
Cuerpo
y poder, la más reciente publicación del
argentino Blas Matamoro, no es un ensayo, tampoco una novela, ni una crónica,
acaso una no novela, género que adquiere forma en este relato de la historia
que atraviesa el cuerpo y se recicla convertido en realidad o ficción
perceptible, sensible y de una exquisita sensualidad que no te empalaga, sino
que te nutre. Aunque el autor pretenda, en apariencia, descender al chismorreo
más morboso no consigue desviarnos de la reflexión sobre el poder y los azares
de la historia, torbellino de pasiones, conjunción de fortuitas circunstancias,
consumación de fantasías, juego de máscaras, de ausencias y presencias
poderosas. Así disfrutamos con la comidilla que alborotó a la revolución
francesa y acabó decapitando a aquella clase social frívola y ociosa que se
creía tocada por la gracia divina y a salvo de la justicia del pueblo, o
aplicada en nombre del populacho. A lo largo de la narración, tanto como en la
reflexión que le sigue, tenemos a Matamoro de cuerpo presente, con su agudo sentido
del humor y su audaz suspicacia, introduciéndose por los entresijos del poder.
Este relato, nos advierte el autor, surge de forma casual, pero intuimos que
sus meditaciones son el resultado de cotidianas digestiones sobre los dimes y
diretes de autores clásicos, de críticos y cronistas. De todos modos, el relato
empieza con una de sus incursiones por las librerías de viejo de Madrid donde
da con un ejemplar de un texto de Alain Decaux sobre el supuesto Luis XVII, el
Delfín que, según la leyenda, no fue decapitado junto con sus progenitores,
sino que les sobrevivió bajo otras identidades, lo que dio lugar a una copiosa
literatura e incluso a una corte de seguidores dispuestos a restituirle sus
derechos. En total, se cuenta con unos ochocientos libros sobre el tema y más
de mil artículos y no solo eso, ya que los pretendientes a reclamar sus
derechos, en calidad de delfines, crecieron como hongos. La verdad es que tiene
miga lo que un cuerpo ausente o desaparecido provoca en la memoria colectiva.
“…el deseo produce objetos los cuales, aunque inhallables, mueven la realidad
de nuestras vidas•, sugiere el autor.
A la carnicería que fue la revolución, suceden otras intrigas y traiciones, de
las que Matamoro da cuenta: la herencia jacobina con sus profetas y liturgias,
el bajo clero igualitario, seguido del terror: asaltos a los conventos, la
tortura y ejecución de los cuerpos: “En esas escenas de lo que podríamos
denominar sadismo institucional, en la oscuridad del cuerpo que muere, hay una
relación tanática, aniquiladora y gozosa del victimario con su víctima.
Destruir es la manera extrema de poseer, la forma perversa y decisiva de
apoderarse del ser amado”, sugiere Matamoro. Después del baño de sangre
asistimos al espectáculo del poder, escenografía pura: el imperio de Napoleón,
el paso del antiguo régimen a la sociedad del siglo XIX, un momento propicio
para el teatro, para la desatada inspiración de los jóvenes románticos, como
Víctor Hugo, que despiertan las más exaltadas pasiones. Pero los placeres estéticos
no riñen en absoluto con los gastronómicos que satisfacen al cuerpo: “Comer
eleva la tensión y la temperatura corporal al tiempo que acelera la velocidad
del pulso y la salivación, como la excitación sexual”.
Así, desde un séquito de impostores que pretendían ser Luis XVII, hasta la
corte de Napoleón, viajamos con Matamoro por la novela de la historia,
patinando con él, desviándonos de los salones a las cocinas, de los teatros a
las camas, del trono a las mazmorras. Y es que en su lógica de la dispersión
tiramos de distintos hilos y nos deleitamos con los rumores, los azares, la
tragedia y la comedia interpretada por unos personajes ya sin cuerpo, pero muy
presentes, convertidos en leyenda.
Conmueve más allá de lo episódico la confesión de este intelectual que no
aspira a ser un compositor -con un oído y una sensibilidad privilegiada, que ha
dado lugar a sus lúcidos ensayos sobre música y compositores-, y que tampoco
pretende escribir una novela magistral ni mucho menos innovar en la vejez.
Grandeza en la humildad de los propósitos, de Matamoro, arriesgada aventura
ésta de no novelar la insólita novela de la historia y, sin embargo, lograr que
gocemos del banquete que nos ofrece, a la manera del maestro Montaigne, el más
moderno y actual de los clásicos.
(Buenos Aires, 1942), escritor, ensayista, periodista y traductor argentino.
Se graduó en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires; fue profesor en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en Buenos Aires.
Ha sido editor de los Cuadernos Hispanoamericanos de la Agencia Española de Cooperación Internacional y colabora en diversos medios como crítico literario y musical.
Escribe para la revista Scherzo, donde tiene una bitácora personal habitual. Entre sus ensayos destacan Por el camino de Proust (1988), las biografías de Schumann (2000)
y de Rubén Darío (2002), o sus estudios musicales Proust y la música (2008) o Thomas Mann y la música (2009).
En 2010 ganó el Premio Málaga de Ensayo con su obra Novela familiar: el universo privado del escritor.
Es autor del ensayo Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (Fórcola, 2012).
Para Fórcola ha preparado la traducción, edición y prólogo de Consejos maternales a una reina: Epistolario 1770-1780 (2011), una selección de la correspondencia personal entre María Teresa I de Austria y María Antonieta de Francia.
Es prologuista de las biografías Juan Rulfo. Biografía no autorizada (Fórcola, 2012), de Reina Roffé, y de Vivant Denon. El caballero del Louvre (Fórcola, 2012), de Philippe Sollers.