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domingo, 11 de diciembre de 2016

Juan Gil-Albert y el exilio español en México

Presentación


Juan Gil-Albert y el exilio español en México de Pedro García Cueto

Valencia: Generalitat Valenciana, 1ª edic., 2016


Juan Gil-Albert y el exilio español en México
Juan Gil-Albert y el exilio español en México
Juan Gil-Albert, poeta alicantino, bebedor de la savia de la tierra mediterránea, aquel que inició su periplo hacia tierras valencianas a los nueve años, el mismo que decidió dejarse llevar por la estética de una primera prosa decadentista, el que luego llegaría a la poesía antes de la Guerra Civil española. Su compromiso ideológico con la Segunda República le hizo aislarse de ese mundo de refinamiento, unirse al pueblo.
Se marchará en junio de 1939 hasta julio de 1947. Se trata del exilio ante la victoria de Franco, de la necesidad de desaparecer de una España que ha perdido los ideales progresistas y que se ve envuelta en el espíritu de la “Cruzada nacional”, de las hordas falangistas y de la derecha más radical.
Por todo ello, por su compromiso con la Segunda República, por su poesía donde denuncia la barbarie de la guerra, por su amistad con todos aquellos que fundaron revistas combativas en contra de los golpistas, entre ellos, él, el cual fue secretario de la revista Hora de España, tuvo que exiliarse de nuestro país.
En este libro, pretendo recorrer algunos momentos de ese exilio, sin olvidar la labor dedicada a las revistas con anterioridad al exilio (la labor en Hora de España) y en el mismo (Taller, entre otras), sin dejar a un lado su mirada, la de un hombre que, pese a que vivió unos años en algunos países de Hispanoamérica (sobre todo, en México) no abandonó nunca su raíz española y su amor por la tierra levantina que tanto quiere.
José Carlos Rovira, gran estudioso de la obra de Juan Gil-Albert, comenta en su libro Juan Gil-Albert, editado por la Caja de Ahorros Provincial de Alicante en 1991, acerca de su exilio americano y la nueva actitud que cobran sus escritos lo siguiente: “El escritor vive en esos años un reencuentro con la literatura en un marco diferente a la creación que la historia determinó en los tres años anteriores: de “mi voz comprometida”, la escritura se desplaza en el exilio a una construcción de intimidad –nunca evitada en cualquier caso en la poesía bélica-que tiene dos símbolos constructores: Las Ilusiones (el título del libro aparecido en 1945 en Argentina) y El convaleciente (una parte de ese libro) en la que el sujeto lírico recupera literalmente las posibilidades de vivir” (p. 48).
Muy cierto, porque su exilio americano representa una ruptura con la poesía de tema bélico, motivada por la Guerra Civil española y un abandono de su primera prosa decadentista hacia una prosa hecha de mayor contenido ético y estético, como reflejará su novela Tobeyo o del amor, escrita en México en este período. También Las Ilusiones representa un libro de poemas más maduro que los anteriores, de gran calado emocional y con grandes resonancias líricas y estéticas.
Por todo ello, afirmo que su exilio americano fue lo suficientemente fructífero como para impulsar una obra mayor que irá creciendo, con ímpetu y vigor, a la vuelta del mismo, en 1947.
Las preguntas que el escritor Juan Malpartida se hace en la revista Letras Libres en el artículo que dedicó al escritor de Alcoy titulado “Juan Gil-Albert en América”, son realmente importantes: “¿Por dónde anduvo Gil-Albert? ¿A quién trató? ¿Qué buscó en esa ciudad ya en pleno crecimiento, y dónde podía contactar aún con un grupo de escritores que, tanto por su calidad como por sus intereses, tenía que ver con la generación suya del 27? ¿Qué pensó de Villaurrutia, de Reyes, de Pellicer?” (p. 2).
Todas esas preguntas demuestran un escaso conocimiento de ese período, como si Gil-Albert sólo hubiese dejado retazos en sus obras de algunos hechos, pero hubiese guardado en el baúl de los secretos momentos importantes de ese pasado. No trataré de descubrir lo que no se ha mantenido en documento alguno, pero sí de desentrañar cuál fue la pasión mejicana de Gil-Albert, qué importancia tuvieron sus colaboraciones en revistas, qué impresiones tuvo de la ciudad de México (nada mejor que el Tobeyo o del amor para descubrir páginas deslumbrantes de la ciudad), su amistad con Octavio Paz, etc.
Nadie mejor que César Simón, tan admirador de la obra de su primo, tan entusiasta de su mundo poético que se baña reiteradamente en sus aguas para comprender su mundo, realizar su tesis doctoral, escribir artículos y libros sobre el escritor de Alcoy, cuando nos habla del ocio creador que desarrolló en México. Lo dice en su libro Juan Gil-Albert: De su vida y obra, publicado en Alicante, en el Instituto de Estudios alicantinos, en 1983. María Paz Moreno, gran especialista del autor nos lo recuerda: “tiempo que el escritor llenaba escribiendo, leyendo, asistiendo a espectáculos, visitando a sus amigos o simplemente paseando” (p. 41). Estas líneas pertenecen a la edición de su Poesía Completa publicada por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert y la editorial Pre-Textos en el año 2004. La investigadora murciana lo llama ocio creador y estoy de acuerdo, ya que nunca el poeta alicantino dejó de ver el mundo desde el ocio, pero sin olvidar que éste era el germen, la raíz para producir una obra fecunda, nacida de su pasión por el lenguaje y por el mundo.
La vuelta a España, en 1947, sería el momento de otro tipo de exilio, el interior, motivado por las dificultades de publicar en el cerrado espacio del franquismo. Pero el poeta alcoyano fue gestando una obra sólida que triunfará en los años setenta cuando reconocidos poetas de la citada generación (Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Pedro J. de la Peña, Jaime Siles, Ricardo Bellveser, Francisco Brines (algo más mayor y perteneciente a una generación anterior), etc) supieron reconocer el esfuerzo de Juan Gil-Albert por tejer una obra clásica por sus dimensiones literarias, estéticas y humanas.
Como nos señala Ángel Luis Prieto de Paula en la introducción a la Poesía Completa ya citada, Las Ilusiones es un libro que podría haber posibilitado una revolución al mundo monocorde de los años cuarenta con los dos ejes vertebrados por la poesía garcilasista y los poetas desarraigados, pero al publicarse en Buenos Aires, en el exilio, el libro no tendrá la repercusión que hubiese merecido, sino muchos años después: “El hecho de que este libro fuera editado en Buenos Aires, y de que su autor estuviese viviendo su exilio mexicano, es determinante para explicar su ya aludida falta de rendimiento respecto a la poesía más joven” (p. 15),
Pedro García Cueto
Pedro García Cueto
El hecho de no estar al alcance de los lectores españoles en los años sesenta, fue, para Guillermo Carnero, la razón que justificó su falta de éxito. Todo ello corrobora lo que ya decía antes, tras el exilio mejicano, vino el exilio interior, la falta de repercusión de una obra muy importante para nuestras letras contemporáneas.
Mi intención es reivindicar, de nuevo, a Gil-Albert, como ya lo hice en los dos libros anteriores (La obra en prosa y El universo poético de Juan Gil-Albert) porque su obra merece nuevas lecturas y su contribución en las revistas de la época, su ocio creador durante el exilio americano, merecen, de nuevo, este homenaje que le brindo en las páginas que siguen.

PEDRO GARCÍA CUETO

sábado, 9 de abril de 2016

Max Aub y Gil-Albert

MAX AUB Y GIL-ALBERT:
UNA ÉTICA COMPARTIDA DE LA VIDA

Por Pedro García Cueto

Max Aub
  En este estudio quiero relacionar a dos hombres que tienen en común dos valores importantes: una ética semejante de la vida y una amistad de muchos años.
   Max Aub tuvo que exiliarse al terminar la Guerra Civil española, para este hombre singular se  acababa una etapa importante de su vida y comenzaba un exilio que daría sus frutos en lo que respecta a producción literaria.
   ¿Qué relación existe entre estos dos hombres? Ambos vienen del exilio, ambos volvieron a España, ambos pertenecen a un mundo cultural común: la España republicana, los intelectuales antifascistas, y ambos estuvieron exiliados en México.
   Aub vuelve a España el 23 de agosto de 1969 con pasaporte mexicano y un visado que sólo le autorizaba “una estancia de tres meses”. Hará entonces una breve visita a Calanda (Aragón), el pueblo natal de Luis Buñuel y a Zaragoza, con motivo de la fiesta del Pilar. Visitó también las tres ciudades claves de su biografía española: Barcelona, Valencia y Madrid.
   También fue Max Aub, al igual que Gil-Albert, un luchador ante el régimen  franquista y dice algo muy importante sobre ello al poeta valenciano Miguel Veyrat: “no fue el exilio el que ha influido en mi literatura, sino la guerra. Y la guerra la cambió del todo en todo” (Miguel Veyrat, 1969: 67). Para Max Aub, la República fue abortada por el régimen franquista y éste sustituyó un ideal de vida democrático por una tiranía manifiesta. La misma opinión mantuvo Gil-Albert, como pudimos conocer en su obra Drama Patrio y, por ende, fue idea clave en muchos escritores exiliados.
    Podemos ver en el prólogo a La gallina ciega, esa especie de diario español que Aub escribió  para  deleite   de   la   mayoría   de   sus   seguidores, lo que dice Manuel Aznar Soler sobre la ética y la estética en Max Aub: “Max Aub se define como un escritor español exiliado, un escritor para quien ética y estética están vinculados indisolublemente” (Manuel Aznar Soler, 1995: 40).
   ¿Qué quiere decir Manuel Aznar Soler? Desde luego, se refiere a esa visión ética de la vida, su honradez al defender unas ideas, pero también a ese deseo estético de crear una prosa limpia, bella e, incluso, transparente que pueda reflejar a su vez esa visión ética de la vida.

  Coincide aquí con Gil-Albert, no me refiero, como podemos suponer, a una identificación en el estilo, sino a su interés en reflejar de forma elaborada y, por tanto, estéticamente, sus ideas razonadas sobre la vida (lo que transparenta su ética).
   En La gallina ciega, Max Aub nos ofrece páginas inolvidables, donde destapa la sociedad mediocre que anida en el régimen franquista. La escasez intelectual y la ausencia de moralidad del Régimen van a ser brillantemente denunciadas por Aub.
   Merece la pena citar muchas páginas de este libro, como documento rico y clarificador de la entidad de un hombre imprescindible como Aub, pero me limitaré a algunas muy significativas.
   En su llegada a Valencia, en 1969, el escritor certifica la pobreza intelectual de la ciudad y, por ende, del país entero: “A nadie le interesan aquí los libros: las librerías desiertas. Pequeña diferencia con Barcelona donde se ve a alguna gente hojeando. Aquí, nadie lee en  los  tranvías  o  en  los  autobuses   o en las terrazas de los snack-bars o ex cafés”  (Max Aub, 1995: 176-177).
   Además, dirá que todo lo que se oye en los bares son chistes y fútbol, situación que, como podemos observar día a día, no ha cambiado mucho desde aquel año ya lejano.
   Aub va a ser consciente de la mediocridad de España en los meses que estuvo aquí.

   El escritor anhela que cambie la situación del país y que la dictadura que arrasa todo y atrasa el mundo económico y cultural acabe para siempre: “¡Qué duda cabe que España, la política española, debe cambiar y cambiará!” (Max Aub, 1995:177).
   También son muy interesantes las páginas que dedica a Gil-Albert, lo que es significativo  y  ha acrecentado mi curiosidad para relacionar a ambos escritores: “Casa de Juan Gil-Albert. Juan más encorvado, la voz más fina, idéntica amistad y exquisito buen gusto. Misma figura en los modales y en la voz, incapaz de subir el tono, reconcomiéndose a cualquier disparidad o enojo” (Max Aub, 1995: 177).
    Es destacable no sólo este retrato admirativo a un hombre que conserva su delicadeza, aquella que tuvo cuando ambos escritores se conocieron antes de la Guerra Civil española, sino también un rasgo que va a caracterizar a Gil-Albert y que ve muy claramente Max Aub: “Se va a tener que operar. No parece preocupado más que por su edad. Le reanimo en lo que puedo”. (Max Aub, 1995: 178). Es, sin duda, el paso del tiempo una obsesión clara en el escritor alicantino que va a marcar parte de su madurez y de su vejez.
Juan Gil-Albert
   Otro rasgo que destaca Aub sobre su amigo es esa sensación de importancia que Gil-Albert va a tener ante el reconocimiento público, tan demorado, pese a su prolífica obra:    <> (Max Aub, 1995: 179).
   Aub es categórico, reconoce que en ese clima mediocre un hombre de la talla de Gil-Albert, el cual ha hecho de su escritura un mundo delicado, fino, esmaltado en cualidades luminosas, no  puede  sentirse  más que  agradecido por las limosnas de unos pocos: “Juanito Gil-Albert, entre sus sombras soñadas, feliz, consolado por mandamases del Ateneo Mercantil… Mas ¿qué harías tú, Maxito, tras veintidós años de estar aquí aplastado?”.
   Se refiere a Máximo José Khan, el amigo de ambos, enterrado en Brasil, que fue, como recordamos, un icono, un referente para Gil-Albert en el Tobeyo o del amor.
   La casa de Gil-Albert le  trae a Max Aub el recuerdo de Ramón Gaya, ya que hay cuadros de él en las paredes. El pasado que ellos compartieron en México vuelve a ser evocado.
   Aub se exilia en  México en 1942 y morirá allí en 1972. Los primeros años del exilio, de 1939 a 1942, estuvo en Francia. Para Aub, México es el lugar que más ama en el mundo, después de España, su España. No hay duda que Gil-Albert siente lo mismo que su amigo, esa pasión por las tierras mexicanas une a ambos.
   La tierra les ha marcado, por ello, el escritor alicantino escribió allí su Tobeyo y algunos poemas a México, parte de su corazón quedó allí para siempre.
   Otros amigos de Max Aub aparecen en La gallina ciega: Juan Chabás, José Gaos, Joaquín Rodrigo, Genaro Lahuerta, Pedro Sánchez; amigos todos de adolescencia que nunca podrá olvidar.
   También merece nuestra atención la charla de Max Aub, tras su regreso, en la casa de Manolo Zapater, cuando Aub le pregunta por Gil-Albert y Zapater contesta que hace tiempo que no se ven. Dirá Aub lo  siguiente  sobre el  escritor  alicantino: “No. No ve a Juan Gil-Albert. Juan no es Federico García Lorca ni Rafael Alberti, pero es un escritor fino (como decíamos entonces), un ser inteligente, de excelente calidad, de lo mejor que hay en Valencia, si no el mejor…” (Max Aub, 1995: 152).
   Esta ausencia de relación entre Zapater y Gil-Albert la explica muy bien Max Aub en el libro. Podemos  ver  en  esta  explicación  la raíz  de mi interés para hacer coincidir la estética y la ética de ambos escritores, en las palabras de Aub se transparenta esta afinidad: “Sencillamente está convencido (Gil-Albert) de que no sucede nada que valga la pena, no ya en los países socialistas, por ejemplo, en los Estados Unidos o en Francia. O en Inglaterra. El mundo se acabó” (Max Aub, 1995: 152).
   Lo que Max Aub nos dice es que tras las guerras (la II Guerra Mundial y la Guerra Civil española) hay una pérdida indudable de fe en el ser humano, tras la constatación de la maldad del hombre, nada merece ya la pena.
   Aunque el escritor se exceda en pesimismo, hay que entender el contexto en que nacen estas palabras: la vuelta del exilio, su regreso temporal (con un visado de tres meses) en un país envuelto todavía en la Dictadura.

Leopoldo de Luis
  Merece la pena repasar las páginas que Max Aub dedica a poetas que considera “hermanos menores” como Leopoldo de Luis y Ramón de Garcíasol. El gusto y la delicadeza del escritor se hace lirismo en estas páginas que muestran con claridad su sentido ético y estético de la vida: “Les conozco en fotografía, no en carne y hueso. Les conozco bien, impresos: hechos miga, es decir, letra, pasados por el tamiz del linotipo” (Max Aub, 1995: 553).
   Bella reivindicación de la lectura, del placer de encontrarse con las líneas y disfrutar así, sin conocer al poeta, hecho luz por la luz del otro, impregnado, al fin y al cabo.
   Hay en el libro de Max Aub ese sabor de nostalgia, a la vez que una propuesta de honradez, de  ética  de la  vida que le  asemeja  a  Gil-Albert. El  escritor  no va  a  tener ningún tipo de reparo en ofrecer su opinión de España, en ese año en que la Dictadura entraba en su última etapa: “En España, los sinvergüenzas, los católicos de verdad y los imbéciles viven como Dios. Añádase  los  que  no  quieren  saber  nada  de nada y, claro está, los turistas que encuentran lo que buscan, al precio deseado” (Max Aub, 1995: 570).
   También el escritor muestra su asombro por el cambio acaecido en las cosas importantes, como por ejemplo, el que ha sufrido una de las ciudades de su juventud, Valencia. La ciudad ha cambiado, ya no tiene el aspecto de entonces, en aquellos años en los que paseaba con sus amigos escritores. Dice así: “Ya no conocería Valencia. Ahora es otra cosa. No sé si mejor o peor, muy distinta. Ya no hay plaza Cautelar. No sé si se llama del Generalísimo o del General Franco o algo por el estilo y su amigo Capuz (José Capuz) ha hecho una estatua del tal” (Max Aub, 1995: 158).
   Se refiere a un escultor que hizo una estatua ecuestre del dictador, ya retirada.
   Nos cuenta Aub su amistad con Ramón Gaya y nos revelará que fue el primero que le compró una acuarela al pintor murciano en Valencia, pagó por ella 25 pesetas.
   También habla en el libro de la actitud de los intelectuales ante la Guerra Civil: “De anarquistas a callados” (508). Pero no denostará ni a Azorín, ni a Maeztu, ni a Machado. Sí lo hará frente a aquellos que, con su cinismo, han cambiado de ideología y se han arrimado al franquismo sin reparos, los nombres de éstos podemos imaginarlos: “A los que no perdono es a esos cabroncillos- que no nombro. Que estuvieron de boquilla con nosotros para volver la casaca en seguida que nos vieron perdidos. Si no fuesen intelectuales, lo mismo daría” (Max Aub, 1995: 509).
   El escritor nacido en Francia (Aub nació en París en 1903), no está en contra de los que se mantuvieron firmes ante una ideología equivocada y cita a Jiménez Caballero, Ledesma Ramos o  Luys  Santamarina,  pero sí lo  está  ante  esos  cínicos  como Carlos Robles Piquer o Pedro Laín Entralgo, cuya actitud cobarde detesta plenamente.
   Es  muy  evidente este rechazo cuando hace mención de los académicos, en los cuales, sin duda, se encuentra el doctor Laín Entralgo. Dice  Max Aub lo siguiente, reflejando su ética y su decencia frente al cinismo y la mentira de algunos: “Cena en casa de Xavier. Cuatro académicos: endilgan horrores del pueblo español; maravillas del cielo y del suelo. Lo demás, asqueroso; como si ellos no formaran parte de él, o no hubiesen contribuido a modelarlo tal y como se ve” (Max Aub, 1995: 505). Hará alusión a los chistes que estos “refugiados del 36 en embajadas o en falange” llevan a cabo con cinismo supremo.
   Sobre el personaje de Laín, Max Aub es muy incisivo al criticar al intelectual fascista por no dimitir en solidaridad con los catedráticos expulsados de la Universidad como Aranguren, todo ello aparece en Una cena en Madrid en 1969.
   Afirma en La gallina ciega algo todavía más esclarecedor acerca del talante falso y deshonesto de Laín Entralgo: “Este elegante Laín que toma un café, con tanta distinción, sonriente…”, como vemos hay ya un espíritu de crítica en esa figura que retrata: “Deja continuamente transparentar, con todo y su admiración por los componentes de la generación del 98, su educación católica y falangista, a pesar de sus desengaños. Algo falla y chirría en esa generación de los arrepentidos” (Max Aub, 1995: 506).
   Sostiene también el escritor que ese grupo de servidores de Franco y de su régimen “no sirven a nadie y para nada;” y, desde luego, destaca una  magnífica prosa al descalificar a ese grupo de falangistas (D´Ors, Laín, Robles Piquer) que imponen su poder y su autoritarismo: “Políticamente, ante todo, les falta clientela, duermen sobre sus laureles impresos, pasan mala noche y paren hijas” (Max Aub, 1995: 507).
   Demoledor  es  Aub en  contra  de  esos “presuntos”  intelectuales  “democráticos” que  dinamitaron  con  su cinismo el verdadero don de la intelectualidad que incluye, sin duda, la honestidad y la decencia ante su propio pueblo. No aparece en esta dura crítica Dionisio Ridruejo  que,  pese  a  su   pasado  falangista, se  caracterizó   por  un  sentido ético que le llevó a la disidencia en los tiempos del franquismo.
   Como vemos, el libro es muy interesante porque nos revela una forma honesta de ver la vida, sin tapujos, mostrando su rebeldía a una España carente de libertades. La obra conjuga el desengaño, el escepticismo, frente al cariño y el aprecio a amigos como Gil-Albert, Fernando Dicenta, Ramón Gaya, Manolo Zapater y tantos otros.
   Aub se identifica  con los gustos literarios de Gil-Albert, porque eran tiempos donde la literatura  se apreciaba como un don enriquecedor y no existía un mercado tan excesivo como el actual: “Libros y papeles por todas partes: lo que es normal, pero son libros y papeles de nuestra época: Proust, Gide, Cocteau, Canedo, Unamuno, Azaña” (Max Aub, 1995: 503). Se refiere a los libros que tenía en su casa un viejo amigo, Fernando González.
   Hay otra referencia en esta obra a Gide, cuando hace mención de la verdad, de la ética, de la mentira que, pese a un cierto talante honesto, tiene la vida misma: “No se trata de enorgullecerme de ser esto o lo de más allá- bueno o malo- porque entonces lo mismo miente Genet o Gide, Baroja o Millar” (Max Aub, 1995: 354).
   Y termina  Max Aub con una máxima que nos explica su visión de la vida: “El mundo es una enorme mentira” (354). Hablará en esa parte del infierno del campo de concentración en el que estuvo, de tanto dolor del pasado.
   Para concluir este repaso a La gallina ciega y a la visión de su autor, he de decir que tanto Gil-Albert como Aub han tenido que pasar por una misma senda de tristeza y desarraigo, pero anida en ambos una visión noble y decente de la vida.
   Los dos escritores son muy conscientes de que el mundo de su juventud ha cambiado, no sólo por el inclemente paso del tiempo, sino por los terribles acontecimientos que han vivido. Ambos escritores necesitan en sus libros denunciar la barbarie y el cinismo del mundo que ha dejado tales atrocidades.
   Podemos establecer una diferencia entre ambos, si Gil-Albert va a expresar una idea vitalista de la vida al alejarse conscientemente del mundo que le rodea (por el dolor que le produce), Max Aub no puede hacerlo y plasma en sus novelas y en su teatro el horror, porque su premisa principal es la denuncia para la posteridad.
   La ética compartida de la vida nos deja una sensación de decencia en un mundo que, lamentablemente, no se caracterizó por mostrarla con frecuencia. No son los únicos intelectuales que lo hicieron (ya comentamos el caso de Baroja o Juan Ramón Jiménez, entre otros), pero existen vínculos que los hacen testigos de primera línea de un mismo mundo y un mismo destino.

CONCLUSIÓN: UNA ÉTICA COMPARTIDA DE LA VIDA
   He querido relacionar a Max Aub y a Gil-Albert porque ambos vivieron las difíciles condiciones del exilio, a ninguno de los dos les faltó coraje para denunciar la mediocridad de la sociedad española del franquismo.
   Aub lo hizo en su único viaje a España, lo que convierte a su libro La gallina ciega en crítica feroz a la sociedad acomodada, a los intelectuales que se han adherido al Régimen. Gil-Albert, sin embargo, vive la vuelta a España escribiendo mucho, pero su obra no resulta interesante para las editoriales y para la dictadura. La sinceridad de sus opiniones, su compromiso ético con la libertad, le impiden salir a la luz en aquellos tiempos.
   La experiencia de  ambos  en  México les une también, aunque lo más interesante es la amistad anterior, los años de la juventud en Valencia.
   Max Aub reconoce que Juan Gil-Albert no puede dar más en esa época de dictadura. El escritor comprende que se halle solo, aislado de la fama, ya que considera al artista alicantino uno de los mejores que ha dado su tierra.
   En resumen, al relacionar a los dos escritores, he querido manifestar que ambos fueron muy escépticos con la sociedad, hacen una crítica de España por su falta de preparación y por el escaso interés (salvo minorías ilustradas) por la lectura y la cultura, en general.
   Las páginas comentadas aquí de La gallina ciega sirven para conocer mejor el mundo cultural de la época en el corto regreso a España de Aub. Nos queda la tristeza por la condición de exiliado de un hombre de su talla intelectual.
   Ambos, Gil-Albert y Aub mantuvieron un compromiso con sus ideas, sin excluir, por ello, la importancia al estilo, siendo dos grandes escritores del siglo XX.


sábado, 20 de diciembre de 2014

Gil-Albert y Visconti: Dos espejos de la belleza

GIL-ALBERT Y VISCONTI: DOS ESPEJOS DE LA BELLEZA

POR PEDRO GARCÍA CUETO

   
Luchino Visconti
Personalidad arrolladora la de Visconti, con un cine que desarrolla todo su interés en los mundos antagónicos, los aristócratas y las clases populares, donde el arte se pone al servicio de una obra esencialmente visual, de estética manifiesta, desde los decorados teatrales de Senso, pasando por la visión de la aristocracia en El gatopardo hasta la muerte como tema de fondo en Muerte en Venecia.

  Gil-Albert sintió por Visconti un gran interés, porque, para él, era mucho más que cine, representa la forma de enfocar el mundo desde el pasado, desde un tiempo ido que siempre se añorará, donde las maneras son importantes, eje de una educación aristocrática, adquirida o no en la cuna, pero tamizada por el gusto por todo aquello que sea emblema de belleza.

   Por ello, el mundo de Gil-Albert se identifica con el universo viscontiniano, por la mirada al ser humano, desde el interior, buscando la belleza y la elegancia de una época ya desaparecida, que ha dado lugar a otras maneras más rudas, que nada tienen que ver con la elegancia del príncipe Salina en El gatopardo, tampoco con los personajes elegantes de las novelas de Gil-Albert, como El retrato oval o su retrato de la familia de los zares o en su libro de memorias, concretado en Concertar es amor, donde sobrevuela un mundo de belleza que el tiempo ha destruido.

   Muerte en Venecia, con la imagen del compositor que ve hundirse la Venecia soñada, truncada ahora en un nido de enfermedad y muerte, Senso, donde el amor, con el trasfondo de la revolución de Garibaldi, enlaza a los personajes, La caída de los dioses, basada en Los Buddenbrook de Thomas Mann, donde la burguesía alemana va perdiendo paulatinamente su poder y El Gatopardo, entre otras grandes películas, imagen del príncipe de Salina, donde la soledad y la muerte de una época se plasma en el rostro de Burt Lancaster.

  
Juan Gil-Albert
Gil-Albert ama el mundo que se va, espejo de una vida que se extingue, como nos dejó claro en su homenaje a Gabriel Miró, pero también la elegancia de esos objetos que adornaban su casa, como si Visconti hubiese entrado en ellos, para adornarlos, con su cámara cinematográfica. El cine y la literatura, ensamblados, en una armonía latente que no tiene parangón.

    Gil-Albert lo expresa en su valoración sobre Visconti, recogida en Viscontiniana, cuando dice lo que sigue:
“Su gran personalidad escenográfica estaba ya, en aquel film (Rocco y sus hermanos), manifiesta, pero de no haber visto más que eso no tendría yo la impresión, confirmada de golpe, cuando asistí por primera vez a la proyección de El Gatopardo, de encontrarme ante un artista de talento poco común; digo de golpe debido a que no necesitaba para su apreciación de insistencias, pues reincidí, como espectador, hasta nueve veces”.
   Vive en Visconti, para Gil-Albert, la cultura, una sociedad acabada, también la pasión estética, que vive también en Gil-Albert, que se alimenta de esos cuadros que son sus novelas, donde la poesía convive con la prosa, en una eterna sinfonía para que el lector se deje llevar por la marejada del lenguaje bien escrito y esmerado.

  Y los actores de Visconti, como el gran Dirk Bogarde, del que Gil-Albert decía en el citado libro que era la mejor imagen del hombre de enorme interioridad, en un momento mórbido y declinante de su vida.  Muerte en Venecia se convierte, para Gil-Albert en un fresco sobre la belleza, sobre la vida y sobre la muerte, más allá de la novela de Mann (que a Gil-Albert no le apasionaba), la película de Visconti le fascina, es una obra maestra, dice el escritor alcoyano, lo que suscribo, desde mi modesta opinión.

    Termino diciendo que Visconti es un artesano, así lo define Gil-Albert, porque crea como una orfebrería el motivo de su arte, lo evoca de este modo:
“Un mago, efectivamente, ya que Visconti evoca más que crea, pero como la evocación está hecha a mano, como el adorno de mi madre, objeto por objeto, detalle por detalle, minucia por minucia , compuesto y entretejido todo por un sentimiento de causa que es más de orden cordial que erudito, la magia se vuelve en Visconti arte,arte tenaz, y no solamente placentero, tenacidad que se esfuma –tenacidad, insistencia, deber- dejando incorporado el esfuerzo del arte, como único sobreviviente de tamaña empresa, el placer de crear”.
El Gatopardo
   Entrar en la casa de Gil-Albert era adentrarse en la elegancia, en la estética de un mundo ya ido, presidido por porcelanas, cuadros, cortinas, alfombras, jarrones, flores, como aquellas, salvando el espacio de aquellos palacios del cine viscontiniano con respecto a la casa de Juan en Alcoy o Valencia, era adentrarse en un mundo similar, como las grandes escenas, tan teatrales, del cine del director italiano, esos escenarios llenos de oropeles, majestuosos, como los de El Gatopardo en su magistral escena del baile o en El inocente, su testamento fílmico, donde parece que nos ahoga tanto jarrón, tantas flores, pero todo ello no hace sino complementar el amor por la cultura de Visconti y en Muerte en Venecia Ashenbach contempla a la familia polaca, con el esmero de un entomólogo, diseccionado gestos, ropas, hasta que surge el flechazo por el joven efebo, el célebre Tadzio, personaje que no es otro sino el ángel de la muerte. Incluso me atrevería a decir que Gil-Albert no es otro que el profesor de la película Confidencias, donde Burt Lancaster acoge a una familia decadente y caprichosa, sintiendo especial predilección por Helmut Berger, el bello amante de la mujer, Silvana Mangano, la madre de Tadzio en Muerte en Venecia.

   Cine elegante, mundos refinados, como el mundo de Gil-Albert, donde la belleza busca su lugar, donde el lenguaje de la prosa se combina con el esmero de ese universo que reflejó tan bien Luchino Visconti en su genial cine.

     Se puede comparar Visconti a los cuadros de Delacroix, a la música de Debussy, son espejos del arte que anida en el gran director de cine, tan cerca del mundo estético de Gil-Albert, de su evocador mundo de un pasado que ya no volverá, pero que queda para siempre en nuestro recuerdo.