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lunes, 6 de noviembre de 2023

La lengua de viaje de Esther Andradi


Presentación en Barcelona del último libro de Esther Andradi: 


La lengua de viaje.  Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito 


Buena Vista Editorial, Córdoba, Argentina, 2023
248 pp. Contrataportada de Nora Domínguez




Viernes, 10 de noviembre de 2023 a las 18:30 horas en c/de la Verge nº 10, Barcelona, España.

«En La lengua de viaje, Esther Andradi presenta un conjunto de textos autónomos que hacen del pulso de lo viviente una agitación de la escritura.

La lengua es eso que resta después del terror político, según las palabras de Hannah Arendt y a la que Derrida le añadió, la posibilidad de volverse loca como la madre. Locas de miedo y locas de atar, lenguas y madres, mareadas entre las idas y vueltas por países, tiempos, traducciones y acentos, resultan la ofrenda literaria de una escritora que fue y volvió de viaje, que va y viene muchas veces..

En este libro de ensayos, escritos en diferentes épocas,  vibran los avatares de  las vidas de escritoras y escritores migrantes, anécdotas singulares, los diferentes tejidos que probaron y fueron conformando bastidores de memoria. Así aparecen caminantes y viajantes; Herta Muller, Juana Manuela Gorriti, Helena Araujo, Sebald o Flora Tristán junto a los recorridos autobiográficos de la misma autora..

Andradi recoge experiencias, relatos, crónicas, pensamientos que marcaron su desarrollo vital e intelectual, y delimitaron, abultaron y le dibujaron huecos y grietas a su historia nómade, que vive inmersa en una lengua extranjera y escribe y publica en otra.

Un “vivir entre lenguas” como lo llama Sylvia Molloy, una bifurcación potenciadora. El tema nos interpela con fuerza por su radiación contemporánea. Las capas de la memoria se hojaldran, se vuelven foco expansivo o detalle y se recrean en las escenas  maravillosas del baile de una vieja traductora o en el grito de una niña afro-alemana, futura poeta, en la puerta de un orfelinato. Sí, un libro donde la escritura es protagonista. El sistema metafórico y su sintaxis se despliegan con rigor, maestría e intensidad afectiva. Muestran que la lengua nace allí en el grito doloroso del abandono, en su evocación, en la traición que sufre la paria, o en el músculo atento por seguir nombrándolos.» (De la contratapa Nora Domínguez. Colección Agalma). 

Los ensayos reunidos en La lengua de viaje completan su trilogía berlinesa, junto con la novela Berlín es un cuento y el reportaje literario Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante.

viernes, 1 de abril de 2022

Homenaje a Mario Muchnik

 


EN HOMENAJE A MARIO MUCHNIK

 

POR PEDRO GARCÍA CUETO

Escritor español

 

El editor Mario Muchnik, nacido en Buenos Aires en 1931 y fallecido el pasado 27 de marzo a los noventa años, escribió su quinto libro de memorias, con el título Ajuste de cuentos, publicado por la editorial El Aleph, a finales del 2013, lo que nos lleva a pensar que pretende hacer un juego de palabras, su afición por la literatura, desde niño, pero también su deseo de rendir cuentas, de sacar a la luz todo lo que lleva en su interior.

El libro es un reflejo del gusto del editor por las ciudades, por el viaje, esa capacidad de ensoñación que tiene el que ve el mundo con los ojos de la ficción, esa revelación que supone el despertar en diferentes ciudades, Roma, París, entre otras muchas, como si latiese en el mismo un deseo de ser otro, de vivir muchas vidas, a través de los ojos escrutadores del escritor y del editor.

Pero el libro es también un canto de amor por el cine, tanto es así que nos cuenta que su deseo de vivir en Roma vino de la visión de la película de William Wyler, Vacaciones en Roma, o como le influyó la película de Louis Malle, Los amantes, para enamorarse de París y de su compañera actual, Nicole, como si surgiese de la película misma, así es la mente apasionada de Muchik, donde combine la ficción y la realidad en un mismo instante.

Todas son postales de lugares donde ha sentido su contacto con la vida, sin que la literatura y el cine, verdaderos bálsamos para soportar la realidad, le hayan abandonado nunca.

“Natasha solía ducharse cada mañana con la ventana abierta. Desde la ducha podía ver, a lo lejos, alguna cúpula del Kremlin y una de las esquinas de la Lubianka. Era su costumbre enjuagarse las axilas alzando un brazo después del otro, con la mano extendida. Con unos gemelos un comisario la vio desde la Lubianka y mandó advertirle de que el saludo fascista estaba prohibido. Se presentaron dos agentes en el domicilio de Natasha y le hicieron la advertencia. Le dijeron que el saludo fascista estaba prohibido, aun bajo la ducha. Desde ese día, siempre con la ventana abierta, Natasha se enjuaga las axilas alzando un brazo después del otro, con el puño cerrado.»

Para Muchnik, todas las ideologías que movieron el mundo han caído en desgracia y solo queda el esfuerzo por ser feliz, a través de lo que amamos, como muy bien nos deja claro este libro de memorias, selectivas, pero de lectura amena y fácil.

La prosa de Muchnik es la del escritor que hay detrás del editor, el narrador que se bebió literalmente las grandes obras de la literatura, como Guerra y paz, de Tolstoi o su pasión por la narrativa de Conrad, como deja claro en el libro. Como ejemplo, cito unas líneas de estas memorias que debemos saborear porque Muchnik nos las regala, como si fuese un cuento, el de la propia experiencia vital:

“Para ser enero, hace poco frío. Se puede comer al aire libre, algunos, por lo visto, en mangas de camisa. Saint Jean de Luz, sin embargo, suele ser en esta época no soleada, sino húmeda, a causa del mar”.

La forma en que mira el paisaje de su país, como un tapiz por donde pasea su mirada, hechizada de tantos libros, pero cuyo fulgor solo lo da la realidad de las cosas, el olor de la tierra amada, el sabor de sus cafés, la dulzura de su mundo cotidiano, tan lejos y tan cerca de los sueños:

“El «barrio Norte» de entonces aún conservaba rasgos de la vieja Buenos Aires. La calle Ayacucho hacia arriba, pasada Santa Fe, más allá de Las Heras, tenía la elegancia de una holgura sin alardeo. Más recogida al otro lado de Vicente López, habría preferido esconder el lujo ostentoso que se filtraba por las puertas cocheras de ciertas casas modernas cuando las señoras salían de compras. Pero de la cercana estafeta de correos emanaba el tufo característico de la administración pública expoliada desde siempre por los responsables del erario; un viejo café volcaba sobre el paseante el olor agrio de la caña y la leche hervida; una tintorería donde se planchaban cortinas de hilo europeo derramaba, al compás de un tango viejo, el hedor de los recalentados tanques de lavado. Sobre un alféizar, en una ochava de la que nadie habría podido expulsarlo salvo enfrentamiento a cuchillazos, un canillita exponía la prensa del día.

El tráfico en los aledaños era cualitativamente más o menos como el de hoy, si bien mechado por el ronco, ubicuo traqueteo de los tranvías, unas carrindangas destartaladas de madera cuyo techo parecía seguir con cierta independencia el movimiento del piso, vaivén que falseaba la escuadra de las ventanillas pero no, desde luego, la de los cristales, con lo que, intermitentemente, entre el vidrio y el marco descuajeringado aparecían y desaparecían ranuras triangulares por las que en invierno se filtraban ráfagas polares. No era insólito que el trolley -un asta larga articulada sobre el techo y terminada en una ruedecita acanalada encajada en el cable eléctrico que, varios metros por encima de la calzada, seguía el trayecto del tranvía se zafara y así cortara la corriente. En esos casos, el contralor o guarda saltaba a la calzada, atrapaba el cabo que colgaba del extremo del trolley y, haciendo malabarismos, contorsiones y ejercicios de puntería, volvía la ruedecita al cable y permitía proseguir la marcha. Todo ello tenía su gracia”.

En este texto, vemos la importancia de la ciudad, de sus rincones, de ese Buenos Aires que nos va dejando asombrados, porque sentimos la presencia de los tranvías, con su traqueteo, también el invierno, calando en la mirada, sin olvidar la importancia de los sentidos, porque todo late en la buena prosa de Mario Muchnik, desde el sabor de la leche, hasta el olor del café, son lugares donde la evocación se convierte en presencia viva, nos llegan los sonidos del tango viejo, aquel que es recuerdo, pero que, con su música maravillosa, hacen de Buenos Aires, una gran capital del mundo.


Para el editor, cualquier vivencia cobra relevancia, porque la vida está hecha de pequeñas cosas, que se adhieren a la piel, que nos van dejando su huella perecedera sobre nuestro doliente corazón.

El libro es un canto a Natascha, a su mirada, al eco que deja en la mirada asombrada ante la vida de Mario Muchnik, ese editor que ha conocido los sinsabores de la profesión, pero que, en la línea de otros libros de editores, como nos hizo ver y sentir las memorias de Juan Cruz o de Esther Tusquets, nos va dejando la semilla de una vida bien vivida, donde la nostalgia no olvida el vivir, el deseo de seguir siendo, de estar presente en cada acto de la existencia.

Estamos ante un “libro de flecos”, como nos ha recordado Juan Ángel Juristo en una crítica certera sobre el libro publicada en el suplemento cultural del periódico El Mundo, porque anida en el mismo, muchos apasionantes espacios, donde cada historia retoma su labor de recuerdo, de poderosa imagen que nos envuelve en ciudades inolvidables, en películas que han dejado huella, como su querido cine francés, donde tantos soñaron en los años sesenta y setenta al impulso de Truffaut, Godard y Louis Malle, en su inolvidable Nouvelle Vague, mucho más que una forma de hacer cine, sino una forma de vivir la vida y sentirla, como nos ha recordado hasta la música de Aute en su famosa canción “Cine, cine, cine”.

Y nos habla de Los amantes, película que se filtra como un relámpago en nuestro recuerdo, para hablarnos de la inolvidable Jeanne Moreau, como si la cinta fuese el espacio de encuentro con su querida Nicole, mirada plenamente romántica al mundo, incluso ingenua, cuando recuerda “Vacaciones en Roma”, el cine y la vida, unidos plenamente para dejarnos encandilados de ternura y amor hacia la vida y la ficción que también sirve de bálsamo en nuestro sentir, donde viven pasiones tan plenas como el cine o la música.

Y la literatura, Guerra y paz, obra leída y admirada, los grandes clásicos que viven plenamente en el lector apasionado que es Muchnik, proveniente de un país, Argentina, tan plenamente implicado en la cultura como forma de vida, donde conviven el editor y el lector, en plena armonía, nos habla de Conrad y lo hace con la admiración del que entiende su mundo interior, ese afán visionario del viajero, que también vive en Melville y su gran fresco, Moby Dick, todo un alarde de cultura y de amor por los libros, como si fuesen tesoros llenos de luz que debemos ir descubriendo poco a poco, para enamorarnos plenamente de ellos.

Mario Muchnik, el hombre que ha llorado leyendo un libro, el hombre que deja en estas páginas el maravilloso sabor de sus vivencias, de sus ecos, del fulgor de un mundo que ha amado y ha conocido y al que no quiere renunciar, pese al impulso brutal de un mundo que nos niega ya el tacto del libro, vorazmente amenazado por el higiénico tacto, pero falto de alma, del e-book, Muchnik lo sabe y sigue siendo el editor cuidadoso que ama el papel, que lo mima, para que conserve su luz, el fulgor de la página, el amor por cada instante vivido, como logra trasmitirnos en estas memorias selectivas, pero de indudable calidad.

Sin duda, Muchnik conoce la belleza del paisaje, su luz interior y nos transmite en este libro su amor por la ciudades que ha conocido, pero también su pasión por lo que ha leído, ha visto en películas inolvidables, en realidad, un ajuste de cuentos, no de cuentas, porque solo mira a su interior, a su forma de ver la vida, para que, nosotros, los lectores, podamos sentir su luz, la que ilumina el libro, surcado de sueños y realidades, al unísono.

En el libro, el editor va logrando que las palabras expresen ese mundo vivido, un universo que va desplegando como un mosaico, donde nos emociona ver la luz que queda en ese universo de recuerdos, donde el cine y la literatura conviven para trazar la armonía del lenguaje, la evocación de todo ello en nuestras miradas asombradas. Sin duda alguna, estamos ante un libro de gran calado, que seguirá teniendo sus lectores, admirados por la buena prosa del gran editor y por su amor por el mundo, por la cultura que emana de este universo de recuerdos que llega al corazón en la pluma de Mario Muchnik, de lectura absolutamente necesaria para entender el amor por la vida y por la ficción que hay en ella. Muchnik se nos ha ido, pero queda con su gran obra.


martes, 23 de abril de 2019

Historia de la poesía argentina de Luis Benítez

Historia de la poesía argentina. Luis Benítez
Portada Historia de la poesía argentina. Luis Benítez
Acerca del ensayo Historia de la Poesía Argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX

Por el Prof. Lic. Pablo Dema 
Universidad  Nacional de Río Cuarto 
Córdoba, Argentina

Historia de la poesía argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX, de Luis Benítez. 

Córdoba, Argentina. Editorial Buena Vista, Colección Agalma (Dir. Alejandro Schmidt), 227 páginas.

Una brújula para encontrar un mapa o las coordenadas para llegar a la casa de un guía muy particular, algo así podría ser esta reseña. La causa es que la Historia de la poesía argentina que propone Luis Benítez  se anuncia como una “guía” (en la Introducción del libro) y como un “esbozo muy general y aproximado al fenómeno” de la poesía argentina (en la Coda) pero es un instrumento de observación al que haríamos bien en historizar a su vez ya que su lente, lejos de ser transparente, está confeccionada con el misma material que describe. Un acápite inicial echa por tierra la posibilidad de un descriptivismo neutral. La cita en cuestión recupera un comentario de Javier Magistris que denuncia la existencia de una historia “hegemónica” de la poesía argentina, la cual silencia y excluye voces no oficializadas. Ya estamos preparados, por lo tanto, para leer un trabajo crítico destinado a brindar una visión alternativa que habilite voces poéticas marginadas. Hay que tener en cuenta, además, que ese propósito no es formulado por un académico sino por un poeta que pronto define con claridad su perspectiva, fuertemente marcada por su pertenencia generacional (la de los poetas emergentes alrededor de 1980). Hechas estas salvedades preliminares y antes de ver en qué términos funciona la tensión entre historia hegemónica y alternativa de la poesía argentina, cumplamos con el rito de seguir los capítulos de esta historia propuesta, la cual tiene, por supuesto, un origen preciso pero bastante remoto.
Justamente, la primera elección que hace Benítez a la hora de historizar la poesía nacional es  separarla de la fundación jurídica del Estado y unirla al devenir de la historia cultural e idiomática de la Nación, privilegiando la cuestión territorial. Así, en el siglo XVI tendríamos ya a algunos “precursores” de la poesía argentina en autores como Luis Miranda de Villafañe y Martín del Barco Centenera (nacidos fuera del territorio de la futura República Argentina) y en el siglo XVII al fundador de una poesía “protonacional” argentina en la figura de Luis de Tejeda, nacido en Córdoba en 1604. Hay un consenso en considerar al autor de El peregrino en Babilonia como nuestro primer poeta y también lo hay en relación con el hecho de que nuestras letras estuvieron regidas inicialmente por los modelos españoles: el influjo de las figuras dominantes del Siglo de Oro durante la época virreinal primero y, seguidamente, las formas neoclásicas que rigieron las producciones del siglo XVIII y principios del XIX atadas temáticamente a las vicisitudes políticas, de las que nuestro Himno nacional es ejemplo privilegiado.
Seguidamente, en los concisos y ordenados capítulos que se suceden, Benítez repasa, apoyándose en estudios y antologías que ya son clásicas, los períodos de la historia cultural y poética argentina: la generación del ‘37 y la incorporación del Romanticismo en el Río de la Plata, la gauchesca (con su raíz popular y el antecedente de los cielitos patrióticos) y el Modernismo. Para referirse a la figura de Leopoldo Lugones como representante principal de esa corriente en Argentina, Benítez tiene que reponer la trayectoria del nicaragüense Rubén Darío y describir el complejo influjo de los parnasianos y los simbolistas franceses sobre su obra para mostrar cómo es que por primera vez un movimiento poético americano influyó sobre la poesía española. Esta operación deja en evidencia uno de los supuestos no enunciados del libro: la condición de posibilidad de la historización de un género en las fronteras de un país requiere su puesta en relación con lo que una autora llamó la “República mundial de la  letras”, cuestión que vuelve a quedar de manifiesto en los sucesivos capítulos en lo que Benítez describe el asentamiento de las vanguardias en el Río de la Plata. La palabra asentamiento busca reflejar la idea de que se trató de un fenómeno progresivo, primero preparado por una temprana visita de Vicente Huidobro en 1916 (el chileno presentó su manifiesto Creacionista en el Ateneo Hispano-Argentino) y después con el regreso a Argentina de Borges en 1923, luego de su periplo europeo y, particularmente, de la adopción de los lineamientos del Ultraísmo [...]

Fragmento de la reseña a Historia de la poesía argentina de Luis Benítez. El texto completo se publicará en el número nº 60 de la revista ómnibus, de próxima aparición.


miércoles, 7 de febrero de 2018

Novela sin novela ... Rodolfo Walsh


Palabras fuera de lugar: Rodolfo J. Walsh, Novela sin novela… (*)

Por Mario Wong
Escritor peruano

… y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garaje, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. (…)
Julio Cortazar, « Graffiti »

Una experiencia que a menudo puede estar más allá del lenguaje -como si el lenguaje tuviera a su vez un límite-, una frontera después de la cual está el silencio. Muchos escritores del siglo XX han enfrentado esta cuestión: Beckett, Kafka, Primo Levi, Ana Ajimatova, María Tzvetaieva, Paul Celan. La experiencia de los campos de concentración, la experiencia del Gulag, la experiencia del genocidio. (…)
Ricardo Piglia

A Laura Gentille
&, también, a Gunther Silva y a Emanuele Leonardi

Rodolfo Walsh
Rodolfo Walsh
Asistí, ayer, a la presentación -en la librería « Todos los fuegos, el fuego » (12, rue du Chemin Vert, 11 éme Arr. ; antes se encontraba allí la galería de arte « Les larmes d’Éros »)- del libro Novela sin novela. A propósito de la poética política en la obra de Rodolfo J. Walsh, del estudioso argentino y profesor de la UBA, Juan Carlos Spino.

Al comenzar habrían unas 9 personas (incluyéndome a mí y al responsable de la librería); la presentación estuvo a cargo de la crítica literaria Lorena Pusinne (Lingue e Letter. Stranieri, Univ. di Milano). « Una ficción sin ficción, una novela sin novela, sin libro que… », retuve de lo que dijo (leía) al inicio, ella. Y él, Spino, cuando intervino, que « La « novela invisible » se sostenía en la poética política, walshíana, de la « personalización de la voz (voces)», una manera de enfrentar el límite del lenguaje, porque hay acontecimientos que son muy difíciles, casi imposibles de transmitir; conlleva darle la palabra al otro. En el movimiento de… », cito seguido a Ricardo Piglia: « darle la palabra al otro se puede relatar el « punto ciego de la experiencia » y se instaura la idea del desplazamiento y la distancia que -según el mismo Piglia-, se convierten en una lección de historia pero también de estilo, porque « condesa(n) un sentido múltiple en una sola escena y en una voz », desde donde se podría reescribir la historia de la experiencia ». Y agregó: « Walsh narra, en el prólogo a la tercera edición de Operación Masacre, 1968, allí -y continuó citando a Piglia- « una escena que condensa la entrada de la historia y de la política en su vida ». En la revolución de 1956, Walsh se hallaba en un bar de La Plata, cuando se produjo un enfrentamiento armado, que lo obligó a refugiarse en su casa; y narra: « tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: « Viva la patria » sino que dijo « No me dejen solo, hijos de puta » (R. P., « Una proposición para el próximo milenio », 1999).

Lorena Pusinni y Spino, el autor, permanecían sentados detrás, impasibles, de la mesa frente al público; constaté que ya tres de los asistentes habían abandonado la sala de la pequeña libreria. « Saer o Walsh como tema de tesis de doctorado, astucia del autor, escogí a Walsh porque… », agregó Spino, al final, de su respuesta a una pregunta de la Pusinni sobre de cómo había surgido la hipótesis de la « novela invisible », de la novela hecha de fragmentos en su investigación, en el flujo de…, sobre la obra literaría de R.J. Walsh. Ella continuó leyendo su paper: « Una novela de fragmentos que… ; y que la « poética de la fragmentación »…, que permitía dar cuenta de lo…, porque...; y que…, esta « poética política », eminentemente,… para dar cuenta de los sucesos traumáticos ligados al terror, para simplemente poder mirar algo que no se quiere ver; su aplicación es el lugar propicio en el surgimiento de una « poétique de la mémoire ». Ella es igualmente el medio de poner en evidencia « la imposibilidad de totalizar la mémoire de una experiencia traumática ». Así, Patricia Espinoza escribe (sobre Nocturno de Chile, novela de Roberto Bolaño): … « Llegar al fragmento es llegar al desastre, como territorio de lo que nunca podrá ser totalizado… » (1); y añadió seguido: … la vida del escritor, su deseo de escribir, hace que desaparezca « la dificultad de leer la obra de Walsh como una totalidad más o menos organizada » en la que aparecen todas las tensiones entre la literatura, la política y la vida cotidiana que caracterizan la obra de Walsh; en medio de esas varias piezas, heterogéneas, el diario es el « motor del deseo » que pone en marcha la máquina literario-política… » (2). « Y requiere, indiscutiblemente -agregó Spino-, también, una participación activa del lector, una especie de «detective salvaje», atento a los meándros textuales, a los mínimos detalles para intentar reconstruir, tarea quasi imposible a mi entender (porque siempre faltarán piezas en el rompecabezas, o en los múltiples rompecabezas) el sentido perdido. Estamos, pues, en la literatura in progress; frente a una poética de la fragmentación que se mueve dentro de la hipertextualidad literaria que…». Después, la presentación tomó un sesgo claramente político: que «pese a que Walsh había declarado publicamente que no era peronista,… » ; y que « los militares lo acusaron de terrorista… »; y, « Walsh asesinado, en 1977, en una de las mazmorras de… » Ahí, partió una de las tres chicas que asistieron al acto.

Intervino un editor (dijo lo que era): « Los escritos y documentos de Walsh decomisados por…, y jamás restituidos a… ; y qué pasaría si, así como van las cosas (podemos pensarlo), ellos ( los militares) asumieran la «autoría » misma de… »; luego, al costado mío, un chico: « Que el movimiento armado peronista, de esa época siniestra, al cual Walsh mismo había… »; minutos después, una de las mujeres (un poco más de cuarenta años; la veía de un lado: rostro oval, pleno, usaba lentes, cabellos ondulados, grisáceos): « La casa de Walsh tomada por los militares que hasta el día de hoy…, mi amorcito » (le dijo al autor del libro, y yo dudé si había escuchado bien). Intervino otra vez el editor: « La « novela invisible » presupone que…, y esa « poética política » de la que tú… ; y que Borges, en lo que concierne a la multiplicidad de voces, redujo a Macedonio Fernandez, amigo de su padre, a la condición de escritor oral y que…, tú y la utopia literaria macedoniana… ». Respuesta del autor: (…) Y la mujer de cabellos grises, seguidamente (volviendo al tema de la represión de esos años): «  La hija de Walsh y…, que resistieron y… que « Carta a la Junta Militar », de R. Walsh,… ; y que, pocos años después, cuando secuestraron y asesinaron a Walsh, su mujer vio que uno de los militares vestía las prendas que tenía éste, al momento que lo emboscaron en…, mi amorcito ». A esas alturas de la presentación, no había duda que…, y yo (desde hacía buen rato quería decir algo; pero, me pareció que la « novela invisible » walshíana, según el autor, era fagocitada por la rememoración de lo acontecido que…) me sentía solo, fuera de lugar; como si me hallase, por equivocación, en una reunión política de un « círculo peronista », de heréticos (en el exilio). Me dije: « la realidad rebasa a la ficción y… »; tomé mi chaqueta de cuero y mi bufanda y decidí abandonar la librería y… Escribo, ahora, este texto, que es…, pura ficción!

                                                                                                                         París-Montmartre, 27 de enero del 2018

(*) Ver Juan Carlos Spino, Novela sin novela. A propósito de la poética política en la obra de Rodolfo J. Walsh, Milán, Editorial Pasado y Presente (B.A.)-Eds. De la Univ. de Milano (bilingüe), 2017, 320 pp.

(1) P. Espinoza (Cop.), Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño, Santiago, Frasis, 2003 ; « Estudio preliminar », p. 28. Lire aussi l’essai de Stéphanie Decante-Arraya, « Mémoire et mélancolie dans Nocturno de Chile » ; in : Karim Benmiloud et Raphäel Estève, Les Astres Noirs de Roberto Bolaño ; Actes de Colloque des 9 et10 Nov. 2006 à l’Univ. Michel de Montaigne-Bordeaux 3, Press. Universitaire de Bordeaux, 2007, pp. 24-29). Anoto, aquí, que el fragmento anterior de mi texto cita, con ligeras alteraciones, los ensayos de Rita De Grandi y Iván Almeida sobre « Una proposición para el próximo milenio », de R.Piglia.

(2) Véase Beatriz Sarlo, « Una propuesta pigliana, escrita desde el suburbio de B.A., para el mundo ».


martes, 24 de octubre de 2017

Lectura poética de Susana Szwarc en Granada


Lectura antológica de poemas y de su último libro

Ponente: Susana Szwarc

Presenta la actividad:  Mª Ángeles Vázquez

Fecha: Lunes, 30 de octubre, 20:00

Lugar: Biblioteca de Andalucia, aula 1

Organiza: Ateneo de Granada

Susana Szwarc
Susana Szwarc
Escritora, Quitilipi, Chaco, 1954. En la actualidad reside en Buenos Aires. Ha publicado libros de poesía y narrativa. Los últimos son: La mesa roja, (antología de 30 años), El ojo de Celan, La muertita o una novela que. Ha publicado también literatura infantil, Había una vez una gota y Tres gatos locos, entre otros.

Sus obras de teatro fueron representadas en Liberarte, El camarín de las musas y el Centro Cultural de la Cooperación. Como teatrista forma parte del Club del Kamishibai (teatro de papel). Algunos de sus poemas y cuentos han sido traducidos a varios idiomas como el chino mandarín, el rumano y el inglés. Los libros de poesía Bárbara dice, al francés y El ojo de Celan, al italiano.
Ha recibido diversos premios como el de La fundación Antorcha y el Regional de novela por Trenzas (reeditado por Entropía, 2016), Premio único de poesía por Cultura Ciudad de Buenos Aires, Premio Unesco por poesía, Premio Internacional de cuentos Julio Cortázar. Colaboró en distintas revistas del país y del exterior como Hispoamérica, Fórnix, Casa de las Américas, Tokonoma. En el 2011 fue estrenado por el compositor Cristian Varela, el cuento dramático musical (ópera) “No camines en el barro”, basado en el cuento del mismo nombre del libro El artista del sueño. Actualmente, se está reeditando su obra en la editorial Contextos (Argentina).

http://susanaszwarc.blogspot.com.es/


martes, 31 de enero de 2017

Poemas de Eleonora Finkelstein

Poemas, Eleonora Finkelstein
Eleonora Finkelstein



Eleonora Finkelstein es poeta y editora. Nació en Mar del Plata, Argentina, en 1960. Publicó Hamlet y otros poemas (1997), parcialmente traducido al inglés (Hamlet and other poems, Fairfield University, Estados Unidos, 1999), Las naves (2000) y Delitos menores (2004 y 2016), además de artículos y traducciones. Desde 1991 reside en Santiago de Chile, donde se desempeña como directora de RIL editores. Es co-fundadora y directora de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía, y de sus colecciones de poesía y traducción.








Poemas de Eleonora Finkelstein



Vidas paralelas

Él había vivido en una iglesia, pero ya no.
Ella trabajaba en un bar y nada qué hacer.
Llegaron al hotel y alquilaron la misma habitación
para pasar los meses fríos.
Pero fue en inviernos diferentes
(a cual peor).

Él buscaba una mujer
(ahora que su madre había muerto
casarse ya no le parecía tan mal).

Ella juraba conocer a los hombres:
todos diferentes, ninguno bueno.
Mejor sacárselos de la cabeza.

Él ya no estaba seguro
de que Dios se ocupara de sus cosas
como cuando era un niño. Pensaba:
la providencia es un asunto inestable.

Ella vivía dispuesta a creer
en cualquier cosa menos en Dios.
Adoraba las pirámides, los cuarzos y leía el Tarot.
La suerte está echada, le gustaba decir.

Cuando llegó cada respectivo verano
(a cual peor)
los dos siguieron su camino
con la promesa de volver en el otoño,
pero nunca más los volvimos a ver.

Si hubieran aparecido alguna vez al mismo tiempo
(con esa esperanza increíble que sostiene a los derrotados)
si hubieran pasado juntos el invierno
de un mismo año, en esa misma habitación,         
se habrían dado cuenta de que estaban
equivocados en todo.
En todo, excepto en aquello
de que ni Dios ni la suerte
intervienen en los asuntos sencillos.
Las cosas solo pasan:
a veces sí, a veces no.




Platónico suicida (o melodramático de la cosa misma)

He estado trabajando mucho.
Trabajando mucho
para conseguir que esto
coincida con algo que entiendo bien.
Pero los bordes no calzan
O se ven demasiado las juntas.
Por un lado, la forma
Por el otro, su espectro.
Un ectoplasma que desborda
por los cuatro costados.
Y no gano nada con intentar cubrirlo
o contrastarlo. Ni siquiera
con aceptarle que se quede.
“Soy otra cosa, otra cosa”
declara con su sola presencia.

Dado este problema,
a veces pienso que el límite es
la única medida humana.
La belleza, en cambio, sigue ahí
con su belleza.
La verdad con su verdad, etcétera.

Ahora bien, permítanme dudar de la justicia.

Pero insisto y soy tan torpe,
está a la vista:
se escuchan soplidos cuando
trato de acomodar la boca.
Casi se puede ver la transpiración
y el cansancio de los músculos.
Estas palabras quieren decir algo, brillar
Pero siempre llegan sobrecargadas
o huecas.

Porque el asunto ese del ritmo es un veneno.
Y apenas lo pienso vuelve
a escucharse la respiración entrecortada,
el esfuerzo de artista callejero.
Pero el asunto ese del sentido
es un veneno peor.
Es que, como dice el poeta:
¿Por qué digo calabaza
cuando quiero decir adiós?
Siempre la luz y la materia
Siempre esa idea de la luna.

Miro por la ventana:
El cielo, arriba,
con su simulacro de cielo
El suelo, un sólido perfecto,
siete pisos más abajo:

Es una suerte que siempre
tengamos a mano la salida.
Una alegría que podamos
(en última instancia)
hacer aún calzar perfectamente
el cuerpo con su sombra
(o con lo poco que nos queda de cierto)
y sacarnos este peso de encima.




Los viejos, buenos tiempos
(Berkeley,  1968 -1998)

Vuelvo a ese lugar y sin embargo
no es el mismo lugar en absoluto.
Sobre el suelo: la memoria es
una niebla dura y ácida
que nos llega hasta las rodillas.
Tan dura y tan ácida
que terminamos por arrastrar los pies.
Muy cambiado y tan igual, digo a mi anfitrión
que señala a las ardillas de su jardín
de un modo tan conmovedor:
-Here! There! Here! There!
¿Qué habrá sido de las mejores
mentes de tu generación?

II
El viejo poeta declara:
cuando los versos se escribían solos
mis amigos los firmaban, nada más.
Pero esta misma nube
que ahora nos hace arrastrar los pies
por entonces se subía a la cabeza.
Con solo chasquear los dedos, directo a la cabeza.
To the top –grita señalándose la sien.

III
Lo que dijo un personaje italiano
en el libro de un autor alemán
fue lo que hace mucho tiempo
transcribí en un poema
(no en este, que es casi en inglés):
"Cultiva un pequeño jardín
-según el consejo de Virgilio-
y todo lo que digas
que sea bello y bueno".
“Bello y bueno”, subrayé.
Es que entonces era una niña
y ahora también, ya ves,
aunque haya envejecido tanto.




Los monstruos de la resistencia pacífica
(un poema feminista, a su manera)

a mi bisabuela Graciana, tal como la imagino

Así como me ven
soy una mujer modesta.
Consciente de la soledad,
de la vejez y de la muerte.
Y no es que ande por la vida
martirizándome,
creyéndome más buena
o recordándole sus propias
miserias a mis semejantes. No.
También me ocupo del trabajo,
del almuerzo, de los niños.
Miro mi reloj y ajusto la hora
con la torre de la iglesia.
Y no es que la fe me interese demasiado.
Ni siquiera los templos, el amor
el mal o los cielos abiertos.
Porque sé bien que todos seremos humillados,
así que, ¿para qué tanta grandeza?
Soy una mujer modesta y eso es todo.
Lo que hago, prefiero que sea pequeño,
aunque se note poco
pequeño y regular:
el ejercicio que agujerea las piedras.
Mi convicción: la piedad del día a día.
Por eso, nada se resiste, por eso
sigo adelante. Por eso:
por favor, no me cierres el paso.
Ni siquiera te cruces en mi camino.
Nunca termina bien.




La hermana

¿Alguien quiere que le cuente de mí,
que le diga mi secreto de sangre y hematomas?
Quiero mostrarles cómo me buscaba el hueso.
Cómo no podía flexionar los codos sin gritar.
Y los colores eran tan reales:
rojo señal, azul y verde silvestre
como un monte de naranjas siciliano.

Era como Electra:
llevaba mi saco de basura con dignidad.
Un cortejo de moscas me seguía.
Benditas sean.
No iba a buscar el fuego como los perros.
Iba a arrojar cenizas a la cara del dios.

Al fin, es cierto, lo que somos
se lo debemos a la muerte.
No es menos verdadero que la deuda
se paga con creces, pero aprendí
a no cultivar tanto mi propia tragedia.

Hermano mío, ahora estoy tan fresca,
tengo los brazos suaves y ondulados, incluso verdes,
artificiales, como un campo de golf.




Colla

Más de una vez estuve sentada
sobre estas cajas de cartón
con los libros de siempre.
Ahora, sin embargo, tengo
otras cosas también aquí dentro.
Más o menos útiles. Quién sabe.

Estoy en el medio
(creo que en el centro mismo)
de una ciudad cordillerana.
Seguro me equivoco.

Quiero un lugar donde dormir,
un lugar donde bañarme y comer.
Voy a salir con las manos en los bolsillos
para conseguirme algún alivio.

Pero se está bien sobre estas cajas.
Se está bien
(un lugar donde dormir,
donde bañarse y comer).

Mejor voy a esperar un poco.
Voy a bajar la cabeza y voy
a mirarme los pies.
Menos que nunca parecen mis pies,
tan sucios bajo este sol fanático.

Voy a esperar otro poco.
Ahora que soy de piedra y
tengo polvo entre los dientes,
estoy segura de que me veo bien
(demasiado vieja o demasiado joven)
sentada aquí,
sobre las cajas de siempre.

No quiero escapar ni quiero quedarme,
Si al menos pudiera mostrar / que se me viera
el estómago vacío / el cansancio
el estómago vacío / el sudor
el estómago vacío / la tierra ardiendo.
Esa es la vida, creo.
Si se prolonga
en cualquier momento me crecerá una pollera
y me pondré a vender estos limones.




El barco que recuerdo

El barco que recuerdo
es el primer objeto en mi memoria.
Luego no hay nada o casi nada
por un buen trecho largo y plano
como el tiempo es.

Transatlántico era, por entonces,
una palabra portentosa.
Ni siquiera hoy me deja indiferente.

En esa nave, a fin de cuentas,
nadie partía en verdad.
Casi todos regresaban y regresar
no es un viaje, pensándolo bien
y en el completo sentido de la palabra.

Como una fotografía
(los abuelos jóvenes aún),
todo un poco vago y desenfocado.
Habían sido unos viajeros. Insisto.
Ahora era la vuelta: el viaje de los arrepentidos
(nadie querría envejecer así).
Algunos pensaban que al final de la excursión
serían bellos otra vez. Que los dientes serían
firmes y de nuevo fuertes
y las caras transparentes y felices y todo lo demás.
Y que nosotros de algún modo
desapareceríamos.
Ellos iban a vivir la misma vida
una vez más.

Alguien, que quizá era mi padre,
me sostenía sobre sus hombros.
Si miraba para abajo veía su cabeza, si miraba
para arriba, el cielo y ese río raro que vos sabés.

Sacó un pañuelo del bolsillo
y me lo dio para la despedida.
(Sí, ahora lo veo bien, era mi padre.
Definitivamente.
Adoraba los gestos teatrales).
Mucho después leí algo cierto y cursi:
“cada instante es una despedida”.
Como anillo al dedo, pensé, como anillo al dedo.

Parecido a saber
y todo implicando el gesto:
Muelle, más Barco, más Pañuelo.
Lo levanté, lo agité un poco.

Para que te vean —me dijo.
No quiero que me vean —pensé. Y lo tiré al agua.
Recuerden (a modo de disculpa)
que esta es mi memoria más antigua,
que  por entonces yo era muy  pequeña
y no tenía adónde regresar.




Delitos menores

Los recuerdo perfectamente bien.
Con nombres y apellidos.
Robaban y venían a mí como a una diosa
con las mochilas llenas de cosas inútiles:

felpudos que decían Welcome
pero se ataban a los muros con cadena.
Faroles como animales eléctricos
a la intemperie.
Enanos de yeso y toda esa porquería
de “somos una familia feliz”.

“No pasarán”,
rayábamos en la entrada de nuestras casas
y reíamos encantados, convencidos de algo.
No sé bien de qué.

Dicen que la verdad limita con la mentira.
Dicen que igual hace lo suyo mientras puede.

Por mi parte, miraba al cielo y languidecía,
pensaba en la inteligencia que
—aunque no se notara a simple vista—

contenía en sí mismo todo aquello.