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miércoles, 15 de abril de 2015

Todos los nombres de Omar Ortiz


Omar Ortiz, Diario de los seres anónimos, Granada, La Mirada Malva, 2015

Todos los nombres de Omar Ortiz
Por Sylvia Miranda
Escritora y ensayista peruana


Tiene mucha razón el poeta colombiano Juan Manuel Roca cuando dice que la poesía de Omar Ortiz “no se traiciona, y no es traicionada tampoco por las palabras”. Cuando se recorren las páginas de este hermoso libro, ese maridaje de deseos, intenciones e intuiciones que conlleva toda obra se une a la belleza de las formas en un camino natural, en una correspondencia verbal acompasada, fraguada en ese sendero del que tanto se nutrieron los grandes clásicos: la espontaneidad emocional del habla popular, su soltura, su ingenio, su verdad vivísima pero, al mismo tiempo, moderada por el oído y el conocimiento, de ese gran creador de la palabra y traductor de realidades, que es Omar Ortiz.
            Nuestra América es una tierra de olvidos y de sombras pero, al mismo tiempo, es un mundo magnético y proverbial que reclama la luz. Los Incas no tuvieron una escritura propiamente dicha, pero tuvieron los quipus, bellísimos atados de cuerdas y nudos en los que registraban cuentas e historias y con el que los Amautas contaban el relato de su pueblo. No sabemos descifrarlos. Las sombras, como apunta el epígrafe de Marcel Schwob que abre el libro de Ortiz, han terminado por comerse el sueño y beberse el olvido, pero nunca completamente. Allí queda el testimonio, la enigmática forma congregándonos en silencio, dando densidad a nuestra historia. Ese arte perdido que sin embargo nos llama desde lejanas existencias, como los petroglifos que los pijao esculpieron en la ancestral piedra colombiana, formas que adopta el futuro en tanto que son la nostalgia de lo que somos y aún no conocemos.
Para alumbrar esa zona de sombras, de dudas, de ignorancia, de fantasmas, de sueños y esperanzas que pueblan y han poblado su Valle del Cauca, Omar Ortiz escribe este libro, esculpe estos personajes dándoles identidad, un nombre propio, creando en pocos versos unas vidas individuales que son asimismo representaciones de nuestra humanidad. En ellos reconocemos a los justos de esta tierra, a los que pagan por pecadores, y mueren entre los ignorados a pesar que, como decía Borges, son los que “están salvando el mundo”.
Este Diario de los seres anónimos muestra la existencia de un mundo paradójico. El propio título es un ejemplo, ya que uno se sorprende al encontrar tantos nombres propios en su interior. Cada poema es un personaje, incluido el poeta, que inaugura el diario llamándose así mismo, “El curioso compilador”. Este ávido recopilador sabe que “Nos encanta esculcar, mirar, catar, / sonsacar al otro sus pequeñas historias” por esta razón nos da este “breviario”, no sin advertirnos, a su manera, que lo que leeremos son ficciones.
Con un humor presente desde el primer poema y conciliando, en el anacronismo que permite el texto literario, varias épocas, situaciones, personajes históricos, así como fuentes culturales diversas, construye un diálogo intemporal, como voces aisladas que hablaran de lo mismo sin llegar a escucharse. En contadas ocasiones se expresan relaciones entre los personajes, como entre los poemas de Graciela Ortiz y Hernán Moreno, madre e hijo, en el que el alma de la madre la emprende con los rufianes que lo asaltaron, o en el magnífico caso del último poema, el del poeta estadounidense Edgar Lee Masters, que nos habla del propio autor y del libro que estamos leyendo, tomando las distintas figuraciones de personaje, colega y lector. Este escenario escritural donde se mezclan los vivos y los muertos, con sus cuitas y sus penurias, donde los fantasmas, como Cornelia Cortés, pasean en tierra propia, no puede sino recordarnos la Comala del gran Juan Rulfo, este legado que la obra de Ortiz vivifica.
En este mundo representado por las paradojas, quiero citar, al menos, dos que han calado profundamente en mí por su hondura: la del hombre práctico Marcial Gardeazábal, que se hizo “librero en un pueblo de analfabetas”, o las de Dulima Mondragón, que entre las muchas que poblaron toda su vida, la más cruel es seguramente la última, cuando expresa: “Mi vida es idéntica al lugar que habito / finge ser un paraíso pero sus naturales / padecen las más atroces pesadillas”. Pero también el libro es rico en las antiparadojas, como la que se apunta en el poema del borracho Felipe Paredes, donde opone al “Poema de los dones” de Borges, la siguiente afirmación: “Dios no me entregó los libros y la noche / me dio la luz que palpita en la sombra”.
La poesía de Omar Ortiz obra el milagro de apresar y hacernos entrar en la complejidad de la existencia humana, ejemplificada en estas pequeñas vidas de modistas, zapateros, prostitutas, locos, vendedores, solteronas, aventureros, pequeños burgueses, arrieros, libreros, poetas, maestras, homosexuales, militares, tahúres, cocineras, agricultoras, ladrones, bailarinas, músicos o desaparecidos. La amplificación que cobra la vida de estos seres la logra por un método también paradójico, por una parte crea un registro definido para cada personaje, como el altanero acento de María Luisa de la Espada, o la sencilla simpatía del tono discursivo de El negro Marín, y, por otra, atestiguamos la identificación interna del autor con sus destinos, como si cada uno de ellos fuera o representara un trozo de la propia existencia, una posibilidad de observar desde diferentes puntos de vista la vida, la naturaleza, la historia del país, sus luchas, el dolor de los deudos, además de brindarle la ocasión para reflexionar sobre la  literatura y su relación directa con la vida, como en el poema de Isabella Zúñiga, la bailarina, que dice: “Tengo los oídos en la punta de los pies” y describe el placer de la danza, de la levedad, en esta frase que viene de Nietzsche. También está en el poema de Luis Enrique García, que recuerda con Ovidio, que “Los hombres han olvidado que hay que pisar lento y quedo”, para no despertar a las Erinias.
Por otro lado, el humor y la ironía hacen de todos estos discursos una expresión viva, a veces ingenua otras sagaz, a pesar de los sinsabores y las tragedias, como en el poema de Enrique Uribe que declara: “Nací un poco locato, / apto para ser presidente o senador vitalicio, / pero prefiero vender lotería y hacer versos clandestinos” y en el de Alfonso Parra que empieza contándonos con ironía la paradoja de su destino: “El día de mi nacimiento, / padre buscó en el libro un nombre. / -Serás luchador y guerrero-, dijo, / y desde las aguas bautismales conocí / mi vocación de librero.”
El libro concluye, como ya se dijo, con el poema de Edgar Lee Masters, donde el poeta norteamericano nos informa que el libro está hecho en homenaje a Spoon River (1915), la antología en la que Edgar Lee Masters recopiló los epitafios de hombres y mujeres de la América profunda. Lee Masters ha leído con el corazón todos estos testimonios que, con seguridad, no le resultan desconocidos. En un final sorpresivo y conmovedor, dice de todos ellos, como podríamos decir nosotros: “Por eso los abrazo y hago mías sus cuitas, / ellos también están sedientos de amor / y hambrientos de vida”.

Madrid, 24 de marzo de 2015       


miércoles, 18 de marzo de 2015

Presentación de Diario de los seres anónimos de Omar Ortiz


Omar Ortiz Forero, a quien admiro desde muchos años atrás por su indeficiente tarea alrededor de la poesía, que observa, a fuer de caminante, en todos los sitios, en los rincones urbanos, en los caminos, en los aeropuertos, en los tranvías y en los buses, donde su ojo atento y escrutador atisba personajes y  capta el sentimiento subyacente de las miradas, de aquellos ofendidos por los ultrajes de la vida áspera, de los contritos que caminan con la máscara del dolor y nadie distingue y aun de los alegres con una existencia que florece con las dulces notas de la felicidad.

El Diario de los seres anónimos es una transmigración de almas, donde el poeta se mete en el ser anónimo e invisible, o en la lejana matrona que encarnó al personaje de aquella novelita que leí de niño con el título de La monja alférez. Esta nueva obra de Ortiz es realmente un catálogo de la infinita variedad de los seres humanos, en el desfile que quiso captar en una obra incomensurable, La Comedia Humana, la pluma maestra de Balzac. (Armando Barona Mesa).


miércoles, 25 de febrero de 2015

Las voces que no callan. Poesía de Omar Ortiz

Las voces que no callan



Jaime Priede, el traductor de ese extraordinario libro, titulado: Antología de Spoon River, afirmaba que Edgar Lee Master inventaba sus personajes a partir de los nombres que leía en las lápidas de los cementerios.

Parafraseando a Priede, podemos decir que el poeta Ómar Ortiz Forero, en su exquisito libro, titulado: Diario de los seres anónimos (Editorial La Mirada Malva, 2015) recrea sus personajes a partir de los nombres enigmáticos que deambulan en su pueblo.

Son hombres y mujeres de carne y hueso que nunca han tenido voz, y les ha tocado vivir en el limbo de la vida; en aquella línea de sombra donde se confunden la vida y la muerte.

Por el Diario, que podría ser, así mismo, el teatro de nuestras vidas, discurren unos cincuenta personajes maravillosos, llenos de humor y patetismo, que en medio de una violencia crónica, están sedientos de amor y hambrientos de vida.

Por allí deambula Lino Mora, el propietario de circos de pájaros y nubes; Ifigenia Franco, la dibujante de corazones, golondrinas y sueños livianos; José David López, el voceador de periódicos; María Luisa de la Espada, la exterminadora de indios; Agobardo Potes, el padre de una docena de hijos naturales; Evangelino Zuluaga, el músico celestial; Jaime Lázaro, el dueño de una destilería de güisqui que resucitó dos veces; el loco Ceballos, jefe de policía, de traficantes y bandidos, a quien no le entraban las balas; el negro Marín, que siempre lo confundían con Jorge Isaacs; Dulima Mondragón, que casó con Walter, el fabricante de condones inútiles; Florita Franco, la modista que con su máquina Singer (como en el poema “Una carta rumbo a Gales” de Juan Manuel Roca), quería viajar al fin del mundo; Enrique Uribe, lotero de profesión y bisnieto de Rafael Uribe Uribe, a quien lo mataron de hachazos subiendo las escalas del Capitolio Nacional; Marcial Gardeazábal, el librero de un pueblo de analfabetos, que espera desde ultratumba que su nieto, Gustavo, termine con éxito la saga literaria que prometió; Nilsa Polanía, la hotelera que fornicaba con la clientela; Julio César Patiño, el sepulturero que vivía colmado de trabajo; y Edgar Lee Master; a quien el poeta Ortiz Forero invita a participar en el libro.

Diario de los seres anónimos es un poemario lleno de imágenes ricas y con referencias claves a aquellos poetas infernales, que como Dante, Rulfo y Lee Master, se han aventurado por las tierras del Hades, que no siempre están en el más allá, sino aquí, entre nosotros.

Omar Ortiz
Con Diario de los seres anónimos, Ortiz Forero ha inventado su Comala, pero a diferencia de Pedro Páramo donde Rulfo describe un mundo de muertos, el poeta colombiano dibuja el mundo de los vivos con sus tragedias y sus pasiones.
En el texto introductorio del Diario, titulado: “El curioso compilador” el poeta, que figura como narrador y fisgón de la vida, advierte al lector que este breviario es fruto de su “ociosidad y de su ingenio”. Y arriesga tres cualidades tempranas que debe tener todo escritor: una obstinada pasión por la belleza, un exagerado apego a sí mismo y un notable apetito por la desmesura y el engaño.

Estas tres cualidades del escritor están presentes en el poemario de Ortiz Forero. Diario de los seres anónimos es un libro de una belleza extraordinaria; una obsesión del poeta por esculcar su propia vida a través de la vida de los otros; y un notable  deseo por resaltar la vida exagerada y engañosa de sus personajes.

En estos tiempos donde abunda tanto poeta y muy poca poesía, vale la pena que el lector se acerque a este breviario, a este teatro de la vida que hoy nos presenta el poeta Ómar Ortiz, donde desfilan vivos y muertos, y se estila el licor a borbotones, la risa y el encanto.




martes, 10 de febrero de 2015

Diario de los seres anónimos de Omar Ortiz

NUEVO TÍTULO DE MIRADA MALVA

Próximamente anunciaremos las presentaciones del libro:

Diario de los seres anónimos (poesía) de
OMAR ORTÍZ
1ª edic. en España, corregida y ampliada, 2015

SOBRE EL LIBRO
"La poesía de Omar Ortiz, me deja el buen sabor de alguien que no se traiciona, y que no es traicionado tampoco por las palabras que, como las adormideras, se abren o se cierran al tacto de un buen creador" 
Juan Manuel Roca

"La poesía de Omar Ortiz ayuda a preservar el milagro. El milagro de la palabra como la usa el ser natural. Es imposible encontrar un verso con pretensiones poéticas, sin embargo, podemos decir que los textos de este libro son poesía, inquietante poesía" 

Victor López Rache

SOBRE EL AUTOR
Omar Ortíz Forero. Si bien nació en Bogotá en 1950, desde su infancia se ha relacionado con el Valle del Cauca por su familia paterna oriunda de Tuluá. Abogado de la Universidad de Santo Tomás, es un decidido gestor cultural y como tal ocupó la Gerencia Cultural del Valle cuando Gustavo Álvarez Gardeazábal fue gobernador de dicho departamento. Edita y dirige desde 1987 la revista de poesía “Luna Nueva” que completa 42 ediciones y 27 años de vida. Ha publicado por lo menos 13 libros de poesía de los cuales destacamos: Las muchachas del circo, Diez regiones, Un jardín para Milena, El libro de las cosas, La luna en el espejo, Diario de los seres anónimos y Cequiagrande que acaba de ser editado por la Universidad de Caldas. También la UCEVA en su Colección CantaRana publica en 2013, Repasando el Domingo, Selección de escritos publicados en el Magazín de “El Espectador” 1990-2000.  Ha compilado los siguientes libros: El yagé y otros cuentos de Germán Cardona Cruz, Luna Nueva, muestra de poesía Latinoamericana actual, Luna Nueva, once miradas a la poesía colombiana, Vivir la poesía, poetas en la UCEVA y Contar en Tuluá, narradores en la UCEVA.
Ha sido incluido en varias antologías de poesía tanto nacionales como internacionales, la última de ellas publicada por la Universidad Externado de Colombia de su colección “Un libro por centavos” y que lleva por título Y si el amor ya no acompaña ¿a dónde ir? en 2008.
 Fue colaborador habitual del Magazín del diario “El Espectador” de 1990 al 2000 y columnista en los diarios “El País” y “El Occidente” de Cali. Hoy, sus columnas de opinión pueden leerse en el semanario “El Tabloide” de Tuluá y en el periódico “Cali Cultural”.
La Universidad de Antioquia le concedió en 1995 el Premio Nacional de Poesía por su poemario El libro de las cosas y la Alcaldía de Tuluá lo condecoró en 1997 con la medalla al Merito Cultural “Germán Cardona Cruz”.
Actualmente es profesor de tiempo completo de la Universidad Central del Valle de Tuluá y como tal dirige el Centro Cultural “Gustavo Álvarez Gardeazábal”.

sábado, 26 de abril de 2014

Presentación en Cali de El desmemoriado. Reseñas

Presentación de la novela El desmemoriado de Fabio Martínez.
Santiago de Cali, 23 de abril de 2014


Textos de presentación de Medardo Arias y Omar Ortíz

Omar Ortíz, Fabio Martínez y Medardo Arias. copyright foto Gabriel Ruiz (NTC)



Estamos en el año 2068
      Por Medardo Arias Satizábal

La primera sorpresa al leer El desmemoriado, tuvo que ver con el intento del autor, -valiente y de muchísimo riesgo-, de situar la literatura colombiana en el campo de una ciencia ficción hasta hoy inexistente en nuestras letras.
Fabio Martínez de manera juvenil y risueña, asume el reto de imaginar un mundo bogotano que transcurre en el año 2068, con taxis urbanos que cruzan el cielo de Monserrate, gentes que se afanan por ir a Marte, entonces un destino común, y vidas que él conoce bien, la de profesores enamorados, una pareja inserta en la aridez de una ciudad, Pitty y Manzana quienes, como en el resto de la tierra, se defienden de los riesgos de la lluvia ácida.
El paisaje de aquella ciudad nos hace pensar de todos modos en esos mundos desolados que imaginaron Ray Bradbury, el creador de las Crónicas Marcianas, Isaac Asimov, Herbert Georges Wells, -autor de La Máquina del Tiempo y de El Hombre Invisible-, o  George Orwell con su “1984”, novela que prefiguró la atroz realidad de hoy. Si alguien quiere leer hoy “1984”, encontrará esta presentación entre comillas: “Tres grandes potencias se dividen el mundo y luchan entre ellas, en un conflicto que parece no acabar nunca. Todo está controlado por la sombría y omnipresente figura del Gran Hermano, el jefe  que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo dispone. La historia reciente se falsea alterando los registros escritos, la policía del Gran Hermano vigila incluso en el interior de las casas, gracias a una televisión en dos sentidos; el amor está prohibido y el sexo es un acto político. La opinión personal se neutraliza con lavados de cerebro y la vida es un infierno del que no se puede escapar…”
En El desmemoriado abundan, todavía en el 2068, las referencias a un pasado que comparte las ternezas de la vida campirana, el chocolate espumoso, los roscones dulces, las changüas, ciertos parques del pasado, las liturgias del ayer expresadas en el deseo del abrazo en lugares que ya no existen. Bogotá tiene un techo que la protege de la lluvia ácida, el río Bogotá ha sido pavimentado por un tal Goyeneche, y desde Monserrate se emite la voz unánime de  un dictador que ha logrado uniformar el pensamiento y las costumbres. Gentes que ahora logran vivir más de 150 años, gracias a las dietas elaboradas por una avanzada tecnología médica que ha reemplazado los “steaks” por pastillas de colores, recuerdan, por ejemplo al Goce Pagano, y a las viejas luchas de obreros y estudiantes, cuando el mundo era ese amasijo de humanidad que  pervive todavía, en la novela, en la llanura prosaica.
El desmemoriado copyright Gabriel Ruiz (NTC)
En El desmemoriado abundan los homenajes literarios; Bogotá es la montaña mágica, centro del poder que ha visto pasar las guerras de la coca, del petróleo, del agua, y el resto de la república es una amalgama de pueblos atrasados, aferrados al pasado, reconocidos por  Fabio Martínez como “la llanura prosaica”. Thomas Mann, Cervantes, Schopenhauer, hablan desde la intertextualidad, así como Foucault, desde su péndulo, pionero también de una modernidad literaria que insertó en el imaginario el nuevo lenguaje de los computadores.
Y con los clásicos, el autor emplea el humor y coexiste en la novela con personajes literarios como los poetas Juan Pablo Rocky, un antiguo boxeador, campeón del Caribe, y Harold Almorranas, así como una enigmática portalira, por él llamada Piedad Revlon.
Es claro que esta novela sólo pudo ser escrita por quien habitó la urbe capitalina, y reconoce sus rincones, calles, costumbres. A través de esta apretada narración que nos lleva por las avenidas del futuro, el autor nos advierte acerca de una realidad que se expresa ya en nuestros días: la pérdida de la memoria, el desánimo por los apoyos humanísticos que hicieron la vida hasta hoy, la dependencia extrema de la tecnología cibernética, el olvido de los libros y la lectura, la conformación de un mundo de nuevos esclavos prosternados ante la voz única de Wikipedia. Para Fabio Martínez, esa voz que engulle todo el conocimiento humano, se llama Babel, metáfora de aquella torre que pintara sobre roble Pieter Brueghel El Viejo en el siglo XVI. Cada ser humano tiene un chip inserto debajo de la piel, un número de contraseña, que lo identifica como amigo del Amo y del Estado; no pertenecer a ese rebaño ahora vigilado por el Gran Ojo del poder, es sinónimo de disidencia, de guerrillerismo. Ese el drama de Pitty y de Manzana, protagonistas de la novela. Se quedan por fuera del sistema que ordena las mentes, las costumbres y el destino de millones, por una razón que se comprende; Pitty es en estas páginas un reducto de las viejas guardias humanísticas, un romántico perdido, un marihuano irredento que continúa en el 2068 adicto a la sativa congolesa, ahora sintética. Familia y amigos huyen de ellos como de la peste; están en la mira de ese gran ojo vigilante que hoy para imperceptible, pero que fue avizorado por Orwell en “1984”, como arúspice de lo que hoy se llama NSA, la  misma organización que acaba de ser denunciada, la que conoce en detalles tus fondos bancarios, tus gustos gastronómicos, tus preferencias sexuales y musicales, a través de Facebook y Twitter, los Grandes Hermanos que atisban desde las avenidas cibernéticas, desde los chips y deltas de espionaje agazapados en los Iphones. Babel sabe dónde estás, qué piensas, para dónde vas.
Estar por fuera de esos circuitos en el 2068, es como no tener cédula o pasaporte; para entonces ya la dependencia informática es obligatoria. Se han extinguido los supermercados, la comida llega a casa vía internet, tanto como el sexo, el orgasmo, el conocimiento y los sueños.
El desmemoriado nos describe el paisaje humano de un mundo que de pronto estalla en su diseño tecnológico y se enfrenta al desastre; trenes paralizados, aviones que no pueden despegar, ciudades apagadas. En el espacio se han confundido las lenguas, todos los códigos y contraseñas. Pitty, como otros, entregó parte de su vida a ese nuevo diseño universal, y su memoria, otro día rica y fecunda, se ve de pronto supeditada al breve misterio de una USB; vivimos un mundo, el de ahora, en el que Google todo lo sabe; Martínez se pregunta para qué leer grandes clásicos, poesía, si todas las preguntas guardan ahí una respuesta. Para qué husmear en los huesos de los de los muertos de Pompeya, en el harem de Topkapi, en los remos de las viejas barcas de Samos, o en el polvo que corre detrás de las pirámides; todo esfuerzo parece vano. Se acabaron las bibliotecas; a tiro de click, todo se sabe, llega a casa, en una pantalla que viene el envoltorio de imágenes e información,  referencias que comparadas con el pasado siglo, hacen de la investigación un juego de niños. Cortar, pegar, distraer, fusionar, empobrecer, enriquecer un texto, hace sabios a los tunantes y banaliza a quienes otro día fraguaban en su cerebro parte de la historia humana.
Manzana recibe la lección en Patio Bonito, un barrio del sur de Bogotá: “Usted señora sabe que hoy en día el mundo se mueve gracias a la memoria de Babel. En la ciudad no cae al suelo una pepa de eucalipto si no es accionada por la diosa de Babel. Es la tragedia global del siglo...”
Para entonces, en ese orbe donde Harold Almorranas es Director de la Biblioteca Nacional y su imagen es repetida en grandes pantallas, existe ya un museo de antiguallas cubierto por el polvo indulgente del pasado: (Lectura de la Página 45).
Mutantes que bailan boleros en salones iluminados por la luz verdes que emana del poder de Monserrate, muchachas del servicio clonadas, ecos de un mundo extinto expresado por indias de trenza y ojos rasgados que todavía sirven sopas calientes entre montañas azules que guardan  la visión del mar, serán recordados quizá dentro de 54 años en esta primera saga colombiana de ciencia ficción. Muchos de los tópicos aquí descritos por Fabio Martínez, serán, sin duda, una irrevocable realidad. Celebremos pues  este arrojo de la imaginación, esta suerte de privilegio, desde esta, nuestra llanura prosaica.