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viernes, 31 de enero de 2025

Revista Ómnibus n. 76

https://www.omni-bus.com/n76/home.html

Queridos amigos: 

Ya ha salido nuestro número 76 de la revista Ómnibus con artículos sobre Literatura, Arte, Reseñas y Novedades, Cine y Creación. Esperamos que disfrutéis de su lectura. 

Gracias a nuestros colaboradores y lectores por acompañarnos en este viaje cultural durante esta larga trayectoria de la revista. 

Equipo Editorial

 


viernes, 25 de octubre de 2024

Revista Ómnibus n. 75


Queridos amigos:

Ya ha salido nuestro número 75 de la revista Ómnibus con artículos sobre Literatura y Lengua, Reseñas y Novedades, Cine y Creación. Esperamos que disfrutéis de su lectura. 

Gracias a nuestros colaboradores y lectores por acompañarnos en este viaje cultural durante estos 20 años de vida de la revista.

 Equipo Editorial




jueves, 30 de abril de 2020

SACO. Postales filmadas



POSTALES FILMADAS

MANUEL MARTÍN CUENCA · ARANTXA AGUIRRE        BELÉN FUNES · LOIS PATIÑO · GONZALO TAPIA          DAVID PANTALEÓN · MAIDER FERNÁNDEZ                 PEDRO NEVES · JUAN LUIS RUIZ


POSTALES FILMADAS es el nuevo proyecto de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO) para CULTURA DE SALÓN, la programación on line que la FUNDACIÓN MUNICIPAL DE CULTURA DE OVIEDO ha puesto en marcha tras decretarse el estado de alarma por COVID-19. Esta iniciativa avanza en la relación entre artes poniendo el foco en cineastas que han presentado sus películas en alguna de las cinco ediciones de SACO. POSTALES FILMADAS fusiona el día a día confinado de directores y directoras con música, diálogos o textos de sus películas favoritas en las voces de intérpretes de doblaje y locutores de radio.

Oviedo, 29 de abril de 2020. – El proyecto POSTALES FILMADAS propone a nueve directores y directoras que han participado en la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO) la creación de piezas cortas que muestren su mirada artística durante el confinamiento. Manuel Martín Cuenca, Arantxa Aguirre, Belén Funes y Lois Patiño son algunos de los cineastas que participan en este proyecto que forma parte de Cultura de salón, la programación on line creada por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo durante el estado de alarma.
POSTALES FILMADAS fusiona los planos grabados por los cineastas en sus casas con diálogos, textos o música de sus películas favoritas, creando así un vínculo entre ambas obras y formando piezas únicas, como Qué suerte que tengo que, encerrado en casa, no puedo matar a nadie, la propuesta de Manuel Martín Cuenca, arropada por uno de los diálogos de Ensayo de un crimen, de Luis Buñuel, en las voces de los actores de doblaje Luis González y Jessy Martínez. Esta pieza está disponible desde el día 29 de abril.
El resto de POSTALES FILMADAS son:
ü  ¿Qué puedo hacer?, de Arantxa Aguirre, que ha elegido una versión de J’sais pas quoi faire del músico Loïc Desplanques elaborada a partir de una frase que Anna Karina interpreta en Pierrot le fou (Jean-Luc Godard, 1965). Disponible.

ü  Mi confinamiento con Resnais, de Juan Luis Ruiz, con un fragmento de Noche y niebla (Alain Resnais, 1955) en la voz de la locutora Sonia Avellaneda. Disponible.

ü  Ama, de Maider Fernández, con una de las cartas que aparecen en News From Home (Chantal Akerman, 1977) leída por la actriz Nuria Santos. Disponible.

ü  Plegar el espacio, de David Pantaleón, con un fragmento de Dune (David Lynch, 1984) en la voz de la locutora Graciela Oliveira. Disponible a partir del 1 de mayo.

ü  Have you been living on the moon?, de Pedro Neves, arropada por un diálogo de Stalker (Andréi Tarkovsky, 1979), con las voces del actor de doblaje Fran Jiménez y del periodista José Manuel Echéver. Disponible a partir del 4 de mayo.

ü  La soledad del escritor, de Gonzalo Tapia, con un diálogo de Barton Fink (Joel Coen, 1991), interpretado por los actores Jorge Fandos y Fran Jiménez. Disponible a partir del 6 de mayo.

ü  Pieza de Belén Funes, con un monólogo de Yi Yi (Edward Yang, 2000). Disponible a partir del 8 de mayo.

ü  El deseo más recóndito, de Lois Patiño. Disponible a partir del 10 de mayo.


POSTALES FILMADAS es la segunda programación diseñada por SACO durante el confinamiento. La primera, SACO en CASA, estrenada entre el 6 y el 12 de abril, tiende puentes entre el cine y la música contemporánea con bandas sonoras creadas para joyas del cine mudo como Viaje la luna. One Week o Frankenstein por los músicos Sonsoles Rodríguez, Jacobo de Miguel y Pablo Canalís, entre otros.
Puedes ver POSTALES FILMADAS en:

    Youtube SACO


Para más información y gestión de entrevistas:
Marta Barbón
Prensa SACO
+ 34 616 72 06 97

jueves, 25 de abril de 2019

El Sur de Víctor Erice


EL SUR DE VÍCTOR ERICE: CUANDO DUELE EL TIEMPO

POR PEDRO GARCÍA CUETO


El Sur. Víctor Erice
El Sur. Víctor Erice
   Con El Sur (1982) llega la segunda obra maestra del director vasco, en este caso, cuenta la historia de otra niña, Estrella (Sonsoles Aranguren), que viaja con su padre, Agustín, siempre en tren (de nuevo, el tren, máquina que huye del tiempo en busca de una felicidad que la vida niega). Todos los viajes vienen del Sur y del pasado o van hacia él. Aparece la casa familiar donde el padre y su hija alientan un mundo de sombras, pero también de luz. La llaman “La Gaviota”, donde muy pocas personas viven en el interior, anidando un espacio que conoce el dolor que trasmite el silencio, en la línea de El espíritu de la colmena.
   El péndulo es otro elemento fundamental, donde Agustín (un extraordinario Omero Antoniutti) crea un mundo de sueños y de sombras, en el desván de la casa, allí aprende Estrella la capacidad de su padre como demiurgo, como hombre que traslada sus silencios al otro lado de la vida. De nuevo, hay una referencia clara a su película anterior, El espíritu de la colmena, donde Ana, la niña, miraba el pozo, los giros de la piedra al caer al agua, aquí son los vaivenes del péndulo, en un acto místico inolvidable. Hay algo sagrado en la comunicación interrumpida entre padre e hija, las palabras se encuentran a veces con los silencios donde dormita una historia clandestina y secreta del padre.
   Julia (Lola Cardona) es la testigo del mundo del padre, la que conoce el secreto, por ello, será ella la que cuenta a la niña la historia que tuvo lugar en el Sur, donde su padre tuvo un amor especial, alguien que sigue perenne en su memoria, Irene Ríos. Sin olvidar a la criada, una inolvidable Rafaela Aparicio, que envuelta en su sabiduría escénica, cuenta a la niña revelaciones e historias, en su afán de dar una visión onírica a la vida.
   Sin desvelar más sobre la historia, vemos la magia de la mirada de la niña, las sombras del padre, la importancia del cine, Irene Ríos es una actriz que cautivó al hombre que hoy es la devoción de Estrella, la importancia de las cartas. Todos son elementos aparecidos en su anterior película, que van cobrando significados cada vez más hondos, lo que refuerza la idea de que el cine de Erice es un cine de símbolos, de objetos que empiezan a cobrar toda su intensidad, de miradas que pesan en las sombras de la casa, de silencios, cargados de verdades.
   Agustín, hombre que no encuentra nada ni nadie para superar su dolor, acabará quitándose la vida, lo que refuerza su hermetismo, su incapacidad para permanecer en el mundo y disfrutar de la devoción que su hija siente por él, nos encontramos con un padre que niega el afecto a su hija, al menos en lo más profundo de su ser.
 
El espíritu de la colmena. Víctor Erice
El espíritu de la colmena. Víctor Erice
   Película mágica, que nos desvela un mundo único, El Sur es un paso más allá de El espíritu de la colmena, porque en ella vemos de nuevo las miradas de los protagonistas, sus silencios, las ventanas que se abren a un pasado que es misterio y por la que transitan recuerdos y olvidos, sombras y luces.
    Si el personaje de Fernán Gómez en El espíritu de la colmena reflejaba la pérdida de identidad de un hombre que había perdido la guerra, Agustín es un perdedor, un autómata que vive su vacío, el recuerdo de Irene Ríos, la incapacidad para entender el mundo presente, en una búsqueda que solo puede conducirle al abismo.
    En el cine de Víctor Erice, autor de tres grandes películas, los símbolos van tamizando todo, cualquier espacio cobra significación, lo que refuerza la idea de que el lenguaje cinematográfica es sumamente visual, lo podemos trasladar a la literatura, porque los breves diálogos son poemas incompletos, hay una lírica profunda, honda, en cada imagen, en el desgarro de unos seres humanos que han perdido la fe en la vida y que expresan en sus silencios su desarraigo vital.
    Erice también tiene en cuenta el mundo de los niños, porque, al igual que en El espíritu de la colmena, hay una clara confrontación entre adultos y niños, los primeros guardianes de secretos que les llevan a la infelicidad y los segundos, seres que van descubriendo la vida en su lucha entre las luces y las sombras, los juegos de las hermanas de El espíritu de la colmena eran una forma de alejar el fantasma del pasado de los adultos, son la única forma de exorcizar los demonios de un mundo que se deshace, un espacio que ha dejado de tener sentido, donde la vida es inhabitable.
     El Sur es una hermosa película, de bella fotografía, de miradas que se van cincelando en nuestro interior, de diálogos que quedan ungidos en nuestra mente, son jeroglíficos que podemos traducir, llevándolo todo a una realidad que ya carece de sentido, donde duele el tiempo y la vida queda en sombras. 
El Sur. Víctor Erice
Víctor Erice
  
Por ello, el fatídico final, único posible a esta película de largos silencios, de miradas hondas, donde Erice compone un fresco de sentimentalismo y una personalísima mirada al cine, esa fábrica de sueños que aquí expresa cómo el mundo adulto y el de la infancia ya no pueden encontrarse, son dos espacios opuestos, el primero repleto de sombras y el segundo en construcción, una infancia que sin querer conformará a mujeres (esas niñas de El espíritu de la colmena y El Sur) con miradas que desvelan el pasado que ha marcado trágicamente sus vidas. Simplemente expreso esta intuición, pero afirmo que la infancia es nuestra verdadera patria y todo lo que somos viene de atrás, de la manera en que vimos y sentimos la vida cuando éramos niños. Erice sabe que hay un paraíso desterrado, un edén que ya no podremos conquistar de mayores, me refiero, cómo no puede ser de otra manera, a la infancia. Con El Sur nos queda un dolor adentro, un pálpito triste, una mirada honda a las luces y sombras de la vida, mi película española favorita, toda una obra maestra.

domingo, 20 de mayo de 2018

Revista ómnibus n. 57

Revista ómnibus n. 57
Portada ómnibus n. 57
Queridos amigos:
En este número 57, os ofrecemos el siguiente contenido.

En nuestra sección de literatura: 
Artículos críticos de H. Ortega-Parada, Mario Wong, Mónica Lavin, álvaro Pineda Botero, Consuelo Triviño y Sylvia Miranda.

En creación literaria, hemos seleccionado poemas de Manjola Brahaj, Roberto Amézquita, Eduardo Escalante y Canio Mancuso.

En cine, un ensayo de pedro García Cueto sobre la cinematografía de los directores de culto italianos.

Y en estudios sociales, un interesante estudio sobre el síndrome del sobreviviente del psiquiatra jesús María Dapena Botero.

Muchas gracias por seguirnos en esta aventura cultural.
Consejo Editor de Ómnibus.

Revista ómnibus
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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Revista ómnibus n. 55

Portada revista ómnibus n. 55
Portada ómnibus n. 55
Queridos amigos:
En este número 55, os ofrecemos el siguiente contenido.
En nuestra sección de literatura:
Artículos críticos de Consuelo Triviño sobre las efemérides de Rulfo, Roa Bastos y García Márquez, de Pedro García Cueto sobre Rulfo, artículo sobre Roberto Bolaño por Mario Wong y reseña y entrevista a Mario Suárez sobre el reciente Encuentro de narradores peruanos de los 80 en la ciudad de Lima.
En creación literaria, hemos seleccionado poemas de Luis David Palacios, Daniel Calabrese, Fabio Strinati y Ana Romano y celebramos los veinte años de publicación de la novela Prohibido salir a la calle de la escritora Consuelo Triviño.
En cine, un estudio de la película "El seductor" de John Siegel por Jesús María Dapena Botero.
Finalmente en Arte, damos cuenta de la primera Feria internacional de Arte en Málaga, Air Fair Málaga 2017, donde destacamos la obra del artista Mario García y reseñamos la muestra de arte peruano en Estados Unidos.


Muchas gracias por seguirnos en esta aventura cultural.
Consejo Editor de Ómnibus.

Revista intercultural
Revista ómnibus

miércoles, 1 de febrero de 2017

John Hurt y el hombre elefante


JOHN HURT Y EL HOMBRE ELEFANTE: UNA OBRA MAESTRA

POR PEDRO GARCÍA CUETO
 
El hombre elefante (David Lynch)
El hombre elefante (David Lynch)
    Durante la historia del cine ha habido muchos accidentes, desde aquellos que cambian la vida de los protagonistas, como el que sufre el personaje principal de La mosca, en las versiones que el cine nos ha dejado de esta terrible historia o el que lleva al error al doctor Frankenstein a que el monstruo cobre vida, en la versiones magníficas del mito, desde un punto de vista serio, pero también desde la parodia, recordemos la hilarante y magnífica El jovencito Frankenstein (1974), de Mel Brooks, pero el cine también nos ha dejado imágenes muy duras, como la del accidente que deja mermado para siempre a John Savage en la obra maestra de Cimino, El cazador (1978). Pero pocas películas pueden demostrar que un accidente puede cambiar tanto la vida del protagonista, como la inolvidable El hombre elefante de David Lynch, donde el accidente del elefante en la tripa de la madre de John Merrick será el detonante de esta historia hermosa, donde se combina, con majestuosidad el drama y el lirismo más exacerbado, cuando Anne Bancroft entra en escena y se apiada del ser deforme, el protagonista, genialmente interpretado por John Hurt, que acaba de fallecer a los setenta y siete años, John Merrick.

    El hombre elefante (1980), rodada en blanco y negro, es una película que vuelve al tema de la deformidad, la de John Merrick, un hombre que tiene la cara deformada, porque su madre, artista de circo, recibió en la tripa, embarazada, el golpe de un elefante, al hacer un número de circo. Las imágenes de la ciudad londinense, el rostro hermoso de la actriz que interpreta Anne Bancroft, que siente pena por el hombre deforme, los rostros de los seres crueles que se burlan de Merrick, van inundando la pantalla, dejando una imagen de una realidad cruel y monstruosa, con las luces y sombras del blanco y negro.

Joseph Merrick en 1886
Joseph Merrick en 1886
    Merrick nació en 1862 y murió en 1890. Fue un hombre maltratado con extrema crueldad en los circos, para burlarse de él, solo Treves, un doctor (interpretado por el excelente Anthony Hopkins) se preocupa por su caso, desde la humanidad. Vemos las imágenes oníricas de la película (en la más realista de todas sus propuestas) cuando la cámara entra en el agujero del ojo de Merrick a través del saco que tapa su cabeza, vemos el hospital, el momento del parto, donde podemos ver cómo la pesadilla de los sueños se convierte en real. Diagnosticado como síndrome de Proteus, que producía malformaciones de los huesos y diversos tumores musculares y óseos, la vida de Merrick estaba condenada a ser muy corta.

   Pese a la crueldad de la historia, Lynch crea una cinta muy poética, porque siempre pesa la elegancia de la mirada de la actriz (la estupenda Anne Bancroft), la humanidad de Hopkins y la ternura de un casi irreconocible John Hurt en el papel de Merrick, dando cierto aroma a calidez a la película, contrastado con las imágenes de los crueles tipos que explotan y se ríen de Merrick, hacen de esta historia una de las más hermosas de su cine. No recibió ningún Oscar, pese a las nominaciones que tuvo, algo incomprensible, dada la calidad de la película.
   Sin duda alguna, la película está llena de influencias, porque Lynch había cosechado el éxito con Cabeza borradora (1977) en un estilo de gran cine de terror, pero en este caso, la apuesta combinó la mirada melodramática a la historia, aunando el relato gótico, ese Londres que está siempre surcado por la niebla, sin olvidar que late en la mirada de Lynch películas como La parada de los monstruos (1932) de Todd Browning, no hay que olvidar la procesión de seres deformes que se muestran para divertimento de la plebe en el circo, que el público londinense (ávido de morbo y de maldad) puede ver, donde también se exhibe a Merrick, también late en la historia la influencia de Truffaut y su película El pequeño salvaje (1969), ya que la figura del doctor que interpreta muy bien Hopkins es un reflejo de ese hombre de espíritu roussoniano que quiere hace hablar al joven salvaje.

 
John Hurt caracterizado en El hombre elefante
John Hurt
   Es importante recalcar que la imposición, para la película, del blanco y negro, fue idea de Lynch, quien contó con el respaldo del productor, Mel Brooks, quien había rodado en blanco y negro la ya citada El jovencito Frankenstein en 1974. Sin duda alguna, la película toca un tema difícil, la idea de un hombre que ha nacido de un accidente fatal que un elefante dio en la tripa de una mujer embarazada, pero también hay un trasfondo perverso, la idea que tenía un pueblo inculto de una posible violación de un elefante (en el más puro estilo de los mitos) a una mujer. Nada más lejos de la realidad, pero el interés de la gente, ávida de morbo, también se alimenta de ese deseo raro y pervertido.

    Hay una cultura del freak en esta cinta, porque hay una escena en que Merrick logra huir del circo gracias a los seres deformes que le ayudan, hay una solidaridad tangible entre los seres, condenados a la deformidad por la adversidad de la naturaleza, y Merrick, un hombre que, por su extrema deformidad, está supeditado a llevar un saco para ocultar su rostro deforme. Vuelve entonces la influencia de Lynch sobre Browning y su famosa Parada de los monstruos.

   Será necesario que Merrick llegue a quitarse la capucha, para que la imagen que nos proyecta nos obligue a mirarlo de verdad, con la ternura necesaria, con la afabilidad con que le mira la actriz, antes el verdadero protagonista es el doctor, el cual abomina las máquinas, comienza su primera aparición en la película con la secuencia del doctor tratando de remedar el cuerpo de un obrero que ha sido aplastado por una máquina. El primer plano del médico cuando descubre por vez primera a Merrick nos sitúa en la expresión de un hombre de extrema bondad, el médico no se asusta, sí lo hace la enfermera, porque él conoce el dolor, trata con los seres deformes, tiene otro sentido ético de la vida. La mirada de la actriz hacia Merrick es frontal, en ningún momento siente horror, sino una extrema compasión, como si el mundo del teatro en el que ella ha conformado su vida fuese también un espectáculo donde la alegría y la pena se combinan ineludiblemente.


   Lynch huye de lo morboso en esta película, impone la lírica, como si fuese una película atípica en su filmografía y estuviese rodada treinta años antes, ya que impone el mundo de los libros, la música, bálsamos a los que Merrick se acostumbra para soportar el dolor inmenso de vivir. Tanto el doctor como la actriz le empujan al mundo de la cultura, mucho más grande que la vida, de cuyo poder uno puede amarrarse ante la humillación de la vida real. Mientras construye la maqueta de una catedral que él vislumbra por la ventana, en su habitación del hospital, Merrick mira un dibujo de un niño durmiendo en su cama, él sabe que recostarse de esa manera supone la muerte, pero ya ha aceptado el tránsito hacia la otra vida, porque ha conocido lo peor (la humillación, la deformidad, la soledad) y lo mejor de esta (el encuentro con esos dos seres maravillosos que logran amarlo de verdad). Por ello, se recuesta y acaba su periplo por el dolor de la vida.

John Hurt
John Hurt


     Nos queda sin duda, la imagen del accidente, el elefante que pisa a la madre de Merrick, las imágenes oníricas de este imaginando otra vida, la música que nos reconcilia con el mundo y una extrema sensibilidad que los dos seres sienten hacia el hombre maldito, un ser que es más humano que muchos otros, deforme  por fuera, pero hermoso por dentro. Sin duda alguna, una de las más grandes películas de Lynch, una obra maestra indiscutible con un inolvidable John Hurt como El hombre elefante.

jueves, 10 de noviembre de 2016

ómnibus n. 53: centenario Rubén Darío

Revista ómnibus n. 53

Queridos amigos:

En este número n. 53, con motivo del centenario del fallecimiento del poeta nicaragüense Rubén Darío, hemos publicado artículos de Alberto Julián Pérez, Jorge Urrutia, Consuelo Triviño y Pedro García Cueto.

En nuestra acostumbrada sección de literatura, artículos críticos y reseñas de Orlando J. Addison, Fabio Martínez, Carlos Satizábal, Luis Benítez, Silvio Mattoni, entre otros.

En creación literaria, se han seleccionado poemas de Álvaro Salvador, Carina Sedevich, Adriana Hoyos, Eduardo Escalante, An Lu, Federico Spoliansky, Porfirio Mamani, Canio Mancuso y un relato de Alberto Julián Pérez. 

En Pensamiento Crítico, hemos contado con la aportación del médico psiquiatra colombiano Jesús Dapena y en Cine y Literatura con el profesor y escritor Pedro García Cueto, colaborador habitual de Ómnibus,

Gracias de nuevo por seguirnos en esta aventura literaria.
Revista intercultural

domingo, 29 de mayo de 2016

Centenario de GREGORY PECK

GREGORY PECK: LA MIRADA DE UN HOMBRE BUENO, EN SU CENTENARIO

Por Pedro García Cueto

Gregory Peck en 1950
   Hay actores que se quedan grabados en tu mirada pasen los años que pasen, son esos actores que no necesitan grandes gestos, actuaciones exageradas para imprimir su presencia, con su porte, su dignidad y su personalidad, lo tienen todo. A mí me llegó esa sensación de estar delante de uno de los grandes del cine cuando vi por primera vez, luego la he visto muchas más veces, Horizontes de grandeza (1958), es una de mis películas favoritas del Oeste, porque es mucho más que un western, es una historia de valores, de dignidad, de libertad, el papel de Gregory Peck es admirable, ese hombre que quiere defender la justicia por encima de todo.
   Me di cuenta entonces que solo había un actor que representase ese mismo ímpetu, ese espíritu  de enorme dignidad, me refiero a James Stewart, otro de esos americanos ejemplares que en el cine fue siempre el hombre bueno (quien no haya visto El hombre que mató a Liberty Balance no sabe lo que es una obra maestra). Peck y Stewart han sido nuestros ejemplos de justicia, sin olvidar a otros ilustres actores, como Henry Fonda, John Wayne o Gary Cooper.
    El día 5 de abril de este 2016 se hubieran cumplido los cien años del nacimiento de este gran actor, que pudo estudiar Medicina, pero que se decantó por el teatro, allí empezó, para abandonar la escena y dedicarse al cine, con la estupenda Days of Glory (1944). Con esta película, Peck empezó a demostrar que su talla, su alta estatura y su elegancia, no tenían parangón.
   En 1945, el gran Hichtcock le reclutó para su Spellbound (Recuerda), donde compartió elenco con Ingrid Bergman, una mujer bellísima que se convirtió en una de las mejores actrices de la época. La película dejaba claro que Peck era ya un gran actor.

  Pero hay pocas películas donde uno sienta más el peso del deseo, donde uno pueda decir que se sintió francamente poseído de la sensualidad de una mujer que en la admirable Duelo al sol (1947) de King Vidor, una película que avanza portentosa a un desenlace trágico, una historia que podría llevarse a otro escenario y a otra época que no fuese el Oeste, con la  misma fuerza, de hecho es difícil encontrar una visión más depravada de la Iglesia en ese cura que mira a la sensual Jennifer Jones, mientras la considera el demonio, sin parar de sentir un deseo lascivo por ella.
   Gregory no paró ahí, fue creciendo en películas inolvidables como la deliciosa Vacaciones en Roma (1953) con la angelical Audrey Hepburn, una mujer que tenía toda la luz del mundo, bonita y elegante como pocas. La película es de una simpatía poco comparable en una ciudad que en cada plano nos enamora.
   La conquista del Oeste (1962),  y, por encima de todo, Matar un ruiseñor (1962), película que le dio el Oscar, donde Peck demuestra que es el perfecto hombre bueno, que defiende, en su papel de abogado, a un negro que no ha hecho nada y al que todo el mundo le considera culpable, basada en la novela de Harper Lee, esa enigmática escritora, el papel del abogado nos va llenando, nos sentimos parte de él, de sus valores, de su integridad y de su bondad. Sin grandes gestos, con la mirada de un actor sobrio, pero lleno de luz en la mirada, Peck logra el Oscar, entrando ya en la cima de los grandes del cine americano.
No hay que olvidar su Moby Dick (1956), dirigida por John Huston, donde el actor estuvo maravilloso en su papel del capitán Ahab, en cada escena vemos su dolor, su deseo de nadar en el abismo, persiguiendo a la ballena que le dejó sin pierna. Peck dota al personaje de una fuerza especial, de un vigor que traspasa la pantalla, vemos que lleva el bien y el mal en la mirada (lo que me hace recordar al excelente Robert Mitchum de La noche del cazador), ya no es un hombre normal, sino un ser atormentado, que viene del Averno para cumplir su venganza. La dirección de Huston da a la novela (riquísima y complejísima de Melville) una especial intensidad, que logra hacer de esta adaptación al cine una notable película.


   Peck siguió haciendo cine, El oro de Mckenna (1969), La profecía (1976), Los niños del Brasil (1978), todas ellas películas interesantes, donde Peck hizo solventes interpretaciones, una de mis favoritas fue la de ese Mengele de Los niños del Brasil, un papel de excelentes matices, para dar lugar al loco que fue el criminal nazi, con dos actores a su lado de gran peso, Lawrence Olivier y James Mason. 
    De La profecía, puedo decir que como padre del demonio, Damian, estuvo muy bien, demostrando que siempre hizo papeles creíbles, sin haber estudiado en el famoso Actor´s Studio, con su presencia y su personalidad.
    Fue muy amigo de Audrey Hepburn, ese ángel del cine, también fue Presidente de la Sociedad Americana del Cáncer, del Instituto Americano del Cine y de la Academia de las Artes y Ciencias de Hollywood. Ganó importantes premios, el Oscar en 1962 por hacer del abogado Atticus Finch en la ya citada Matar un ruiseñor, ganó el Premio Cecil B. de Mille en 1968, el Premio de Honor del Sindicato de Actores (1970) y el Premio Donosti del Festival de San Sebastián (1986).
    Un día, el 12 de junio del año 2003, mientras dormía, murió de una bronconeumonía, tenía ochenta y siete años, a su lado seguro que estaba, como si fuesen sus grandes amigas y amores de la escena, Audrey, Ingrid o Jennifer Jones.

Recibiendo el Globo de Oro, 1999
Pocos actores han dado una imagen tan serena en el cine, tan elegante y tan digna, pocos actores pueden decir que la bondad está en el rostro, salvo algunos elegidos como James Stewart o ese genio que se llamó Jack Lemmon, Peck, uniendo talla, belleza física y personalidad, fue, sin duda, uno de los grandes, que este año celebra su centenario, ver su cine es volver a sentir que todos podemos ser ese hombre que luche por la justicia, ese hombre digno que nunca perdió su compostura, nada más  y nada menos.

   

lunes, 14 de marzo de 2016

Víctor Erice y Almodóvar

VÍCTOR ERICE, EL CINE COMO POESÍA Y ALMODÓVAR, 
EL CINE QUE BUSCA LA HONDURA DEL SER HUMANO

POR PEDRO GARCÍA CUETO


   Pocos directores españoles han llevado a cabo un pulido tal de su cinematografía como el caso de Víctor Erice, director olvidado para muchos, pero esencial para otros, porque su cine es un ejercicio de la mirada, donde el silencio de los personajes cobra toda relevancia. Erice, autor de solo tres películas en cuarenta años, es un hombre meticuloso, que busca la hondura de un lenguaje cinematográfico que se convierta, por el poder seductor de la imagen como arte intemporal, en eterno.
   Sin duda alguna, Erice puede parangonarse con autores españoles de la talla de Carlos Saura, mucho más prolífico, porque ambos investigan en sus películas el ejercicio de la mirada, su poder, la devastadora influencia de una época que ha dejado huella, en El espíritu de la colmena, en el caso de Erice o en La caza, en el caso de Saura. También es un cineasta que busca la imagen como espacio donde transitan las alucinaciones de unos personajes envolventes que viven sus espejismos en un mundo onírico, lejos de la mediocridad de la España franquista de la época. Frente al mundo de Erice, lleno de connotaciones y de universos para desentrañar, nuestro alto representante del cine de éxito en España, Pedro Almodóvar, pierde esa genialidad que nos cautiva en la mirada sabia del cineasta vasco.
    Erice nació en Carranza (Vizcaya) en 1940, aunque se trasladó a San Sebastián con pocos meses, donde vivió hasta los diecisiete años, allí cursó el Bachillerato Superior. Después se trasladó a Madrid donde comenzó sus estudios de Ciencias Políticas en la Universidad Central. Los estudios de Políticas eran un pretexto del futuro director para acercarse al Instituto de Investigaciones y Experiencias cinematográficas que existía entonces en Madrid.
  En 1960 ingresó en el citado Instituto, posteriormente llamada Escuela Oficial de Cinematografía. Su debut fueron dos cortometrajes realizados durante el curso 1960-61, titulados Entrevías (de 16 mm) y Páginas de un diario perdido (de 35 mm). Se graduó en el curso siguiente.
   Durante su etapa de estudiante cinematográfico comenzó su trayectoria (más fructífera que como director) como crítico de cine en Cuadernos de Arte y Ensayo y, especialmente, en Nuestro Cine, de la que formó parte del consejo de redacción durante la primera etapa de la revista.
   Debutó como director con un episodio de Los desafíos, película rodada en 1969, donde ya indaga en las relaciones humanas, entendidas como un juego de poder. El intercambio de parejas de los protagonistas nos habla ya de una constante temática en su filmografía: la soledad de los personajes, su ausencia de comunicación, que se verá mejor en su obra maestra, El espíritu de la colmena.
  El título de esta ópera prima del director vasco, tiene que ver con el enfrentamiento entre dos hombres, Charley y Julián, en los espacios cerrados, porque Erice plasma la soledad de unos seres humanos encerrados en celdas, como se verá en toda su extensión en su siguiente película, cuyo título hace referencia a la colmena, la sociedad encerrada en sus traumas (la terrible posguerra española) donde viven la incomunicación y un pasado que no acaba de cicatrizar para los protagonistas de la historia. El pueblo, en Los desafíos, es el espacio abierto, un lugar que funciona a modo de testigo mudo (reflejo de la incultura de una España profunda) donde presagiamos la desgracia futura de sus protagonistas.
   El espíritu de la colmena (1972), supone la consagración de Erice como director de culto, porque su filmografía es muy escasa, pero contiene tres obras maestras que pesan sombre muchos otros directores, mucho más prolíficos, que nunca han alcanzado el poderío visual y la certeza de un lenguaje cinematográfico tan amplio y profundo.
  En esta película vemos la soledad de unos personajes en la posguerra española, todo a través de una niña (Ana Torrent) que va fraguando su mundo de fantasías, alternando ese espacio de ficción con la realidad de su casa, donde late la incomunicación y el dolor (en la figura de su padre, papel interpretado genialmente por Fernando Fernán-Gómez y la madre, Teresa Gimpera).
   La acción transcurre en un pueblo de la meseta castellana, llamado Hoyuelos, hacia 1940. Podemos ver en una panorámica primera del pueblo, una casa con el yugo y las flechas del fascismo español. La película, sin embargo, no deriva en una historia más sobre la posguerra española, sino que se adentra, desde esa idea general, en una visión íntima de esa época, ya que no hay enfrentamiento entre vencedores y vencidos, todo aparece suspendido en las miradas de unos seres erráticos que ya han perdido la posibilidad de confrontación alguna. Aparece un cinematógrafo donde la niña va plasmando su mundo secreto, sus sueños, en los cuales aparece reiteradamente el monstruo de Frankenstein.
    Los personajes viven como en una colmena, presas de los hexágonos (espacio cerrado) al igual que la fuerza icónica del yugo y las flechas, estados totalitarios donde la imagen sustituye a la palabra. Como la palabra no puede ser pronunciada, en ese estado de censura en el que viven, el padre de Ana (la niña), se dedica a escribir una especie de ensayo, la madre, escribe una carta de amor.
   Todos los personajes, en esta obra maestra indiscutible, buscan un contacto con el exterior que les aísle del hexágono en que se compone la colmena (el interior). Fernando (el padre, un perdedor de la Guerra Civil) hace entrar el sonido, a través de la radio, porque él es incapaz de establecer comunicación alguna con su mujer o sus hijas (Ana es la hermana pequeña, la mayor es Isabel). La madre escribe cartas a alguien del pasado, alguien con el que tuvo una historia de amor, en un tiempo feliz.
   Lo visual también está presente en esta película, el cielo siempre oscuro, los colores amarillos de la casa, las sombras que invaden en determinados momentos las estancias, como si hablasen del dolor inserto en los habitantes de la misma. Pero Ana, la niña, con sus ojos grandes, es la que vive más el exterior, la vemos con su hermana en el campo, en la calle viendo al camión que viene al pueblo a traer una especie de circo, los trenes, como metáfora del viaje, el que ha de hacer para liberarse de la celda en que vive.
   Mientras el padre nunca aparece en el espacio iluminado de la mujer, sino que, si la vemos a ella, él permanece en la sombra, como si fuese una figura inerte, un decorado más de la noche que les envuelve.
   El color es importante en la película, la presencia del blanco para los vestidos de las niñas, al llevar ese color manifiestan la ausencia de una actitud ante la vida, son seres que deben hacerse, donde el dolor todavía no está impregnado para siempre. Por ello, el deseo de huida de la niña, con la presencia viva siempre del tren. La niña logra salirse de la vida opaca en que viven sus padre, gracias a la imaginación y a la presencia del monstruo, el que ve varias veces, metáfora de un ser que rompe las reglas, símbolo de un espacio de libertad que no es admitido por la sociedad mezquina en la que vive y que supone, como el tren, la huida y la libertad.
  Por todo ello, Ana logra romper las barreras de la colmena y al hablar con el monstruo de Frankenstein, logra comunicarse con el mundo de la ficción y con un espacio de libertad para su futuro. Las niñas asisten a la proyección de la película de Frankenstein, donde el monstruo mata a la niña, Ana no entiende porque la bestia mata a la inocencia, su hermana, mayor, le explica la razón, la vida y la muerte están entrelazadas, por ello, la historia acaba mal.
   Isabel es la iniciadora de los juegos, la que abre el baúl de los secretos en la inocencia de su hermana, por ello, finge estar muerta (la presencia de la muerte es muy evidente en la película) ya que se alimenta del cine, de la visión ficticia de la vida. Ana no entiende los significados de los juegos, pero irá abriendo su imaginación gracias a su hermana, demiurgo de los secretos de la casa. Solo cuando el padre inicia un viaje, pueden las niñas coger los objetos, liberarse de las ataduras de las cosas prohibidas que la colmena impedía poseer (reflejo de una España franquista y sin libertad alguna).
   Para concluir mi estudio sobre esta película enigmática y magistral, cabe decir que Ana vuelve del mundo de los juegos y los sueños, al de la realidad del silencio, con la vuelta a casa del padre (de nuevo, la colmena), pero ya no será la misma, ni su relación con su hermana, alejada ya de la colmena para siempre, la experiencia que ha vivido la marcará para siempre, como si otro mundo fuese posible, clara alusión de Erice a una España en libertad.

   Con El Sur (1982) llega la segunda obra maestra del director vasco, en este caso, cuenta la historia de otra niña, Estrella (Sonsoles Aranguren), que viaja con su padre, Agustín, siempre en tren (de nuevo, el tren, máquina que huye del tiempo en busca de una felicidad que la vida niega). Todos los viajes vienen del Sur y del pasado o van hacia él. Aparece la casa familiar donde el padre y su hija alientan un mundo de sombras, pero también de luz. La llaman “La Gaviota”, donde muy pocas personas viven en el interior, anidando un espacio que conoce el dolor que trasmite el silencio, en la línea de El espíritu de la colmena.
   El péndulo es otro elemento fundamental, donde Agustín (un extraordinario Omero Antoniutti) crea un mundo de sueños y de sombras, en el desván de la casa, allí aprende Estrella la capacidad de su padre como demiurgo, como hombre que traslada sus silencios al otro lado de la vida. De nuevo, hay una referencia clara a su película anterior, donde Ana, la niña, miraba el pozo, los giros de la piedra al caer al agua, aquí son los vaivenes del péndulo, en un acto místico inolvidable. Hay algo sagrado en la comunicación interrumpida entre padre e hija, las palabras se encuentran a veces con los silencios donde dormita una historia clandestina y secreta del padre.
   Julia (Lola Cardona) es la testigo del mundo del padre, la que conoce el secreto, por ello, será ella la que cuenta a la niña la historia que tuvo lugar en el Sur, donde su padre tuvo un amor especial, alguien que sigue perenne en su memoria, Irene Ríos. Sin olvidar a la criada, una inolvidable Rafaela Aparicio, que envuelta en su sabiduría escénica, cuenta a la niña revelaciones e historias, en su afán de dar una visión onírica a la vida.
   Sin desvelar más sobre la historia, vemos la magia de la mirada de la niña, las sombras del padre, la importancia del cine, Irene Ríos es una actriz que cautivó al hombre que hoy es la devoción de Estrella, la importancia de las cartas. Todos son elementos aparecidos en su anterior película, que van cobrando significados cada vez más hondos, lo que refuerza la idea de que el cine de Erice es un cine de símbolos, de objetos que empiezan a cobrar toda su intensidad, de miradas que pesan en las sombras de la casa, de silencios, cargados de verdades.
   Agustín, hombre que no encuentra nada ni nadie para superar su dolor, acabará quitándose la vida, lo que refuerza su hermetismo, su incapacidad para permanecer en el mundo y disfrutar de la devoción que su hija siente por él, nos encontramos con un padre que niega el afecto a su hija, al menos en lo más profundo de su ser.

   Película mágica, que nos desvela un mundo único, por el que transita el universo del director vasco. Su producción terminará con El sol del membrillo (1992), que recrea el mundo de Antonio López, el pintor, donde nos muestra su universo, la casa, pero todo se centra en el árbol, el membrillo que adorna el patio, donde López muestra su devoción por la Naturaleza, porque, para el pintor, ver es conocer, al plasmar el mundo en sus cuadros reinventa la vida, la da otra forma, crea, en definitiva, un universo propio.
   El membrillero refleja el estado de ánimo, la vida de López, es un árbol que crece, que madura y que muere, como si fuese un ser humano.
  Con ella, Erice termina una obra sólida, atípica, compuesta con la lucidez de un hombre que ha creado, como pocos, un verdadero lenguaje cinematográfico.
   Cada diez años, como si fuese un número mágico, Erice compone el sueño de filmar, logrando obras maestras que aún nos fascinan con sus imágenes inolvidables. No ha vuelto a hacer cine, lo que sigue siendo un enigma, quizá porque hay demasiada luz en sus deseos de filmar y la realidad, tanta que nos estremece, no se adecúa a su mundo de sueños, a sus propuestas tan originales y singulares, atípicas en el cine español, si exceptuamos a Buñuel o Saura (Almodóvar hace otro cine, con una sólida forma de narrar y una escenografía brillante, pero lejos de la hondura de Erice).
  Para concluir, vemos que Erice realiza sus películas en el otoño, porque vive en él la melancolía de una vida llena de luces y sombras, de secretos y de revelaciones, una vida que pasa envuelta de silencios y miradas, en definitiva, una vida que el cine de Erice nos deja como un testamento magistral de lo que es, en esencia, el ser humano.

PEDRO ALMODÓVAR: DE SU CINE DE COMEDIA A LA PIEL QUE HABITO: UN CINEASTA BRILLANTE EN LA COMEDIA PERO DECEPCIONANTE EN EL DRAMA
  
 Se estrenó en las pantallas españolas una película que viene precedida por la polémica, La piel que habito (2011), un giro de tuerca del cine de Pedro Almodóvar, donde podemos asistir a una especie de horror vacui, como si la vida estuviese compuesta de mil piezas y ninguna pudiese descifrar el enigma vital.
   Este segundo Almodóvar, el que ha realizado películas que nada tienen que ver con la comedia (todos recordamos las magistrales Mujeres al borde de un ataque de nervios y Volver, entre otras), aquí se dirige en la senda del cine más pretencioso, aquel que dibuja en los personajes obsesiones sin límites, buscando, en la impostura, una verdad que, en mi opinión, se escapa de las pantallas para siempre.
   Sus inicios en el cine con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón denotaba frescura e irreverencia, pero ha ido perdiendo esa espontaneidad a través de un cine que abusa del género melodramático y nos envuelve en tramas demasiado sórdidas para ser reales.
  Sin duda alguna, el cineasta ha logrado perfeccionarse, sus escenas están llenas de aparente perfección, pero apreciamos siempre que la historia no nos llega, está demasiado lejos de nosotros, que los personajes, en busca de un laberinto que no entendemos, tampoco transmiten la luz que necesita un cine verdadero.
  La película sigue la senda de Hable con ella, allí los personajes buscaban el hálito que les mantuviese vivos, aquí los protagonistas no naufragan en la procelosa sombra del mar, sino que se hunden estrepitosamente porque nada nos parece verosímil, Antonio Banderas es el hombre de la venganza, hierático, como si solo viviese para su cruel revancha, Elena Anaya, la mujer castigada, como si la sombra del masoquismo planease siempre en la película.
   La tortura sostenida en el tiempo nos va llegando con esa falta de interés que tiene toda obra que pretende rizar el rizo, pero que no nos da lo que esperamos, humanidad, verismo, dosis de buen cine. Sinceramente, la película es elegante, tiene una estética cuidada, pero no veo más que el papel couché en esta historia complicada y poco convincente.
   Lo que le ha ocurrido a Almodóvar se explica desde esa tendencia a hacer un cine que se aleja de lo que domina, una comedia fresca, a veces rocambolesca, pero, en algunos casos, muy bien resuelta, ágil e, incluso, magistral, como en la que considero la mejor por la energía y por el humor de sus películas, Mujeres al borde de un ataque de nervios. Si bien no hay que olvidar sus primeras películas, rudimentarias y soeces como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, pero vivas, con oxígeno en cada secuencia, lo que no ocurre en esta historia impostada de grandeza, pero vacía, como un bonito regalo sin contenido.
   Lejos del cineasta de El sur y El espíritu de la colmena, Almodóvar filma esa sensación de naufragio que supone una trama compleja, pero que no nos llega, envuelta en la presunta violencia que hiere a  su protagonista, muy lejos de la sutileza del cine de Erice, de esas miradas que lo dicen todo con los ojos, como ocurría ante la dulzura de Ana Torrent al ver al monstruo, una apertura a la realidad, desde la imaginación que Almodóvar, en su cine pretendidamente dramático, no ha sabido cultivar.

  Almodóvar ha naufragado aquí, como lo hizo en La mala educación, una película que se deshace en cada visión, porque solo esconde el tedio y los tópicos.
   Nada se puede hacer si no hay detrás sinceridad, como la tuvieron los grandes, Wilder, Sterneberg, Mankiewicz (he vuelto a ver De repente, el último verano, una cinta maravillosa por la verdad que hay en sus actores), Ford, Aldrich, Lang y tantos otros, o en el panorama español, Luis Buñuel, mucho más incisivo y profundo que Almodóvar cuando hacía cine burgués o Carlos Saura, el primero, el de las grandes películas como La caza o Peppermit Frappé, sin olvidar al olvidado Víctor Erice, un maestro indudable de películas con metáfora y personajes para la historia (como la Ana Torrent de El espíritu de la colmena).

   Sin duda, en nuestro cine español actual queda el peso de hombres como Julio Medem, con películas fallidas y experimentales, pero interesantes, al fin y al cabo, el cutrerío para divertimento de masas de un Santiago Segura y su Torrente y un cineasta mayor, más culto y educado en el cine, como Almodóvar, que transita peligrosamente en dos vertientes, la que domina y en la que logra películas redondas como Volver o Mujeres.. y la otra senda, más peligrosa, este cine que no logra convencer, cine pretencioso, que nos deja fríos y que hace reír en escenas pretendidamente serias, algo falla, salvo la gran publicidad que precede al cineasta, en este segundo tipo de cine, donde nada nos conmueve, porque no hay cine de verdad.