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viernes, 1 de abril de 2022

Homenaje a Mario Muchnik

 


EN HOMENAJE A MARIO MUCHNIK

 

POR PEDRO GARCÍA CUETO

Escritor español

 

El editor Mario Muchnik, nacido en Buenos Aires en 1931 y fallecido el pasado 27 de marzo a los noventa años, escribió su quinto libro de memorias, con el título Ajuste de cuentos, publicado por la editorial El Aleph, a finales del 2013, lo que nos lleva a pensar que pretende hacer un juego de palabras, su afición por la literatura, desde niño, pero también su deseo de rendir cuentas, de sacar a la luz todo lo que lleva en su interior.

El libro es un reflejo del gusto del editor por las ciudades, por el viaje, esa capacidad de ensoñación que tiene el que ve el mundo con los ojos de la ficción, esa revelación que supone el despertar en diferentes ciudades, Roma, París, entre otras muchas, como si latiese en el mismo un deseo de ser otro, de vivir muchas vidas, a través de los ojos escrutadores del escritor y del editor.

Pero el libro es también un canto de amor por el cine, tanto es así que nos cuenta que su deseo de vivir en Roma vino de la visión de la película de William Wyler, Vacaciones en Roma, o como le influyó la película de Louis Malle, Los amantes, para enamorarse de París y de su compañera actual, Nicole, como si surgiese de la película misma, así es la mente apasionada de Muchik, donde combine la ficción y la realidad en un mismo instante.

Todas son postales de lugares donde ha sentido su contacto con la vida, sin que la literatura y el cine, verdaderos bálsamos para soportar la realidad, le hayan abandonado nunca.

“Natasha solía ducharse cada mañana con la ventana abierta. Desde la ducha podía ver, a lo lejos, alguna cúpula del Kremlin y una de las esquinas de la Lubianka. Era su costumbre enjuagarse las axilas alzando un brazo después del otro, con la mano extendida. Con unos gemelos un comisario la vio desde la Lubianka y mandó advertirle de que el saludo fascista estaba prohibido. Se presentaron dos agentes en el domicilio de Natasha y le hicieron la advertencia. Le dijeron que el saludo fascista estaba prohibido, aun bajo la ducha. Desde ese día, siempre con la ventana abierta, Natasha se enjuaga las axilas alzando un brazo después del otro, con el puño cerrado.»

Para Muchnik, todas las ideologías que movieron el mundo han caído en desgracia y solo queda el esfuerzo por ser feliz, a través de lo que amamos, como muy bien nos deja claro este libro de memorias, selectivas, pero de lectura amena y fácil.

La prosa de Muchnik es la del escritor que hay detrás del editor, el narrador que se bebió literalmente las grandes obras de la literatura, como Guerra y paz, de Tolstoi o su pasión por la narrativa de Conrad, como deja claro en el libro. Como ejemplo, cito unas líneas de estas memorias que debemos saborear porque Muchnik nos las regala, como si fuese un cuento, el de la propia experiencia vital:

“Para ser enero, hace poco frío. Se puede comer al aire libre, algunos, por lo visto, en mangas de camisa. Saint Jean de Luz, sin embargo, suele ser en esta época no soleada, sino húmeda, a causa del mar”.

La forma en que mira el paisaje de su país, como un tapiz por donde pasea su mirada, hechizada de tantos libros, pero cuyo fulgor solo lo da la realidad de las cosas, el olor de la tierra amada, el sabor de sus cafés, la dulzura de su mundo cotidiano, tan lejos y tan cerca de los sueños:

“El «barrio Norte» de entonces aún conservaba rasgos de la vieja Buenos Aires. La calle Ayacucho hacia arriba, pasada Santa Fe, más allá de Las Heras, tenía la elegancia de una holgura sin alardeo. Más recogida al otro lado de Vicente López, habría preferido esconder el lujo ostentoso que se filtraba por las puertas cocheras de ciertas casas modernas cuando las señoras salían de compras. Pero de la cercana estafeta de correos emanaba el tufo característico de la administración pública expoliada desde siempre por los responsables del erario; un viejo café volcaba sobre el paseante el olor agrio de la caña y la leche hervida; una tintorería donde se planchaban cortinas de hilo europeo derramaba, al compás de un tango viejo, el hedor de los recalentados tanques de lavado. Sobre un alféizar, en una ochava de la que nadie habría podido expulsarlo salvo enfrentamiento a cuchillazos, un canillita exponía la prensa del día.

El tráfico en los aledaños era cualitativamente más o menos como el de hoy, si bien mechado por el ronco, ubicuo traqueteo de los tranvías, unas carrindangas destartaladas de madera cuyo techo parecía seguir con cierta independencia el movimiento del piso, vaivén que falseaba la escuadra de las ventanillas pero no, desde luego, la de los cristales, con lo que, intermitentemente, entre el vidrio y el marco descuajeringado aparecían y desaparecían ranuras triangulares por las que en invierno se filtraban ráfagas polares. No era insólito que el trolley -un asta larga articulada sobre el techo y terminada en una ruedecita acanalada encajada en el cable eléctrico que, varios metros por encima de la calzada, seguía el trayecto del tranvía se zafara y así cortara la corriente. En esos casos, el contralor o guarda saltaba a la calzada, atrapaba el cabo que colgaba del extremo del trolley y, haciendo malabarismos, contorsiones y ejercicios de puntería, volvía la ruedecita al cable y permitía proseguir la marcha. Todo ello tenía su gracia”.

En este texto, vemos la importancia de la ciudad, de sus rincones, de ese Buenos Aires que nos va dejando asombrados, porque sentimos la presencia de los tranvías, con su traqueteo, también el invierno, calando en la mirada, sin olvidar la importancia de los sentidos, porque todo late en la buena prosa de Mario Muchnik, desde el sabor de la leche, hasta el olor del café, son lugares donde la evocación se convierte en presencia viva, nos llegan los sonidos del tango viejo, aquel que es recuerdo, pero que, con su música maravillosa, hacen de Buenos Aires, una gran capital del mundo.


Para el editor, cualquier vivencia cobra relevancia, porque la vida está hecha de pequeñas cosas, que se adhieren a la piel, que nos van dejando su huella perecedera sobre nuestro doliente corazón.

El libro es un canto a Natascha, a su mirada, al eco que deja en la mirada asombrada ante la vida de Mario Muchnik, ese editor que ha conocido los sinsabores de la profesión, pero que, en la línea de otros libros de editores, como nos hizo ver y sentir las memorias de Juan Cruz o de Esther Tusquets, nos va dejando la semilla de una vida bien vivida, donde la nostalgia no olvida el vivir, el deseo de seguir siendo, de estar presente en cada acto de la existencia.

Estamos ante un “libro de flecos”, como nos ha recordado Juan Ángel Juristo en una crítica certera sobre el libro publicada en el suplemento cultural del periódico El Mundo, porque anida en el mismo, muchos apasionantes espacios, donde cada historia retoma su labor de recuerdo, de poderosa imagen que nos envuelve en ciudades inolvidables, en películas que han dejado huella, como su querido cine francés, donde tantos soñaron en los años sesenta y setenta al impulso de Truffaut, Godard y Louis Malle, en su inolvidable Nouvelle Vague, mucho más que una forma de hacer cine, sino una forma de vivir la vida y sentirla, como nos ha recordado hasta la música de Aute en su famosa canción “Cine, cine, cine”.

Y nos habla de Los amantes, película que se filtra como un relámpago en nuestro recuerdo, para hablarnos de la inolvidable Jeanne Moreau, como si la cinta fuese el espacio de encuentro con su querida Nicole, mirada plenamente romántica al mundo, incluso ingenua, cuando recuerda “Vacaciones en Roma”, el cine y la vida, unidos plenamente para dejarnos encandilados de ternura y amor hacia la vida y la ficción que también sirve de bálsamo en nuestro sentir, donde viven pasiones tan plenas como el cine o la música.

Y la literatura, Guerra y paz, obra leída y admirada, los grandes clásicos que viven plenamente en el lector apasionado que es Muchnik, proveniente de un país, Argentina, tan plenamente implicado en la cultura como forma de vida, donde conviven el editor y el lector, en plena armonía, nos habla de Conrad y lo hace con la admiración del que entiende su mundo interior, ese afán visionario del viajero, que también vive en Melville y su gran fresco, Moby Dick, todo un alarde de cultura y de amor por los libros, como si fuesen tesoros llenos de luz que debemos ir descubriendo poco a poco, para enamorarnos plenamente de ellos.

Mario Muchnik, el hombre que ha llorado leyendo un libro, el hombre que deja en estas páginas el maravilloso sabor de sus vivencias, de sus ecos, del fulgor de un mundo que ha amado y ha conocido y al que no quiere renunciar, pese al impulso brutal de un mundo que nos niega ya el tacto del libro, vorazmente amenazado por el higiénico tacto, pero falto de alma, del e-book, Muchnik lo sabe y sigue siendo el editor cuidadoso que ama el papel, que lo mima, para que conserve su luz, el fulgor de la página, el amor por cada instante vivido, como logra trasmitirnos en estas memorias selectivas, pero de indudable calidad.

Sin duda, Muchnik conoce la belleza del paisaje, su luz interior y nos transmite en este libro su amor por la ciudades que ha conocido, pero también su pasión por lo que ha leído, ha visto en películas inolvidables, en realidad, un ajuste de cuentos, no de cuentas, porque solo mira a su interior, a su forma de ver la vida, para que, nosotros, los lectores, podamos sentir su luz, la que ilumina el libro, surcado de sueños y realidades, al unísono.

En el libro, el editor va logrando que las palabras expresen ese mundo vivido, un universo que va desplegando como un mosaico, donde nos emociona ver la luz que queda en ese universo de recuerdos, donde el cine y la literatura conviven para trazar la armonía del lenguaje, la evocación de todo ello en nuestras miradas asombradas. Sin duda alguna, estamos ante un libro de gran calado, que seguirá teniendo sus lectores, admirados por la buena prosa del gran editor y por su amor por el mundo, por la cultura que emana de este universo de recuerdos que llega al corazón en la pluma de Mario Muchnik, de lectura absolutamente necesaria para entender el amor por la vida y por la ficción que hay en ella. Muchnik se nos ha ido, pero queda con su gran obra.


jueves, 28 de octubre de 2021

Revista Ómnibus n. 65




Queridos amigos, 

En este número 65 (octubre 2021) os ofrecemos el siguiente contenido.

En nuestra sección de literatura:






Reseña al libro Dentro de todas las cosas hay amor de Paolo Parrini. Por Rita Bompadre
Reseña: Una mirada al mundo en Los besos de Manuel Vilas. Por Pedro García Cueto

Muchas gracias por seguirnos en esta aventura cultural.
Consejo Editor de Ómnibus.




domingo, 10 de enero de 2021

Estanterías vacías de Ricardo Bellveser

 LA VIDA ES UNA PÁGINA DE UN LIBRO

POR PEDRO GARCÍA CUETO


Llega gracias a la editorial Olé Libros. que está haciendo una gran labor de difusión de grandes poetas, el último libro de poemas de Ricardo Bellveser, uno de los grandes poetas valencianos contemporáneos que ha cultivado no solo la poesía sino también la novela y el ensayo, además de haber sido periodista muchos años. Fue también director de la Institución Alfonso el Magnánimo donde se creó un espacio cultural muy brillante en la capital del Turia. Bellveser escribe ahora Estanterías vacías, un libro que surge de la donación de muchos de sus libros, de una gran parte de su biblioteca, como si algo esencial en su vida fuera despojado para siempre.

El prólogo de José Antonio Olmedo es certero, lúcido, ahonda en la idea del tiempo que vertebra la poesía de Bellveser. Como dice en una de las páginas del prólogo: “Ser leído es volver a vivir en otro cuerpo”. Cierto, porque la lectura es un acto litúrgico, de acercamiento al ser que escribe, de un contacto tácito con las manos que han hecho posible el poema. La gran corriente afectiva pero también intelectual entre Olmedo y Bellveser se palpa en el prólogo, podemos sentir cómo dos mentes lúcidas aproximan sus oídos a un diálogo de enorme lucidez. No en vano, Olmedo es el artífice de un ensayo sobre la obra del poeta valenciano que está a punto de editar Olé libros de la mano de otro amanuense, Toni Alcolea.

Con estos mimbres, el tejido del libro solo puede deparar sorpresas, certidumbres, claridades. Al entrar en el mismo nos encontramos con el primer poema que nos deslumbra titulado “Las estanterías vacías”:

“Mi biblioteca viva. / tenía su voz y sus truenos, ahora / el silencio se ha ido adueñando / de los estantes, y apenas percibo / su jadeo, como el de quien retrepa / el empinado barranco de la melancolía”.

Esa biblioteca que se vuelve corpórea, como un ser vivo, donde los tomos son como seres que han ido acariciando la mano del poeta, que han iluminado sus ojos, ahora se convierte en un vacío, tan cruel como la muerte de un ser querido, donde oímos su voz como un eco que ya es solo eso sin una presencia que la adorne de luz. La decisión de la donación se torna en dolorosa, porque viene también en un momento difícil de la vida del poeta donde se plantea la existencia, cuál es el lugar que ocupamos en el mundo.

Como el que ama sin saber que lo que le pertenece es efímero, Bellveser se siente dolido porque ahora sí comprende que los libros que a veces estaban allí indiferentes lo eran todo para él:

“¡Ay literatura!, ay libros / perdóname porque no te haya / dignificado lo que te mereces”.

La vida se convierte entonces en un espacio vacío sin libros, solo queda recordarlos, memorizarlos, como mostraba Bradbury en su famosa novela que llevó al cine Truffaut, libros que siguen con nosotros, que nos acarician como fantasmas. Para el poeta valenciano, literatura y vida son un solo paso, una convergencia que culmina en el poema “Vivir en los libros leídos y no”:

Estanterías vacías

“Vivir y leer, una misma cosa, leer es vivir / por medio de otros, de prestado tal vez, / vivir en lo ajeno, cuando esas líneas / entran en nosotros y en nosotros se quedan.”


La literatura se convierte en vida y vivimos más lo que leemos que lo que nos rodea, se nos aparece la Maga de Cortázar o el Quijote de Cervantes, la realidad se torna un espejismo y la lectura todo.

El poeta enviuda de su propia vida, como dice en el excelente poema titulado “La vida según Borges”, pero luego llega en otra parte del libro el sentido del tiempo, la sensación de haber vivido y no saber si ha sido el camino correcto, si ha servido para algo en realidad. En el poema “Libros y virus”, dice el poeta:

“Ahora lo voy entendiendo: / he vivido, si no mucho, sí lo bastante, / pero apenas he aprendido nada”.

   Ante la inminencia de la vejez y de la enfermedad, Bellveser se confiesa confuso, envuelto en las briznas de un tiempo que se borra, que apenas se vislumbra, el pasado se pierde en la neblina. Por ello, en los poemas “La enfermedad” y “En los quirófanos” late el hombre cuya conciencia sigue intacta, su lucidez a flor de piel, pero el cuerpo se convierte ya en un extraño, porque traiciona el deseo de seguir, impone el dolor como aventura vital. Dice “En los quirófanos”:

“Al regresar del sueño / he comprobado que mi carne / tiene prisa por reunirse con la muerte”.

   Bellveser sabe que todo es derrota al final y en el momento en que nos vemos desnudos ante la adversidad nos vemos consolados por el recuerdo, por los afectos y por esos libros que ya no ocupan espacio en su estantería, pero que le persiguen ya sin rencor alguno.

   Impresiona también por la gran honestidad de este libro que nace de un momento vital duro el poema “La soledad total” donde la certeza de Darío en “Lo fatal” cumple su rito, estamos abandonados a esa soledad definitiva del nicho donde la vida solo sea un espacio concluido, finalizado, del que ya apenas quedará nada:

“La soledad total es la soledad del nicho, / preludiada por el sonido de la caja / al entrar en la última atmósfera sin aire, / es la soledad de un libro no leído…”

  Sin duda, el ser se va definitivamente y deja en los otros un eco que con el tiempo se hace más distante, pero que al igual que un libro no leído pasa a formar parte del olvido. En la senda de Cernuda y de su magnífico “Donde habite el olvido”, Bellveser se pregunta qué es la vida, qué sentido tiene todo lo que ha pasado y lo que queda por pasar. 

   El libro lleva un aliento pesimista pero lúcido, hondo, que deja un hueco para el optimismo y ese es el recuerdo como deja caer en el poema “…Y llegará la lluvia”:

“Nunca hemos sido tan libres / como cuando nuestros cuerpos / estaban nuevos, sin amenazas / ni espejos que recitaran sus verdades”.

   Ese tiempo ido, quizá el de la niñez o el de una juventud libre y sin miedos le llega, ahora es eco cuando pasea y ve a una pareja que se mira a los ojos. Quedan briznas entonces de un esplendor que él también vivió.

   Y concluyo, pese a que hay muchos poemas que merecen ser comentados (el que dedica al reloj es también estremecedor), con un homenaje a la poesía, porque es ella la que queda, la que permanece junto al poeta en esa soledad del tiempo y del dolor. Así concluye esta declaración de amor que hace de este libro el más verdadero de todos, porque  la hondura de los poemas viene transida de emoción y de verdad:

“Todo se lo debo a ella. / de la vida a la toma / de altas torres de arrogancia. / el haberme permitido / que le hiciera el amor. / como a una muchacha / a la que le vibraran los pechos / al caminar de la carne”.

   Es la poesía entonces el último refugio, el que nunca abandona, el espacio donde uno puede abrazarse hasta el final, cuando ya no seamos más que una memoria sepultada entre ortigas, como diría el maestro Cernuda. 

   El libro es un paisaje emocional que nos rompe por dentro porque expresa la certidumbre de un hombre que ya conoce su destino y que se aferra a la vida, a esos libros que no están pero que permanecerán para siempre, incluso los no leídos, esperando la caricia del poeta, como si fueran una luz en la oscuridad que al final lo resume todo. Ricardo Bellveser hace de Estanterías vacías el mejor canto a la vida, a su efímero pasar y a ese mundo que le ha dado todo, pese a que las páginas no leídas sean también las que no se han recorrido. Un gran libro de un gran poeta.


TÍTULO:  ESTANTERÍAS VACÍAS

AUTOR: RICARDO BELLVESER

EDITORIAL:  OLÉ LIBROS

AÑO: 2020.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Harold Bloom



LA HONDURA DE HAROLD BLOOM, SUS LUCES Y SOMBRAS


POR PEDRO GARCÍA CUETO


Harold Bloom
Harold Bloom
   Pocos críticos han mirado la obra de Shakespeare con la hondura del recientemente fallecido Harold Bloom, su obra se ilumina como un destello en el infinito panorama de críticos que han asolado el panorama de la literatura contemporánea.
  Bloom ha sido un gran profesor, pero también ha sabido mirar a través del Canon Occidental la obra de muchos de los grandes: Dante, Tolstoi, Montaigne, Moliere, Whitman, Milton, Joyce o Virginia Woolf. Era Bloom un pensador que enriquecía, como un creador, con sus opiniones el texto, haciendo que la semblanza de muchos de los estudiados cobrará nueva resonancia, precisamente por venir de su mano.
  Por decirlo de otro modo, miraba con la hondura del humanista que perpetra a través de sus opiniones un nuevo magisterio, haciendo que el lector quede atrapado en esa senda, es decir, que vaya a los grandes novelistas con ojos nuevos, entrenados.
    Para Bloom, Shakespeare y Dante están en el centro del canon, cito al crítico:
“Shakespeare y Dante son el centro del canon porque superan a todos los demás escritores occidentales en agudeza cognitiva, energía lingüística y poder de invención”.
   Es sin duda alguna esta apreciación una apuesta arriesgada, porque deja fuera o al margen el poder impresionante de Cervantes en su Quijote para inventar personajes que cobran vida y que tienen un psicologismo indudable, tanto es así que la novela abre la senda de la narrativa moderna porque la invención de estos personajes se convierte en universal, pero también deja fuera a otros, que han generado espacios de gran agudeza cognitiva, como Dostoievski o Tolstoi, sin olvidar a Thomas Mann y la grandeza de sus propuestas en novelas inmensas como La montaña mágica.
William Shakespeare
William Shakespeare
    En mi opinión, Bloom acierta en parte, abre una senda, porque es difícil emular a Shakespeare, tan hondo que traspasa cualquier apreciación, en sus obras cabe toda la dimensión humana, esa capacidad de ver  todos los espejos que tiene un ser humano, logrando personajes que son diseccionados en múltiples matices: Hamlet, Otelo, Macbeth. Lo que Bloom simplifica es precisamente lo que hace al canon un artificio dudoso, no podemos entrar en un ejercicio de protagonismos, sin entrar en lo que es meramente opinión. Es, sin duda, una opinión muy bien argumentada, pero opinión al fin y al cabo.
    La opinión de Bloom sobre Dante también es cuestionable, Dante era un transgresor, su Divina Comedia es un lúcido artificio sobre el ser humano, convertido en un mosaico de diferentes voces que resuenan en el eco de un silencio. Dante es el espejo de una época, donde la metáfora todavía no es un recurso literario pero que cobra en el italiano una fuerza impresionante, de ahí al símbolo hay un paso.
   Bloom es, sin duda alguna, un entomólogo que busca, bucea y disecciona, pero deja de lado miradas, ecos como los que produce la literatura de D.H. Lawrence, imaginativa y sensual, apenas cita a los españoles en el Canon, sin tener en cuenta a Baroja, Galdós o tantos otros, que han dado al idioma no solo perfiles, sino también retratos poderosos, que siguen vigentes en nuestro tiempo.
  En mi opinión, Bloom se centra demasiado en Shakespeare, un artista de la palabra y un jugador aventajado del idioma, pero olvida el vuelo de escritores que han abierto brechas a la narrativa como Malcolm Lowry o el citado Lawrence.
   Es consciente el gran crítico de la fuerza de una Virgina Woolf o de George Eliot, pero deja en ese canon la mirada de muchas escritoras americanas que son de un prodigio verbal inusitado como Carson McCullers. La voz de la española Emilia Pardo Bazán para explicar el naturalismo en Los pazos de Ulloa es olvidada porque Bloom se centra en el mundo anglosajón principalmente. Se agradece que cite a Whitman y lo analice, con esa capacidad de ver en Hojas de Hierba un canto a la libertad que pocas veces se ha dado en la literatura.
   Concluyo con esta idea: Bloom abre polémicas, enciende discusiones y plantea nuevos prismas donde mirar la literatura, es esencial su legado porque podemos no estar de acuerdo, pero da a la crítica razones apasionadas (era muy conocido por su prodigiosa memoria para recitar en sus excelentes clases a los grandes). Muere un hombre de gran estatura que, de alguna forma, aunque haya dialogado con unos más que con otros, conoció y vivió el amor por los libros como un legado universal.

lunes, 6 de mayo de 2019

Homenaje a Paca Aguirre

PACA AGUIRRE: COMO SI EL ALMA NO MURIESE



POR PEDRO GARCÍA CUETO



Francisca Aguirre
Francisca Aguirre (1930-2019)
  Parece que la escucho en un silencio de la estancia vacía cuando acaricio uno de sus libros, recuerdo a su querido Félix hablando de los premios literarios un día de actos sociales y ella allí, como si cobijase a todo el mundo, mujer generosa y grande, como muy pocas.

   Venía del mundo de los vencidos de la guerra, pero ella era ganadora en ilusiones y en alegría, mujer que concitaba al mundo en el verso, todo se alumbraba, como si su mar alicantino, hermoso de olas, la escuchase siempre.

  Tras Ítaca, premio Leopoldo Panero en 1972, llegó en 1976 el poemario Trescientos escalones, dedicado a su padre y por el que le concedieron el Premio Ciudad de Irún ese mismo año. Dos años después publicó La otra música, completando esta primera etapa de su obra.

   Pasaron diecisiete años hasta que volvió a publicar dos libros en prosa, en 1995ː Que planche Rosa Luxemburgo, de narraciones breves y las memorias Espejito, espejito. Posteriormente, Ensayo general (1996) y Pavana del desasosiego (1999) fueron los poemarios que publicó. Finalmente, en el año 2000, publicó Ensayo general. Poesía completa, 1966-2000, donde se recoge toda su obra poética hasta esa fecha.

  La herida absurda (2006) y Nanas para dormir desperdicios (2007). En 2010 obtuvo el Premio Miguel Hernández con su poemario Historia de una anatomía, obra con la que ganó en 2011 el Premio Nacional de Poesía. Ese año publicó Los maestros cantores y en 2012 Conversaciones con mi animal de compañía.

 Seis años después, volvió a publicar varios libros de poesíaː

   En enero de 2018, la editorial Calambur publicó su obra completa bajo el título Ensayo general. En noviembre de ese mismo año 2018 recibió el Premio Nacional de las Letras. En opinión de su hija, Guadalupe Grande, y de ella misma, este premio serviría para reivindicar la herencia de todas esas voces femeninas que fueron quedando de lado. A veces, por doble motivo: por ser mujeres y por estar exiliadas.

  En Paca, aparte de su obra, late el cariño por un tiempo que se va, por esos seres que le siguen hablando en la distancia, esos amigos que vuelan en otro tiempo, Juan Gil-Albert, Rosa Chacel y tantos otros, en su universo, Paca vive la voz honda del mar, que la llama y le pide que escriba, ella mira los versos de su querido marido, el mundo del folclore hecho arte, canción honda y pura.

    En Paca vivía el cariño por Luis Rosales, tan amigo de Félix Grande, ese Rosales que llevaba las palabras como plumas, que creía en el verso en aquella casa encendida que abría la puerta a los muertos, ya vivos para siempre en el recuerdo.

  Desde Ítaca, claro homenaje a los exiliados, a sus Nanas para dormir desperdicios, en Paca viven muchas voces, aquellos ecos de la mujer que sueña en la baranda, buscando en la estación del tiempo, luz inaugural,

    En el poema “Testigo de excepción”, dirá que el mar lo es todo, ese espacio de luz que llena la vida y le da aliento:
“Un mar, un mar es lo que necesitó. / Un mar, un mar y no otra cosa. / Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre”.
  O en el poema “Hace tiempo”, nos habla de la infancia, esa que vivió como si fuese un sueño hasta que la muerte de su padre la dejó herida para siempre:
“Recuerdo que una vez, cuando era niña / me pareció que el mundo era un desierto”.
    Esa vida que se fue componiendo cuando empezó la lectura, el hambre por los libros, su contacto con grandes como Gerardo Diego, Delibes y tantos otros, cuando conoció a Félix y el universo del amor fue gestando libros, palabras, versos que tenían eco, en aquella casa donde los libros estaban vivos y tenían el aroma de un tiempo que no muere.

   Un día me abrazó, ya que le hablé de mi admiración por su obra, de ese libro que debía reunir a muchas escritoras valencianas, en la que estaría su poesía, espacio de luz que hoy se ha vuelto oscuro. Me habló de Juan Gil-Albert, de cómo lo conoció, también de su padre, otro héroe que el tiempo ha ido disipando, en aquel arsenal de muertos que han ido quedando en la memoria de los que amamos una época de paz y de sosiego y no de guerra y destrucción. Paca, no te vayas, aún te queremos, siempre en nuestro corazón, tus versos siguen volando en nuestra memoria, aún, Paca, eras la niña que amó a su padre hasta le eternidad, porque la infancia deja huella y la tuya sigue viva en los que te querremos siempre.

jueves, 25 de abril de 2019

El Sur de Víctor Erice


EL SUR DE VÍCTOR ERICE: CUANDO DUELE EL TIEMPO

POR PEDRO GARCÍA CUETO


El Sur. Víctor Erice
El Sur. Víctor Erice
   Con El Sur (1982) llega la segunda obra maestra del director vasco, en este caso, cuenta la historia de otra niña, Estrella (Sonsoles Aranguren), que viaja con su padre, Agustín, siempre en tren (de nuevo, el tren, máquina que huye del tiempo en busca de una felicidad que la vida niega). Todos los viajes vienen del Sur y del pasado o van hacia él. Aparece la casa familiar donde el padre y su hija alientan un mundo de sombras, pero también de luz. La llaman “La Gaviota”, donde muy pocas personas viven en el interior, anidando un espacio que conoce el dolor que trasmite el silencio, en la línea de El espíritu de la colmena.
   El péndulo es otro elemento fundamental, donde Agustín (un extraordinario Omero Antoniutti) crea un mundo de sueños y de sombras, en el desván de la casa, allí aprende Estrella la capacidad de su padre como demiurgo, como hombre que traslada sus silencios al otro lado de la vida. De nuevo, hay una referencia clara a su película anterior, El espíritu de la colmena, donde Ana, la niña, miraba el pozo, los giros de la piedra al caer al agua, aquí son los vaivenes del péndulo, en un acto místico inolvidable. Hay algo sagrado en la comunicación interrumpida entre padre e hija, las palabras se encuentran a veces con los silencios donde dormita una historia clandestina y secreta del padre.
   Julia (Lola Cardona) es la testigo del mundo del padre, la que conoce el secreto, por ello, será ella la que cuenta a la niña la historia que tuvo lugar en el Sur, donde su padre tuvo un amor especial, alguien que sigue perenne en su memoria, Irene Ríos. Sin olvidar a la criada, una inolvidable Rafaela Aparicio, que envuelta en su sabiduría escénica, cuenta a la niña revelaciones e historias, en su afán de dar una visión onírica a la vida.
   Sin desvelar más sobre la historia, vemos la magia de la mirada de la niña, las sombras del padre, la importancia del cine, Irene Ríos es una actriz que cautivó al hombre que hoy es la devoción de Estrella, la importancia de las cartas. Todos son elementos aparecidos en su anterior película, que van cobrando significados cada vez más hondos, lo que refuerza la idea de que el cine de Erice es un cine de símbolos, de objetos que empiezan a cobrar toda su intensidad, de miradas que pesan en las sombras de la casa, de silencios, cargados de verdades.
   Agustín, hombre que no encuentra nada ni nadie para superar su dolor, acabará quitándose la vida, lo que refuerza su hermetismo, su incapacidad para permanecer en el mundo y disfrutar de la devoción que su hija siente por él, nos encontramos con un padre que niega el afecto a su hija, al menos en lo más profundo de su ser.
 
El espíritu de la colmena. Víctor Erice
El espíritu de la colmena. Víctor Erice
   Película mágica, que nos desvela un mundo único, El Sur es un paso más allá de El espíritu de la colmena, porque en ella vemos de nuevo las miradas de los protagonistas, sus silencios, las ventanas que se abren a un pasado que es misterio y por la que transitan recuerdos y olvidos, sombras y luces.
    Si el personaje de Fernán Gómez en El espíritu de la colmena reflejaba la pérdida de identidad de un hombre que había perdido la guerra, Agustín es un perdedor, un autómata que vive su vacío, el recuerdo de Irene Ríos, la incapacidad para entender el mundo presente, en una búsqueda que solo puede conducirle al abismo.
    En el cine de Víctor Erice, autor de tres grandes películas, los símbolos van tamizando todo, cualquier espacio cobra significación, lo que refuerza la idea de que el lenguaje cinematográfica es sumamente visual, lo podemos trasladar a la literatura, porque los breves diálogos son poemas incompletos, hay una lírica profunda, honda, en cada imagen, en el desgarro de unos seres humanos que han perdido la fe en la vida y que expresan en sus silencios su desarraigo vital.
    Erice también tiene en cuenta el mundo de los niños, porque, al igual que en El espíritu de la colmena, hay una clara confrontación entre adultos y niños, los primeros guardianes de secretos que les llevan a la infelicidad y los segundos, seres que van descubriendo la vida en su lucha entre las luces y las sombras, los juegos de las hermanas de El espíritu de la colmena eran una forma de alejar el fantasma del pasado de los adultos, son la única forma de exorcizar los demonios de un mundo que se deshace, un espacio que ha dejado de tener sentido, donde la vida es inhabitable.
     El Sur es una hermosa película, de bella fotografía, de miradas que se van cincelando en nuestro interior, de diálogos que quedan ungidos en nuestra mente, son jeroglíficos que podemos traducir, llevándolo todo a una realidad que ya carece de sentido, donde duele el tiempo y la vida queda en sombras. 
El Sur. Víctor Erice
Víctor Erice
  
Por ello, el fatídico final, único posible a esta película de largos silencios, de miradas hondas, donde Erice compone un fresco de sentimentalismo y una personalísima mirada al cine, esa fábrica de sueños que aquí expresa cómo el mundo adulto y el de la infancia ya no pueden encontrarse, son dos espacios opuestos, el primero repleto de sombras y el segundo en construcción, una infancia que sin querer conformará a mujeres (esas niñas de El espíritu de la colmena y El Sur) con miradas que desvelan el pasado que ha marcado trágicamente sus vidas. Simplemente expreso esta intuición, pero afirmo que la infancia es nuestra verdadera patria y todo lo que somos viene de atrás, de la manera en que vimos y sentimos la vida cuando éramos niños. Erice sabe que hay un paraíso desterrado, un edén que ya no podremos conquistar de mayores, me refiero, cómo no puede ser de otra manera, a la infancia. Con El Sur nos queda un dolor adentro, un pálpito triste, una mirada honda a las luces y sombras de la vida, mi película española favorita, toda una obra maestra.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Revista ómnibus n. 59

Revista ómnibus n. 59


Queridos amigos:
En este número 59 (diciembre 2018), os ofrecemos el siguiente contenido.

En nuestra sección de literatura:
La membrana del ala, selección de poetas uruguayas por Silvia Guerra y Claudia Magliano.
Artículos críticos de Isabel Castro, Consuelo Triviño, Pedro García Cueto, Sylvia Miranda y Anabelle Aguilar.

En creación literaria, hemos seleccionado poemas de Gerardo Miranda, TS Hidalgo, Ana Romano y Alfredo Vento, y relatos de Domingo Alberto Martínez y Daniel Estefan Berrio .

Muchas gracias por seguirnos en esta aventura cultural.
Consejo Editor de Ómnibus.
revista ómnibus n, 59

viernes, 17 de agosto de 2018

Revista ómnibus n. 58

revista ómnibus n. 58
revista ómnibus n. 58
Queridos amigos:
En este número 58 (agosto 2018), os ofrecemos el siguiente contenido.

En nuestra sección de literatura
Artículos críticos de Ofelia M. Uta, Yesenia Ramírez, Consuelo Triviño, Jhon Walter Torres Meza, Yamila A. Audisio y Pedro García Cueto.

En creación literaria, hemos seleccionado poemas de Flavia Cosma, Mónica Urrutia y Pedro García Cueto, y relatos de Susana Swarzc, Marcos Fabián Herrera, Alexander Prieto y Mario Wong.

Una interesante entrevista a Reynaldo Jiménez por Rolando Revagliatti

En cine, una reseña a la película No de Pablo Larraín, por Ana M. Aguilera.


Muchas gracias por seguirnos en esta aventura cultural.
Consejo Editor de Ómnibus.

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miércoles, 6 de diciembre de 2017

El Mirador de Velintonia o la mirada nostálgica de un poeta

EL MIRADOR DE VELINTONIA O LA MIRADA NOSTÁLGICA DE UN POETA

POR PEDRO GARCÍA CUETO

   La Fundación José Manuel Lara ha publicado Mirador de Velintonia, con el subtítulo De un exilio a otros (1970-1982), un estupendo libro que hace un repaso por muchas figuras que su autor, el periodista, poeta y novelista canario Fernando Delgado ha llevado a cabo, como si fuera un entomólogo, mirando el paisaje de estos seres, sus formas de ser, su presencia en su vida, late en el libro un deseo de evocar a muchos de los grandes de nuestras letras. Por el libro desfilan Paco Brines, Carlos Bousoño, Pablo García Baena, Claudio Rodríguez, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, etc.
   La gran virtud del libro es el respeto que el autor tiene con todos, son espejos donde Fernando Delgado se ha mirado, desde muy joven y comenzando con el encuentro con Neruda, al lado de su amigo Juan Cruz, el autor va trazando con mirada de amanuense, como aquellos que iban componiendo las palabras lentamente, otorgando belleza a su labor de copistas, los encuentros con cada uno de ellos, fueron muchos los amigos que Fernando fue cultivando, en el libro va contando sus impresiones, como si de un bello paisaje se tratase.
   Excelente es el retrato de Max Aub que paseaba con Delgado por el Retiro, ya mayor, la descripción del autor merece la pena:
“Sus ojos bien despiertos, nuevos de curiosidad tras sus gruesas lentes de miope, revelaban ansiedad ante el tiempo distinto que atisbaba y si entraba por descuido en la batalla del abuelo eludía con ironía lo que acaso tomara por desliz” (p. 104).
    Sin duda alguna, Delgado sabe ver a sus personajes, entenderlos en su interior, los retrata, pero no los juzga, hay una libertad presente, son seres que hacen historia al nombrarlos, todos con sus creaciones, sus exilios, sus penas y sus alegrías. Para Delgado, Aub “fue una rareza, un español por propia voluntad”.
    El de Juan Gil-Albert también es un retrato muy bello, el escritor de Alcoy que fue gestando una obra silenciosa, como un amanuense que escribe solo en su sala, sin nadie a quien dirigir su obra, en un exilio interior que duró décadas, hasta que unos cuantos escritores le dieron el prestigio que siempre se mereció, Dice Delgado sobre Juan:
“Sus inteligentes reflexiones, la coherencia de sus gustos, el deslumbramiento nunca disimulado ante la belleza, nos mostraban a un personaje profundamente enamorado de la vida que en la avanzada edad –había nacido en 1906 y  mi primer encuentro con él se produjo a principios de los años setenta- tenía a la vida por recién estrenada y aún parecía ser sorprendido por ella” (p. 117).
    Pero el personaje principal es siempre Aleixandre, su generosidad, su casa de Velintonia, donde centenares de escritores fueron a visitarlo, era el lugar de confesión, el proscenio donde los poetas iban desfilando, ante la generosidad del vate, del maestro, del hombre que hacía de su armonía todo un mundo.
    Sin duda, para Delgado, no hubo enemigos para Aleixandre, siempre modesto, generoso y acogedor, un hombre inolvidable ciertamente y gran poeta, como muy pocos lo han sido.
   La preferencia de Aleixandre por dos amigos entrañable, Lorca y Miguel Hernández, como le contó a Delgado, el pesar por no haber podido salvarles la vida, esa huella que queda en el gran hombre que ha confraternizado con ellos, donde encontraron, allá en Velintonia, el lugar de la poesía, más allá de la propia vida.
  
Fernando Delgado
  El libro contiene anécdotas divertidas, como la aparición del extravagante Vicente Núñez, cuando Baena, Delgado y Villena se lo encuentran en un viaje, hay mucho humor en ese episodio y melancolía en el libro, todo un testimonio de un mundo que nadie podrá olvidar.
    Para los lectores, el libro es emotivo, vemos a Brines, a Bousoño, en la presentación en Madird, en la librería Alberti, Delgado dijo que no había conocido a alguien más inteligente que Gil de Biedma, a pesar de su carácter y su difícil trato.

    Al hablar de todos ellos, el respeto, la admiración, el deseo de reencontrarse con ellos, vive, respira, haciendo de este un bello libro de lectura muy recomendable, todo un tratado de humanidad que debemos saborear poco a poco, como los buenos vinos.