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martes, 11 de febrero de 2014

Revista Ómnibus n. 45. Especial poesía centroamericana

Revista ómnibus n. 45. Especial poesía centroamericana
Queridos amigos,
Ya está disponible el nº 45 de la revista ómnibus, donde os ofrecemos el especial sobre poesía centroamericana, selección y coordinación de Zingonia Zingone y Otoniel Guevara, edición de M. Ángeles Vázquez.
Nuestro agradecimiento a Mario Meléndez por su cooperación en este número.

Acceso al número completo de la revista: 
Un tapiz en el Centro: Un coro de poesía contemporánea de América Central.

La poesía de esta región se parece a su historia y a su naturaleza. Ligada amorosamente a la tierra, pasó de la ceremonia de la muerte a la de la destrucción. Colmada de adioses, se aferra a los hijos y al maíz. Lo que hace su mano atlántica nunca lo sabe su mano pacífica. La desigualdad y la diferencia son lo que hacen de Centroamérica una identidad irracional [...] La presente muestra nos permite dialogar con diversos textos desde otra perspectiva [...] Sus secciones dan cuenta de poemas que aparecen unidos por un mismo tópico, un mismo temple, generando en el lector esa empatía necesaria que lo aproxima al hallazgo y al asombro.
En este número, dada su trascendencia, se ha obviado la siempre iluminada poesía del Caribe, con toda su carga vital y emotiva, que será, sin duda, objeto de estudio en un próximo número de la revista.


Equipo de dirección
Revista ómnibus 

miércoles, 8 de enero de 2014

Presentación en España de Los naufragios del desierto

Próximamente será presentado en España ( Málaga, Granada y Madrid) el último poemario de Zingonia Zingone Los naufragios del desierto. Para conocer más acerca del libro y de la autora podéis leer una entrevista reciente realizada por el escritor chileno Mario Meléndez y una reseña al libro de Joaquín Badajoz.



PRESENTACIONES:









sábado, 30 de noviembre de 2013

Zingonia Zingone: Entrevista

ENTREVISTA A ZINGONIA ZINGONE

Por Mario Meléndez



Los naufragios del desierto
Vaso Roto Ediciones, 2013
En tu último libro Los naufragios del desierto (Vaso Roto ediciones) podemos apreciar un desplazamiento hacia otras regiones, hacia otras claves que cohabitan en tu imaginario. La poesía de oriente ocupa un lugar preponderante en esta nueva etapa ¿Cómo se produce esta derivación?
Toda creación poética encierra un misterio. Es el fruto de lecturas, vivencias, percepciones, pero también y, yo diría sobre todo, de un misterioso dictado. El desierto es el espacio del silencio, y en el silencio se abre el oído de nuestros sentidos, predisponiéndonos a la escucha. Escucha que permite se mezclen nuestros conocimientos directos con aquellos indirectos, o dictados. Los naufragios del desierto nace más de mi relación con ese silencio que de estudios sobre la poesía de oriente.
Aunque sí me mueva la sabiduría de los sufí (recomiendo la lectura de Pensadores de Oriente de Idries Shah), y sí haya vibrado mucho en los versos de Rumi, Khayyam y Hāfez, no siento que este libro sea producto de la filosofía oriental. Mi imaginario del desierto se desarrolla a partir de El extranjero de Albert Camus. Esta novela, que leí por primera vez en la adolescencia, me marcó de manera muy profunda e instaló en mí la potencia del desierto humano. En contraposición a esto, en mí yace firme la presencia bíblica que se refleja en las vidas de mis tres protagonistas: para ellos el desierto es vacío y plenitud; condición indispensable para transformar las heridas en luz.
Sería injusto para con el impulso creativo que originó este libro, que yo elaborara ad-posteriori un fundamento racional. Releyéndolo me doy cuenta que en él cohabitan numerosas claves, y que en realidad no tiene importancia ni el cuándo ni el dónde ni el cómo, porque el tema es la existencia. Y la existencia, por su naturaleza, se impregna de lo circunstante pero lo trasciende.


¿Cómo se da esto de escribir preferentemente en español siendo italiana de origen? ¿Por qué crees que se genera esta dinámica inusual?
Yo pasé mi infancia en Costa Rica, llevé a cabo mis estudios en inglés, y en casa siempre y sólo escuché hablar italiano. Mis primeras composiciones poéticas (a los 12 años) fueron en inglés. Supongo que el ritmo de las palabras que retumbaba en mí con mayor fuerza era el de mis lecturas escolásticas. Con el tiempo, migré hacia el italiano, en paralelo con los estudios universitarios (Economía) que cursé en Roma, en italiano. Finalmente, al mudarme de nuevo a Centroamérica, a los 27 años y por asuntos profesionales, encontré mi resonancia en el idioma castellano. Es en Nicaragua donde comencé a descubrir matices del idioma que me pertenecían desde tiempos antiguos, y poco a poco me fui afianzando en él.
En Nicaragua también aconteció el Amor. El idioma del amor es el idioma del corazón, y el corazón es aquel que origina todos los latidos. Por ende, aunque a veces pueda cometer errores en español, debidos a su similitud con el italiano, sé que mi pulsación poética le pertenece. Es un latido hispanoamericano. Ya el idioma de mis lecturas se ha vuelto indiferente; a la hora de tomar la pluma entre las manos, los versos surgen en español. Esta dinámica no aplica ni a la narrativa ni al ensayo, géneros en los que me expreso libremente en italiano, inglés y español.
Sin embargo, en respuesta concreta a la pregunta ¿por qué creo que se genera esta dinámica inusual?, tengo que apelar nuevamente al misterio poético.


A la luz de tu experiencia ¿qué diferencias claves adviertes entre la poesía italiana actual y la que se hace en Latinoamérica?
Aclaro que no soy una experta en esta materia, menos una gran lectora de poesía contemporánea (todavía tengo mucho por leer del mundo clásico)…
En términos generales, en la poesía actual italiana percibo más concepto que entrañas. Se siente cierta sumisión a las grandes voces del siglo pasado, y el refugio en un refinamiento estético, salida que se convierte en cerco. Parte de la poesía sigue aferrada a las ideologías difuntas, mientras que otra busca un espacio en el cerrado panorama cultural. Esto último, pareciera ser más importante que la mera esencia del acto creativo, que tiende naturalmente hacia la “ruptura de los esquemas”.
Me atrevo a decir que esta situación responde en parte al estancamiento de la sociedad: los grandes sufrimientos (guerras y pobreza) son sólo recuerdos, y por ende un concepto, y no un sentimiento vivo. Así mismo, la esperanza, que no se vislumbra ni en la economía, ni en la política, ni en la reconquista de los valores fundamentales, constituye una especie de concepto frustrado.
En Latinoamérica, en cambio, la pobreza sigue vigente y las heridas son más frescas; también, es más palpable la esperanza de salir adelante y superar los históricos abusos. Esto se transmite a la lírica, que todavía logra involucrar al lector, provocando en él un movimiento desde adentro hacia fuera y no viceversa. En una tierra que funda sus orígenes en el conflicto entre amerindios y conquistadores, el modus vivendi es la “ruptura de esquemas”. No hay estática en esta lengua rica de resonancias, que engendra poesía como expresión propia de su existir. Y en este sentido, me parece iluminante un trozo del diálogo entre Jung y el indio de Nuevo México “Lago de montaña” (Carl G. Jung, Recuerdos, sueños pensamientos):
«Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos». Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones.


El hecho de dominar varios idiomas te ha permitido leer en lengua original textos fundamentales y traducir también a importantes autores ¿Cómo te sientes en esta labor de traductora?
Traducir es mi forma natural de hablar. Me muevo mucho entre Europa, la India y Latinoamérica, e intercambio con frecuencia mensajes con poetas diseminados por el mundo, por lo que ya se me hizo costumbre pasar de un idioma a otro. Traducirlos y traducirme.
Ahora bien, la labor de traducir poesía no implica sólo dominar los idiomas, sino que entender la cultura que un idioma encierra, para así poder trasponer una cultura en otra, un idioma en otro, un poema en su equivalente traducido. Por esta razón, me siento más cómoda trabajando con la poesía procedente de una cultura que conozco bien.
Prefiero siempre traducir al español. Y aclaro que no es español de España.
Tengo sensibilidad cultural y lingüística para con Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y la India. Pero también me atrevo a traducir la poesía árabe desde el inglés y el francés conjuntamente, y la poesía de los países nórdicos desde el inglés.
Donde se me dificulta la labor, es en el desencuentro con un texto. Si no logro sintonía con el poema que traduzco, es difícil que el resultado me satisfaga, por lo tanto, mi política es traducir sólo lo que me gusta.


Zingonia Zingone
Tu relación con Latinoamérica es muy cercana. Viviste algunos años en Costa Rica y has viajado por varios países de este continente. ¿Por qué se produce esta empatía? ¿Te sientes parte de una cultura, de un tejido social en permanente ebullición?
La empatía está fuera de nuestro control: o se manifiesta o no se manifiesta; no se puede construir a partir de la racionalidad.  
Al pasar mi infancia en Costa Rica, por simple osmosis ambiental, quedé permeada de latinoamericanidad. Me refiero, entre otras cosas, a la lengua, a la música, al dulce de leche y a la tortilla, a la devoción por la Virgen, y a la baraja étnica. Sobre todo, quedé llena de trópico, de esa relación entrañable con la naturaleza.
Más que sentirme parte de un tejido social, siento un vínculo más íntimo, una afinidad profunda. Tan es así, que al mudarme a Nicaragua ya como adulta, sentí que de alguna forma estaba regresando a casa.
En Costa Rica falleció mi padre. En Costa Rica nació mi hijo. La familia paterna de mi hijo es nicaragüense y peruana, por lo que en los últimos diez años, mi vínculo con América Latina se ha ido fortaleciendo siempre más. El amor es el más poderoso de los motores y del amor por una persona, puede nacer el amor por un pueblo, por un territorio.
Regresando al tema de la empatía, creo que vale la pena mencionar que mi memoria sensorial juega un papel importante. Desde niña, siempre la he tenido muy desarrollada, en contraposición con la pésima memoria para con números, datos y textos. El hecho de retener impresiones, las convierte en algo mío, extendiendo mi zona de confort. Esto no sólo me pasa a través de la experiencia personal, sino que a través de la lectura. El ejemplo más impactante implica a Neruda. Estando en el colegio, leí Entierro en el este, un poema que describe un ritual crematorio en las orillas del río Ganges. Me impactaron tanto los ruidos (“pasan sonando cadenas y flautas de cobre” y “el creciente monótono de los tamtam”), los olores punzantes (“azafrán y frutas”, “el humo de las maderas que arden y huelen”), así como colores y texturas (“envueltos en muselina escarlata”), que al visitar la India, hace 5 años, sentí que el país me pertenecía. Esto seguramente se debe también a mi domino del inglés y al trópico que vive en mí.
En resumidas cuentas, sí me identifico profundamente con América Latina, pero tengo empatía fácil con otras regiones del mundo.


Aparte de las lecturas de rigor ¿crees que los viajes han sido funcionales a tu proceso creativo?
Definitivamente. Los viajes amplían los horizontes. Y, como dije anteriormente, mi memoria sensorial engloba rápidamente las impresiones.


Has incursionado en otros géneros literarios, especialmente la narrativa. Publicaste en 2000 una novela que lleva por título Il velo. ¿Crees que el poeta tiene esa capacidad de desdoblamiento cuando aborda otro escenario? ¿Cómo fue la experiencia en tu caso?
No podría generalizar. Hay poetas que son también ensayistas, dramaturgos, cuentistas y novelistas brillantes, como hay otros que sólo tienen vocación de poeta. Es algo muy personal.
A mí, desde que era niña me fascinaba contar cuentos, inventar historias. Como también tuve siempre amigos imaginarios que me acompañaban y con los cuales compartía unas historias elaboradísimas. El paso siguiente hubiera sido ponerlas por escrito.
Creo que para aprender a narrar, se necesita práctica y disciplina. Existen técnicas, pero lo que más me resultó a mí, fue la lectura de buenos cuentos y novelas, escritos en la estética contemporánea. Una vez organizadas las ideas en forma esquemática, sigue lo metódico: sentarse a diario frente al papel y avanzar hacia el objetivo. Así fue como escribí Il Velo y mi novela inédita, La leyenda del mendigo. Para esta última me nutrí de Stienbeck, Scott Fitzgerald y Hemingway; está escrita en tercera persona, y cada capítulo corresponde a una escena, como en una película. Il Velo, en cambio, es una novela intimista, escrita en primera persona y con un lenguaje más poético, menos fluido. Peculiarmente, el protagonista es un hombre.
Como reto personal, hace años incursioné también en el teatro. Era una época en la que estaba obsesionada por la obra del dramaturgo francés Jean Anouilh, y leía una o dos piezas suyas al día. Entré en el ritmo del teatro y escribí una obra en tres actos, Desideria. No era más que un ejercicio, pero no descarto retomarla en algún momento.


Volviendo a tu proceso creativo, ¿qué cambios adviertes desde tus primeros libros a lo que vienes haciendo en la actualidad?
Soy poeta por nacimiento, por instinto, y no llevé a cabo estudios literarios, por lo cual mi poesía se encontraba inicialmente en su “estado bruto”. El tiempo y las lecturas han ido depurando mi voz.
Soy de aquellos reticentes a sacar su primer libro del armario. Sin embargo, como me dijo el dueño de la editorial costarricense Perro Azul, “si no se le apoya al poeta la edición de su primer libro, puede que se frustre y deje de escribir. El reto es que cada libro supere al anterior.” O, yo agregaría, cuando la voz es madura, que no se repita, que explore nuevos entornos. Siempre que las musas sigan cantando.
En estos 7 años (Máscara del delirio se publicó en el 2006) fui aprendiendo a hacer mi trabajo: leer mucho y leer bien; vivir con todos los sentidos desplegados, sentarme a escuchar el dictado, y recogerlo sobre el papel en blanco. Acto seguido: el reposo del texto y la pulida correspondiente. También ha resultado útil la confrontación con poetas de mayor trayectoria.
Este proceso me ha servido para entender que tengo que tomar las distancias del poema. Estar en él sin invadirlo. Tratar de que mi presencia pase desapercibida. Creo que esto último es precisamente lo que le da fuerza a Los naufragios del desierto.


Existe una incapacidad de reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo determinado. Este sentido de competitividad mal entendido hace que la poesía muchas veces sea un medio y no un fin. ¿Por qué piensas que se da este fenómeno?
Esta pregunta me hace sonreír porque me recuerda algo que leí en Pensadores de Oriente: Los sufí, es comúnmente reconocido, han producido parte de la grande literatura mundial, particularmente en lo que se refiere a cuentos, obras ilustradas y poesía. Sin embargo, a diferencia de los “trabajadores literarios” o escritores profesionales, ellos ven esto como un medio para trabajar y no como el fin de su trabajo: “Cuando el Hombre Elevado hace algo admirable, es una evidencia de su maestría, no el objeto de la misma”.
Sonrío porque pienso parecido a los sufí. Soy reticente a eso de pertenecer a un grupo y, sobre todo, pienso que la creación está por encima de su creador. Entiendo bien el problema que planteas, sin embargo, me tiene sin cuidado. Es triste pensar que en la poesía existan círculos de poder, pero el poder, como todos sabemos, es un reflejo de cierta parte oscura del hombre. Yo pienso que todo cae por su propio peso y que la verdad (en este caso me refiero al talento) de una u otra manera, con tiempos ajenos a nuestros tiempos, sale a flote.


Paul Celan afirmaba que la poesía es una especie de regreso a casa. ¿Qué sería para ti?
Parecido a Celan: es la vía del regreso a casa, porque el camino de la poesía, para mí, coincide con el camino espiritual. Ese trabajo de eliminar lo superfluo para llegar a la esencia, a la palabra precisa, a la verdad desnuda.
La poesía es búsqueda, pero hay que preguntarse ¿qué busco? Personalmente, no creo en los ejercicios estilísticos, en la búsqueda de la forma sin contenido. Creo más bien en el escarbado profundo. Es allí donde se descubren horizontes siempre nuevos. Bien lo dice el poeta argentino Hugo Mujica en su Poéticas del vacío: “El hombre, lo supo también Pascal, es un ser finito habitado por la infinitud.”






Zingonia Zingone
Zingonia Zingone. Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Escribe en castellano y vive en Roma.
Poemarios: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), Equilibrista del olvido (Raffaelli Editore, 2011; Editorial Germinal, 2012; Poetrywala, 2011; Aharnishi Prakashana, 2012), y Los Naufragios del Desierto (Vaso Roto Ediciones, 2013). Novela en Italiano: Il velo (Elephanta Press, 2000).
Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y ha sido traducida a varios idiomas como inglés, chino, hindi, kannada, malayalam, marathi y albanés.
Obras traducidas al español: Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012) del poeta marathi Hemant Divate y La Cruz es un camino (Edizioni della Meridiana, 2013) del poeta italiano Daniele Mencarelli.
Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Europa y Asia.



Zingonia Zingone: Entrevista

ENTREVISTA A ZINGONIA ZINGONE

Por Mario Meléndez



Los naufragios del desierto
Vaso Roto Ediciones, 2013
En tu último libro Los naufragios del desierto (Vaso Roto ediciones) podemos apreciar un desplazamiento hacia otras regiones, hacia otras claves que cohabitan en tu imaginario. La poesía de oriente ocupa un lugar preponderante en esta nueva etapa ¿Cómo se produce esta derivación?
Toda creación poética encierra un misterio. Es el fruto de lecturas, vivencias, percepciones, pero también y, yo diría sobre todo, de un misterioso dictado. El desierto es el espacio del silencio, y en el silencio se abre el oído de nuestros sentidos, predisponiéndonos a la escucha. Escucha que permite se mezclen nuestros conocimientos directos con aquellos indirectos, o dictados. Los naufragios del desierto nace más de mi relación con ese silencio que de estudios sobre la poesía de oriente.
Aunque sí me mueva la sabiduría de los sufí (recomiendo la lectura de Pensadores de Oriente de Idries Shah), y sí haya vibrado mucho en los versos de Rumi, Khayyam y Hāfez, no siento que este libro sea producto de la filosofía oriental. Mi imaginario del desierto se desarrolla a partir de El extranjero de Albert Camus. Esta novela, que leí por primera vez en la adolescencia, me marcó de manera muy profunda e instaló en mí la potencia del desierto humano. En contraposición a esto, en mí yace firme la presencia bíblica que se refleja en las vidas de mis tres protagonistas: para ellos el desierto es vacío y plenitud; condición indispensable para transformar las heridas en luz.
Sería injusto para con el impulso creativo que originó este libro, que yo elaborara ad-posteriori un fundamento racional. Releyéndolo me doy cuenta que en él cohabitan numerosas claves, y que en realidad no tiene importancia ni el cuándo ni el dónde ni el cómo, porque el tema es la existencia. Y la existencia, por su naturaleza, se impregna de lo circunstante pero lo trasciende.


¿Cómo se da esto de escribir preferentemente en español siendo italiana de origen? ¿Por qué crees que se genera esta dinámica inusual?
Yo pasé mi infancia en Costa Rica, llevé a cabo mis estudios en inglés, y en casa siempre y sólo escuché hablar italiano. Mis primeras composiciones poéticas (a los 12 años) fueron en inglés. Supongo que el ritmo de las palabras que retumbaba en mí con mayor fuerza era el de mis lecturas escolásticas. Con el tiempo, migré hacia el italiano, en paralelo con los estudios universitarios (Economía) que cursé en Roma, en italiano. Finalmente, al mudarme de nuevo a Centroamérica, a los 27 años y por asuntos profesionales, encontré mi resonancia en el idioma castellano. Es en Nicaragua donde comencé a descubrir matices del idioma que me pertenecían desde tiempos antiguos, y poco a poco me fui afianzando en él.
En Nicaragua también aconteció el Amor. El idioma del amor es el idioma del corazón, y el corazón es aquel que origina todos los latidos. Por ende, aunque a veces pueda cometer errores en español, debidos a su similitud con el italiano, sé que mi pulsación poética le pertenece. Es un latido hispanoamericano. Ya el idioma de mis lecturas se ha vuelto indiferente; a la hora de tomar la pluma entre las manos, los versos surgen en español. Esta dinámica no aplica ni a la narrativa ni al ensayo, géneros en los que me expreso libremente en italiano, inglés y español.
Sin embargo, en respuesta concreta a la pregunta ¿por qué creo que se genera esta dinámica inusual?, tengo que apelar nuevamente al misterio poético.


A la luz de tu experiencia ¿qué diferencias claves adviertes entre la poesía italiana actual y la que se hace en Latinoamérica?
Aclaro que no soy una experta en esta materia, menos una gran lectora de poesía contemporánea (todavía tengo mucho por leer del mundo clásico)…
En términos generales, en la poesía actual italiana percibo más concepto que entrañas. Se siente cierta sumisión a las grandes voces del siglo pasado, y el refugio en un refinamiento estético, salida que se convierte en cerco. Parte de la poesía sigue aferrada a las ideologías difuntas, mientras que otra busca un espacio en el cerrado panorama cultural. Esto último, pareciera ser más importante que la mera esencia del acto creativo, que tiende naturalmente hacia la “ruptura de los esquemas”.
Me atrevo a decir que esta situación responde en parte al estancamiento de la sociedad: los grandes sufrimientos (guerras y pobreza) son sólo recuerdos, y por ende un concepto, y no un sentimiento vivo. Así mismo, la esperanza, que no se vislumbra ni en la economía, ni en la política, ni en la reconquista de los valores fundamentales, constituye una especie de concepto frustrado.
En Latinoamérica, en cambio, la pobreza sigue vigente y las heridas son más frescas; también, es más palpable la esperanza de salir adelante y superar los históricos abusos. Esto se transmite a la lírica, que todavía logra involucrar al lector, provocando en él un movimiento desde adentro hacia fuera y no viceversa. En una tierra que funda sus orígenes en el conflicto entre amerindios y conquistadores, el modus vivendi es la “ruptura de esquemas”. No hay estática en esta lengua rica de resonancias, que engendra poesía como expresión propia de su existir. Y en este sentido, me parece iluminante un trozo del diálogo entre Jung y el indio de Nuevo México “Lago de montaña” (Carl G. Jung, Recuerdos, sueños pensamientos):
«Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos». Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones.


El hecho de dominar varios idiomas te ha permitido leer en lengua original textos fundamentales y traducir también a importantes autores ¿Cómo te sientes en esta labor de traductora?
Traducir es mi forma natural de hablar. Me muevo mucho entre Europa, la India y Latinoamérica, e intercambio con frecuencia mensajes con poetas diseminados por el mundo, por lo que ya se me hizo costumbre pasar de un idioma a otro. Traducirlos y traducirme.
Ahora bien, la labor de traducir poesía no implica sólo dominar los idiomas, sino que entender la cultura que un idioma encierra, para así poder trasponer una cultura en otra, un idioma en otro, un poema en su equivalente traducido. Por esta razón, me siento más cómoda trabajando con la poesía procedente de una cultura que conozco bien.
Prefiero siempre traducir al español. Y aclaro que no es español de España.
Tengo sensibilidad cultural y lingüística para con Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y la India. Pero también me atrevo a traducir la poesía árabe desde el inglés y el francés conjuntamente, y la poesía de los países nórdicos desde el inglés.
Donde se me dificulta la labor, es en el desencuentro con un texto. Si no logro sintonía con el poema que traduzco, es difícil que el resultado me satisfaga, por lo tanto, mi política es traducir sólo lo que me gusta.


Zingonia Zingone
Tu relación con Latinoamérica es muy cercana. Viviste algunos años en Costa Rica y has viajado por varios países de este continente. ¿Por qué se produce esta empatía? ¿Te sientes parte de una cultura, de un tejido social en permanente ebullición?
La empatía está fuera de nuestro control: o se manifiesta o no se manifiesta; no se puede construir a partir de la racionalidad.  
Al pasar mi infancia en Costa Rica, por simple osmosis ambiental, quedé permeada de latinoamericanidad. Me refiero, entre otras cosas, a la lengua, a la música, al dulce de leche y a la tortilla, a la devoción por la Virgen, y a la baraja étnica. Sobre todo, quedé llena de trópico, de esa relación entrañable con la naturaleza.
Más que sentirme parte de un tejido social, siento un vínculo más íntimo, una afinidad profunda. Tan es así, que al mudarme a Nicaragua ya como adulta, sentí que de alguna forma estaba regresando a casa.
En Costa Rica falleció mi padre. En Costa Rica nació mi hijo. La familia paterna de mi hijo es nicaragüense y peruana, por lo que en los últimos diez años, mi vínculo con América Latina se ha ido fortaleciendo siempre más. El amor es el más poderoso de los motores y del amor por una persona, puede nacer el amor por un pueblo, por un territorio.
Regresando al tema de la empatía, creo que vale la pena mencionar que mi memoria sensorial juega un papel importante. Desde niña, siempre la he tenido muy desarrollada, en contraposición con la pésima memoria para con números, datos y textos. El hecho de retener impresiones, las convierte en algo mío, extendiendo mi zona de confort. Esto no sólo me pasa a través de la experiencia personal, sino que a través de la lectura. El ejemplo más impactante implica a Neruda. Estando en el colegio, leí Entierro en el este, un poema que describe un ritual crematorio en las orillas del río Ganges. Me impactaron tanto los ruidos (“pasan sonando cadenas y flautas de cobre” y “el creciente monótono de los tamtam”), los olores punzantes (“azafrán y frutas”, “el humo de las maderas que arden y huelen”), así como colores y texturas (“envueltos en muselina escarlata”), que al visitar la India, hace 5 años, sentí que el país me pertenecía. Esto seguramente se debe también a mi domino del inglés y al trópico que vive en mí.
En resumidas cuentas, sí me identifico profundamente con América Latina, pero tengo empatía fácil con otras regiones del mundo.


Aparte de las lecturas de rigor ¿crees que los viajes han sido funcionales a tu proceso creativo?
Definitivamente. Los viajes amplían los horizontes. Y, como dije anteriormente, mi memoria sensorial engloba rápidamente las impresiones.


Has incursionado en otros géneros literarios, especialmente la narrativa. Publicaste en 2000 una novela que lleva por título Il velo. ¿Crees que el poeta tiene esa capacidad de desdoblamiento cuando aborda otro escenario? ¿Cómo fue la experiencia en tu caso?
No podría generalizar. Hay poetas que son también ensayistas, dramaturgos, cuentistas y novelistas brillantes, como hay otros que sólo tienen vocación de poeta. Es algo muy personal.
A mí, desde que era niña me fascinaba contar cuentos, inventar historias. Como también tuve siempre amigos imaginarios que me acompañaban y con los cuales compartía unas historias elaboradísimas. El paso siguiente hubiera sido ponerlas por escrito.
Creo que para aprender a narrar, se necesita práctica y disciplina. Existen técnicas, pero lo que más me resultó a mí, fue la lectura de buenos cuentos y novelas, escritos en la estética contemporánea. Una vez organizadas las ideas en forma esquemática, sigue lo metódico: sentarse a diario frente al papel y avanzar hacia el objetivo. Así fue como escribí Il Velo y mi novela inédita, La leyenda del mendigo. Para esta última me nutrí de Stienbeck, Scott Fitzgerald y Hemingway; está escrita en tercera persona, y cada capítulo corresponde a una escena, como en una película. Il Velo, en cambio, es una novela intimista, escrita en primera persona y con un lenguaje más poético, menos fluido. Peculiarmente, el protagonista es un hombre.
Como reto personal, hace años incursioné también en el teatro. Era una época en la que estaba obsesionada por la obra del dramaturgo francés Jean Anouilh, y leía una o dos piezas suyas al día. Entré en el ritmo del teatro y escribí una obra en tres actos, Desideria. No era más que un ejercicio, pero no descarto retomarla en algún momento.


Volviendo a tu proceso creativo, ¿qué cambios adviertes desde tus primeros libros a lo que vienes haciendo en la actualidad?
Soy poeta por nacimiento, por instinto, y no llevé a cabo estudios literarios, por lo cual mi poesía se encontraba inicialmente en su “estado bruto”. El tiempo y las lecturas han ido depurando mi voz.
Soy de aquellos reticentes a sacar su primer libro del armario. Sin embargo, como me dijo el dueño de la editorial costarricense Perro Azul, “si no se le apoya al poeta la edición de su primer libro, puede que se frustre y deje de escribir. El reto es que cada libro supere al anterior.” O, yo agregaría, cuando la voz es madura, que no se repita, que explore nuevos entornos. Siempre que las musas sigan cantando.
En estos 7 años (Máscara del delirio se publicó en el 2006) fui aprendiendo a hacer mi trabajo: leer mucho y leer bien; vivir con todos los sentidos desplegados, sentarme a escuchar el dictado, y recogerlo sobre el papel en blanco. Acto seguido: el reposo del texto y la pulida correspondiente. También ha resultado útil la confrontación con poetas de mayor trayectoria.
Este proceso me ha servido para entender que tengo que tomar las distancias del poema. Estar en él sin invadirlo. Tratar de que mi presencia pase desapercibida. Creo que esto último es precisamente lo que le da fuerza a Los naufragios del desierto.


Existe una incapacidad de reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo determinado. Este sentido de competitividad mal entendido hace que la poesía muchas veces sea un medio y no un fin. ¿Por qué piensas que se da este fenómeno?
Esta pregunta me hace sonreír porque me recuerda algo que leí en Pensadores de Oriente: Los sufí, es comúnmente reconocido, han producido parte de la grande literatura mundial, particularmente en lo que se refiere a cuentos, obras ilustradas y poesía. Sin embargo, a diferencia de los “trabajadores literarios” o escritores profesionales, ellos ven esto como un medio para trabajar y no como el fin de su trabajo: “Cuando el Hombre Elevado hace algo admirable, es una evidencia de su maestría, no el objeto de la misma”.
Sonrío porque pienso parecido a los sufí. Soy reticente a eso de pertenecer a un grupo y, sobre todo, pienso que la creación está por encima de su creador. Entiendo bien el problema que planteas, sin embargo, me tiene sin cuidado. Es triste pensar que en la poesía existan círculos de poder, pero el poder, como todos sabemos, es un reflejo de cierta parte oscura del hombre. Yo pienso que todo cae por su propio peso y que la verdad (en este caso me refiero al talento) de una u otra manera, con tiempos ajenos a nuestros tiempos, sale a flote.


Paul Celan afirmaba que la poesía es una especie de regreso a casa. ¿Qué sería para ti?
Parecido a Celan: es la vía del regreso a casa, porque el camino de la poesía, para mí, coincide con el camino espiritual. Ese trabajo de eliminar lo superfluo para llegar a la esencia, a la palabra precisa, a la verdad desnuda.
La poesía es búsqueda, pero hay que preguntarse ¿qué busco? Personalmente, no creo en los ejercicios estilísticos, en la búsqueda de la forma sin contenido. Creo más bien en el escarbado profundo. Es allí donde se descubren horizontes siempre nuevos. Bien lo dice el poeta argentino Hugo Mujica en su Poéticas del vacío: “El hombre, lo supo también Pascal, es un ser finito habitado por la infinitud.”






Zingonia Zingone
Zingonia Zingone. Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Escribe en castellano y vive en Roma.
Poemarios: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), Equilibrista del olvido (Raffaelli Editore, 2011; Editorial Germinal, 2012; Poetrywala, 2011; Aharnishi Prakashana, 2012), y Los Naufragios del Desierto (Vaso Roto Ediciones, 2013). Novela en Italiano: Il velo (Elephanta Press, 2000).
Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y ha sido traducida a varios idiomas como inglés, chino, hindi, kannada, malayalam, marathi y albanés.
Obras traducidas al español: Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012) del poeta marathi Hemant Divate y La Cruz es un camino (Edizioni della Meridiana, 2013) del poeta italiano Daniele Mencarelli.
Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Europa y Asia.



miércoles, 21 de agosto de 2013

Reseña a Los naufragios del desierto de Zingonia Zingone

Tres tormentas de arena en el desierto
(Sobre el libro Los naufragios del desierto de Zingonia Zingone)

Por Joaquín Badajoz [1]

Los naufragios del desierto. Zingonia Zingone,
Editorial Vaso Roto, 2013
Lector que navegarás las dunas de este desierto, recuerda, parafraseando al gran Alfonso Reyes, que te acercas a la región más transparente del alma. Y que nada es más engañoso que lo prístino, la terrible claridad que ciega oculta en su resplandor espejismos y oasis. Sobre esa arquitectura de la levedad transcurre la memoria de un relato escurridizo y acronotópico: el tiempo y la geografía son asimilados por la marea traslúcida que bulle de la tierra hacia arriba, una vez que se pretende fijar su materialidad pierde su esencia relativa, pre-bajtiniana, einsteniana, del espacio y el tiempo. Aparecen fracturas, rechinantes estandartes que algo han de significar. Un eclipse de arena será por hipérbole —me robo ahora el azoro de Lezama— la noche cerrada en cualquier aldea del mediodía del mundo.

Estos son por tanto tres relatos, o uno, que pueden haber sucedido en cualquier parte, o estar sucediendo ahora, o sucederán mañana. Pueden leerse literalmente, disfrutando su historia, o establecer caprichosas hermenéuticas. Hay estrellas polares, guías de navegación, pero la cúpula celeste rota inquieta. Por ese vapor de arena que cuece el sol, su fiebre de oro, ascienden las palabras en apretado río, en pantalla holograma, sobre la que se proyectan múltiples interpretaciones. Hay que notar que entre sus líneas se posan cóndores sobre minaretes, los niños juegan “rayuela” —ese dantesco pasatiempo al que otros llamamos tejo— y los poetas del Islam remontan el Guadalquivir. Tratándose de un libro de inspiración “oriental”, conjurado a la sombra de tres versos de Khayyam —el más occidental quizás de los poetas persas, y junto con Saadi, Rumi y Hafiz, de los más universales— habría que advertir también, como Borges recuerda hizo Gibbon en Declinación y caída del Imperio Romano, que su orientalismo busca fluir con naturalidad, sin imposturas. No es estridente, modernista, exótico, aunque no esconda cierta empatía por la poesía modernista, al tejer entre sus versos rimas de Darío, pero evitando en lo posible el excesivo color local —tampoco, como en el Alcorán, hallarás aquí camellos—.

No quisiera soslayar que, aún antes de haber partido, estos viajes son definidos como naufragios; por ende, la voluntad del navegante estará trastornada por sus circunstancias y su cronotopía signada por el extrañamiento. Además, como todo poema, su realismo es ilusivo, responde a una espiral utópica —el topos literario contiene siempre una variable emocional: existe, se fija, como sujeto poético—, y en esa babel existencial, esa geografía de la suprarrealidad, todos los tiempos y espacios convergen. Por eso, asomarse a estos textos líricos será observar el mundo desde una celda panóptica: su magia está en lo traslaticio, su intangible oblicuidad. 

Los naufragios del desierto, de Zingonia Zingone, cuidadosamente editado por Vaso Roto, con aroma a pastel de jengibre acabado de hornear —soy de los que huelo entre las páginas de un libro para volar—, progresa sobre una estructura aparentemente cerrada: tres historias o relatos orientales narrados en versos. En “El oráculo de la rosa”, el príncipe Khalil sufrirá una conversión en 18 estaciones. Su viacrusis, con su halo adánico, comienza en los senderos de la noche —quizás la oscura espiritual de San Juan de la Cruz—, pero es también clásica pérdida de la inocencia, desvarío, purgatorio e iluminación. El adolescente que “no arranca el último pétalo, guardián del espíritu” (pág. 15), se transformará en mendigo (mendum, hombre defectuoso), cuya pobreza, quizás solo simbólica, lo lleva a convertirse en “un vampiro,/ un adicto al amor/ que no saber hacer otra cosa./ De día pierde su corona,/ regresa a la soledad, coquetea con el recuerdo./ Se vanagloria de los pétalos de su nostalgia” (pág. 16). Para escapar del “feudo de su amargura”, el poeta-príncipe se expulsa de su infierno personal al desierto de su soledad. Los versos irán narrando esta angustia, puliendo el deseo con la sabiduría. Khalil sabe que “sólo en la soledad/ hay equilibrio, sólo en el arder de dos cuerpos/ hay intensidad, universo, plenitud”, por eso busca salir vencedor de una batalla más grave: la que comenzará en estas páginas contra él mismo. La soledad de Khalil tampoco es voluntaria, buscar esa muerte metafórica que lo aparte de la tempestad, en su ensimismamiento “muerde el fruto, higo de corales carmesí”, es por tanto ghulam (virgen macho, hombre célibe) deseando el abismo, leo entre líneas la muerte, el encuentro con las huríes del día final, ese momento en que “la ira de los dioses se resuelve/ en la danza de las huríes” (pág. 19).  Mientras tanto, “un hombre, doblado sobre la verdad/ escribe un verso que hará temblar los ojos./ Ese hombre ya no es el príncipe Khalil./ No es Sísifo, ni rey,/ es un espectro./ Sobre la cima aguarda.” (pág. 24), hasta que, pasadas las tribulaciones, “florece en su campiña una mujer./ Es la mujer que lleva la semilla del amor.” (pág. 32).

Soraya, protagonista de “Campanas de la nostalgia”, será violada en el primer verso, —no por bello, menos repulsivo—, por monstruos con rostro de hombre que “roban el grito de un horror,/ tapan su boquita/ de clavel prendido y gozan/ del mismo gozo maldito/ que ilumina el rostro de Shaytan” (pág. 38). Este demonio doméstico que la acosará hasta avanzada en la adolescencia, descubriremos más adelante, que tiene en su origen el rostro de su padre, quien “bajo el aterrador silencio/ de la complicidad”, clava “la punzada del asco/ en la grieta que conduce al alma” (Pág. 41). Su historia dará una visión prismática a esa trilogía de la pérdida de la inocencia y la experimentación del sentimiento de culpa clásico que mueve a los estos sujetos poéticos de este libro. Si Khalil lucha contra los demonios en su coming-of-age, Soraya (princesa marcada etimológicamente) será víctima de esa perversidad masculina que Khalil intenta controlar, y en su angustia se pregunta: “¿Cómo/ despintarse los labios de la carne/ mordida? ¿Cómo repeler al sátiro/ que mora en el hombre?” (pág.45). El espectral Khalil, que busca angustiado el amor puro y virginal de las huríes, tendrá mucho en común con la torturada Soraya que “danza en la tarima/ para fugarse de sí/ y arrancar los clavos empotrados/ en la carne de su memoria.” (pág. 39). Ambos persiguen la soledad del naufrago, pero no como condición, sino como medio para liberarse, revelarse contra el destino. El asco que sienten Khalil y Soraya por sus cuerpos será un catalizador de la tragedia humana, y al mismo tiempo el detonante que los lanza a esa “silenciosa” peregrinación interior hacia la redención. Ambos relatos poéticos seguirán estructuras comunes marcadas un pecado original, sentimientos de suciedad, repulsión, autotortura y un clímax de epifanía, en la que las visiones de Khalil con las huríes, y el encuentro de Soraya con un ciego sabio —“Es el primer hombre que no la mira. (…) Es el primer hombre que la ve” (pág. 43)—, serán facilitadores para la progresión dramática hasta la salvación a través del amor.

“Río escondido” introduce un tercer sujeto poético: Bâsim, que “habita un pueblo del árido día” (pág. 57) y que mientras vigila el sueño de un reptil “se pregunta que sentirá ella/ al abandonar la cola o una pata/ para despistar al enemigo. ¿Será eso como huir de uno mismo/ para huir del peligro?”. Una interrogante que cierra el ciclo de las tragedias y sintetiza el motivo de todas las iluminaciones de estos seres camaleónicos que naufragan en el desierto del alma, mientras huyen de su propia condición humana luchando contra los fatalismos. Tampoco Bâsim está solo, su ensimismamiento lo padece acompañado de su madre, una Penélope que “no deshace la larga manta/ que día tras día teje en silencio./ Todavía cree en el amor,/ en el arrebato del corazón/ que florecido se llama Bâsim. (…) Un hombre arde en el recuerdo de su madre.” (pág. 59). Básim juega, salta la cuerda, grita “rayuela”, cae y se levanta, “lanza otra vez el hueso del dátil/ e intuye que la vida se vive a saltos;/ pequeño acróbata de los abismos.” (pág. 61). Si Khalil y Soraya realizan peregrinajes simbólicos, Bâsim se escapará a los mares del sur: un poema escrito por su madre (poema VIII), le revelará ese amor compartido que edípico reclama Bâsim para si solo. De nuevo, la historia de Básim, colofón de este libro, nos obliga a una nueva lectura de los relatos que le anteceden.  Como en ellos, es la tragedia espiritual, la búsqueda de un amor utópico y liberador, el leitmotif de su “viaje”, a pesar de que en su caso la redención adquiera un matiz más religioso.

Aunque este libro se presente, en el prólogo de Sergio Ramírez, como “apuntalado en la maravilla insondable de la soledad”, diría que lo que realmente resalta es la angustia de sus personajes por liberarse de esa solitud (o reclusión involuntaria), que sufren como una penosa enfermedad. Más que la búsqueda de la soledad, de lo que se trata en estos versos es de romper la cárcel del aislamiento y recuperar la existencia, construyéndose otra identidad en la manumisión. Como en otras obras de Zingonia Zingone, “la existencia” se nos revelará “como un caminar por una cuerda floja (…) en el que la lucha mantiene al hombre en equilibrio sobre la cuerda” —también, por qué no, lo mantiene cuerdo—. Por eso es un libro espiritual, humano y crudamente terrenal, que trata de sujetos poéticos más o menos comunes, obligados a padecer su extraordinariedad, sin llegar a elegir alguna senda mística.

El sufrimiento puede continuar latente, pero al final de cada relato lírico los personajes encontrarán sus recompensas en el amor. Khalil que “besa los pies que sostiene el mundo:/ los frágiles, eternos dedos del amor./ Se une al tallo, entrega/ su linfa, libre. Nutre/ de toda su existencia/ a su blanca rosa” (pág. 33). Soraya que “sigue el latido hipnótico/ de sus párpados; al deslizarse/ por el borde del puente, escucha/ el latido de su pecho/ a destiempo,/ el latido discordante de la vida.” (pág. 51), y hace una pausa, para inmediatamente escuchar, como si fuese ella misma la novia elegida del rey Salomón, la paloma del Cantar de los Cantares, que “en una iglesia de oriente/ las campanas golpean el vientre del cielo”. Ese tañido sensual, contra la cúpula (cópula del vientre), traerá un eco matrimonial de rebote en el viento. Mientras Bâsim, peregrino en Al-ándalus, “se arrodilla frente al altar de la Concepción —de nuevo un gesto gestacional— mientras “grano por grano desteje la larga manta” de su madre: “Libera/ la mariposa atrapada en el desierto”. Son desenlaces liberatorios, puntos finales que niegan la soledad.

Otra lectura, ahora sí, más personal, siguiendo esas fracturas de que hablaba al principio, esos guiños recatadamente dispersos, me obliga a bojear estos relatos poéticos como a Rayuela de Cortázar. Buscando hilos que flotan ingrávidos. Aquí los tiempos se trastornan, las historias se mezclan, entran unas en otras como esas deliciosas matrioskas de mi infancia —multípara artesanía de lo lúdicro—, para luego quedar selladas como labrados huevos Fabergué, escudriñando por sus superficies de duro encaje. No hay tiempos, ya he dicho, Soraya puede cargar su origen oriental, prostituyéndose en algún pueblo del altiplano, a la sombra de las alas extendidas de un cóndor, ser la mujer que libera a Khalil, liberarse ella misma con cada orgasmo de la almádena golpeando contra el vientre del mundo —siempre he pensado que el vientre de una mujer es más poderoso que una mezquita, ¿no es acaso una iglesia la novia que espera?—, y tejer una manta, con esa obsesión arácnida que tienen las mujeres más fuertes, las que más aman, para caldear su soledad anticipando el regreso de su amante. Y que el edípico Bâsim, enamorado de su madre innominada, remonta el Guadalquivir, libera su alma en la región mozárabe, mientras por sus venas corre la sangre de Soraya y de Khalil. Pero esto, como decía, es pura imaginación mía, escritura que rueda paralela, la de la memoria, la del deseo del lector, que pone un punto agotado y olvida, para regresar a leerse estos romances orientales con la misma fascinación que la primera vez.

The Roads. Julio 26 i 2013. Santos Joaquín y Ana.




Zingonia Zingone. copyright Claudio Lovo
Zingonia Zingone. Poeta, escritora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Vive en Roma.

Poemarios: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), L’equilibrista dell’oblio (Raffaelli Editore, 2011), The Acrobat of Oblivion (Poetrywala, 2011), Equilibrista del olvido (Editorial Germinal, 2012) y Los naufragios del desierto (Vaso roto ediciones, 2013). Novela en Italiano: Il velo (Elephanta Press, 2000).

Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y traducida al inglés, chino, hindi, kannada, marathi y malayalam.

Compiladora y traductora del inglés al español, del poemario Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012), del poeta marathi Hemant Divate.

Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India) y responsable de la sección de poesía latinoamericana para el festival intercontinental de las artes “Mediterranea” (Italia). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Italia y Asia. 





[1] Joaquín Badajoz. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Miembro de los consejos editoriales de Glosas (ANLE), RANLE (Revista de la ANLE) y OtroLunes (Madrid/Berlín). Ha publicado ensayos, reseñas, crítica de arte, poesía y narrativa en revistas y antologías de EE.UU., España, Francia, México, Panamá, Polonia y Cuba. Coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010). Es columnista de El Nuevo Herald (EE.UU.), editor de portada de Yahoo y director editorial de Editorial Hypermedia (Madrid).

Reseña a Los naufragios del desierto de Zingonia Zingone

Tres tormentas de arena en el desierto
(Sobre el libro Los naufragios del desierto de Zingonia Zingone)

Por Joaquín Badajoz [1]

Los naufragios del desierto. Zingonia Zingone,
Editorial Vaso Roto, 2013
Lector que navegarás las dunas de este desierto, recuerda, parafraseando al gran Alfonso Reyes, que te acercas a la región más transparente del alma. Y que nada es más engañoso que lo prístino, la terrible claridad que ciega oculta en su resplandor espejismos y oasis. Sobre esa arquitectura de la levedad transcurre la memoria de un relato escurridizo y acronotópico: el tiempo y la geografía son asimilados por la marea traslúcida que bulle de la tierra hacia arriba, una vez que se pretende fijar su materialidad pierde su esencia relativa, pre-bajtiniana, einsteniana, del espacio y el tiempo. Aparecen fracturas, rechinantes estandartes que algo han de significar. Un eclipse de arena será por hipérbole —me robo ahora el azoro de Lezama— la noche cerrada en cualquier aldea del mediodía del mundo.

Estos son por tanto tres relatos, o uno, que pueden haber sucedido en cualquier parte, o estar sucediendo ahora, o sucederán mañana. Pueden leerse literalmente, disfrutando su historia, o establecer caprichosas hermenéuticas. Hay estrellas polares, guías de navegación, pero la cúpula celeste rota inquieta. Por ese vapor de arena que cuece el sol, su fiebre de oro, ascienden las palabras en apretado río, en pantalla holograma, sobre la que se proyectan múltiples interpretaciones. Hay que notar que entre sus líneas se posan cóndores sobre minaretes, los niños juegan “rayuela” —ese dantesco pasatiempo al que otros llamamos tejo— y los poetas del Islam remontan el Guadalquivir. Tratándose de un libro de inspiración “oriental”, conjurado a la sombra de tres versos de Khayyam —el más occidental quizás de los poetas persas, y junto con Saadi, Rumi y Hafiz, de los más universales— habría que advertir también, como Borges recuerda hizo Gibbon en Declinación y caída del Imperio Romano, que su orientalismo busca fluir con naturalidad, sin imposturas. No es estridente, modernista, exótico, aunque no esconda cierta empatía por la poesía modernista, al tejer entre sus versos rimas de Darío, pero evitando en lo posible el excesivo color local —tampoco, como en el Alcorán, hallarás aquí camellos—.

No quisiera soslayar que, aún antes de haber partido, estos viajes son definidos como naufragios; por ende, la voluntad del navegante estará trastornada por sus circunstancias y su cronotopía signada por el extrañamiento. Además, como todo poema, su realismo es ilusivo, responde a una espiral utópica —el topos literario contiene siempre una variable emocional: existe, se fija, como sujeto poético—, y en esa babel existencial, esa geografía de la suprarrealidad, todos los tiempos y espacios convergen. Por eso, asomarse a estos textos líricos será observar el mundo desde una celda panóptica: su magia está en lo traslaticio, su intangible oblicuidad. 

Los naufragios del desierto, de Zingonia Zingone, cuidadosamente editado por Vaso Roto, con aroma a pastel de jengibre acabado de hornear —soy de los que huelo entre las páginas de un libro para volar—, progresa sobre una estructura aparentemente cerrada: tres historias o relatos orientales narrados en versos. En “El oráculo de la rosa”, el príncipe Khalil sufrirá una conversión en 18 estaciones. Su viacrusis, con su halo adánico, comienza en los senderos de la noche —quizás la oscura espiritual de San Juan de la Cruz—, pero es también clásica pérdida de la inocencia, desvarío, purgatorio e iluminación. El adolescente que “no arranca el último pétalo, guardián del espíritu” (pág. 15), se transformará en mendigo (mendum, hombre defectuoso), cuya pobreza, quizás solo simbólica, lo lleva a convertirse en “un vampiro,/ un adicto al amor/ que no saber hacer otra cosa./ De día pierde su corona,/ regresa a la soledad, coquetea con el recuerdo./ Se vanagloria de los pétalos de su nostalgia” (pág. 16). Para escapar del “feudo de su amargura”, el poeta-príncipe se expulsa de su infierno personal al desierto de su soledad. Los versos irán narrando esta angustia, puliendo el deseo con la sabiduría. Khalil sabe que “sólo en la soledad/ hay equilibrio, sólo en el arder de dos cuerpos/ hay intensidad, universo, plenitud”, por eso busca salir vencedor de una batalla más grave: la que comenzará en estas páginas contra él mismo. La soledad de Khalil tampoco es voluntaria, buscar esa muerte metafórica que lo aparte de la tempestad, en su ensimismamiento “muerde el fruto, higo de corales carmesí”, es por tanto ghulam (virgen macho, hombre célibe) deseando el abismo, leo entre líneas la muerte, el encuentro con las huríes del día final, ese momento en que “la ira de los dioses se resuelve/ en la danza de las huríes” (pág. 19).  Mientras tanto, “un hombre, doblado sobre la verdad/ escribe un verso que hará temblar los ojos./ Ese hombre ya no es el príncipe Khalil./ No es Sísifo, ni rey,/ es un espectro./ Sobre la cima aguarda.” (pág. 24), hasta que, pasadas las tribulaciones, “florece en su campiña una mujer./ Es la mujer que lleva la semilla del amor.” (pág. 32).

Soraya, protagonista de “Campanas de la nostalgia”, será violada en el primer verso, —no por bello, menos repulsivo—, por monstruos con rostro de hombre que “roban el grito de un horror,/ tapan su boquita/ de clavel prendido y gozan/ del mismo gozo maldito/ que ilumina el rostro de Shaytan” (pág. 38). Este demonio doméstico que la acosará hasta avanzada en la adolescencia, descubriremos más adelante, que tiene en su origen el rostro de su padre, quien “bajo el aterrador silencio/ de la complicidad”, clava “la punzada del asco/ en la grieta que conduce al alma” (Pág. 41). Su historia dará una visión prismática a esa trilogía de la pérdida de la inocencia y la experimentación del sentimiento de culpa clásico que mueve a los estos sujetos poéticos de este libro. Si Khalil lucha contra los demonios en su coming-of-age, Soraya (princesa marcada etimológicamente) será víctima de esa perversidad masculina que Khalil intenta controlar, y en su angustia se pregunta: “¿Cómo/ despintarse los labios de la carne/ mordida? ¿Cómo repeler al sátiro/ que mora en el hombre?” (pág.45). El espectral Khalil, que busca angustiado el amor puro y virginal de las huríes, tendrá mucho en común con la torturada Soraya que “danza en la tarima/ para fugarse de sí/ y arrancar los clavos empotrados/ en la carne de su memoria.” (pág. 39). Ambos persiguen la soledad del naufrago, pero no como condición, sino como medio para liberarse, revelarse contra el destino. El asco que sienten Khalil y Soraya por sus cuerpos será un catalizador de la tragedia humana, y al mismo tiempo el detonante que los lanza a esa “silenciosa” peregrinación interior hacia la redención. Ambos relatos poéticos seguirán estructuras comunes marcadas un pecado original, sentimientos de suciedad, repulsión, autotortura y un clímax de epifanía, en la que las visiones de Khalil con las huríes, y el encuentro de Soraya con un ciego sabio —“Es el primer hombre que no la mira. (…) Es el primer hombre que la ve” (pág. 43)—, serán facilitadores para la progresión dramática hasta la salvación a través del amor.

“Río escondido” introduce un tercer sujeto poético: Bâsim, que “habita un pueblo del árido día” (pág. 57) y que mientras vigila el sueño de un reptil “se pregunta que sentirá ella/ al abandonar la cola o una pata/ para despistar al enemigo. ¿Será eso como huir de uno mismo/ para huir del peligro?”. Una interrogante que cierra el ciclo de las tragedias y sintetiza el motivo de todas las iluminaciones de estos seres camaleónicos que naufragan en el desierto del alma, mientras huyen de su propia condición humana luchando contra los fatalismos. Tampoco Bâsim está solo, su ensimismamiento lo padece acompañado de su madre, una Penélope que “no deshace la larga manta/ que día tras día teje en silencio./ Todavía cree en el amor,/ en el arrebato del corazón/ que florecido se llama Bâsim. (…) Un hombre arde en el recuerdo de su madre.” (pág. 59). Básim juega, salta la cuerda, grita “rayuela”, cae y se levanta, “lanza otra vez el hueso del dátil/ e intuye que la vida se vive a saltos;/ pequeño acróbata de los abismos.” (pág. 61). Si Khalil y Soraya realizan peregrinajes simbólicos, Bâsim se escapará a los mares del sur: un poema escrito por su madre (poema VIII), le revelará ese amor compartido que edípico reclama Bâsim para si solo. De nuevo, la historia de Básim, colofón de este libro, nos obliga a una nueva lectura de los relatos que le anteceden.  Como en ellos, es la tragedia espiritual, la búsqueda de un amor utópico y liberador, el leitmotif de su “viaje”, a pesar de que en su caso la redención adquiera un matiz más religioso.

Aunque este libro se presente, en el prólogo de Sergio Ramírez, como “apuntalado en la maravilla insondable de la soledad”, diría que lo que realmente resalta es la angustia de sus personajes por liberarse de esa solitud (o reclusión involuntaria), que sufren como una penosa enfermedad. Más que la búsqueda de la soledad, de lo que se trata en estos versos es de romper la cárcel del aislamiento y recuperar la existencia, construyéndose otra identidad en la manumisión. Como en otras obras de Zingonia Zingone, “la existencia” se nos revelará “como un caminar por una cuerda floja (…) en el que la lucha mantiene al hombre en equilibrio sobre la cuerda” —también, por qué no, lo mantiene cuerdo—. Por eso es un libro espiritual, humano y crudamente terrenal, que trata de sujetos poéticos más o menos comunes, obligados a padecer su extraordinariedad, sin llegar a elegir alguna senda mística.

El sufrimiento puede continuar latente, pero al final de cada relato lírico los personajes encontrarán sus recompensas en el amor. Khalil que “besa los pies que sostiene el mundo:/ los frágiles, eternos dedos del amor./ Se une al tallo, entrega/ su linfa, libre. Nutre/ de toda su existencia/ a su blanca rosa” (pág. 33). Soraya que “sigue el latido hipnótico/ de sus párpados; al deslizarse/ por el borde del puente, escucha/ el latido de su pecho/ a destiempo,/ el latido discordante de la vida.” (pág. 51), y hace una pausa, para inmediatamente escuchar, como si fuese ella misma la novia elegida del rey Salomón, la paloma del Cantar de los Cantares, que “en una iglesia de oriente/ las campanas golpean el vientre del cielo”. Ese tañido sensual, contra la cúpula (cópula del vientre), traerá un eco matrimonial de rebote en el viento. Mientras Bâsim, peregrino en Al-ándalus, “se arrodilla frente al altar de la Concepción —de nuevo un gesto gestacional— mientras “grano por grano desteje la larga manta” de su madre: “Libera/ la mariposa atrapada en el desierto”. Son desenlaces liberatorios, puntos finales que niegan la soledad.

Otra lectura, ahora sí, más personal, siguiendo esas fracturas de que hablaba al principio, esos guiños recatadamente dispersos, me obliga a bojear estos relatos poéticos como a Rayuela de Cortázar. Buscando hilos que flotan ingrávidos. Aquí los tiempos se trastornan, las historias se mezclan, entran unas en otras como esas deliciosas matrioskas de mi infancia —multípara artesanía de lo lúdicro—, para luego quedar selladas como labrados huevos Fabergué, escudriñando por sus superficies de duro encaje. No hay tiempos, ya he dicho, Soraya puede cargar su origen oriental, prostituyéndose en algún pueblo del altiplano, a la sombra de las alas extendidas de un cóndor, ser la mujer que libera a Khalil, liberarse ella misma con cada orgasmo de la almádena golpeando contra el vientre del mundo —siempre he pensado que el vientre de una mujer es más poderoso que una mezquita, ¿no es acaso una iglesia la novia que espera?—, y tejer una manta, con esa obsesión arácnida que tienen las mujeres más fuertes, las que más aman, para caldear su soledad anticipando el regreso de su amante. Y que el edípico Bâsim, enamorado de su madre innominada, remonta el Guadalquivir, libera su alma en la región mozárabe, mientras por sus venas corre la sangre de Soraya y de Khalil. Pero esto, como decía, es pura imaginación mía, escritura que rueda paralela, la de la memoria, la del deseo del lector, que pone un punto agotado y olvida, para regresar a leerse estos romances orientales con la misma fascinación que la primera vez.

The Roads. Julio 26 i 2013. Santos Joaquín y Ana.




Zingonia Zingone. copyright Claudio Lovo
Zingonia Zingone. Poeta, escritora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Vive en Roma.

Poemarios: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), L’equilibrista dell’oblio (Raffaelli Editore, 2011), The Acrobat of Oblivion (Poetrywala, 2011), Equilibrista del olvido (Editorial Germinal, 2012) y Los naufragios del desierto (Vaso roto ediciones, 2013). Novela en Italiano: Il velo (Elephanta Press, 2000).

Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y traducida al inglés, chino, hindi, kannada, marathi y malayalam.

Compiladora y traductora del inglés al español, del poemario Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012), del poeta marathi Hemant Divate.

Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India) y responsable de la sección de poesía latinoamericana para el festival intercontinental de las artes “Mediterranea” (Italia). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Italia y Asia. 





[1] Joaquín Badajoz. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Miembro de los consejos editoriales de Glosas (ANLE), RANLE (Revista de la ANLE) y OtroLunes (Madrid/Berlín). Ha publicado ensayos, reseñas, crítica de arte, poesía y narrativa en revistas y antologías de EE.UU., España, Francia, México, Panamá, Polonia y Cuba. Coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010). Es columnista de El Nuevo Herald (EE.UU.), editor de portada de Yahoo y director editorial de Editorial Hypermedia (Madrid).