su cabeza, si miraba
para arriba, el cielo y ese río raro que vos sabés.

Sacó un pañuelo del bolsillo
y me lo dio para la despedida.
(Sí, ahora lo veo bien, era mi padre.
Definitivamente.
Adoraba los gestos teatrales).
Mucho después leí algo cierto y cursi:
“cada instante es una despedida”.
Como anillo al dedo, pensé, como anillo al dedo.

Parecido a saber
y todo implicando el gesto:
Muelle, más Barco, más Pañuelo.
Lo levanté, lo agité un poco.

Para que te vean —me dijo.
No quiero que me vean —pensé. Y lo tiré al agua.
Recuerden (a modo de disculpa)
que esta es mi memoria más antigua,
que  por entonces yo era muy  pequeña
y no tenía adónde regresar.




Delitos menores

Los recuerdo perfectamente bien.
Con nombres y apellidos.
Robaban y venían a mí como a una diosa
con las mochilas llenas de cosas inútiles:

felpudos que decían Welcome
pero se ataban a los muros con cadena.
Faroles como animales eléctricos
a la intemperie.
Enanos de yeso y toda esa porquería
de “somos una familia feliz”.

“No pasarán”,
rayábamos en la entrada de nuestras casas
y reíamos encantados, convencidos de algo.
No sé bien de qué.

Dicen que la verdad limita con la mentira.
Dicen que igual hace lo suyo mientras puede.

Por mi parte, miraba al cielo y languidecía,
pensaba en la inteligencia que
—aunque no se notara a simple vista—

contenía en sí mismo todo aquello.

lunes, 30 de enero de 2017

Poemas de Daniel Calabrese


poemas de Daniel Calabrese
Daniel Calabrese
Daniel Calabrese (Dolores, Argentina, 1962). Publicó La faz errante (Mar del Plata, 1989, Premio Alfonsina); Futura Ceniza (Barcelona, 1994); Escritura en un ladrillo (español-japonés, Kyoto, 1996); Singladuras (inglés-español, Fairfield, 1997); Oxidario (Buenos Aires, 2001, Premios del Fondo Nacional de las Artes); Ruta Dos (Santiago de Chile, 2013, Premio Revista de Libros y Roma (2015, nominado Premio Camaiore Internazionale). Traducido al inglés, italiano y japonés. Fundador y director de Ærea, Anuario Hispanoamericano de Poesía. Reside en Santiago de Chile.

Poemas de Daniel Calabrese


Prodigio


El trabajo de este día consiste
en llevar una piedra de aquí para allá.

Es una roca muy pesada,
más que un buey,
más que una bolsa cargada de lluvia.
Es un agujero prehistórico,
un espejo negro
a punto de tragarse el mundo.

El trabajo de este día consiste
en alzar esa piedra con los ojos y depositarla
suavemente en el medio del camino
para que se detengan los ciclistas,
se detenga la música de fondo,
se detenga la Ruta Dos
a la hora señalada por las arterias rojas.

Y cuando todo esté detenido,
entorpecido por la piedra,
detenidas las generaciones ilustradas y piadosas,
detenido el amor entre las cosas naturales
y las cosas manifiestas,
el trabajo, entonces,
consistirá en sacarla de ese lugar,
levantar la piedra nuevamente con los ojos cansados
y enterrarla por ahí, en la nada,
en ese lago de cerrada indiferencia
donde cruje la cama, alumbra el televisor,
brillan los motores,
cae el vino adentro de la luz,
se pudren la memoria y las conversaciones tristes,
y se hunden, con la piedra,
en la más completa extinción.





Cerca del puerto


Pasan los camiones.
Se llega a mezclar el humo del gasoil quemado
con la llovizna fresca de la costa.

No hay poemas perfectos
como el sol, como la sombra.

Y menos que hablen de lugares
cercanos a este puerto donde hace frío,
donde se apilan contenedores blindados
para la gente inestable y para las ratas.

Pasan las dos mitades de un perro.
La primera lleva una cabeza normal, asustada;
la otra se disipa entre la niebla y la sarna.
En la estación lo bañaron con parafina,
seguro que fue el tuerto que limpia los vidrios,
quizás le regaló un pedazo de pan
y le ordenó: ¡basta de morderte!

Que no se turbe el sueño de Pound.
Si los clásicos ya tuvieron épocas
de mayor circulación en América,
al menos aquí, cerca del puerto,
entre la maquinaria envenenada
por la mierda de las gaviotas
(donde pasan las mitades de un perro,
esquivando esos camiones de carga),
ya nadie hace las cosas perfectas
como el sol, como la sombra. 




Método para calcular el tiempo 

Los que viven a este lado de la ruta
saben de compensaciones:
cada vez que alguien pasa rumbo al Sur
anotan la hora exacta
y dejan caer una piedra en el vacío del ser.

Quienes viven del otro lado
conocen la polaridad:
cada vez que alguien pasa en sentido contrario,
de regreso,
anotan lo mismo,
pero sacan una piedra del vacío del ser.

Así unos llenan su vacío
y otros lo despejan.

Cada cierto tiempo,
los que han llenado su vacío
cruzan por el puente viejo (que era nuevo)
y esperan con paciencia
a que pasen los regresadores del Sur,
uno tras otro,

hasta que el vacío es total.